Philip Trower, El alboroto y la verdad -22
El alboroto y la verdad
Las raíces históricas de la crisis moderna en la Iglesia Católica
por Philip Trower
Edición original: Philip Trower, Turmoil & Truth: The Historical Roots of the Modern Crisis in the Catholic Church, Family Publications, Oxford, 2003.
Family Publications ha cesado su actividad comercial. Los derechos de autor volvieron al autor Philip Trower, quien dio permiso para que el libro fuera colocado en el sitio web Christendom Awake.
Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/turmoil&truth.htm
Copyright © Philip Trower 2003, 2011, 2017.
Traducida al español y editada en 2023 por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.
Nota del Editor:Procuré minimizar el trabajo de edición. Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.
Capítulos anteriores
Parte I. Una vista aérea
Capítulo 3. El partido reformista - Dos en una sola carne
Capítulo 4. Nombres y etiquetas
Parte II. Una mirada retrospectiva
Capítulo 7. El rebaño, parte I
Capítulo 8. El rebaño, parte II
PARTE III. LAS NUEVAS ORIENTACIONES
Capítulo 9. La Iglesia: de la sociedad perfecta al Cuerpo Místico
Capítulo 11. El laicado: despertar al gigante dormilón
Capítulo 12. La Iglesia y los otros cristianos
Capítulo 13. La Iglesia y las otras religiones
Capítulo 14. La Iglesia y nuestro trabajo en este mundo
PARTE IV. EL AGGIORNAMENTO Y EL AUGE DEL MODERNISMO
Capítulo 16. Primeros síntomas de problemas
Capítulo 17. Aparece en escena el modernismo
Capítulo 18. Dramatis personae [Los personajes del drama]
Capítulo 19. Creencias e increencias
Capítulo 21. Tres movimientos relacionados
Capítulo 22. AGGIORNAMENTO [PUESTA AL DÍA] 1918-1958
Aunque la difusión de las ideas modernistas había hecho inevitable una reversión parcial de las políticas de León XIII, fue sólo una reversión temporal. En su primera encíclica, Ad Beatissimi, Benedicto XV, que sucedió a San Pío X en 1914, comenzó a relajar la presión sobre los frenos. Refiriéndose al modernismo como una “herejía manifiesta” y hablando de sus “errores monstruosos", dijo no obstante que “en lo que respecta a cuestiones sobre las cuales la Santa Sede aún no se ha pronunciado… nadie tiene prohibido plantear y defender su opinión".
Incluso cuando la crisis estaba en su apogeo, el aggiornamento [la puesta al día] había continuado. Los académicos católicos ortodoxos habían aplicado el método crítico a la Biblia y a la historia de la Iglesia sin perder ni la fe ni el sentido de la proporción. Entre los ejemplos más notables estaban los PP. jesuitas Jules Lebreton y Léonce de Grandmaison, el P. dominico Marie-Joseph Lagrange, los PP. Battifol, Tixeront y Labriolle, Ludwig von Pastor y Horace Mann.
El P. Henri Pesch estaba desarrollando una ética social basada en el principio de “solidaridad", una idea que posteriormente fue utilizada por los Papas Pío XI y Juan Pablo II. Pierre Duhem, físico teórico e historiador de la ciencia, estaba demostrando que los cimientos de la física moderna fueron sentados a fines de la Edad Media, y no en el renacimiento como se suponía anteriormente, quitando súbitamente todo apoyo a la idea de que los avances de la ciencia moderna estaban de alguna manera conectados con el crecimiento del ateísmo.
Las carreras de Pesch y Duhem muestran que no siempre son los pensadores que hacen más ruido durante sus vidas los que realizan el trabajo más valioso. Sólo recientemente se han convertido en nombres conocidos fuera de sus propios países.
En el campo social, Marius Gonin y Adiodat Boissard fundaron las semaines sociales [semanas sociales] (1904), conferencias anuales para estimular el interés en la doctrina social católica.
Las décadas de 1890 y 1900 también vieron los comienzos del renacimiento literario católico del siglo XX. Péguy estaba en plena carrera y aparecían los primeros libros de Claudel. También Léon Bloy ya estaba ejerciendo influencia. Les seguirían Mauriac y Bernanos una o dos décadas más tarde. Tampoco hay ningún signo de que la condena del modernismo frenara el flujo de destacados literatos conversos a la Iglesia1.
