Philip Trower, El alboroto y la verdad -2

El alboroto y la verdad

Las raíces históricas de la crisis moderna en la Iglesia Católica

por Philip Trower

Edición original: Philip Trower, Turmoil & Truth: The Historical Roots of the Modern Crisis in the Catholic Church, Family Publications, Oxford, 2003.

Family Publications ha cesado su actividad comercial. Los derechos de autor volvieron al autor Philip Trower, quien dio permiso para que el libro fuera colocado en el sitio web Christendom Awake.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/turmoil&truth.htm

Copyright © Philip Trower 2003, 2011, 2014, 2017, 2018.

Traducida al español y editada en 2023 por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.

Nota del Editor:Procuré minimizar el trabajo de edición. Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.

Capítulos anteriores

Prefacio

Parte I. Una vista aérea

Capítulo 1. Reforma

Capítulo 2. Rebelión

Llegamos ahora a la segunda de las dos corrientes que mencioné al comienzo del último capítulo: el rechazo de la doctrina y la autoridad de la Iglesia, junto con el intento de sustituirlas por nuevas creencias.

Ha habido rechazos masivos de la fe católica antes, pero creo que nunca en la misma escala. Casi no hay ningún punto de la doctrina católica que no haya sido cuestionado o repudiado, desde la divinidad de Cristo hasta la fe en la vida eterna. Muchos han dejado la Iglesia abiertamente. Pero todavía más han permanecido, en apariencia al menos “dentro” de la Iglesia, donde durante más de 35 años han estado difundiendo sus nuevas creencias entre el resto de los ahora completamente confundidos fieles.

Las advertencias de las máximas autoridades han sido continuas. Las del Papa Pablo se resumen en su conocido grito de 1972 de que “el humo de Satanás” había entrado en la Iglesia. Él también habló de “los estragos que están infligiendo al pueblo cristiano las… hipótesis audaces” (Pablo VI, Exhortación Apostólica, quinto aniversario de la clausura del Concilio, 1970).

Aquí hay tres ejemplos más de las más altas autoridades.

“Debemos admitir con realismo… que la mayoría de los cristianos de hoy se sienten desconcertados, confundidos, perplejos y hasta engañados: se difunden libremente ideas que contradicen la verdad revelada tal como se la enseñó desde el principio; en los campos dogmático y moral se han propagado verdaderas herejías, creando dudas, confusiones y rebeliones; incluso la liturgia ha sido manipulada” (Juan Pablo II, discurso a los sacerdotes, 6 de febrero de 1981).

“No pocos de los ataques de hoy van por la yugular, contra los fundamentos mismos de nuestra fe: la divinidad de Cristo, la resurrección de entre los muertos de su Cuerpo verdadero, nuestra propia inmortalidad, etc.” (Cardenal Oddi, exjefe de la Congregación para el Clero en Roma, Simposio sobre la catequesis, 15 de mayo de 1981).

“Nadie puede negar que los últimos diez años han sido perjudiciales para la Iglesia. En lugar de la renovación prometida, nos han dado un proceso de decadencia que en gran parte se inició en nombre del Concilio y no ha hecho más que desacreditar al Concilio mismo. Por tanto, podemos afirmar que no habrá renovación en la Iglesia hasta que no haya un cambio de rumbo y un abandono de los errores adoptados después del Concilio”. (Cardenal Ratzinger, cuando era Arzobispo de Munich).

También está la evidencia de las estadísticas, los informes periodísticos y la experiencia directa. Ha habido un récord de salidas masivas del sacerdocio y la vida religiosa; una caída devastadora de las vocaciones sacerdotales y religiosas; una caída igualmente devastadora en la asistencia a Misa (el corazón del cristianismo católico), los bautismos de niños y las conversiones; el abandono casi total en grandes zonas del sacramento de la confesión; en muchos lugares, un despojo de las iglesias y una venta de sus muebles y vasos sagrados que recuerda a la reforma protestante; el cierre de innumerables escuelas, seminarios, casas religiosas, hospitales y orfanatos; un número que se dispara de divorcios y declaraciones de nulidad matrimonial; generaciones enteras creciendo en la ignorancia de la fe; y ahora en los países latinoamericanos un éxodo masivo de católicos hacia las sectas fundamentalistas porque éstas siguen predicando sobre la gravedad del pecado, la realidad del infierno y la salvación en la otra vida. Estas cosas son ahora tan bien conocidas que no hay necesidad de elaborarlas1.

