Philip Trower, La Iglesia Católica y la Contra-fe -Conclusión
La Iglesia Católica y la Contra-fe: Un estudio de las raíces del secularismo moderno, el relativismo y la descristianización
Por Philip Trower
Contenidos
Parte 1. La civilización occidental en los siglos XX y XXI: creencias centrales
Capítulo 1. Por favor use la puerta principal
Capítulo 2. ¿Qué fue la Ilustración?
Capítulo 3. Las denominaciones
Capítulo 4. El progreso perpetuo
Capítulo 5. Los principios de 1789
Capítulo 6. La salvación por la política
Capítulo 7. Los derechos humanos y los males humanos
Parte 2. Influencias secundarias
Capítulo 8. El cambio al sujeto humano en filosofía
Capítulo 9. El existencialismo: Heidegger y Sartre
Capítulo 10. El personalismo: Buber, Marcel y Scheler
Capítulo 11. El personalismo: Maritain y Mounier
Capítulo 12. La idea evolutiva
Capítulo 14. Mayormente sobre Freud
Capítulo 15. Principalmente acerca de Jung
Capítulo 16. El hombre en plural
Capítulo 17. Las palabras y su significado
Capítulo 18. El encuentro con el protestantismo
Capítulo 19. Barth y la neo-ortodoxia
Parte 3. Impacto dentro de la Iglesia: un teólogo y la liturgia
Capítulo 21. El traje del emperador
Capítulo 22. Desnudo pero no avergonzado
Capítulo 23. El cambio litúrgico: el contexto histórico
Capítulo 24. La nueva liturgia
CONCLUSIÓN. POR FAVOR SALGA POR LA PUERTA DE ATRÁS
Probablemente no sea necesario pedirle que lea este capítulo final porque no solemos tener la misma repugnancia por las posdatas, las conclusiones y los epílogos [que por los prólogos]. De hecho, nuestras expectativas sobre las posdatas, las conclusiones y los epílogos tienden, si acaso, a ser demasiado altas. Subconscientemente los esperamos como el punto en el que todo terminará felizmente o será bien atado. Pero eso, por supuesto, es imposible cuando estamos leyendo sobre eventos históricos en lugar de ficción. Un libro de este tipo está diseñado para ayudarlos en su camino como cristianos y católicos a lo largo de los años venideros, no para predecir cuáles serán las condiciones probables del entorno. Así que ustedes podrían estar decepcionados, aunque espero que no lo estén.
Como dije en el Capítulo 1, aunque este libro es como el anterior, Turmoil and Truth [El alboroto y la verdad], en que ambos se ocupan de la crisis provocada por la desintegración de la cristiandad y la suplantación de la cristiandad por un poderoso rival intelectual y espiritual, el énfasis en el volumen anterior estaba en los debates y conflictos dentro de la Iglesia, mientras que aquí está principalmente en los debates y desacuerdos con grupos y cuerpos de opinión fuera de la Iglesia, y en la crisis moral y espiritual por la que está pasando todo el mundo occidental.
Entonces, a fin de hacer una evaluación final de esa crisis y de su impacto en la Iglesia, comencemos recordando el camino que hemos estado siguiendo, retrocediendo desde el punto al que hemos llegado ahora hasta nuestro punto de partida en el Capítulo 1.
En los últimos cinco capítulos hemos explorado la influencia del pensamiento y la cultura occidentales modernos en dos de las áreas más sensibles de la vida de la Iglesia: la teología y la liturgia. Sólo la Iglesia puede solucionar los problemas resultantes. Éste es en primer lugar un asunto para el magisterio, y el asunto en cuestión es la protección y propagación de la revelación divina.
Sin embargo, la mayor parte del libro es diferente. Dejando de lado los capítulos sobre Karl Barth y la teología protestante liberal [capítulos 18 y 19], los diecisiete primeros capítulos se ocupan de campos académicos reconocidos; o de la indagación filosófica y científica, donde el factor predominante es la razón más que la revelación. El debate aquí es entre los eruditos y pensadores de la Iglesia y sus contrapartes no cristianas —quienes, al menos en teoría, están todos interesados y comprometidos únicamente en descubrir la verdad sobre aquellas cosas que están dentro del alcance de la mente humana que opera por sí misma—. En este debate, la imparcialidad es la virtud que todos los participantes deberían y quisieran poder reivindicar, y la cuestión principal es si se puede demostrar que una proposición o hipótesis particular es verdadera. Si puede serlo de forma indudable, entonces la cuestión de cómo afecta nuestra comprensión de esta o aquella verdad revelada viene en segundo lugar, y es de interés principalmente para la Iglesia.
