Philip Trower, La Iglesia Católica y la Contra-fe -6
La Iglesia Católica y la Contra-fe: Un estudio de las raíces del secularismo moderno, el relativismo y la descristianización
Por Philip Trower
Contenidos
Parte 1. La civilización occidental en los siglos XX y XXI: creencias centrales
Capítulo 1. Por favor use la puerta principal
Capítulo 2. ¿Qué fue la Ilustración?
Capítulo 3. Las denominaciones
Capítulo 4. El progreso perpetuo
Capítulo 5. Los principios de 1789
Capítulo 6. LA SALVACIÓN POR LA POLÍTICA
Ahora es más o menos un lugar común que la Revolución Francesa fue dos revoluciones en una. Una rebelión iniciada por la aristocracia contra los intentos de la monarquía de reformar el ancien régime [antiguo régimen] se convirtió en una revolución de un sector de las clases medias cultas, que en nombre de los derechos del hombre y la democracia arrebataron el poder al rey y a la aristocracia, para ser seguida por una revolución social en la que un proletariado urbano trató de arrebatarle el poder a las clases medias cultas. La primera [revolución] tuvo éxito. El triunfo de la segunda se retrasó durante más de cien años, y cuando finalmente tuvo lugar, bajo la bandera del socialismo, en un país del otro extremo de Europa, resultó ser no el triunfo del proletariado, sino el de revolucionarios profesionales y una intelectualidad gobernando para el supuesto beneficio del proletariado, con un rigor muy superior al de cualquiera de sus amos anteriores.
¿Son la democracia y el socialismo, entonces, teorías políticas opuestas o partes integrantes de lo mismo? La respuesta es un poco de ambas cosas. Los objetivos son los mismos —la felicidad humana a través del reinado de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Las diferencias son acerca de las prioridades. ¿Deben primar la libertad y los derechos e intereses del individuo, o la igualdad y los derechos de la colectividad? Echemos un vistazo más de cerca.
La democracia — ¿Qué es?
Cuando nos preguntamos qué entiende la gente hoy por democracia, encontramos dos concepciones contradictorias dando tumbos en las mentes occidentales. Las llamaré democracia de sentido común, que no es democracia en el sentido literal, y democracia teórica, que no es practicable en el sentido literal.
Para la mayoría de las personas, la democracia de sentido común significa sistemas políticos como los de los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. Debe haber separación de poderes; los gobernantes son elegidos por períodos limitados para que estén atentos a los deseos de los gobernados; todos los adultos tienen derecho a votar; el cargo público está abierto a cualquiera que se interese en competir por él; las decisiones son por mayoría de votos; nadie puede ser arrestado sin orden judicial ni encarcelado sin juicio, y la ley es la misma para todos. Hablamos de esto como “gobierno representativo". Algunas de las características enumeradas se encuentran en diferentes tipos de gobierno. Las he mencionado porque están en la mente de la mayoría de las personas cuando piensan en lo que creen que son las virtudes especiales de la democracia.
Las ideas subyacentes son que el gobierno debe ser en algún grado para el beneficio de todos y que un pueblo o sociedad es algo orgánico: una unión de familias e individuos que, teniendo muchas cosas en común, incluyendo una historia y una cultura comunes, también participan naturalmente en grupos de ideas afines con diferentes visiones e intereses.
Se podría decir que los demócratas de sentido común no creen en el gobierno del pueblo, sino en el mayor grado de consentimiento, consulta y representación del pueblo compatible con un gobierno estable y eficaz. Si las miramos sin prejuicios, vemos que las democracias de sentido común se parecen más a los sistemas mixtos favorecidos por Santo Tomás, que combinan características monárquicas, aristocráticas y populares.
Esto es especialmente cierto en el caso de los Estados Unidos y la actual República Francesa. Los sistemas políticos no siempre son lo que parecen. Los Estados Unidos y Francia, por mucho que se les llame democracias, son en realidad monarquías electas limitadas por instituciones representativas poderosas. Inglaterra es una república con un presidente hereditario sin poder. La Rusia soviética, aunque atea, se parecía a una teocracia; los mismos hombres decidían lo que había que creer y cómo se debía gobernar el país.