Mirando la situación en su conjunto, se la podría describir como una rebelión de intelectuales que han ganado el apoyo de un gran número de laicos occidentales a través de un pacto tácito.

Por razones que se verán más adelante, una parte de la intelectualidad católica, habiendo perdido total o parcialmente su fe, quiso alterar la doctrina católica. Entre los laicos, el problema solía ser la moral, especialmente la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la procreación. Entonces, a cambio de que se les permita tener anticoncepción y divorcio, la mayoría de los laicos occidentales han permitido que los rebeldes teológicos pongan gran parte del resto de la doctrina católica en la máquina trituradora. Ésta es una simplificación de los hechos, pero no creo que los distorsione.

En esta gran rebelión doctrinal y moral, el problema comenzó mucho antes del Concilio con teólogos, pensadores y académicos que se habían convertido, total o parcialmente, al último de la larga lista de intentos de alterar la religión de Cristo para adaptarla a las opiniones o la conveniencia de los hombres, llamado modernismo.

El modernismo puede ser considerado un subproducto de ese movimiento de más de un siglo de aggiornamento cultural e intelectual mencionado en el capítulo anterior.

En todo el asunto de tamizar y “bautizar” ideas y prácticas seculares, la palabra clave es lícitamente. Marca el límite entre el aggiornamento verdadero y el falso. Los practicantes genuinos del aggiornamento son los que se mantienen del lado correcto del límite. Pero desde el comienzo del movimiento alrededor de 1815 un goteo de pensadores, cautivados por las teorías que estaban estudiando, comenzaron a perder la fe, a cruzar la línea fronteriza y a manifestarse a favor del bautismo de ideas y prácticas que la Iglesia no puede bautizar lícitamente.

Al principio aquellos que cruzaban el límite finalmente rompían con la Iglesia. Pero a medida que el siglo XX sucedió al XIX y los temas de estudio se multiplicaron y se volvieron más complicados, un número creciente [de intelectuales] con dudas sobre tal o cual artículo de fe permaneció dentro de la Iglesia. El goteo finalmente se convirtió en un arroyo y, en la década de 1950, en un pequeño lago. O, cambiando la metáfora, un movimiento herético dedicado a alterar el sentido de la fe de la Iglesia se desarrolló como un cáncer en las entrañas del movimiento para la reforma y el aggiornamento.

Al menos en su origen, el modernismo puede ser considerado como un intento fallido de aggiornamento, su lado oscuro o enfermedad ocupacional, siendo el aggiornamento en sí mismo una actividad completamente legítima.

La mayor parte del daño puede ser atribuido al tipo de erudición bíblica radical, que data de fines del siglo XVIII, que arroja diversos grados de duda sobre la autenticidad y la veracidad de la Biblia. Las dudas incluyeron a la Resurrección. Pero si la Resurrección no fue un hecho histórico, ¿en qué estaba  basado el cristianismo? Esto condujo a una nueva teoría sobre la forma en que Dios se revela.

Para los modernistas no ha habido una revelación con un contenido inmutable dada por Dios a través de portavoces especialmente designados y que termina con la muerte del último apóstol, San Juan. En la medida en que Dios habla a los hombres, lo hace principal o únicamente a través de la experiencia religiosa personal, y lo que dice cambia o es modificado continuamente a medida que el mundo y las situaciones de los hombres cambian. Hoy esta idea se llama “revelación continua", y su interpretación por parte de los teólogos “teología del proceso".