Finalmente, nuestro viaje hacia atrás nos lleva a los primeros siete capítulos, que otra vez son diferentes. Aquí, en las doctrinas de la Ilustración, nos encontramos frente a una construcción ideológica basada en una mezcla de verdades naturales, mentalidades y aspiraciones cristianas heredadas, una gran cantidad de fantasías y un celo misionero que bien podría avergonzar a muchos cristianos. Es la universalidad del mensaje de la Ilustración y su celo misionero, como decíamos, lo que, siguiendo el ejemplo del Papa Pablo VI, justifica que lo describamos no sólo como una religión y una herejía cristiana, sino como el alma del pensamiento moderno y como el principal rival religioso de la Iglesia en la actualidad.
¿Hasta qué punto han tenido éxito los esfuerzos de la Iglesia por llegar a un acuerdo o modus vivendi con este nuevo rival desde que se iniciaron hace 40 o 45 años en el Concilio Vaticano II? En la superficie, no mucho. A ambos lados del Atlántico, pero particularmente del lado europeo, los “cuadros comprometidos” del secularismo, como podríamos llamarlos, han venido realizando una campaña cada vez más agresiva contra el cristianismo en su conjunto y la Iglesia Católica en particular, con el fin último, aparentemente, de reducir a un punto de fuga la influencia cristiana en el derecho público y la vida social.
Ningún gesto por parte de la Iglesia, por lo que se puede ver, ha ablandado los corazones de los secularistas de línea dura o los ha persuadido de que la Iglesia podría hacer una contribución beneficiosa a su búsqueda de una sociedad ideal. Ni siquiera el pedido de perdón sin precedentes del Papa Juan Pablo II en el año del milenio por los crímenes, fechorías y errores de los católicos durante los 2000 años de historia de la Iglesia despertó una respuesta amigable. El gesto fue ignorado, al igual que la invitación del Papa a otros grupos, naciones, religiones y cuerpos de opinión para que se disculparan de manera similar por las atrocidades y los crímenes cometidos en su nombre durante un período de tiempo mucho más corto276.
¿Qué podría resaltar más claramente la total falta de respuesta del secularismo que la constitución europea recientemente redactada, cuyo preámbulo atribuye la formación de la civilización europea exclusivamente a las culturas de la antigua Grecia y Roma, y luego —saltando por encima de 1500 años— a la Ilustración, omitiendo cualquier tipo de referencia al cristianismo?
Aún más revelador es el creciente número de casos judiciales en los que creyentes religiosos son procesados por ofender sensibilidades secularistas o violar los sustitutos secularistas de los Diez Mandamientos. Van desde investigaciones policiales por decir lo que ha sido reconocido como verdadero en la mayoría de las sociedades desde el comienzo de la historia, a saber, que la práctica homosexual es antinatural, incorrecta y socialmente dañina, hasta casos judiciales para la remoción de símbolos cristianos y otros símbolos religiosos de la vista pública. Creo que no es descabellado prever, al menos como posibilidad, el absurdo extremo de una persecución anticristiana llevada a cabo por personas que alguna vez se llamaron a sí mismas liberales o librepensadores.
Todo esto, por supuesto, se lleva a cabo bajo la rúbrica de la separación de la Iglesia y el Estado. Sin embargo, existe una diferencia marcada entre la forma en que un Estado liberal aconfesional de tipo anglosajón entiende esta rúbrica y la forma en que la interpreta un Estado laicista de tipo anticlerical francés.
Un estado aconfesional es aquel en el que ninguna creencia religiosa tiene precedencia sobre cualquier otra. El gobierno se abstiene de favorecer o imponer una cosmovisión particular y, sin ser dogmático al respecto, procura, en la medida de lo posible, tratar a las diferentes comunidades religiosas con equidad. Esto, presumiblemente, era lo que los padres fundadores estadounidenses tenían en mente. Se la podría llamar una solución pragmática a una situación histórica particular.
