31.12.24

Los Magos, ¿astrónomos persas?

En el último consistorio, celebrado en Roma el pasado 7 de diciembre de 2024, el papa Francisco “creó”, así se dice, a veintiún nuevos cardenales; entre ellos, a Dominique Joseph Mathieu, un franciscano conventual que es, desde 2021, arzobispo de Teherán-Isfahán de los Latinos, en Irán. Los católicos de rito romano, pertenecientes a este arzobispado, son muy pocos, unas dos mil personas, casi todos extranjeros, bien porque se trate de personal de las embajadas o de trabajadores procedentes en su mayoría de Filipinas, Corea y otros países. La presencia cristiana en Irán, que se remonta a los primeros siglos de la existencia de la Iglesia, no se reduce a los católicos latinos, ya que en tierra persa continúan viviendo cristianos de las antiguas iglesias orientales: Iglesia apostólica armenia, Iglesia asiria del Oriente, Iglesia católica caldea; además de miembros de varias denominaciones protestantes.

Los sacerdotes persas de la Antigüedad pagana eran conocidos por escrutar los cielos desde las alturas de los zigurats, las famosas torres escalonadas y piramidales características de la arquitectura religiosa asiria y caldea. Se da la coincidencia de que el mencionado arzobispo-cardenal de Teherán-Isfahán de los Latinos, el primer cardenal que desempeña su ministerio en suelo iraní, el belga Dominique Joseph Mathieu, es, desde su juventud, un apasionado de la astronomía. Tuvo su primer telescopio a los doce años y en una entrevista reciente confesaba que, ya más adulto, “al escudriñar el espacio me llenaba de asombro y gratitud por las maravillas de Dios”.

Los Magos de Oriente de los que habla el evangelio según san Mateo eran, probablemente, sacerdotes persas; hombres habituados a examinar, a inquirir y a averiguar cuidadosamente el mundo de los astros. Pero, además, eran, como escribe Benedicto XVI, “hombres de esperanza”, filósofos y sabios religiosos buscadores de la verdad y del verdadero Dios. Algunos creen que la estrella del relato de san Mateo no es un fenómeno astronómico, sino una referencia exclusivamente teológica.Pero una cosa no excluye necesariamente la otra.

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26.12.24

Santa María, madre de Dios

Siguiendo la costumbre de los israelitas, los cristianos celebramos las grandes fiestas durante ocho días. La solemnidad de la Navidad tiene, por consiguiente, su “octava” en la solemnidad de santa María, madre de Dios. María y Jesús están indisociablemente unidos, con un singular vínculo materno-filial. Como decía Pablo VI, “en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él”. Contemplar la maternidad divina de María ayuda a comprender en toda su hondura la verdad de la encarnación: “El Verbo se hizo carne”; es decir, el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre.

Por ser la madre de Jesucristo, el Verbo encarnado, los cristianos invocaron, desde muy pronto, a María como “madre de Dios” - “theotókos”, en lengua griega -. Este título no era del gusto de Nestorio, patriarca de Constantinopla desde el año 428, quien, contraviniendo el uso tradicional en la piedad popular, en la liturgia y en la teología, pedía que a María se le llamase no “madre de Dios”, sino “madre de Cristo”. Muchos de sus feligreses protestaron contra Nestorio, encontrando, en el descontento, un aliado en el patriarca de Alejandría, Cirilo, quien defendió a María como “theotókos”: si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué la Virgen santísima no puede ser llamada “madre de Dios”?, se preguntaba.

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19.12.24

Navidad, signo y misterio

He tenido ocasión de visitar el magnífico “Belén Monumental” instalado en Vigo, en la “Casa das Artes”. Se trata de un “Belén Napolitano”, un estilo que se distingue por la atención al detalle, tanto al representar las escenas principales del nacimiento de Jesús como los momentos cotidianos que caracterizan la vida de los hombres. El belén es un “hermoso signo” – “admirabile signum” -, que, como dice el papa Francisco en una carta apostólica, causa siempre asombro y admiración.

El hermoso signo del belén remite al Signo por excelencia, que es Jesucristo. Por su Encarnación, el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, “haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre”, dice san Pablo. Todo en la vida de Jesús es signo de su misterio: desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su pasión y el sudario de su resurrección. Él es Dios hecho hombre, el universal concreto, el Todo en el fragmento.

El Invisible en él se hace visible; el Eterno, temporal; el Todopoderoso, débil. Quien ve a Jesucristo, ve al Padre: “Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino”, enseña el Concilio Vaticano II. No hay que ir muy lejos para encontrar a Dios, ya que su misterio, su gloria, resplandece en la humildad de un recién nacido.

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13.12.24

Tiranías

El tirano es aquel que rige un Estado sin justicia y a medida de su voluntad. Para un déspota los derechos humanos son palabras sin significado y las leyes equivalen a meras convenciones que se pueden modificar siguiendo su propio capricho. El sátrapa gobierna arbitrariamente y hace ostentación de su poder: lo de menos es quién tenga la razón, lo importante es que todos sepan quién manda y qué les puede pasar si contradicen a quien manda.

Nicaragua parece estar sometida a una dictadura cada vez más insoportable. La oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha alertado sobre esta situación: “En el país impera un clima represivo y de gran severidad”. El Gobierno no se detiene a la hora de despojar a los ciudadanos de su nacionalidad y de sus bienes, convirtiendo a muchas personas en apátridas. Y todo en nombre del “Frente Sandinista de Liberación Nacional”. Prometen “liberación” y ejercen represión; algo contradictorio para cualquier persona normal, pero algo completamente lógico para un tirano.

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5.12.24

El alcalde y las luces de Navidad

Sor Juana Inés de la Cruz, nacida a mediados del siglo XVII en el Virreinato de Nueva España – hoy México -, es una destacada integrante del Siglo de Oro español y del barroco literario novohispano. Desde muy niña, sor Juana mostró una auténtica pasión por el saber, por la adquisición de conocimientos. Dicen que solía cortarse un mechón de cabello y plantearse el reto de aprender un tema específico antes de que volviera a crecer, o de lo contrario lo cortaba de nuevo, pues “no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias”.

En 1667 profesó como monja. Primero en las Carmelitas Descalzas y, poco después, en un monasterio de Jerónimas. La Iglesia y la corte le pedían con frecuencia “villancicos”, composiciones poéticas que, en ocasiones, como en el caso de sor Juana, tenían un autor culto pero que, no obstante, mantenían el tono popular y el recurso al humor. Los villancicos se cantaban en las catedrales de México, Puebla y Oaxaca. Ya desde comienzos del siglo XVII había florecido en la Nueva España el “villancico de maitines”, cantado polifónicamente en las vísperas de las grandes celebraciones religiosas.

Uno de estos villancicos de maitines, atribuido a sor Juana Inés de la Cruz, es el titulado “El alcalde de Belén”. Se trata de una “Ensalada”; es decir, de un género que mezcla elementos dispares: narrativa y lírica, metros diversos y temas variados. En la introducción se recoge la anécdota narrativa: “El Alcalde de Belén/ en la Noche Buena, viendo/ que se puso el azul raso/ como un negro terciopelo,/ hasta ver nacer al Sol,/ de faroles llena el pueblo,/ y anuncia al Alba en su parto/ un feliz alumbramiento”. El Alba es la Virgen María que va a alumbrar al Sol, que es Jesucristo.

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