De aquí se seguiría que la doctrina cristiana tiene sólo un significado simbólico y debe ser reinterpretada continuamente. En su forma actual, representa los esfuerzos de los cristianos anteriores, menos iluminados, por interpretar lo que Dios les estaba diciendo a través de sus experiencias particulares. De manera similar con la Biblia. La Biblia es básicamente un registro de lo que los judíos y los primeros cristianos sintieron o pensaron acerca de sus experiencias internas, no acerca de lo que realmente se les dijo o les sucedió. En el modernismo todo tiene lugar en la mente, en lugar de externamente2.

Estas dos visiones de la forma en que Dios se revela, la católica y la modernista, a menudo son descritas y contrastadas como los enfoques “deductivo” e “inductivo".

La deducción es el proceso mental mediante el cual pasamos de hechos o conocimientos establecidos a sus implicaciones o consecuencias. Esto es lo que hacen los teólogos cuando tratan de explicar los aspectos más misteriosos de la revelación divina. Dado que el cristianismo obtiene la mayor parte de lo que sabe directamente de Dios, ellos piensan deductivamente.

Pensamos inductivamente cuando, partiendo de lo que podemos tocar y ver (experiencia sensible), ascendemos a un conocimiento de las causas, leyes y primeros principios que lo sustentan. Las religiones naturales, como el confucionismo y el budismo, están basadas en el pensamiento inductivo. Dependen únicamente de lo que la mente humana pueda extraer de las cosas. Al dar primacía al enfoque “inductivo", el modernismo está haciendo retroceder al cristianismo al estatus de una religión natural.

Estas teorías hicieron su primera aparición en la Iglesia Católica entre 1880 y 1907 cuando el movimiento fue detenido, o se pensó que lo había sido, por la encíclica Pascendi de San Pío X. Pero reaparecieron en el tiempo del Concilio aparentemente más fuertes que nunca. Mientras tanto, bajo la influencia de ideas seculares contemporáneas, habían recibido algunas adiciones importantes, que justifican el título de neomodernismo.

En la década de 1950, el cristianismo había dejado de ser la religión mayoritaria en la mayoría de los países occidentales. En la medida en que se podía decir que la mayoría de los occidentales tenían una religión, era una especie de fe en el progreso perpetuo y en un paraíso terrenal, en la libertad, la igualdad y la fraternidad como los ingredientes indispensables de la felicidad humana, y en la democracia como el único medio de lograrlas. El neomodernismo es la incorporación de estas ideas a la teoría modernista temprana de la revelación a través de la experiencia personal.

Si la revelación es [algo que ocurre] a través de la experiencia personal, el pueblo cristiano es el árbitro final de lo que se debe creer y hacer. Por lo tanto, el gobierno de la Iglesia debe ser remodelado más bien en la línea de una democracia popular moderna. Después de un intercambio de experiencias, el pueblo llega a un consenso que, cuando es aceptado de un modo suficientemente extendido, es ratificado por los obispos, convirtiéndose en la doctrina oficial de la Iglesia por el momento.

Los obispos son simplemente los delegados del pueblo. Sin embargo, una mirada más cercana a la teoría revela que son los teólogos, no el pueblo, quienes tienen la posición determinante. Por sí solo, el pueblo es incapaz de articular sus experiencias adecuadamente. Sólo con la ayuda de los teólogos puede descubrir lo que Dios le está diciendo. Los teólogos son las parteras de la experiencia popular3.

También parece que, al revelarse a través de las experiencias del pueblo, Dios está sujeto a las leyes de la lógica hegeliana (sólo se puede llegar a la verdad mediante la dialéctica: tesis, antítesis y síntesis).