La tradición revolucionaria francesa ha propagado algunos de los principios de la democracia de sentido común, pero no los originó. Lo que sí originó, basándose en Rousseau, fue la democracia teórica.
Los principios básicos de la democracia teórica son que existe algo así como “el pueblo", un conjunto de unidades iguales que tienen todas las mismas necesidades, pensamientos y voluntad; que ellas juntas son la fuente de la verdad, el derecho y el poder para exigir obediencia; que el pueblo debe gobernar, ya sea directamente interviniendo día a día en los detalles del gobierno, sin que se tome ninguna decisión sin su conocimiento y consentimiento, o en el sentido de que los gobernantes son simplemente sus portavoces. Que un hombre tenga que someterse a una autoridad distinta a la suya es una afrenta a su dignidad y una limitación de su humanidad.
Existe una conexión estrecha entre la idea de democracia de Rousseau y el concepto de Lutero de la Iglesia como un pueblo que actúa unido directamente bajo la inspiración del Espíritu Santo. La dificultad de Rousseau era que, al dejar de lado al Espíritu Santo, no podía explicar por qué el pueblo debía ser siempre de una sola mente y voluntad. De ahí su segunda idea más famosa.
¿Con qué derecho pueden la mente y la voluntad colectivas obligar a los individuos, absolutamente libres por nacimiento, que componen el pueblo, a obedecer su autoridad y sus leyes? Debido al contrato social. Habiendo celebrado libremente (¿en la persona de sus antepasados remotos?) el contrato, el individuo libre sigue siendo su propio amo porque la mente y la voluntad colectivas son ahora su mente y su voluntad. ¿Puede rescindir el contrato? No. Es para siempre. Los que no están de acuerdo con la mente y la voluntad colectiva ya no son parte del pueblo. Se han convertido en miembros amputados, enemigos del pueblo. ¿El pueblo es… la mayoría? ¿Aquellos con las ideas correctas? Aquí la democracia teórica se vuelve evasiva.
La teoría del contrato social es un intento de explicar el origen de la sociedad y la autoridad política sin Dios; para mostrar por qué hombres y mujeres que se supone que no están sujetos a nadie más que a sí mismos deben aceptar leyes manifiestamente venidas de afuera de ellos, y no siempre de su agrado. Se supone que la vida social es artificial, no natural.
Debido a la influencia de Hobbes, Locke y Rousseau en la educación occidental, muchos demócratas occidentales de sentido común, cuando hablan de democracia, lamentablemente a menudo tienen en mente también algunas de estas ideas. Esta mezcla de dos concepciones discordantes de la democracia (la de sentido común y la teórica) basadas en principios fundamentalmente diferentes, explica la mayor parte de la confusión que rodea al tema y no pocas de las dificultades políticas actuales del mundo.
Todo el mundo sabe que el gobierno “del pueblo” es imposible. Incluso con las instituciones más representativas, el gobierno real es realizado por un número relativamente pequeño de hombres y mujeres. También sabe que la aprobación de una política o medida por el cincuenta y uno por ciento no la hace correcta. ¿Y en qué sentido una actividad como la formación de la opinión pública, ya sea por parte de los medios de comunicación o de la intelectualidad, es una empresa democrática? ¿No es más bien aristocrática? Si un escritor o pensador primero forma la opinión pública sobre un tema y luego la gente vota en consecuencia, ¿la voluntad de quién ha prevalecido? ¿La del pueblo o la del escritor? Voltaire no tenía ninguna duda. “La opinión gobierna el mundo y los filósofos gobiernan la opinión” —aunque el tipo de filósofos que él tenía en mente deberían ser llamados más propiamente publicistas.
