Philip Trower, La Iglesia Católica y la Contra-fe -14
La Iglesia Católica y la Contra-fe: Un estudio de las raíces del secularismo moderno, el relativismo y la descristianización
Por Philip Trower
Contenidos
Parte 1. La civilización occidental en los siglos XX y XXI: creencias centrales
Capítulo 1. Por favor use la puerta principal
Capítulo 2. ¿Qué fue la Ilustración?
Capítulo 3. Las denominaciones
Capítulo 4. El progreso perpetuo
Capítulo 5. Los principios de 1789
Capítulo 6. La salvación por la política
Capítulo 7. Los derechos humanos y los males humanos
Parte 2. Influencias secundarias
Capítulo 8. El cambio al sujeto humano en filosofía
Capítulo 9. El existencialismo: Heidegger y Sartre
Capítulo 10. El personalismo: Buber, Marcel y Scheler
Capítulo 11. El personalismo: Maritain y Mounier
Capítulo 12. La idea evolutiva
CAPÍTULO 14. MAYORMENTE SOBRE FREUD
Tenemos que incluir las principales “ciencias humanas” o “del comportamiento” —psicología, sociología y antropología— en nuestro estudio del “pensamiento moderno” aunque sólo sea porque ellas y la Iglesia se ocupan del mismo tema: los hombres y las mujeres como seres espirituales, con la Iglesia tomando las facultades superiores del alma (el área de la acción racional libre) como su campo principal, mientras que las ciencias humanas estudian principalmente los pensamientos y comportamientos impulsivos, condicionados o motivados inconscientemente. Sería más exacto llamarlas las “ciencias semi-humanas". Son ramas genuinas del conocimiento, pero se ocupan de lo que es menos racional en nosotros.
Sobre el valor del contenido fáctico de las ciencias humanas (cuando realmente es fáctico) nadie tiene dudas. Han acumulado una gran cantidad de datos útiles sobre el comportamiento y la motivación humana. La Iglesia tampoco esperó hasta el Concilio Vaticano II para reconocer su derecho a un lugar en el panteón científico. El difunto cardenal polaco Wyszynski (fallecido en 1981) se graduó en ciencias sociales en la Universidad de Lublin y luego fue profesor de sociología. En cuanto al Concilio, su decreto sobre la formación de los presbíteros dice que las enseñanzas de la sociología moderna, así como las de la psicología y la pedagogía, deben ser utilizadas por los responsables de las vocaciones sacerdotales y por los mismos presbíteros en su labor pastoral125. Lo que los padres conciliares seguramente no esperaban era que su modesto mandato se interpretara como una orden para inundar a los fieles con teorías psicológicas y sociológicas de muy diverso valor.
Hay una serie de razones por las que las ciencias humanas plantean problemas a la Iglesia. La primera es que hay áreas donde los campos de competencia del sacerdote y del científico humano, aunque distintos, se superponen. Las mismas acciones humanas, individuales o colectivas, pueden incluir un elemento de compulsión o condicionamiento y un elemento de falta moral.
Luego está el hecho de que, si bien la mayoría de los científicos humanos insisten en que la investigación científica debe ser “libre de valores” —es decir, no verse afectada por presuposiciones metafísicas o morales— son pocos los que no se desvían en algún punto hacia los campos de la filosofía y la ética. De hecho, esto es verdad para los científicos en general, pero se aplica sobre todo a los científicos humanos. Difícilmente podría ser de otra manera126. ¿Cómo se puede estudiar a los seres humanos o el comportamiento humano sin formarse ideas sobre lo que son esencialmente (un juicio metafísico) y aún más cómo deben actuar (un juicio moral)? Encontramos muchos científicos humanos no sólo listos para hacer esto, sino con muchas ganas de hacerlo. Lamentablemente, sin embargo, los “valores” de las figuras más significativas en estos campos rara vez han coincidido totalmente con los de la Iglesia.
Eso nos lleva al ethos predominante de las ciencias humanas. Reflejando la mentalidad de las figuras principales en el campo, tiende a ser determinista o reduccionista, o ambos. Apenas es necesario definir el determinismo: todas las acciones humanas están condicionadas externamente. El reduccionismo significa creer que no hay nada más en los seres humanos que lo que la ciencia particular de uno tiene que decir sobre ellos. Creo que es difícil, incluso para aquellos que no son reduccionistas ni deterministas, no verse afectados por este ethos.