En cualquier momento dado de la historia de la Iglesia, las nuevas ideas de los teólogos representan las experiencias e intuiciones de los miembros más despiertos de la comunidad creyente y, por lo tanto, los pensamientos e instrucciones más recientes de la Deidad. Estos, sin embargo, serán automáticamente resistidos por los obispos. Los obispos, siendo conservadores por naturaleza, querrán aferrarse a la doctrina actual, aunque ésta refleja en gran parte situaciones de vidas pasadas y experiencias muertas. De allí se sigue un “choque creativo", con teólogos que disienten y obispos que amenazan con anatemas. Finalmente, los obispos se rinden y dan su aprobación a las nuevas ideas. Pero una vez más ellos imaginan erróneamente que lo que han avalado seguirá siendo doctrina oficial para siempre. Así que, cuando las situaciones de vida y las experiencias de los fieles cambian una vez más, se hace necesario un nuevo choque creativo. Y así sucesivamente. Así es como el modernismo entiende el desarrollo de la doctrina. Aunque la teoría tiene una base supuestamente democrática, de hecho convierte a los teólogos en obispos y a los obispos en mandaderos.

El neomodernismo cambia también el concepto de salvación. La salvación significa ser librado de la miseria física y espiritual en este mundo, no la liberación del pecado en este mundo y de sus consecuencias en el venidero. “Transformar el mundo” material y políticamente reemplaza, por tanto, a la difusión del Evangelio y la santificación de los hombres como el corazón de la misión de la Iglesia. La salvación en el otro mundo es más o menos una certeza.

No hace falta decir que sólo una minoría de católicos, si podemos llamarlos así, se adhiere conscientemente a estos principios modernistas radicales. Sin embargo, su influencia está muy extendida incluso hasta el nivel parroquial. El efecto principal ha sido sugerir que, en palabras de un conocido miembro de una orden religiosa, “todo está en juego". Los intentos más exhaustivos de poner en práctica el modernismo radical hasta ahora han estado en Holanda y en las “comunidades de base” sudamericanas inspiradas en la teología de la liberación4.

El intento de imponer a los católicos u otros cristianos una inversión tan total de lo que siempre han creído sólo puede ser descrito como una revolución, que es de hecho como sus defensores y simpatizantes admiten verlo.

Por supuesto, es una revolución principalmente de ideas y, por lo tanto, sin consecuencias físicas desagradables o aterradoras. No hay bombas ni pelotones de fusilamiento. Las ruedas de la vida diocesana y parroquial continúan girando, mientras que los propios revolucionarios, y sus ahora numerosos simpatizantes bien arraigados en la mayoría de las burocracias eclesiásticas occidentales, son hombres y mujeres profesionales respetables, en su mayor parte con sonrisas amistosas, modales agradables y lo que consideran como las mejores intenciones, que hablan el lenguaje de la religión y usan frases hechas y teorías en lugar de dinamita. Por lo tanto, ahora que han pasado los primeros sobresaltos y emociones, a muchos católicos les resulta bastante fácil convencerse de que no ha pasado nada muy importante o, si lo hecho, lo que sea que fuera ha terminado. Pero aún es una revolución, o un intento de revolución, incluso si las transformaciones ahora se realizan en su mayoría fuera de la vista, en las mentes y los corazones de los fieles sin que éstos sean conscientes de ello5.

De los teólogos, la gran revuelta que estoy describiendo se extendió a los sacerdotes (no pocos arrastrados por la expectativa de que la Iglesia se iba a ver obligada a cambiar sus leyes sobre el celibato clerical), y de los sacerdotes a los laicos por las razones señaladas antes. En gran escala, sólo más tarde y más lentamente se le unieron obispos. Empero, trágicamente, esto también sucedió al final.

Cuando encontramos numerosos obispos que permiten o incluso alientan activamente enseñanzas en desacuerdo con la dada por el Papa, y con la dada constantemente por la Iglesia a través de los siglos, sólo podemos suponer que ellos han llegado a creer al menos algunas de las novedades doctrinales. Inevitablemente, muchos de los fieles han llegado a la conclusión de que la herejía no importa tanto, o que el Papa y una jerarquía local tienen la misma autoridad y uno puede seguir la enseñanza que le plazca.

Esta revuelta o colapso episcopal ha sido la segunda causa principal del caos y la pérdida de la fe6.