Luego vino la Primera Guerra Mundial, al término de la cual la Iglesia, como todos los demás, se encontró en un mundo nuevo.
Las monarquías rusa, alemana y austriaca habían sido arrasadas, patrones de vida económica establecidos desde hacía mucho tiempo se habían roto, viejas naciones habían vuelto a la vida y se habían creado nuevas. En Rusia, los bolcheviques habían establecido el primer estado oficialmente ateo. En otros lugares, por medio de la influencia de los vencedores, estaban en ascenso gobiernos parlamentarios principalmente hostiles al catolicismo. Pero sus líderes parecen haber carecido de la fibra moral o la perspicacia política para lidiar con el estancamiento económico y el consiguiente malestar social de los años de la posguerra. La inclusión entre ellos de una Alemania humillada y de una Italia descontenta tampoco contribuyó a convertirlos en una fuerza de estabilidad internacional.
La devastación para las almas fue aún mayor. Millones de hombres y mujeres, que habían crecido en aldeas donde la fe se daba por sentada y estaba protegida por la costumbre, habían sido súbitamente desarraigados y arrojados de forma rápida y desordenada entre hombres de otras formas de pensar y sufrimientos y males morales para los cuales la fe de la mayoría no era rival. Europa era aún el corazón del cristianismo, pero ahora había un hueco en el corazón de más de la mitad del tamaño del corazón mismo, y era sólo cuestión de tiempo antes de que algo más viniera a llenarlo.
Ésta es la razón por la que los veinte años de entreguerras fueron una época de paz incómoda y por la que los partidarios de las ideologías totalitarias plantearon la amenaza que plantearon para las democracias tambaleantes, con el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán ganando paso a paso la ventaja sobre el comunismo liderado por los soviéticos. Occidente buscaba cada vez más la salvación en la política y no en la religión2.
El éxito de los totalitarios se debió tanto a la bancarrota filosófica del liberalismo continental como a su ineficiencia económica y política. Para dar sentido a la vida, los liberales sólo podían ofrecer más irreligión (ahora como una droga en el mercado), mayor prosperidad material (que no lograban proporcionar) o promesas de una libertad individual aún mayor (inútil para los hombres y mujeres que están en la miseria y, como ideal filosófico, una de las causas fundamentales de la desintegración social). ¿Por qué los hombres deberían vivir juntos en armonía si la libertad y la gratificación individuales son presentadas como las metas supremas? En otras palabras, no podían llenar el agujero en el corazón ni el agujero en el estómago, mientras que como motivo para la cohesión social sólo podían ofrecer una doctrina vaga e ineficaz de fraternidad universal.
Los totalitarios, por otra parte, ofrecían ideología y disciplina de partido. La ideología (es decir, en este caso, la deificación de la nación, la raza o la clase trabajadora) llenaría temporalmente el vacío espiritual. Al elevar la mirada del individuo por encima del interés propio, dio a la vida un significado al menos casi trascendente. Se pensaba que la disciplina de partido y el control estatal total resolverían los problemas del bienestar material3.
En estos aspectos, los totalitarismos, ya fueran de izquierda o de derecha, tenían más en común entre sí que con sus víctimas, las democracias debilitadas. Sus éxitos también se debieron a su novedad. Los pueblos de Europa eran como inválidos que corrían desesperadamente de un médico a otro. Los totalitarismos tenían la ventaja de que aún no se había puesto a prueba su incompetencia.
Las autocracias que obtuvieron el control en España, Portugal y otros lugares eran algo sui generis. Si la ideología estaba presente, era algo periférico.
Intentar explicar todo esto como un simple conflicto entre derecha e izquierda, ricos y pobres, dictadura y democracia, o el bien y el mal, como es costumbre en Inglaterra y los Estados Unidos, es como tratar de sacar luz de una linterna con el tipo incorrecto de batería.
Los católicos europeos se encontraron enfrentados a tres sistemas o filosofías sociales, económicas y políticas —liberal, fascista y comunista—, todos ateos, todos deficientes o indeseables desde el punto de vista católico, en formas y grados divergentes. Ésta es la clave para entender gran parte de las enseñanzas papales durante los años de entreguerras y las actividades diplomáticas de la Santa Sede. Explica también los cambios de orientación de muchos católicos, incluso intelectuales, antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de decidir cuál de las tres hermanas feas era la menos repulsiva.