Finalmente, existe la tendencia del público, a la que los católicos no son inmunes, a considerar cualquier cosa que se llame a sí misma ciencia como una ciencia exacta, lo que por su propia naturaleza las ciencias humanas son incapaces de ser, y por lo tanto a verlas como la máxima autoridad sobre todo lo humano.
De hecho, lo que la Iglesia sabe sobre los seres humanos es mucho más grande (y lo será siempre) que cualquier cosa que las ciencias humanas puedan decirnos, y esto es porque ella sabe por la revelación y la razón lo que los hombres son fundamentalmente, y, por su larga experiencia de pastorearlos a través de la historia y sus pruebas, cómo darles la clase más importante de salud “psicológica” y guiarlos hasta su fin último. Ser católico no convierte de por sí a un hombre en un buen psicólogo o sociólogo. Pero se puede sostener que los mayores avances en las ciencias humanas sólo vendrán cuando quienes las practican tomen el conocimiento de la Iglesia sobre el hombre como la luz que los guía.
Comenzaré con la psicología127.
De Aristóteles a Freud
La psicología, la ciencia del alma, no es una ciencia nueva. Al menos desde la época de los griegos, los pensadores y escritores han discutido la naturaleza del alma y sus facultades y han tratado de explicar los diferentes tipos de comportamiento y temperamento humano.
El De Anima [Del alma] de Aristóteles es la primera y la más impresionantemente duradera obra sobre el tema. Al igual que Santo Tomás y los escolásticos medievales, él se centró principalmente en lo que es común a todos los hombres —las virtudes y los vicios, las pasiones y los apetitos, la forma en que interactúan y sus efectos sobre la personalidad en su conjunto— en lugar de tratar de explicar las peculiaridades individuales. Esta última tarea fue abordada sistemáticamente por primera vez por su discípulo y editor de sus manuscritos, Teofrasto. [El libro] Los caracteres de Teofrasto fue traducido al francés en el siglo XVII por La Bruyère, quien agregó una colección de retratos de “caracteres” de su propia autoría. Los grandes dramaturgos, poetas y novelistas también han proporcionado una gran cantidad de perspectivas sobre el comportamiento humano y las diferencias de temperamento128.
Tal fue más o menos la psicología hasta finales del siglo XIX. Se la llamaba “psicología racional” porque se ocupaba de los hombres en un estado mental normal. Obviamente se reconocía la locura pero era poco entendida.
La psicología moderna nació cuando, hacia finales del siglo XIX, el foco de interés pasó de los mentalmente sanos a los mental y emocionalmente enfermos, dando lugar a nuevas teorías sobre la naturaleza del alma y sus actividades.
Sin embargo, a fin de evitar malentendidos, antes de analizar estas teorías, quiero hacer una distinción entre las ideas de las figuras famosas que las propusieron por primera vez y la práctica de los millones de psiquiatras y psicólogos que trabajan hoy en todo el mundo.
El psiquiatra de hoy tiene básicamente dos remedios a su disposición: medicamentos cada vez más utilizados para los casos graves, o hablar con sus pacientes y hacer que ellos le hablen. Con respecto a lo último, los éxitos, que no deben descartarse, parecen depender principalmente de la experiencia, la inteligencia y la sabiduría natural del terapeuta individual más que de la teoría; los sabios eligen sólo lo que encuentran útil de las diferentes ortodoxias psicológicas. Por lo tanto, la crítica de aspectos de la teoría psicológica moderna no debe ser vista como una crítica de la medicina psiquiátrica en general129.
El punto principal de la teoría psicológica moderna es que ya no trata del alma. La diferencia entre espíritu y materia no se entiende o no se reconoce. “Psiquis” ha venido a significar cualquier cosa que sucede dentro de nosotros por encima del nivel biológico, y “psicología” su explicación en términos de dinamismos cuasi-físicos. Para el psicólogo moderno, la psiquis es el equivalente del “contenido de la conciencia” del filósofo fenomenólogo.
Por lo tanto, en la medida en que los psicólogos modernos no creen en el alma, o en los factores que contribuyen a la salud y la enfermedad espirituales (en contraste con las psicológicas) —la virtud y el vicio, el pecado y la tentación, la conciencia y la culpa (genuina, no neurótica)—, no saben qué es esencialmente aquello con lo que están tratando. Son como doctores procurando tratar los cuerpos de las personas ignorando el hecho de que tienen cabezas.
Las líneas principales de la mayor parte del pensamiento público actual sobre el tema nos han llegado del fisiólogo ruso Ivan Pavlov (1849-1936), y de los psicólogos austriaco y suizo [respectivamente] Sigmund Freud (1856-1939) y Carl Jung (1875-1961).
