21.04.25

Ha muerto el Papa

Lo comunicaba en la mañana de hoy, 21 de abril de 2025, el cardenal Kevin Joseph Farrell, Camarlengo del Vaticano: “Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7,35 de esta mañana el obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre”. Ayer, domingo, el Papa impartía con gran dificultad la “Bendición Urbi et Orbi” desde el balcón central de la basílica de san Pedro. Su rostro, a decir verdad, era, más que el de un enfermo, el de un moribundo. ¡Descanse en paz!

Viene a mi memoria el 2 de abril de 2005, cuando el papa san Juan Pablo II, en la tarde del sábado de la Octava de Pascua, entregaba su alma a Dios. En aquel año, yo estaba estudiando en Roma y el 2 de abril regresaba en tren desde Milán, tras unos días pasados en esa ciudad. Durante el trayecto, los viajeros se preguntaban unos a otros: “¿Cómo va el Papa?”. La agonía de Juan Pablo II, su última lucha, fue seguida con enorme implicación emocional por parte de los católicos y de muchas otras personas, creyentes y no creyentes. La celebración de sus funerales y el grito espontáneo de “Santo subito” así lo testimoniaron. Y, después, llegó el cónclave y la elección de Benedicto XVI, el 19 de abril.

Estamos de nuevo en abril, también en la Octava de Pascua. Y, otra vez, me coincide estar en Roma, debido a una beca de investigación concedida por la Iglesia Nacional Española de Santiago y Montserrat. Son hitos señalados – el fallecimiento de los papas - que marcan la historia de la Iglesia y que impactan profundamente el recuerdo personal. El tiempo de Pascua constituye un anuncio de triunfo que se basa en la resurrección de Cristo, quien muriendo destruyó la muerte, inaugurando así una nueva, inédita, etapa en la historia de la vida: la vida eterna, la verdadera, la que ya no está amenazada por la muerte y por sus consecuencias.

Leer más... »

16.04.25

Domingo de Pascua: Al tercer día

En su novela “El loco de Dios en el fin del mundo”, Javier Cercas escribe: “la Iglesia no es solo un hospital de campaña, ni solo una ONG; también –o antes que nada– es el hogar inconcebible de Dios. Los Cristos de Elqui de Francisco no solo entregan su vida en holocausto por un mundo mejor; la entregan, sobre todo, por algo insuperable, infinitamente mejor que el mejor de los mundos: la resurrección de la carne y la vida eterna”.

Tiene razón. Sin la resurrección de Cristo, primicia de la resurrección de los muertos, la fe cristiana cae, no se mantiene. Lo afirma san Pablo con absoluta claridad: “si Cristo no ha resucitado de entre los muertos, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe”.

El teólogo, primero luterano y después converso al catolicismo, Heinrich Schlier (1900-1978) resume lo que el Nuevo Testamento entiende por “resurrección de Cristo” con estas palabras: “en la resurrección de Jesucristo, Dios arrebató del dominio de la muerte a aquel que murió en la cruz y fue sepultado, y lo resucitó al poder y a la gloria de la vida donada por Dios, que es la vida en su forma absoluta, sin adjetivos. La resurrección de Jesucristo es la ascensión de Jesucristo muerto al poder vivificante de Dios”.

Leer más... »

9.04.25

Domingo de Ramos: La Pasión de Dios

El Domingo de Ramos abre la Semana Santa. Es el primer acto de un drama divino y humano que, atravesando el Calvario, desemboca, al tercer día, en la mañana de Pascua. La piedad popular, tras el gozo de las aclamaciones del Domingo de Ramos, tiende a acentuar los misterios de dolor del Nazareno, compartidos por su Madre, la Virgen de los Dolores: “Del Calvario subiendo a la cumbre/ el reo divino a su madre encontró,/ y una espada de filos agudos/ del Hijo y la Madre hirió el corazón”, canta un Via Crucis popular al contemplar la cuarta estación.

No obstante, si queremos transitar del signo al misterio, de lo que “aparece” a lo que “es” en realidad, el subrayado no debería centrarse en la cantidad del dolor sufrido – por otra parte, ¿quién podría medirlo? – sino en la singularidad del Doliente. La Semana Santa nos interroga acerca de la identidad última de Jesús y, simultáneamente, si estamos atentos, nos la revela. El Doliente no es un hombre más, sino el Hijo de Dios hecho hombre, consustancial con el Padre por su divinidad y consustancial con nosotros por su humanidad. Solo si es verdadero Dios y verdadero hombre se podrá decir que con su muerte vence la muerte; solo si es Dios y hombre, el amor se manifestará en él como más fuerte que la muerte.

Leer más... »

2.04.25

La oración del no creyente

Acaba de ser publicado en Italia un libro del psiquiatra y escritor Vittorino Andreoli (Verona 1940) con el sugestivo título “La oración del no creyente”. Para los católicos, la oración, sepámoslo o no, “es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre”. Y, como enseña san Agustín, Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. De esta sed, de este anhelo, de esta búsqueda del significado de la propia existencia, aun sin la certeza de Dios, da testimonio el escrito de Andreoli: La oración del no creyente – nos dice - “expresa el deseo de lo divino que está dentro de lo humano”. Y, ello, a pesar de que este deseo tiene como contexto una sociedad y una cultura marcada por la duda y por la pérdida de fe, por el cansancio de creer.

El autor da voz a los que buscan, a los que no creen pero quisieran creer, a los que creían y ya no creen. Al leer su reflexión es fácil evocar a dos personajes de “San Manuel Bueno, mártir”, de Miguel de Unamuno; el del sacerdote Manuel Bueno y el de Lázaro. Ambos “se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, pero sin creer creerlo, creyéndolo en una desolación activa y resignada”. La demarcación entre el creyente y el “otro de la fe” no siempre es una frontera nítida. El “otro de la fe” permanece en cierto modo en el creyente, que necesita investigar lo que cree y profundizar en las razones por las que cree. Y, viceversa, el creyente se cuela por los entresijos de la mente y del corazón del que, oficialmente, dice no creer. Ambos, creyente y no creyente, tienen en común la condición humana, que es apertura a lo nuevo y búsqueda de lo que es más grande que el propio pensamiento. San Anselmo, en su “Proslogion”, decía que “Dios es más grande que todo lo que puede ser pensado” pero, a la vez “es lo más grande que puede ser pensado”. Esa posibilidad da cuenta de la singularidad del hombre, “el animal divino”, que diría Gustavo Bueno.

Leer más... »

20.03.25

Centenario del fallecimiento del arzobispo Lago González

El 18 de marzo de 2025 se cumplió el centenario del fallecimiento del arzobispo Manuel Lago González (Tui, 26 de octubre de 1865 – Santiago de Compostela, 18 de marzo de 1925). Era hijo, el primogénito de seis hermanos, de José Lago Maceira, natural de Randufe (Tui) y de Carlota González Fernández, natural de Vigo. En su acta de bautismo, celebrado en la Parroquia de El Sagrario de la catedral tudense, figura una nota marginal: “Este niño fue consagrado en esta Catedral Obispo de Osma el 3 de abril de 1910”.

El que llegaría a ser obispo de Burgo de Osma, luego de Tui y, finalmente, arzobispo compostelano comenzó sus estudios en el Seminario de Tui en 1878. Dedicó diez años a estudiar sucesivamente Humanidades, Filosofía, Teología, Disciplina Eclesiástica y Derecho Canónico, obteniendo siempre las más altas calificaciones. En Santiago de Compostela, en la Universidad Pontificia, perfeccionó sus conocimientos de griego y de hebreo y, algo después, se doctoró en Teología.

Leer más... »