En verdad cualquier tipo de liderazgo es difícil de conciliar con la noción de gobierno del pueblo o de soberanía popular. La mayoría de las naciones y culturas han sido martilladas o moldeadas por hombres notables que, ya sean buenos o malos, tienden a aparecer inesperadamente en el escenario de la historia como conejos que salen del sombrero de un mago.22
A pesar de esto, la democracia teórica es vista ampliamente como el ideal. Es por eso que tenemos tantos liberales bien intencionados que buscan realizar los principios de la democracia teórica dentro del marco de nuestras democracias de sentido común hasta que se rompen las costuras. Tales liberales sienten culposamente que la voluntad de la mayoría debería de algún modo corregir las cosas malas, incluso si no es así; que el pueblo debe gobernar, aunque no pueda; y que la libertad y la igualdad deben ser maximizadas incluso si el intento va a reventar las costuras de la democracia. El colapso de las democracias parlamentarias en Europa en las décadas de 1920 y 1930 se debió en parte a esta causa.
¿Dónde se posiciona la Iglesia?
“Por su misión y naturaleza, la Iglesia no está ligada a ninguna cultura, ni a ningún sistema político, económico o social".23 Ella bendice cualquier institución social o política legítima en la medida en que encarne los principios de su doctrina social (a la que llegaremos en breve). Con respecto a la democracia, se podría decir que apoya a la de sentido común contra la de tipo teórico. En el mundo actual, las democracias de sentido común parecen proporcionar el mejor marco para lograr ese equilibrio entre los derechos individuales y comunitarios que exige la doctrina social de la Iglesia.
El aspecto de las democracias de sentido común que la Iglesia no apoya es su actitud hacia la “soberanía popular". Las democracias de sentido común han tomado ahora de la democracia teórica la noción de que la soberanía (el derecho a exigir obediencia) proviene del “pueblo” o del voto de la mayoría, no de Dios. En la medida en que aceptan este principio, aprobado por primera vez como ley por la asamblea constituyente francesa en junio de 1789, los estados modernos han pasado de una base cristiana a una base atea-humanista. Por lo tanto, podemos ver a la Revolución Francesa como incorporando tres revoluciones, no dos: una revolución política, una revolución social y una revolución metafísica, como se ha llamado a la transferencia del poder de Dios a Demos [el Pueblo].24
El hecho de que muchos católicos piensen ahora que la democracia (como sea que se la entienda) es la única forma legítima de gobierno, que no se debe ejercer oposición a la opinión de la mayoría (excepto cuando es una opinión con la que ellos no están de acuerdo), y que la Iglesia debe ser reestructurada “democráticamente", es otro ejemplo de cómo sus mentes están formadas mucho más por la enseñanza de la Ilustración y la Revolución que por la enseñanza de la Iglesia.
El socialismo y la doctrina social
Hasta que vino Rousseau, nadie excepto algún que otro filósofo había pensado que era necesario presuponer un contrato social primordial a fin de explicar por qué las personas vivían juntas en familias, tribus y naciones. Daban por sentado que la vida humana había sido social desde el principio. Así que el surgimiento del socialismo puede ser visto ante todo como una reacción al individualismo libertario de Rousseau y al individualismo económico de Adam Smith (la sociedad buena resulta de que cada hombre persiga su propio interés personal). También fue, por supuesto, una reacción a los horrores del industrialismo temprano. Individualmente, los pobres eran débiles; pero unidos podían ser fuertes.
Cualquiera que haya pensado alguna vez en el tema está familiarizado con los tres principios básicos socialistas: cooperación en lugar de competencia en el trabajo; una distribución igual o más cercana a la igualdad de los productos del trabajo; y propiedad comunal. El énfasis está en la interdependencia. La igualdad y la fraternidad priman sobre la libertad.