¿Por qué Roma lo permite? ¿Por qué Pablo VI inició una política de enseñar y dar advertencias, mientras se abstenía (excepto en un caso) de disciplinar o castigar? Ésta es una pregunta que será más fácil de responder para los historiadores futuros que para nosotros. Pero quizás podamos ver los comienzos de una explicación en las enseñanzas del Concilio sobre la colegialidad y el ecumenismo.

La doctrina de la colegialidad trata de una mayor participación de los obispos en el gobierno de toda la Iglesia. Para implementarla, la Santa Sede, inmediatamente después del Concilio, se embarcó en una política de descentralización. Con respecto a los teólogos disidentes, Roma hizo saber que quería que los obispos locales se encargaran de aplicar la disciplina.

El ecumenismo también dificultó el uso de medidas fuertes [de disciplina]. ¿Cómo se iban a mantener buenas relaciones con los cristianos separados si la Iglesia comenzaba a castigar o excomulgar a teólogos u obispos por sostener opiniones similares a las de los mismos hermanos separados7?

Otra iniciativa conciliar estaba provocando un acercamiento entre la Iglesia y “el mundo moderno” (la cultura secular occidental). Esto parece haber generado el deseo de hacer que la Iglesia apareciera tanto como fuera posible como amiga de la libertad de opinión.

Sin embargo, los requisitos de estos tres objetivos no siempre han sido fáciles de armonizar. En 1968, por ejemplo, el Cardenal O’Boyle de Washington disciplinó a diecinueve de sus sacerdotes por haber desafiado la doctrina de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, publicada poco antes, que defendía la posición de la Iglesia sobre la ilicitud de la anticoncepción. Los sacerdotes apelaron a Roma y, tres años más tarde, bajo la presión del jefe de la Congregación para el Clero, el Cardenal O’Boyle restableció a aquellos de los diecinueve originales que para entonces no habían dejado el sacerdocio. Ninguno de ellos fue obligado a hacer una retractación pública.

De manera similar, en 1978, el Obispo de Baton Rouge, Luisiana, fue convocado a Roma y reprendido por la Congregación para los Obispos, aunque esta vez (parece) sin el conocimiento del Santo Padre, porque había prohibido al teólogo moral disidente P. Charles Curran predicar en su diócesis.

En estos dos casos, el respeto a las susceptibilidades liberales parece haber prevalecido sobre el principio de colegialidad.

Cualesquiera que sean los pros y los contras de la nueva política —y bien puede ser que a estas alturas las medidas fuertes empujaran a un gran número de católicos occidentales a un cisma expresado más abiertamente—, ha sido, no obstante, una de las cosas más difíciles de entender para los fieles leales a la Santa Sede. Se les había enseñado a concebir la herejía en el mismo nivel que el asesinato, el robo y el adulterio [o, mejor dicho, como algo aún peor]. Sin embargo, aquí estaba siendo tolerada aparentemente como si fuera de poca importancia. Pero sólo porque son leales lo siguen siendo a pesar de que la estrategia de la sede central suele estar más allá de su comprensión8.

En la práctica, al final del reinado del Papa Pablo los teólogos revolucionarios habían establecido un derecho de facto de enseñar sus errores en la Iglesia a la par con la doctrina de la fe. Así que se podría decir que ellos ganaron el primer round en su campaña para apoderarse de la Iglesia y cambiar su constitución y doctrina.

Notas

1. El divorcio seguido de un nuevo matrimonio no está permitido en la Iglesia Católica. Pero en muchas áreas a las parejas divorciadas y casadas de nuevo se les permite discretamente recibir la Sagrada Comunión, lo que equivale a que esté sancionado localmente en la práctica, mientras que las nulidades (declaraciones de que no hubo un matrimonio válido en primer lugar) a menudo se dan por razones insuficientes, dejando la impresión de que son sólo una forma católica de divorcio.

2. Los padres reconocerán aquí los orígenes de la catequesis “experiencial": clases de religión en las que, en lugar de enseñar a los niños las verdades de la fe, se los anima a escribir o discutir lo que piensan o sienten sobre Dios, su mundo y la forma de agradarle. Como resultado, durante los últimos treinta años la mayoría de los jóvenes católicos en Occidente han crecido en gran medida ignorantes de su fe. La experiencia de vivir nuestras creencias puede profundizar nuestra comprensión de ellas, pero no las altera ni se añade a ellas. De manera similar, la teología mística se sirve de las experiencias de los santos en su vida de oración, pero sin considerar esas experiencias como una revelación rival.