La contribución de Pavlov a la teoría psicológica moderna fue bastante sencilla. Ya sea que lo haya querido o no, su “conductismo", basado en sus estudios de los reflejos condicionados (su perro salivador debe de ser tan famoso como Hamlet) dio renovado vigor a la noción, ya familiar durante más de un siglo, de que el hombre es sólo un cuerpo y el cuerpo una máquina. La Mettrie había propagado la idea en su L’homme machine [El hombre máquina] (1747), y el pedagogo estadounidense John Dewey (fallecido en 1952) la popularizó con su explicación de la mente como “una función adaptativa” del cuerpo. Pavlov puede ser considerado el padre de la psicología experimental moderna, que somete a pruebas tanto a personas normales como a personas anormales para ver cómo reaccionan, con la posibilidad de encontrar formas de hacer que actúen de manera diferente.
Las teorías de Freud fueron más sutiles, pero en última instancia no menos materialistas. El rol del inconsciente como un determinante importante del comportamiento humano fue la primera de sus ideas en revolucionar el pensamiento occidental. No fue el descubrimiento de un territorio totalmente desconocido, sino un intento de exploración organizada y penetración más profunda a través de la interpretación de los sueños y la asociación de palabras e ideas.
Las profundidades ocultas
Aunque no se apreció de inmediato, este conocimiento nuevo o aumentado de las profundidades ocultas de la psiquis proporcionó una confirmación sorprendente de lo que la Iglesia ha enseñado siempre sobre los efectos del pecado original: cuán profundamente arraigados están el amor propio y los deseos y las pasiones desordenadas, cuánto de ellos hay que escapa al fácil control de la razón, cuán propensos somos a ocultarnos nuestros verdaderos motivos a nosotros mismos. La psicología moderna ha despojado al optimismo fácil de Pelagio y Rousseau de cualquier rastro de credibilidad de una vez por todas. También ha hecho que todos sean más conscientes de los factores que disminuyen la culpabilidad. Podemos entender más fácilmente por qué se nos ordena con tanta severidad no juzgar, y podemos decir con Cristo de nuestros enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", incluso cuando parecen ser plenamente conscientes de ello. Todo esto puede ser de ayuda para los confesores.
Como técnica terapéutica, la exploración del inconsciente demostró ser beneficiosa en la medida en que descubrió las causas de ciertos tipos de conducta obsesiva, hasta entonces incurables: la supresión de recuerdos enterrados durante mucho tiempo de experiencias pasadas dolorosas. Se descubrió que traerlos a la superficie podía por sí mismo traer alivio o devolver la cordura. Era como pinchar un forúnculo o purgar el estómago. Tal es la idea fundamental que subyace al psicoanálisis, e incluso a gran parte de la práctica psicológica cotidiana. En un nivel superficial, tiene afinidades con aliviar la mente contándole los problemas a un amigo. El psicoanálisis ya no goza del prestigio que alguna vez tuvo. Pero la idea de que dragar el inconsciente en busca de las causas de problemas particulares y sacarlos a la superficie es una buena terapia sigue siendo influyente.
La dificultad siempre ha estado en saber si los recuerdos son genuinos o se deben a una autosugestión o al deseo de agradar o impresionar al terapeuta, y si exponerlos al aire no podría ser en muchos casos como quitar la costra de una herida. Luego está el problema de los consejos que el terapeuta da a su paciente sobre cómo manejarse a sí mismo y a su vida una vez curado o como parte de la cura. Muchos psicólogos dirían que esto no es asunto del terapeuta. Pero, dada la naturaleza de la relación entre terapeuta y paciente, parece muy difícil que un terapeuta no transmita a sus pacientes alguna idea de lo que él personalmente cree que es una forma racional o correcta de pensar y de vivir, y que esto no tenga ninguna influencia sobre ellos. Aquí es donde, desde un punto de vista cristiano, el carácter, las creencias y los principios del terapeuta deben ser de vital importancia.
Inicialmente, por supuesto, los padres del movimiento moderno se habían interesado en los trastornos mentales graves (locura o psicosis). Freud se había pasado a la psicología tras presenciar las curaciones, o curaciones parciales, de pacientes con trastornos mentales mediante la hipnosis obradas por Breuer en Viena y Charcot en París, con quienes estudió durante un tiempo. Pero eventualmente él encontró la hipnosis insatisfactoria y desarrolló el psicoanálisis como sustituto.