Luego vinieron los seis años de la Segunda Guerra Mundial, la que, al unir a grupos de católicos y protestantes en Alemania contra Hitler, y a grupos de católicos y comunistas en Francia contra el régimen de Vichy y el ejército de ocupación alemán, estimuló el interés en la reunificación cristiana y la simpatía hacia el marxismo. También fue responsable de mucha culpa y mucho examen de conciencia. ¿Por qué no había habido más católicos abiertamente del lado aliado? La locura y la maldad del régimen nazi, sumadas a la propaganda aliada a favor de Rusia, ayudaron a disfrazar la vileza de la forma de totalitarismo de la Unión Soviética, igualmente brutal pero menos demente y mucho más universal y duradera, así como la naturaleza ambigua de un “triunfo de la libertad y la democracia” que dejó a Europa dividida por la mitad, con la mitad oriental sometida a Stalin.
Europa occidental, apuntalada por el poder y la riqueza de los Estados Unidos, estaba ahora comprometida con un liberalismo económico y político modificado por políticas de bienestar semisocialistas, con las Naciones Unidas reemplazando a la Sociedad de las Naciones como el cemento que, en teoría, sostenía junta a la comunidad internacional. La recuperación económica resultante, que esta vez benefició a casi todas las clases sociales, finalmente produjo el ambiente de euforia que avanzaba hacia su clímax justo cuando el Papa Juan [XXIII] anunció sus planes para convocar un Concilio. ¿Podía ser que un mundo de abundancia para todos estuviera realmente a la vuelta de la esquina?
El desmantelamiento de los imperios francés, inglés, portugués y holandés afectó principalmente a los misioneros. Ansiosos por identificarse con sus rebaños y sensibles a la acusación de haber sido agentes de las potencias coloniales, muchos se inclinaban a ver sólo virtudes en la cultura local y sólo defectos en la cultura europea y el pasado colonial, e incluso en la forma en que se manejaban los asuntos de la Iglesia.
Éstos fueron los principales factores que influyeron desde afuera en el aggiornamento, el que, una vez que volvió a ponerse en marcha después de la Primera Guerra Mundial, adoptó tres formas.
En primer lugar, estaba el tipo de adaptación a los tiempos que los católicos de todas las épocas hacen sin esperar encíclicas papales o pastorales episcopales. Las nuevas ideas y acontecimientos les sobrevienen antes de que el magisterio haya tenido tiempo de evaluar su significado y de dar orientación. Por lo tanto, suele ser un asunto desordenado. A veces el sentido católico del fiel señala la solución correcta. A veces la fe débil o la imperfección moral conducen al tipo de compromiso mundano o “modernismo social” reprobado por Pío XI. En este último caso, es probable que el veredicto posterior del magisterio sea mal recibido. En los dramáticos trastornos sociales y políticos entre 1920 y 1958, debe de haber habido una gran cantidad de este ajuste ad hoc a los tiempos, preparando el terreno de formas buenas y malas para lo que iba a venir.
En segundo lugar, hubo una continuación del tipo de aggiornamento constante, estimulado o guiado por los papas, que había comenzado con León XIII.
Durante un período de 38 años, en una serie de encíclicas y discursos a peregrinos, Pío XI y Pío XII instruyeron a los fieles en casi todos los aspectos de la vida moderna, desde las obligaciones de los gobiernos hasta los deberes de las parteras, señalando lo que era y lo que no era compatible con la fe y la práctica católicas. También comenzaron a abrir la puerta a algunas de las ideas e iniciativas que triunfarían en el Concilio. Las enseñanzas de Pío XII están entre las autoridades citadas con mayor frecuencia en los documentos conciliares.
Pero los Papas no enseñan de forma aislada. Su enseñanza incorporó el trabajo de académicos en muchos campos. Ésta fue la tercera forma adoptada por el aggiornamento de entreguerras.
En teología, hombres como el jesuita belga P. Emile Mersch estaban preparando el terreno para la concepción más orgánica y espiritualizada de la Iglesia descrita en el Capítulo 9 [de este libro]. Fue aprobada oficialmente por Pío XII en su encíclica Mystici Corporis Christi (1943).