Antes de la Revolución Francesa, los hombres y mujeres que habían puesto en práctica estos principios básicos de la manera más completa habían sido los monjes y monjas de Europa. También encontramos movimientos como los Diggers [excavadores] de la Guerra Civil Inglesa (décadas de 1640-1650) intentando realizarlos en un contexto no religioso. Luego, después de que los ejércitos revolucionarios y napoleónicos habían expulsado a la mayoría de los monjes y monjas de sus hogares en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, algunos de los primeros intentos de aplicar los principios básicos [antes mencionados] en un entorno secular fueron realizados por el socialista temprano Robert Owen, quien fundó una serie de comunidades organizadas cooperativamente en Gran Bretaña y los Estados Unidos en las décadas de 1820 y 1830. La palabra “socialismo” comenzó a usarse alrededor de 1835. Las comunidades de Owen finalmente fracasaron. Pero los siglos XIX y XX han visto la fundación de innumerables empresas cooperativas y comunales similares con una fuerte inclinación utópica o religiosa.
Los orígenes parcialmente religiosos del socialismo han influido en todas las formas posteriores de socialismo, incluidas las irreligiosas. También explican sus atractivos para ciertos católicos. Si los monjes y las monjas pueden vivir según lo que parece ser un proyecto para el reino de los cielos, así como una solución rápida para condiciones sociales horrendas (si se olvida el pecado original), ¿por qué no se debería obligar a todos los demás [a vivir así]?
Por lo tanto, el socialismo comienza como una teoría de la propiedad y las relaciones humanas, y sólo se convierte en una teoría de gobierno cuando se intenta aplicar sus principios básicos a sociedades y naciones enteras.
Fourier y Saint-Simon (un descendiente del malicioso duque y cronista de la corte de Luis XIV) estuvieron entre los primeros pensadores que trazaron planes para una sociedad industrial organizada “racionalmente". Su interés principal era la eficiencia y la productividad. El sistema de Saint-Simon presagió el socialismo corporativo de Mussolini y el fascismo temprano. Enfatizaba la cooperación de clases bajo el liderazgo de capitanes de la industria y científicos.
Los socialistas de la corriente principal, por el contrario, permanecieron apegados a los principios de la democracia teórica: no se debía confiar en los poderosos; el poder debe estar con el pueblo; el pueblo o los trabajadores deben ser la fuerza dirigente. También hubo un cambio terminológico importante: la propiedad comunal pasó a ser identificada con la propiedad estatal. El Estado debe poseer los medios de producción y de intercambio. ¿Todos ellos? Las diferentes escuelas de socialismo se pueden distinguir por el grado de propiedad y control estatal que defendían.
Si la historia siguiera la lógica, el siguiente paso habría sido algo así como el estado de bienestar moderno. Pero esto estaba fuera del alcance de los partidos socialistas del siglo XIX. Así que el estado de bienestar llegó sólo unos treinta años después de que el establecimiento del primer estado completamente socialista, por la revolución de 1917, hubiera dado a los gobiernos de Europa un susto de proporciones tan poderosas que sólo ahora se están recobrando de él. Los revolucionarios rusos llamaron a su sistema comunismo, pero tiene más sentido llamarlo socialismo despótico.
El socialismo despótico, que justifica su pretensión de ser democrático apelando a la teoría rousseauniana unida a la prestidigitación lingüística (el partido encarna la voluntad popular) es, en esencia, la imposición a todo un pueblo de una forma de vida que sólo puede ser vivida efectivamente por pequeños grupos con un consentimiento libre y una fuerte motivación religiosa. Al carecer de esa motivación y consentimiento, los gobernantes se enfrentan a la misma dificultad que Calvino en Ginebra y los revolucionarios franceses en París. ¿Se puede llevar a la gente a vivir en un alto nivel de virtud únicamente mediante la autoridad del gobierno y la vigilancia policial?
El marxismo es simplemente el intento más amplio y devastador de responder la pregunta por la afirmativa. Sin duda, es deliciosamente irónico que se haya derrumbado en Europa en el año del 200° aniversario (1989) del estallido de la Revolución Francesa, y que los medios occidentales se hayan referido a sus gobernantes ancianos y agotados como “conservadores".