Sin embargo, una vez que se descubrió que los trastornos nerviosos también a menudo tenían raíces psicológicas más que fisiológicas, ellos dedicaron cada vez más tiempo a tratar a neuróticos. (Aunque los neuróticos graves a menudo son víctimas de compulsiones extrañas, están emocionalmente perturbados, pero no locos). Luego, durante las décadas de 1920 y 1930, un número creciente de profesionales pasó de tratar a los neuróticos graves a tratar a los neuróticos leves (personas que sufrían de miedos irracionales y ansiedades), y de allí a personas normales que sufren bajo los esfuerzos y tensiones de la vida (el trasfondo de muchos de los servicios de consejería actuales).
En el proceso se introdujo una distinción entre el inconsciente y el subconsciente. No todo lo que estaba por debajo del nivel de la conciencia debía ser visto como yaciendo a la misma profundidad psíquica. Se sostenía que los contenidos del inconsciente estaban más allá del conocimiento de su poseedor. Sin un psicólogo, no se los podía recuperar. En el caso del subconsciente era diferente. El subconsciente ha de ser visto como la región inmediatamente debajo de la conciencia, donde estamos continuamente absorbiendo impresiones, formando ideas, llegando a conclusiones e incluso tomando decisiones sin advertir el hecho, ya sea por completo o en absoluto. Pero los contenidos no están tan profundamente enterrados como para que el propietario mismo no pueda sacarlos fácilmente a la superficie, con o sin ayuda externa. Es la región, en terminología bíblica, de los “pensamientos secretos” del corazón, el lugar donde podemos enterrar los recuerdos desagradables, sin que esto tenga necesariamente resultados gravemente perturbadores; o esconder “designios secretos” del tipo que hace que la Sagrada Escritura hable de la “perfidia” del corazón.
El subconsciente es importante para el tema de este capítulo porque es el área donde se superponen principalmente el asesoramiento psicológico y la guía religiosa o dirección espiritual. Un hombre que habla todo el tiempo de sí mismo puede ser en parte o en gran parte víctima de una compulsión. Es su manera de superar una sensación de inseguridad. O puede ser una falta moral: es completamente egocéntrico. Cuando Santa Teresa de Ávila dijo que una de sus tareas más arduas era lograr que sus monjas reconocieran sus faltas, no estaba diciendo que estuvieran mintiendo deliberadamente, ni que fueran incapaces de descubrir esas faltas con un poco de esfuerzo y buena voluntad130.
La ampliación del campo de actuación del psicólogo que acabo de mencionar tuvo una serie de consecuencias que, para bien o para mal, habían de ser importantes tanto para la sociedad occidental como para la Iglesia. Ayudó a difundir las teorías de la nueva psicología a un público mucho más amplio de lo que hubiera sido el caso si los psicólogos se hubieran limitado a tratar a los dementes. Convirtió a los psicólogos en autoridades universales sobre cómo ser feliz —o menos infeliz—. Y más importante aún, comenzó a oscurecer la comprensión pública de la diferencia entre la enfermedad y la salud psicológica por un lado, y la enfermedad y la salud moral o espiritual, que en el caso de los católicos significaba la diferencia entre el asesoramiento psicológico y la dirección espiritual.
Una pequeña anécdota ilustrará los tres puntos. Un sacerdote que conozco fue convocado al lecho de un trabajador de la construcción fatalmente herido en una caída desde un edificio. Al llegar al hospital encontró a la familia reunida en torno a la cama del moribundo. Cuando el sacerdote hubo dado los últimos ritos, se volvió hacia la esposa con la intención de dirigirle algunas palabras de consuelo y aliento. En su lugar ella pidió ver a un “consejero” del hospital.
La reacción de muchas autoridades de la Iglesia cuando los sacerdotes y religiosos empezaron a tener crisis de fe después del Concilio cuenta una historia similar. En lugar de enviar a buscar directores espirituales sabios y experimentados para que los reencaminaran, llamaron a psicólogos, como si la pérdida o la perturbación de la fe fuera una enfermedad psicológica. Y en un seminario famoso hubo durante mucho tiempo un curso de psicología, pero ninguno sobre la Trinidad. Esto, sin embargo, ilustra el prestigio de la psicología más que la confusión acerca de su función adecuada.
El reverso de esta moneda es la idea, predominante en el público en general, de que los hombres y mujeres que están psicológicamente bien equilibrados —es decir, de mente sana, en control de sus emociones, y tolerablemente contentos con la vida— no tienen nada más de qué preocuparse. Entre los cristianos, sugiero, ha sido una de las causas de la decadencia del “sentido del pecado", y en la Iglesia Católica de los confesionarios vacíos.