Si un estado aconfesional puede o debe tratar los diferentes códigos de conducta con imparcialidad es una cuestión aparte. Éste es un asunto al que me refiero en el Capítulo 7 (Los derechos humanos y los males humanos). Difícilmente se puede tener un estado o nación con una pluralidad de códigos de conducta, al menos no en lo fundamental, pues si es así, ¿de dónde han de venir los preceptos básicos para tal código de conducta? Éste es un problema que los padres fundadores no parecen haber considerado. Dado que la mayoría eran deístas, probablemente nunca se les ocurrió que un grupo considerable de ciudadanos cuestionaría algún día la existencia de un Creador o la verdad de la ley natural tal como se la formula en los Diez Mandamientos.
Por otro lado, un estado secularista es aquel en el que la religión como tal —la noción o incluso la mención de Dios— está excluida en la medida de lo posible de la vida pública, los asuntos públicos, los documentos públicos y los lugares públicos, con el propósito de eventualmente hacer que la impiedad, unida a una adulación humanista del hombre y de sus logros, sea la creencia reinante de la mayoría de los ciudadanos.
¿Fueron incoherentes los padres fundadores de Estados Unidos cuando, al establecer la igualdad de trato —al menos en teoría— para todos los cuerpos de opinión, religiosos e irreligiosos, permitieron referencias a Dios y la ley natural en sus declaraciones de independencia y constitución? No, porque la creencia en un Creador, la ley natural y la conciencia moral no son cuestiones de fe. Son inferencias lógicas basadas en la evidencia de los sentidos o de la experiencia interna, y como tales son actos de la razón al alcance de todos los hombres. Es mucho más razonable creer que el universo es obra de una Inteligencia Poderosa —independientemente del misterio del sufrimiento y del mal— que creer que se generó a sí mismo por accidente y se sostiene a sí mismo sin causa. El ateísmo, en comparación, es un acto de sinrazón.
Obviamente, no estoy argumentando que los ateos no puedan ser hombres de la más alta inteligencia. Hay muchas razones por las que las personas se vuelven ateas. El Concilio Vaticano II da como una de ellas el mal ejemplo de creyentes. Ésta es una triste verdad. Sin embargo, no constituye un argumento contra la fe, así como la existencia de malos abogados no es un argumento en contra de tener leyes o personas que las administren. Por lo tanto, cuando, en un estado genuinamente aconfesional, los secularistas devotos y sus descendientes afirman que se sienten “intimidados” o “provocados” por las referencias a Dios en lugares públicos, los creyentes religiosos deberían disfrutar del mismo derecho a sentirse intimidados y provocados por Su exclusión277. La tolerancia, a la que nuestros hermanos secularistas se adhieren al menos de boquilla, significa soportar lo que consideras las peculiaridades y debilidades de tu prójimo, siempre que no sean groseramente inmorales o socialmente perturbadoras, por mucho que ofendan tu sensibilidad.
Sin embargo, en Europa occidental, si no tanto en los EEUU, empieza a parecer que los días del estado verdaderamente aconfesional están contados. En la práctica, aunque aún no en la ley, como señalé en el Capítulo Tres, lo que se intenta es establecer el ateísmo como una religión de estado, tal como lo fue, y aún lo es, bajo el marxismo278.
¿Se equivocaron entonces los Padres del Concilio Vaticano II al tratar de llegar a un acuerdo con la Ilustración y sus adherentes más comprometidos? Si bien no pocos católicos dirían que sí, en este punto tengo que estar en desacuerdo. El trabajo tenía que hacerse por las razones que di al final de Turmoil and Truth. Era necesario por el bien de los fieles, que en muchos aspectos son hijos de la Ilustración sin saberlo. Era necesario por el bien de las oleadas de inmigrantes que llegan a los países occidentales a medida que las poblaciones nativas de Occidente disminuyen. También ellos necesitan saber cuánto de la cultura de sus países de adopción se debe al cristianismo y cuánto no.
Y hay otra consideración adicional. Aunque los secularistas son cada vez más influyentes en todo Occidente y son capaces de influir en la política pública y la opinión pública de una manera que no debe ser subestimada, siguen siendo una minoría, e incluso una minoría pequeña279. De los millones de hombres y mujeres occidentales u occidentalizados que suscriben más o menos conscientemente los principios y objetivos de la Ilustración, la gran mayoría, por lejos, son liberales del tipo anglosajón no dogmático, ya sea que vivan en Inglaterra, Norteamérica, Francia, España o cualquier otro lugar. Los liberales de este tipo siempre han sido fuertes en obras de filantropía. Son par excellence [por excelencia] los “hombres de buena voluntad” a los que se hace referencia tan a menudo en los documentos recientes del magisterio. Su principal debilidad ha sido siempre una filosofía defectuosa o inadecuada de la naturaleza y del hombre, que les lleva a subestimar repetidamente los obstáculos a superar para la consecución de sus metas. Se podría decir que un buen liberal de este tipo se despierta todas las mañanas en un estado de frustración y desilusión al comprobar que el mundo está todavía muy lejos de la perfección. Pero sí valoran de verdad que se pueda decir lo que honestamente se piensa, y con ellos siempre ha sido posible la discusión, dejando de lado el hecho de que siempre han incluido un gran número de cristianos.