Sin embargo, el socialismo despótico sigue siendo una tentación vigente no sólo para gobernantes que enfrentan serias dificultades económicas, sino también para jóvenes de corazón generoso que de repente se enfrentan por primera vez a la pobreza extrema en una escala masiva.
¿Hasta qué punto se puede incorporar en parte los objetivos e ideales socialistas de sello no marxista a los sistemas democráticos de sentido común sin desnaturalizarlos o arruinarlos económicamente? Ésta es la pregunta a la que se enfrenta ahora la mayoría de las naciones del mundo, nuevas y antiguas.
Para entender lo que la Iglesia tiene para decir sobre el tema, tenemos que distinguir entre el socialismo como una filosofía de las relaciones humanas y la propiedad de bienes, y el socialismo como una teoría de gobierno. La Iglesia tiene una filosofía social y principios sociales pero no un plan social y económico específico, así como ella tiene principios del gobierno justo sin estar comprometida con ningún sistema político.
El primero de esos principios es lo que ella llama ahora el principio de solidaridad. El principio de solidaridad no excluye la competencia razonable ni la noción de orden o jerarquía social, pero pone el acento en la cooperación. Dice que, cualquiera que sea la configuración económica o social, los hombres deben vivir juntos como hermanos, no luchar ni tratar de sobrepasarse unos a otros. Ni la libre empresa a ultranza ni la lucha de clases pueden ser el mecanismo del progreso social; sólo la ética puede. Sin ética sólo puede haber regresión social.
El principio de solidaridad es una extensión del principio de León XIII “El capital necesita trabajo y el trabajo necesita capital” a todas las esferas de la vida. Para resumir lo que ella tiene en mente, la Iglesia ha usado recientemente la palabra “socialización". Ninguna sociedad debe ser socialista. Pero las instituciones de cada sociedad deben reflejar el hecho de que ella es una “mancomunidad” o un “bien común". Parece haber aquí cierta afinidad con el pensamiento de “socialistas cristianos” como el anglicano del siglo XIX Frederick Maurice.
En segundo lugar, la Iglesia reconoce sólo dos unidades o uniones sociales absolutamente necesarias e inmutables: la familia regida por los padres, y el conjunto social (tribu, comunidad, nación o estado) regido por un gobierno establecido legítimamente. Entre estos dos puede haber cualquier número de otros organismos y asociaciones públicos o independientes gestionando la vida social y económica, uno al lado del otro o en orden ascendente según el principio de subsidiariedad (un organismo superior no debe hacer lo que puede ser hecho igual de bien [o mejor] por un cuerpo inferior).
El hecho de que la familia sea la unidad social más pequeña no significa, sin embargo, que sea la menos importante. Por el contrario, todas las demás asociaciones existen para el beneficio de las familias y los individuos. La familia es el lugar donde los futuros ciudadanos reciben su formación más profunda, en la virtud personal y en la convivencia social. Las sociedades, como las occidentales, que socavan la vida familiar están simplemente acumulando bombas en sus sótanos.
Los elementos del socialismo que atrajeron primero las condenas de la Iglesia fueron los métodos revolucionarios para obtener el poder defendidos por los socialistas más influyentes del siglo XIX, sus planes para el control estatal total y su negación del derecho a la propiedad privada. “La propiedad es un robo", dijo el socialista francés Proudhon.25
La Iglesia permite el derrocamiento de gobernantes tiránicos por la fuerza sólo en circunstancias extremas. Parafraseando a Pío XI, “el remedio no debe ser peor que la enfermedad". En cuanto al control estatal total, la Iglesia no admitirá que Dios le haya dado a ningún hombre o grupo de hombres el derecho o el poder para establecer el reinado universal de la justicia. Eso vendrá más tarde y será Su obra. Lo que Él ha decretado para el tiempo presente parece ser esa mezcla de suficiente autoridad y libertad que permite a los hombres buscarLo y servirLo libremente en paz y tranquilidad.