Sin embargo, la principal consecuencia negativa de la exploración del inconsciente por parte de la nueva psicología ha sido la idea de que el grueso de las faltas y fechorías de las personas puede ser atribuido a causas sobre las que ellas tienen poco o ningún control. Se ha seducido a la gente para que “no juzgue", no sólo a sus semejantes, lo que puede ser algo bueno, sino a sí mismos y la rectitud o incorrección objetivas de las acciones que, por su naturaleza, exigen un juicio adverso. En estos días incluso los criminales, se nos dice, han aprendido a culpar a sus padres por sus crímenes. Uno de los resultados ha sido una tendencia en el clero a ver las confesiones como una ocasión para brindar asesoramiento psicológico. Por supuesto, las personas son afectadas por su educación, y una minoría sufre daños psicológicos graves. Nuestra compasión por ellos, sin embargo, no debería oscurecer el hecho de que la mayoría de los hombres tiene la capacidad, con la ayuda de Dios, de superar las malas experiencias e, incluso si esas experiencias han dejado una huella, de aprender a vivir con ellas. Sólo en casos extremos lo espiritual está tan completamente subordinado a lo psicológico que una persona ya no puede ser considerada responsable de sus acciones.
En la Iglesia, uno de los principales perjudicados por la creciente reticencia a admitir la responsabilidad de las acciones propias, ya sea por daños psicológicos en la infancia o por supuesta inmadurez, ha sido el vínculo matrimonial.
En un momento en que se proclama ampliamente que los hombres finalmente han “alcanzado la mayoría de edad", los tribunales matrimoniales diocesanos católicos están otorgando cada vez más anulaciones con el argumento de que las parejas que las solicitan, incluso cuando se considera que tienen la edad suficiente para votar, para recibir títulos universitarios, para ocupar trabajos responsables y bien pagados manejando el dinero de otras personas, y para engendrar hijos, eran demasiado inmaduros en el momento de sus bodas para entender el significado y las obligaciones de lo que estaban haciendo. La mayoría de los matrimonios a lo largo de la historia han sido entre parejas en su adolescencia. ¿Hemos de considerarlos todos inválidos? Roma sigue protestando, pero se le presta poca atención.
Los rebeldes en el sótano
La otra contribución de Freud a la transformación del pensamiento occidental es, por supuesto, el rol dominante que dio al instinto sexual.
Su imagen de la psiquis humana es como una casa de tres plantas. En el sótano está la libido (una especie de guardería de impulsos y pasiones rebeldes, en su mayoría sexuales, que claman por salir); por encima viene el yo o yo central (fuente de decisiones racionales); y sobre eso de nuevo se encuentra el dominio del superyó —una especie de “piso superior” psíquico desde el cual los mandatos recibidos en la infancia de padres, maestros y otras voces autorizadas continúan siendo transmitidos, a menudo en contra de la voluntad del dueño de casa. (Es como tener un estéreo que no se puede apagar sonando sin cesar en el ático). El ego aparece como una especie de Cenicienta psíquica entre dos hermanas feas que emiten instrucciones contradictorias. Esto, a su manera, no es una mala descripción de cómo, en nuestro estado caído, nos sentimos a veces acerca de nosotros mismos.
Sin embargo, el yo freudiano no debe identificarse con el alma cristiana, lo que mantiene unido al todo humano, como tampoco el superyó debe equipararse con la voz de la recta razón o la conciencia131. Para Freud, la libido es la parte sustancial de la psiquis humana. El yo es simplemente una superestructura psíquica que la libido crea y a la que se sujeta a fin de sobrevivir. La libido de alguna manera sabe que se destruiría a sí misma o sería destruida por yos rivales si diera rienda suelta a sus impulsos (si asesinara a su padre y se acostara con su madre, por ejemplo). Por lo tanto reprime sus energías y deseos más desordenados y los dirige hacia canales socialmente aceptables por medio del temor a la desaprobación. Pero aunque ahora esté bajo control, la naturaleza fundamental de estas energías permanece sin cambios. El hombre es esencialmente un animal sexual.