3. Véase, por ejemplo, Bernard Lonergan SJ, Method in Theology [El método en teología], especialmente el capítulo 5, donde se sugiere que el punto de partida de la teología no debería ser la revelación divina sino la “vida cristiana", y las doctrinas aparentemente son juzgadas valiosas según  promuevan u obstaculicen la vida cristiana del “mejor tipo".

4. “De estas negaciones, que he descrito con toda la severidad de sus consecuencias, rara vez se habla tan abiertamente. Los movimientos, sin embargo, son claros y no se limitan sólo al ámbito de la teología” (Cardenal Ratzinger, discurso a los presidentes de las comisiones doctrinales europeas en el invierno de 1992-1993). En verdad, continuó el cardenal, ellas son “aún más pronunciados” en la predicación y la catequesis “que en la literatura estrictamente teológica".

5. En el invierno de 1982-1983 el semanario católico de Londres The Tablet publicó una serie de artículos sobre el significado del Concilio Vaticano II llamado La revolución del Vaticano II. Cuando el presente escritor sugirió al editor que una revolución significa reemplazar lo que existe por algo totalmente diferente y que éste no fue el objeto del Concilio, él continuó insistiendo en que la palabra “revolución” describía exactamente la obra del Concilio. Definición de revolución del Oxford English Dictionary [Diccionario de Inglés de Oxford]: “cambio completo, inversión, gran revocación de las condiciones, reconstrucción fundamental, especialmente sustitución forzada por los súbditos de un antiguo gobernante o política por uno nuevo".

6. Para ser justos se debe decir que en el período posterior al Concilio muchos obispos y muchos sacerdotes que luego se convirtieron en obispos fueron sometidos a cursos de actualización por parte de expertos, a menudo ellos mismos heterodoxos o confundidos.

7. Parece haber razón para pensar que en la época del Concilio las más altas autoridades estaban persuadidas de que si Lutero no hubiera sido excomulgado la reforma [protestante] nunca se habría producido. Un poco más de diálogo y Lutero y sus seguidores habrían vuelto al redil. Esto explicaría el manejo del [caso del disidente] P. Hans Küng. Irónicamente, el P. Küng ha dado todas las señales de querer ser un nuevo Lutero. Ha hecho todo lo que ha podido para que lo excomulguen. Sin embargo, la Santa Sede parece igualmente decidida a no complacerlo. Él debe de ser un hombre profundamente desilusionado.

8. Al explicar la nueva política hace más de una década y media, el entonces secretario de una congregación romana (ahora cardenal prefecto de otra diferente) dijo al autor que, más que condenar los errores, hoy la Santa Sede prefería “inundar los errores con la verdad” o, en palabras de Juan Pablo II a André Frossard, permitir que “el error se destruya a sí mismo” (Catholic World Report, Noviembre de 1995). Esto es simplemente una extensión del principio del Papa Juan “es mejor usar los medios de la misericordia que los de la condena". La mayoría de los católicos pensaron que el Papa Juan estaba hablando de su uso en el Concilio. No se dieron cuenta de que el principio continuaría aplicándose más o menos indefinidamente. Sin embargo, el Cardenal Ratzinger ha arrojado la luz más clara sobre los orígenes de la nueva política en sus Principles of Catholic Theology [Principios de la teología católica] (Ignatius Press, 1987, p. 229; original alemán, 1982). Después de hablar de la “gran tensión y agitación” en la Iglesia, de la exigencia de muchos fieles de “un claro trazado de líneas", y de la incapacidad “del Papa y de los obispos para decidirse aún a favor de tal acción", la atribuye al “resentimiento que ha crecido en el último medio siglo debido a innumerables decisiones defectuosas, y sobre todo debido al manejo demasiado estrecho de la disciplina de la Iglesia (en el pasado)", un resentimiento que describe como “semejante a un forúnculo que crece hacia adentro en la conciencia eclesial", que “ha creado una alergia a la condena, de la que se puede esperar más fácilmente un aumento del mal que su curación". En cuanto a si la verdad logrará a la larga ahogar el error, el cardenal se limita a la cautelosa declaración “habrá que ver si… este enfoque de la disciplina en materia de doctrina puede servir como un modelo para el futuro".