En filosofía, el renacimiento tomista fue probablemente el logro más sorprendente de este aggiornamento moderado. Fuera de la Iglesia, Santo Tomás y los escolásticos habían sido tratados durante siglos como parias filosóficos. Pero en la década de 1940, sesenta años después del llamado de León XIII para la restauración de la filosofía cristiana, la situación se había invertido completamente. Pensadores como Gilson y Maritain habían obligado incluso a los seguidores más acérrimos de la escuela de [la tesis] “religión es igual a superstición", representada por Bertrand Russell, a admitir que Santo Tomás, aunque estuviera equivocado, era una figura de talla mundial4.
Después de que la guerra y la revolución sacudieron la creencia en la inevitabilidad del progreso, la primera mitad del siglo XX también vio la publicación de una serie de filosofías de la historia influyentes, con La decadencia de Occidente de Spengler y el Estudio de la historia de Toynbee en primer plano. Éstas buscaban determinar las leyes que gobiernan el ascenso y la caída de las civilizaciones y si, si se había producido la decadencia, había alguna manera de detener el proceso. El filósofo napolitano del siglo XVIII Giovanni Batista Vico, con su visión cíclica de la historia, se puso de moda. Si para los marxistas la historia iba a terminar con el triunfo del proletariado, otros, inspirados por Vico, la vieron como algo que se repetía sin cesar. Éste fue el trasfondo del interés de los nuevos teólogos por el significado de la historia secular. El historiador social y cultural católico inglés Christopher Dawson hizo una de las mejores contribuciones a este debate.
Los dramáticos cambios sociales y políticos ayudaron a estimular el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia. Pío XI tenía cosas rigurosas que decir sobre el liberalismo económico desenfrenado, así como sobre el comunismo, el fascismo y el nacionalsocialismo. Propuso un “sistema corporativo sensato” como la mejor base para un orden social justo y pacífico. Por “corporativo” no se refería al sistema de industrias reguladas por el Estado de los fascistas italianos. Se refería a tomar en cuenta el orden jerárquico natural de los talentos de los hombres, animándolos a formar asociaciones profesionales autónomas en todos los niveles y a lograr que esas asociaciones cooperaran entre sí en lugar de tratar de hundirse unas a otras.
Durante el período de entreguerras, el sacerdote italiano Don Luigi Sturzo, fundador del Partido Popular Italiano suprimido por Mussolini en 1921 y revivido como Partido Demócrata Cristiano después de 1945, hizo contribuciones importantes a la teoría de la “democracia cristiana” o el republicanismo parlamentario católico5. Lo mismo, tanto antes como después de la Segunda Guerra Mundial, hizo Jacques Maritain, una figura aún más influyente en este campo. En la década de 1950, Pío XII reconoció la legitimidad de nacionalizar un número limitado de industrias y servicios cuando el bien común lo requería.
En ese momento, cuando la cantidad de gobiernos que podían ser llamados remotamente cristianos había caído a casi cero, y la cantidad de gobiernos activamente hostiles al cristianismo alcanzó el rango de dos cifras, comenzó un cambio [de énfasis] en la enseñanza papal de los deberes de los estados hacia la religión católica al derecho de los cristianos a adorar a Dios sin interferencia estatal.
Mientras tanto, se habían dado los primeros pasos hacia la participación católica en el movimiento para la unidad de los cristianos. En 1924, Pío XI llamó a los benedictinos a trabajar para el reencuentro con los ortodoxos. Se creó en Amay-sur-Meuse (Bélgica) un centro para estudiar las cuestiones responsables de la separación (luego trasladado a Chevetogne) bajo la dirección de Dom Lambert Beauduin. Poco después, el dominico P. Christophe Dumont abrió una casa de estudios similar, el centro Istina, en París. Posteriormente, ambas instituciones ampliaron su trabajo para incluir las relaciones católico-protestantes.
El reencuentro con las iglesias protestantes fue también el objetivo del Instituto Mohler y de la Fraternidad Una Sancta, iniciada en Alemania por el P. Josef Metzger, posteriormente ejecutado por los nazis. En 1935, el Abbé Couturier inició la “semana de oración universal por la unidad de los cristianos". Todos los cristianos habrían de participar. Dos años más tarde, observadores católicos no oficiales asistieron a la conferencia ecuménica protestante Fe y Constitución en Edimburgo. Después de la Segunda Guerra Mundial vinieron la “Instrucción sobre el Movimiento Ecuménico” del Santo Oficio, que estableció directrices para la participación católica, y la fundación de dos casas más para el estudio y el trabajo ecuménicos: la Unité Chrétienne [Unidad Cristiana] en Lyon en memoria de Couturier, y Unitas [Unidad] del P. Charles Boyer en Roma.