De todo esto, el hombre del siglo XX, como es lógico, ha concluido que la felicidad debe residir en dar a estas energías la máxima liberación, y la desdicha o el daño a la salud resultan de controlarlas o restringirlas. Controlar es frustrar. Si el mundo post-freudiano reconoce un pecado, seguramente es la “frustración". Ni siquiera los traductores de la Biblia han sido inmunes a la idea. Donde las versiones antiguas en inglés de Colosenses 3:21 decían “Padres, no provoquéis a vuestros hijos para que no se desanimen” o “se vuelvan pusilánimes” (Douai-Rheims, la versión autorizada y la RSV), los traductores más a la moda de la Biblia de Jerusalén [en inglés] nos dan: “Padres, no impulsen a sus hijos al resentimiento o los harán sentir frustrados". En un análisis del ateísmo moderno (4 de abril de 1999), Juan Pablo II se opuso a la idea de que Dios es una proyección de la “imagen reprimida del padre terrenal” de la que los adultos deben liberarse a sí mismos si han de desarrollarse adecuadamente.
Poco importa que Freud no considerara la licencia sexual como un remedio para la neurosis, y que en su vida personal parezca haber sido un hombre de familia fiel. Sin la idea de Freud de que el hombre es un ser fundamentalmente sexual, es imposible imaginar la degradación del mayor de los misterios naturales a una “actividad divertida” y un tema discutible universalmente hasta en los detalles más explícitos, en cualquier lugar y en todas partes, lo que ahora es la marca distintiva de las sociedades occidentales. Un pequeño cambio del lenguaje cuenta gran parte de la historia: el uso de las expresiones “tener sexo” y “vida sexual” en lugar de “hacer el amor” y “vida amorosa".
La “revolución sexual” que siguió, con su asalto al matrimonio y la familia y su política de educación sexual explícita que acepta todas las desviaciones sexuales concebibles para niños cada vez más pequeños, sería, sin Freud, igual de difícil de explicar132. Una vez que el instinto sexual fue presentado como el cimiento de la personalidad humana, todo esto sin duda podía haber sido previsto.
Lo que difícilmente podría haberse previsto fue la velocidad con la que grandes cantidades de católicos adoptaron ideas cuasi-freudianas sobre el sexo después del Concilio. Para algunos miembros del clero, sin duda el Informe Kinsey de principios de la década de 1950 había preparado el camino. Una parte, al menos, parece haber usado ese ahora desacreditado documento133 para arrojar lo que pensaban que era luz sobre los grados de responsabilidad moral en el caso de los pecados sexuales. Pero eso difícilmente explica la forma irresponsable en que los fieles se vieron repentinamente inundados con nociones psicológicas mal examinadas de un tipo que hasta entonces se les había enseñado a evitar, y la sabiduría multisecular sobre el manejo de los “hechos de la vida” fue arrojada a un lado abruptamente como una vieja bolsa de plástico.
Aparentemente sin pensarlo, los jóvenes en los seminarios fueron expuestos a cursos en los que ellos “exploraban su sexualidad” para descubrir “quiénes eran", muchos de los cuales decidieron en el camino que el celibato era contrario a la naturaleza, probablemente dañino psicológicamente y, excepto para neuróticos, imposible. La culpa llegó a ser vista cada vez más como un complejo psicológico. Sacerdotes y monjas célibes fueron puestos a cargo de programas de educación sexual que habrían hecho sonrojar a Carlos II de Inglaterra y sus cortesanos134. Muchas autoridades parecen haber olvidado que, además del pecado, hay “ocasiones de pecado". La Iglesia está pagando ahora el precio, no sólo en vocaciones perdidas y fe perdida, que es lo que realmente importa, sino también —para compensar delitos clericales— en efectivo en millones. No es necesario detenerse en cómo todo esto ha contribuido a la pérdida de la fe entre los laicos, especialmente los jóvenes.
También encontramos que se usan ideas freudianas para mantener a jóvenes ortodoxos fuera de ciertos seminarios. En un caso conocido por el autor, el sacerdote y la monja que lo entrevistaron, para ver si era apto psicológicamente, preguntaron al candidato si “había tenido novia alguna vez". Cuando dijo que no, se le dijo que remediara la situación y volviera a presentar la solicitud. La piedad y la ortodoxia también pueden ser obstáculos para la aceptación. Son tratadas como signos de inmadurez psicológica. La teoría del complejo de Edipo exige que un joven psicológicamente sano sea hasta cierto punto rebelde.
En el laicado, la lógica de la antropología freudiana parece haber alimentado la demanda de anulaciones [matrimoniales] y la oposición a la Humanae Vitae. Si el instinto sexual es la piedra angular de la personalidad humana, el matrimonio debería incluir la máxima satisfacción sexual con la mínima restricción.