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10 comentarios

  
Marta de Jesús
Muy divulgativo, a la par que sencillo de leer. Para entender lo que está pasando a la luz de lo que ha pasado en los siglos pasados más recientes al actual. Lo que no seamos capaces de ver ahora lo veremos claro más adelante.

Me pregunto si aunque el error se destruya a sí mismo, como tarde o temprano ocurrirá, a la luz de lo que parece está ya ocurriendo, habrá merecido la pena llevarlo tan lejos. Pienso como Benedicto16, creo, persona humilde donde las haya.

Pertenezco a esa generación de no formados correctamente. Pero en vez de conseguirnos los modernistas, los herejes, para entendernos, Dios a algunos nos mantiene como brotes verdes en la Fe milenaria, que los de otras generaciones anteriores, tampoco arrastrados, deben regar y cuidar. Quizá ustedes y nosotros seamos quienes Cristo quiera como el futuro de SU Iglesia. Sin Él nada podremos, eso está claro.

A la espera de su próxima entrega, gracias. Esto nos ayuda a formarnos.
24/02/23 1:06 AM
  
Federico Ma.
Muchas gracias, Daniel. Dios te lo pague. Este libro de Trower parece ser tan bueno como los otros dos que has traducido.

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DIG: Muchas gracias, Federico. Éste es mi sexta obra de traducción y la cuarta de Trower.

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Vale notar que en realidad la herejía no está objetivamente en el mismo nivel de gravedad que el asesinato, el robo y el adulterio, sino que es más grave, según enseña santo Tomás.

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DIG: De acuerdo. Agregué una aclaración.

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En cuanto a lo que decía Ratzinger, me gustaría saber a qué se refería en concreto al hablar de "innumerables decisiones defectuosas" y "al manejo demasiado estrecho de la disciplina de la Iglesia (en el pasado)". Y decía también, conforme a la cita: "…alergia a la condena, de la que se puede esperar más fácilmente un aumento del mal que su curación". Pero en cuanto la condena se ordena también a la preservación del contagio y difusión del error, parece que este enfoque disciplinar de la "no-condena" se ha revelado como sumamente negativo...


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DIG: Creo que existe un consenso muy amplio acerca de que, en su lucha contra el modernismo en el período 1910-1930, Roma "cortó grueso" (como se dice por estos lares). Por no dar más que un ejemplo, un biblista ejemplar como el P. Marie-Joseph Lagrange OP sufrió medidas disciplinarias y estuvo mucho tiempo bajo sospecha. Yo diría que, así como hoy se peca por defecto en el combate contra la herejía, en esa época se pecó por exceso. Así se generó esa "alergia" de la que habló Ratzinger, y que impulsó, creo yo, un movimiento pendular de reacción, hacia el extremo contrario.
26/02/23 2:31 AM
  
Néstor
"como una rebelión de intelectuales " Precisemos, que siempre es importante: clérigos.

Saludos cordiales.
05/03/23 5:58 PM
  
Néstor
"a cambio de que se les permita tener anticoncepción y divorcio, la mayoría de los laicos occidentales han permitido que los rebeldes teológicos pongan gran parte del resto de la doctrina católica en la máquina trituradora."

Bella síntesis.
05/03/23 5:59 PM
  
Néstor
"Con respecto a los teólogos disidentes, Roma hizo saber que quería que los obispos locales se encargaran de aplicar la disciplina."