Entonces, ¿cómo van a reaccionar los liberales de este tipo cuando el gobierno de sus antiguos aliados secularistas se vuelva cada vez más opresivo bajo una superficie pulida de “mejores intenciones” y “preocupación solidaria", y sea cada vez más incapaz de hacer frente a los problemas sociales que sus políticas ya están produciendo?
Hace aproximadamente una década, por ejemplo, asistí a una conferencia en Stuttgart sobre la familia, donde durante la mayor parte de una semana escuchamos a políticos y funcionarios de Bonn explicar cómo estaban lidiando con la ruptura de la familia. Después de escucharlos durante dos días, vino a mi mente el pensamiento: “Esto es el liberalismo tratando de hacer frente a las consecuencias de sus propias locuras filosóficas". Desde entonces la situación, al menos en Europa, se ha deteriorado aún más. Ya no se trata de que los gobiernos se enfrenten a consecuencias imprevistas, sino de que los gobiernos promueven activamente políticas independientemente de las consecuencias. No es sólo la familia la que está bajo ataque. Se está corrompiendo la vida moral y espiritual de pueblos enteros, y no estoy pensando en este punto en la “revolución sexual". Me refiero a la predicación de los políticos y las élites culturales que no tienen nada mejor que ofrecer que una “calidad de vida cada vez mayor” (para muchos de nosotros, se podría argumentar, la calidad de vida sería mayor si fuera “menor"), y una doctrina sesgada de los derechos humanos (que convierte los derechos en males y los males en derechos). Las dos cosas juntas, junto con la lluvia sin precedentes de riquezas y comodidades, parecen estar haciendo a gran parte de las poblaciones de Occidente tan exigentes como los aristócratas del siglo XVIII, y cada vez más ingobernables280.
No estoy previendo el colapso inminente de la sociedad occidental. Mientras ésta se mantenga económicamente a flote, eso parece muy improbable. Pero sí la veo puesta en marcha en un camino que los historiadores futuros bien podrían etiquetar como “el ocaso y la muerte del liberalismo".
¿Cómo se gobierna, de hecho, una nación donde la mayoría de los ciudadanos son al menos ateos prácticos? En verdad, ¿cómo se gobierna a personas de cualquier tipo?
Éste es un problema que los gobiernos liberales y secularistas nunca han tenido que enfrentar hasta hace poco, y parece que aún no lo han reconocido siquiera como un problema. Aunque ha habido gobiernos liberales de un tipo u otro durante 200 años, han estado viviendo del capital de otras personas. Han estado gobernando sociedades donde la mayoría de los ciudadanos todavía eran cristianos o estaban profundamente influenciados por el cristianismo.
Los marxistas, por supuesto, no tenían ningún problema. Aunque sólo fuera como último recurso, tenían la policía secreta, los campos de prisioneros y la cámara de tortura. Ésta es la razón por la que los neomarxistas, compitiendo por una posición en los sistemas políticos de estilo occidental donde tales cosas no son aceptables, discuten lo que llaman “el problema del control social". Con su visión sombría de la naturaleza humana heredada de su fundador, ellos al menos reconocen que hay un problema; que la gente en masa no se comportará automáticamente de manera razonable, ordenada y cooperativa a menos que haya sido entrenada desde la infancia para escuchar a la razón y la conciencia y se le proporcionen motivos adecuados para continuar en el mismo curso.
También podría llamarse “el problema del policía interior y exterior". A medida que se debilita la policía interior, hay que ampliar la exterior.
Así que hay esperanza de que a medida que los secularistas, como sus antepasados durante la revolución francesa, se vuelvan más y más dictatoriales, enredados y con propósitos contrapuestos en sus esfuerzos por hacer que las poblaciones sin Dios sean absolutamente libres, indistinguiblemente iguales y forzadamente fraternales, los liberales genuinos finalmente comiencen a ver la luz y empiecen a oponerse a ellos. También por su bien, por lo tanto, ha sido necesario que la Iglesia llegara a un acuerdo con la Ilustración.