No multiplicaré los ejemplos e instancias. La Iglesia en Occidente está inundada de ellos. He dado los suficientes, creo, para indicar el rol del freudismo en el colapso de la fe y la moral católicas.
Notas
125. Véase Optatam Totius, sobre la formación de los sacerdotes, arts. 11 y 20. “La Iglesia no desdeña el estudio serio de los elementos psicológicos y sociológicos de los fenómenos religiosos, pero rechaza firmemente la interpretación de la religiosidad como una proyección de la psiquis humana o el resultado de un condicionamiento sociológico” (Juan Pablo II, Audiencia General, 14 de octubre de 1999).
126. Si examinamos la cuestión detenidamente, encontramos que todo el pensamiento y la escritura científica pertenecen a uno de tres tipos. Podemos llamarlos descriptivo (sobre las cosas que existen y la forma en que actúan o se desarrollan); explicativo (sobre por qué son como son y actúan como lo hacen); y finalmente prescriptivo (sobre el uso que se les puede dar o la forma en que se debe hacer que actúen). Si bien puede ser posible e incluso deseable mantener las dos primeras actividades “libres de valores” (descripción y explicación o investigación científica en sentido estricto), eso es imposible a la hora de decidir qué hacer con los conocimientos adquiridos. Sólo una minoría de científicos cree que sólo porque algo puede hacerse, siempre es correcto hacerlo. Muchos de los físicos que contribuyeron a dividir el átomo se sintieron profundamente preocupados por la producción de la bomba atómica. Otros hoy tienen reservas sobre la ingeniería genética.
127. La historia suele ser clasificada como una de las ciencias humanas. Sin embargo, siempre se ha reconocido ampliamente que la comprensión y escritura de la historia es tanto un arte como una ciencia. Recolectar y verificar los hechos, la parte estrictamente científica, es sólo sentar las bases. Acerca de la forma en que los estudios históricos afectaron la comprensión de la doctrina y la teología en el período posterior a 1920, véase el Apéndice I.
128. Teofrasto y La Bruyère usaron la palabra “carácter” donde probablemente deberíamos usar la palabra “temperamento", es decir las cualidades y peculiaridades con las que, en cierto sentido, estamos dotados desde el inicio. Por “carácter” tendemos a referirnos a lo que hacemos de nosotros mismos mediante nuestras elecciones libres, con o sin la ayuda de los demás. De ahí la “construcción del carácter” y la “formación del carácter". Una debilidad de gran parte de la psicología moderna es la falta de cualquier base teórica para esta importante distinción: construimos nuestro carácter con y a través de nuestro temperamento, pero a veces esto tiene que incluir ir en contra de él. La palabra “personalidad” parece abarcar temperamento y carácter juntos. Durante siglos, la explicación más popular para las diferencias de temperamento fue, por supuesto, la teoría de los cuatro humores. Ellos fueron atribuidos al predominio de uno de los cuatro fluidos corporales: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, y los temperamentos resultantes se denominaron “sanguíneo", “flemático", “colérico” y “melancólico". Obviamente se reconocía la locura, pero era poco entendida.
129. Incluso los “ortodoxos” a veces se ven obligados a someter la teoría al sentido común. Una freudiana estricta que conozco estaba una vez describiendo a un paciente que había estado analizando y con el que había tenido poco éxito. “Al final", concluyó, “decidí que la mujer era simplemente muy egoísta".
130. Alfred Adler cuenta una historia que ilustra perfectamente el punto. Un niño pequeño estaba haciendo intolerable la vida de sus padres. Ellos trajeron al niño para que lo viera. Un principio de su terapia era destruir lo que él llamaba “falsa buena fe", por lo que al final de la primera sesión dijo: “Ahora hay algo que quiero que te digas a ti mismo cada mañana cuando te despiertes". Los ojos del niño se abrieron de par en par con curiosidad. “Quiero que te digas a ti mismo:", continuó Adler, “Debo recordar hacer que mis padres sean hoy lo más infelices que pueda". Esta vez el niño lo miró con asombro. La cura había comenzado.
131. Para los cristianos, lo que los psiquiatras designarían como el superyó incluiría la conciencia sin limitarse a ella. No todo lo que las “figuras de autoridad” dicen a los niños que deben o no deben hacer es una cuestión de bien o mal. Parte de la maduración es aprender a determinar el valor relativo de las cosas que hemos llegado a aceptar como obligatorias en algún sentido. Eso significa aprender a distinguir entre moralidad y costumbre social. Pero, aunque hechas por el hombre, las costumbres sociales también tienen su valor; no todas son prescindibles como las hojas de afeitar usadas o las modas en la ropa. Son en gran parte expresiones de la sabiduría natural, que proporcionan un marco psicológicamente necesario para una vida ordenada o un baluarte contra la anarquía moral. Desafortunadamente, demasiados psicólogos consideran el “piso superior” psíquico de un modo muy desfavorable. La madurez o la salud psicológica consisten [según ellos] en silenciar o rechazar sus voces.