En los años 1950 también se produjeron los primeros cambios litúrgicos: la restauración de la Vigilia Pascual, la Misa “dialogada” (en la que los fieles respondían varias veces), la Misa vespertina y la flexibilización de las leyes del ayuno para recibir la Sagrada Comunión (para facilitar la asistencia a Misa entre semana a los trabajadores urbanos).
Otros cambios de práctica o política fueron: la solución de la disputa entre la Santa Sede y el gobierno italiano sobre los antiguos estados pontificios y el establecimiento del actual Estado de la Ciudad del Vaticano (mediante el Tratado de Letrán de 1929); la consagración de cada vez más obispos nativos en territorios de misión; y la conclusión de la controversia de siglos sobre los ritos chinos (¿Los conversos chinos podían seguir venerando a sus antepasados, es decir, el culto a los antepasados era “adoración” en sentido estricto? Roma finalmente decidió que no lo era).
Las décadas de 1920, 1930, 1940 y 1950 fueron notables también por el crecimiento de movimientos laicales internacionales: Schoenstatt, la Legión de María, el Opus Dei, los Focolares, Comunión y Liberación, Foyers de Charité. Menos directamente bajo el control del obispo local, también eran menos sociopolíticos que los movimientos de Acción Católica como la Juventud Obrera Cristiana, que habían surgido en el siglo anterior en Italia y Francia.
Incluso sin el Concilio, no hay razón para pensar que esta actualización moderada no habría continuado.
Mientras tanto, los planes de los nuevos teólogos para un aggiornamento de mayor alcance estaban tomando forma. Pío XII intentó mantenerlo bien encaminado durante las décadas de 1940 y 1950 con tres encíclicas importantes: Divino Afflante Spiritu (1943) sobre el estudio de la Biblia, Mediator Dei (1947) sobre el culto divino y la liturgia, y Humani Generis (1950) sobre las nuevas ideas teológicas y filosóficas, pero con un éxito sólo parcial. ¿Por qué, además de proporcionar a la Iglesia nuevas perspectivas, el aggiornamento de los nuevos teólogos se convirtió en el vehículo para un modernismo revivido?
En parte, ahora está claro, porque el modernismo como forma de pensamiento o mentalidad no murió, como se suponía ampliamente, bajo los golpes de la encíclica Pascendi6. Los jóvenes académicos tocados por el modernismo mientras sus mentes se formaban en los seminarios alrededor de 1907 tenían apenas, al final de la Segunda Guerra Mundial, poco más de 60 años. Donde la fe sobrevivió, fue a menudo con sentimientos de descontento o una actitud de mala gana hacia la autoridad. Mientras tanto, a lo largo de las décadas de 1920 y 1930, modernistas destacados publicaron muchos libros y apologías, ampliando así este conglomerado de descontento.
Loisy, cuyas memorias aparecieron en 1930-1931, vivió hasta 1940. Laberthonniêre, aunque se le prohibió publicar, siguió escribiendo, y estas obras posteriores aparecieron después de su muerte en 1932. Le Roy sobrevivió hasta 1954.
Como laico y profesor del Collège de France, a Leroy nada le impidió publicar. Sus libros simplemente fueron censurados a medida que salieron. Él se sometió cada vez, pero sin cambiar de rumbo. Las mismas ideas serían desarrolladas en el libro siguiente. Él sostuvo que las fórmulas oficiales debían recibir sólo una sumisión oficial y ser interpretadas para que tuvieran un significado aceptable; no estaba tratando con una autoridad infalible.
Otros escritos modernistas o semimodernistas circularon en el mundo académico en mimeógrafos. Uno de los contribuyentes más influyentes a este samizdat [publicación literaria clandestina] eclesiástico fue el P. Teilhard de Chardin. Las especulaciones de Teilhard también se pusieron en circulación a través de su amistad con Le Roy. Le Roy confesó que él y Teilhard habían discutido sus ideas tan a menudo que ya no podía decir cuáles eran de Teilhard y cuáles eran suyas.