Para concluir —si es que debe haber una conclusión—, la ironía y la complejidad de la relación entre la Iglesia y la Ilustración quizás se pueden expresar mejor adaptando —si eso nos es permitido— la parábola del hijo pródigo.
Había una vez, como en la historia original, un hombre que tenía dos hijos, y el más joven le dijo a su padre: “Dame mi parte de la herencia". Luego, habiéndola recibido, se fue a un país lejano llevándose consigo toda su riqueza recién adquirida. Sin embargo, en lugar de desperdiciarla en una vida desenfrenada, la usó para iniciar muchos negocios muy rentables. En poco tiempo se convirtió en multimillonario y, al regresar a su país de origen, comenzó a comprar grandes extensiones de la propiedad de su padre, que el hermano mayor administraba mientras el padre estaba de viaje por el mundo.
Para empezar, el hermano mayor trató de luchar contra las incursiones del hermano menor. Pero carecía de la astucia financiera de su hermano. En cada ocasión fue superado. ¿Qué iba a hacer? Tenía que admitir que los negocios de su hermano estaban bien administrados. Beneficiaban tanto a los empleados como a los clientes y accionistas. También recibió instrucciones del padre de mantenerse en buenos términos con su hermano menor en la medida de lo posible. Al principio, pensó en sugerir que él y su hermano se asociaran y administraran las dos herencias como una sola. Sin embargo, al reflexionar vio que, salvo un cambio radical de opinión de parte del hermano menor, esto sería imposible porque no todos los negocios del hermano menor eran del tipo, o eran gestionados de una manera, que el padre habría aprobado. Recientemente, por ejemplo, había estado financiando una cadena internacional de burdeles de lujo. También le había estado diciendo a la gente que no había necesidad de preocuparse por lo que pensara el padre, ya que el padre había muerto. Sus agentes incluso habían estado difundiendo rumores entre los clientes y empleados más jóvenes de que el padre en realidad nunca existió. Era un invento del hermano mayor. En el pasado la gente no tenía padres. La tierra generaba a las personas espontáneamente.
¿El hermano mayor será capaz de mejorar la mentalidad del hermano menor? Cuando el padre regrese, ¿encontrará a sus dos hijos manejando la propiedad juntos en armonía fraternal de acuerdo con los principios que él, el padre, había establecido? ¿O descubrirá que su hijo mayor ha tenido que refugiarse en un país lejano mientras que el hijo menor se enseñorea por su cuenta, y según sus propias luces, del patrimonio ancestral?
Excepto por los raros hombres o mujeres dotados del don de profecía, éstas son cosas que no nos es dado saber. (CONTINUARÁ CON LOS APÉNDICES).
Notas
276. Es difícil ver cómo es posible un arreglo con secularistas verdaderamente comprometidos, más de lo que habría sido posible con Calvino o John Knox, mientras persistan en ver a la Iglesia Católica como un equivalente secularista del Anticristo. Sin embargo, nunca se puede estar seguro. En el siglo XIX, el marqués de Ripon, que había sido Gran Maestre de los masones ingleses, se volvió católico y solía ir directamente de las reuniones del gabinete de Gladstone a las reuniones de la Sociedad de San Vicente de Paul.
277. Según un documento reciente del gobierno francés, el uso de símbolos religiosos por niños en las escuelas estatales (en este caso, niñas musulmanas usando velos), constituye un acto de “intimidación” y “provocación” para los niños no creyentes y sus padres. Daily Telegraph, Londres, 20 de septiembre de 2004.
278. En Europa hoy “hay una ideología laica agresiva que es preocupante… En política se considera indecente hablar de Dios — como si fuera un atentado a la libertad de los no creyentes—” (Cardenal Ratzinger, entrevista en La Repubblica, 19 de septiembre de 2004). “El secularismo significa que no hay más religión que el Estado: es nada menos que el ateísmo del Estado” (Cardenal Jean-Louis Tauran, archivista del Vaticano). Para ambos, véase Catholic World Report, diciembre de 2004.
279. El Cardenal Ratzinger, citando al historiador y filósofo Arnold Toynbee, observó en una entrevista en Radio Vaticana que Toynbee “tenía razón cuando decía que el destino de la sociedad siempre depende de las minorías creativas” (Informado en The Wanderer, 16 de diciembre de 2004). El Cardenal en realidad estaba previendo un posible rol de los cristianos en un entorno cada vez más hostil. Pero la intuición de Toynbee se aplica igualmente a los secularistas.