Complementemos: los Obispos, una vez lograda la ansiada colegialidad y mayor responsabilidad y participación, se callaron y dejaron que los "teólogos" herejes tomaran la batuta.
05/03/23 6:05 PM
  
Néstor
"Los sacerdotes apelaron a Roma y, tres años más tarde, bajo la presión del jefe de la Congregación para el Clero, el Cardenal O’Boyle restableció a aquellos de los diecinueve originales que para entonces no habían dejado el sacerdocio."

Importante también: Los Obispos sabían que sólo hasta cierto punto podían contar con el apoyo de Roma.
05/03/23 6:07 PM
  
Néstor
"y bien puede ser que a estas alturas las medidas fuertes empujaran a un gran número de católicos occidentales a un cisma expresado más abiertamente"

¿Y?
05/03/23 6:08 PM
  
Néstor
"En la práctica, al final del reinado del Papa Pablo los teólogos revolucionarios habían establecido un derecho de facto de enseñar sus errores en la Iglesia a la par con la doctrina de la fe."

No más preguntas, Señoría.
05/03/23 6:10 PM
  
Néstor
No creo que el modernismo y post-modernismo sea una reacción pendular al excesivo rigor de Roma. Las medidas fuertes de San Pio X son algo más bien puntual y son sí una reacción a un ataque que ya venía de antes del Concilio Vaticano I. No explican la magnitud del mal que representa la crisis modernista, neomodernista, progresista, y ainda mais. Las más de la veces esas quejas proceden de clérigos cuya mentalidad ya está afectada por la filosofía moderna y ya son incapaces de comprender las razones obvias de las intervenciones del Magisterio. El modernismo es un caso claro de corrupción intelectual.

Saludos cordiales.

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DIG: Creo que esto se refiere a una respuesta mía a un comentario previo. Allí yo no dije que el neomodernismo fue una respuesta pendular al excesivo rigor de Roma contra el modernismo, sino que la respuesta débil de Roma al neomodernismo se debió en parte a una reacción pendular al excesivo rigor de Roma contra el modernismo. ¡Feliz Domingo!
05/03/23 6:15 PM
  
Néstor
Bueno, pero me parece a mí que la explicación está más en el pasaje de Pio XII a Juan XXIII.

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DIG: Sí, pero en la "nueva política" de Juan XXIII contra la herejía puede haber influido un movimiento pendular del tipo descrito.

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Recordar que Pio XII escribió la Encíclica "Humani Generis" contra los errores de la "nueva teología".

Además, lo del P. Lagrange en todo caso es una consecuencia "per accidens", pero fuera de eso ¿cuál fue el excesivo rigor de San Pio X? Gracias a su intervención se logró por el momento aplastar al monstruo modernista. ¿O es que había que "dialogar" con ellos? Ya vemos el resultado del "diálogo" con los heterodoxos hoy día.

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DIG: El Sodalicio piano denunció no sólo a los modernistas, sino también a un montón de teólogos ortodoxos. Muchos de ellos estuvieron mucho tiempo bajo sospecha injustamente, un poco como le pasó a Newman medio siglo antes. Y sí, el diálogo funciona a veces, cuando se practica bien.

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Es cierto que en temas bíblicos, por ejemplo, la Iglesia tuvo que ir modificando algunos de sus juicios iniciales dados al comienzo de esa crisis, pero eso no justifica caracterizar globalmente la reacción como "excesiva",

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DIG: Puede ser una mera cuestión de palabras, pero yo diría que, si la Pontificia Comisión Bíblica, a principios del siglo XX, prohibió muchas afirmaciones que hoy se consideran correctas u ortodoxas, entonces su reacción fue excesiva; lo cual no quiere decir que el peligro contra el que luchó no fuera muy grave.

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lo que buscaban los promotores de la primavera de los años 60, en muchos casos al menos, no era el equilibrio ni el centro ni nada de eso.

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DIG: Según la terminología de Trower, los reformadores sí y los rebeldes no; pero lo que estábamos discutiendo no era eso, sino la respuesta de Roma a los rebeldes.

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Saludos cordiales.

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DIG: Muchas gracias, Néstor.
06/03/23 3:15 AM

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