Pero sería un error atribuir la persistencia del modernismo única o principalmente a un puñado de sobrevivientes de la primera fase. El modernismo persistió porque persistieron las causas que lo habían traído a la existencia originalmente: la cultura cada vez más secularizada en la que vivía ahora la mayor parte de los católicos occidentales y la complejidad de muchas de las cuestiones planteadas por el “pensamiento moderno".
¿Cuánto de la erudición bíblica neoprotestante y cuánto de la teoría evolucionista podía ser incorporado a una cosmovisión cristiana genuinamente católica? ¿Cuáles aspectos de la filosofía moderna y cuáles ideas sociales y políticas democráticas? ¿Hasta qué punto la experiencia personal puede arrojar luz sobre la doctrina y el dogma, o es sólo a la luz de la revelación divina que la experiencia personal se vuelve plenamente inteligible?
Estas preguntas y las teorías que las originaron son examinadas, discutidas y explicadas más plenamente en una secuela de este libro que se espera que aparezca en breve. Junto con un estudio del movimiento para la reforma litúrgica y el rol único desempeñado por el P. Karl Rahner en los dramas conciliares y posconciliares, incluirá temas como el existencialismo y las ciencias humanas, que, aunque jugaron un papel escaso o nulo en la primera crisis modernista, tuvieron un impacto posterior en el pensamiento católico. La llegada de estos recién llegados es lo que justifica hablar de las aberraciones actuales como “neomodernismo". (CONTINUARÁ).
Notas
1. Los Maritain entraron en la Iglesia en 1906, atraídos en gran medida por Bloy. Otros conversos conocidos a la Iglesia entre 1900 y 1960 fueron Ernest Psichari (nieto de Renan), Jacques Rivière, Julien Green, Alexis Carrel, Gertrud von Le Fort, Edith Stein, Sigrid Undset, Johannes Jorgensen, G. K. Chesterton, Christopher Dawson, Maurice Baring, Graham Greene, Evelyn Waugh, Edith Sitwell, Dorothy Day y Walker Percy.
2. Hoy en día, la palabra “fascismo” suele tener uno de estos tres significados: (a) los movimientos políticos anticomunistas que surgieron en Italia, Alemania y España después de la Primera Guerra Mundial en respuesta a la crisis económica y política de esos países: el significado original e históricamente exacto; (b) cualquier régimen autoritario o reacción nacionalista a las tendencias universalizadoras de las filosofías políticas derivadas de la Ilustración; © un término abusivo en el vocabulario de la izquierda política para cualquiera que se oponga o critique sus políticas o prácticas.
3. Ideología: teoría política o social que actúa como sustituto de la religión, al tiempo que pretende ser capaz de resolver los problemas de la vida, hasta el último detalle.
4. Para el historiador francés Octave Hamelin, Descartes estaba “en sucesión con los antiguos, casi como si… no hubiera habido (filosóficamente) nada más que un espacio en blanco entre ellos y él". Citado en: One Hundred Years of Thomism [Cien años de tomismo], Houston 1981, p. 34.
5. Véase Luigi Sturzo, Church and State [Iglesia y Estado], 2 volúmenes, Notre Dame, 1962; y Richard Webster, Christian Democracy in Italy: 1860-1960 [La democracia cristiana en Italia: 1860-1960], Hollis y Carter, Londres, 1961.
6. Escribiendo aproximadamente medio siglo después de la primera crisis modernista, el P. Creehan S.J. habla de “esta herejía ahora medio olvidada” (Father Thurston, Sheed y Ward 1952, p. 48); Daniel Rops (op. cit., p. 238), citando a su colega J. Rouquette, la llama “un fenómeno completamente superado"; mientras que en su A Short History of the Catholic Church [Breve historia de la Iglesia católica] (Burns & Oates, Londres, reimpreso siete veces entre 1939 y 1967), Mons. Philip Hughes dice de los modernistas “en muy poco tiempo la Iglesia se deshizo de ellos".
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3 comentarios
Por aquí parece que va la clave de lectura de la Dignitatis humanae: "En ese momento, cuando la cantidad de gobiernos que podían ser llamados remotamente cristianos había caído a casi cero, y la cantidad de gobiernos activamente hostiles al cristianismo alcanzó el rango de dos cifras, comenzó un cambio [de énfasis] en la enseñanza papal de los deberes de los estados hacia la religión católica al derecho de los cristianos a adorar a Dios sin interferencia estatal".
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