280. Es sólo un pequeño detalle, pero desde hace algunos años los hospitales estatales ingleses exhiben carteles que advierten que cualquiera que insulte o agreda a médicos y enfermeros será entregado a la policía.
Copyright © Philip Trower 2006, 2011, 2018.
Al dejar de existir Family Publications , los derechos de autor volvieron al autor Philip Trower, quien dio permiso para que el libro fuera colocado en el sitio web Christendom Awake.
Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/cc&cf/corrected/cc&cf-conclusion.htm
(versión del 16/02/2021). Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes, con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.
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12 comentarios
Saludos cordiales.
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DIG: Hay un liberalismo que es una especie de anticristianismo militante y hay un liberalismo que podría reconducirse a un gran aprecio de la libertad y la democracia entendidas según el sentido común. Creo que Trower dice que podemos y debemos dialogar con ese segundo liberalismo, entre otras cosas para enfrentar juntos al primero. Opino que tiene razón en eso.
Pero la verdad que tratándose el libro, en general, de una consideración sobre la fe y sobre la Iglesia, se echa de menos una mirada más sobrenatural como conclusión.
Esa Sofía parece que tiene algo contra Néstor.
Saludos cordiales.
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DIG: Creo que Trower y yo (siguiendo a Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI) coincidimos en los siguientes puntos:
A) Uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II fue hacer que la Iglesia Católica, sin perder nada de su identidad esencial, fuera más comprensible y atractiva para los no católicos, particularmente los protestantes y los liberales.
B) Los objetivos principales del Concilio fueron válidos desde el punto de vista católico.
C) Los documentos del Concilio, aunque perfectibles como toda obra humana, son ortodoxos.
D) La actual crisis de la Iglesia no tiene como una de sus causas principales al Concilio en sí, sino una aplicación desviada del Concilio, en un sentido "progresista" (o sea neomodernista).
Con respecto a los liberales, el objetivo final, naturalmente, es su conversión al catolicismo. Ahora bien, mientras esa gran tarea evangelizadora, que puede insumir muchos siglos, se desarrolla, hay algunas coincidencias con algunos liberales que pueden ser aprovechadas para bien.
La alianza de la que hablé puede ser vista como una alianza (no quizás con un tipo de liberalismo) sino con algunos liberales que aprecien o lleguen a apreciar los aportes de la Iglesia Católica en el ámbito espiritual y religioso, o al menos moral y cultural.
Naturalmente una alianza de este tipo, en la medida en que esos liberales no se conviertan plenamente al cristianismo, tiene un alcance y valor limitado, lo que no significa que no se pueda hacer algunas cosas juntos, como por ejemplo enfrentar la guerra contra la libertad de expresión llevada adelante por los liberales más "dogmáticos" y los socialistas.
Simplemente en este punto estoy de acuerdo con Philip Trower y Daniel Iglesias.
Pero me parece perfecto que Néstor presente sus objeciones y que éstas requieran aclaraciones por parte del blogger. No creo que en el fondo sus puntos de vista puedan ser muy diferentes, cuestión de matices.
Por mi parte, precisamente venía de comentar en otro blog que estaba muy de acuerdo con los comentarios de Néstor sobre el concilio y aquí no lo he nombrado.
Despedida cordial
newmedia.ufm.edu/coleccion/seminario-interpretacion-de-benedicto-xvi-sobre-el-vaticano-ii-y-posibles-esperanzas-para-la-iglesia/seminario-interpretacion-de-benedicto-xvi-sobre-el-vaticano-ii-y-posibles-esperanzas-para-la-iglesia-parte-1/
"...Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla.
Confiesa asimismo el santo Concilio que estos deberes afectan y ligan la conciencia de los hombres, y que la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas. Ahora bien, puesto que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo.
...derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural . Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil..."
Nada que ver con el indiferentismo y el relativismo de la libertad religiosa del siglo XIX, sino con la libertad de coacción de la conciencia para cumplir con su obligación moral de buscar la Verdad y adherirse a ella.
Esta libertad religiosa tal como la describe el concilio en DH será el aspecto sano de la libertad religiosa al que se refiere BXVI, no se trata de indiferentismo ni relativismo (que siguen siendo condenados por la Iglesia) sino de la obligación moral frente a la Verdad, que no puede cumplirse sin esa libertad de coacción civil.
Saludos cordiales.
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