132. Sin embargo, es interesante notar que el mismo Freud, aunque en sus primeros años estaba a favor de la anticoncepción, más tarde llegó a definir la perversión sexual como la eliminación del aspecto procreador de la actividad sexual: “Es una característica común a todas las perversiones que en ellas se deja a un lado la reproducción como fin. Éste es precisamente el criterio por el cual juzgamos si una actividad sexual es perversa —si se aparta de la reproducción en sus fines y persigue independientemente el logro de la gratificación. Comprenderéis pues que la brecha y el punto de inflexión en el desarrollo de la vida sexual se encuentra en el punto de su subordinación a los fines de la reproducción. Todo lo que ocurre antes de que tenga lugar esta conversión, y todo lo que rehúsa conformarse a ella y sirve a la búsqueda de la sola gratificación, es llamado con el título deshonroso de ‘perversión’ y como tal es despreciado". A General Introduction to Psychoanalysis, tr. Joan Riviere (Nueva York, Garden City, 1935), p. 277; citado en Janet E. Smith ed., Why Humanae Vitae Was Right [Por qué la Humanae Vitae tenía razón] (San Francisco, Ignatius, 1993).
133. Véase Judith A. Reisman y E.W. Eichel, Kinsey, Sex and Fraud. The Indoctrination of a People [Kinsey, sexo y fraude. El adoctrinamiento de un pueblo], editado por John H. Court y J. Gordon Muir, Huntingdon House, 1990.
134. En la década de 1980 se pidió al autor que llevara un lote de material de educación sexual particularmente escabroso a la Santa Sede. El Cardenal que lo recibió suspiró y dijo con cansancio: “El Santo Padre ya tiene toda una biblioteca pornográfica de materiales como éste” [obviamente para documentar y estudiar este triste fenómeno].
Copyright © Philip Trower 2006, 2011, 2018.
Al dejar de existir Family Publications , los derechos de autor volvieron al autor Philip Trower, quien dio permiso para que el libro fuera colocado en el sitio web Christendom Awake.
Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/cc&cf/corrected/cc&cf-chap14.htm
(versión del 16/02/2021). Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes, con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.
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5 comentarios
Los peros que se pueden poner al método de Fray Bernardino se deberían precisamente a la intencionalidad instrumental de sus estudios -arduos estudios llevados a cabo durante años, con las aportaciones precisas de distintos colaboradores locales-, a pesar de que el libro no incluye las estrategias consecuentes necesarias del misionero y se limite a una labor investigadora y descriptiva. Sin embargo, tal y como apunta Tower, esto en vez de hacérnoslo ver como un defecto, mas bien parece un signo de modernidad al tratar a las personas según las características de inteligencia, voluntad y moral que le son propias y no caer en el lodazal del estructuralismo.
Pocas imágenes se pueden poner que resulten tan descriptivas como esta sobre la fortuna que ha corrido el modernismo dentro de la Iglesia.
" En estos días incluso los criminales, se nos dice, han aprendido a culpar a sus padres por sus crímenes".
Hoy en día el wokismo lleva hasta el delirio este tipo de reflexiones: Todos los hombres son violadores menos los violadores que son víctimas.
El capítulo es un cúmulo de observaciones llenas de perspicacia:
"Si el mundo post-freudiano reconoce un pecado, seguramente es la “frustración"".
(...)
Sé que estoy resultando molesto porque ya dije lo mismo varias veces, pero sucede que si bien este material es muy bueno, parece que solo se analiza a fondo críticamente cuando la doctrina o el personaje en cuestión es de origen europeo. Si es norteamericano o anglosajón en general es mucho más difuso el cuestionamiento, siendo que en realidad las corrientes peligrosas que al día de hoy (2022, no 1950 o 1960) y desde hace varias décadas son mucho más las que son de tradición norteamericana. Por ejemplo, hoy son muy pocos los psicólogos (fuera de Argentina y Francia, según parece) que abiertamente se declaran abiertamente freudianos. Pero en cambio, ¿cuántos hay que se declaran seguidores de Rogers?
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DIG: Ese tema será tratado en el próximo capítulo.
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