Por la misma razón, ella siempre ha defendido el derecho a la propiedad privada. Muchos han visto esto como una defensa de los ricos. Pero hay millones de pequeños propietarios en todo el mundo que, según los estándares occidentales, son pobres. Al defender el derecho de los hombres a la propiedad privada, la Iglesia está defendiendo su libertad e independencia. La expresión “esclavo asalariado", para el trabajador sin propiedad, todavía tiene un significado.
Sin embargo, ella no considera la propiedad privada como un derecho incondicionado. Un hombre no puede, por ejemplo, sólo por el gusto de hacerlo, quemar sus Rembrandts o romper un montón de billetes de banco. La propiedad debe ser vista ante todo como una administración. También debe ser distribuida de la manera más equitativa posible. Las grandes concentraciones de riqueza pueden ser infracciones del derecho de propiedad de otros hombres. El salario justo y el precio justo también deben limitar la búsqueda libre de riqueza. La vida económica no debe dejarse enteramente a la operación de fuerzas ciegas o de egoísmos en conflicto.
Para transmitir estos puntos, recientemente la Iglesia ha dicho sobre la propiedad privada que tiene una “dimensión social” (debe ser utilizada de formas que beneficien a nuestro prójimo o al menos no lo perjudiquen) y ha enfatizado la doctrina bíblica del destino universal de los bienes terrenales.
El destino universal de los bienes terrenales no significa que todo pertenezca por igual a todos en cantidades iguales. Significa que el mundo estaba desnudo para el beneficio y disfrute de todos, y que todos tienen derecho a una parte equitativa.
En resumen, si miramos los cambios sociales y políticos, incluidas las revoluciones, de los últimos doscientos años, llevados a cabo en nombre de la libertad, la igualdad, la fraternidad y la democracia, lo que vemos correr como un arroyo cristalino a través de la espesura de los horrores y las locuras es una búsqueda confusa de un sistema de leyes e instituciones que proteja los derechos e intereses de los miembros más débiles o menos dotados de la sociedad sin sofocar las energías y los emprendimientos de los fuertes o talentosos, que también son necesarios para el bien común. Éste es el hilo cristiano en el corazón de la historia política moderna. Los gobiernos y las instituciones sociales y económicas están destinados por Dios para el beneficio de todos, no sólo de unos pocos. Pero, ¿cómo se logrará la meta? ¿Debería ser limitando o aumentando los poderes del Estado? Aquí es donde comienza la locura.
Las principales locuras son pensar que el gobierno es básicamente un mal que algún día puede ser eliminado; que su ocupación principal debería ser promover la libertad y la igualdad en lugar del bien común; que existe una fórmula política única para todas las situaciones; que la política puede hacer el trabajo de la ética y la religión; y que al final del camino se encuentra un paraíso sociopolítico.
Estas locuras subyacen a los intentos de utilizar a la Iglesia para la promoción de diferentes formas de “emancipación” política o social, de las cuales la teología de la liberación sudamericana fue hasta hace poco la más destacada. La teología de la liberación puede verse como la última y más radical versión del evangelio social protestante de principios del siglo XX. El impulso principal de la práctica cristiana debería ser elevar a los pobres en todas partes al menos a un nivel de prosperidad mínimamente razonable. La pobreza en el sentido de indigencia puede y debe ser abolida.
Antes de la Revolución Industrial, tal idea habría parecido inconcebible para la mayoría de la gente. La distribución más amplia de la riqueza existente había tenido sus defensores, pero no la abolición de la pobreza como tal. La gran mayoría de la humanidad siempre había sido pobre, y con la escasez de recursos en ese momento, era difícil ver cómo podría ser jamás de otra manera. Sin embargo, a medida que la Revolución Industrial tomó fuerza, hubo un cambio de mentalidad. Lo que antes parecía inconcebible, ahora parecía posible. Para la década de 1960, la idea de que a través del “desarrollo” los países pobres del mundo podrían eventualmente ser elevados hasta el nivel del Occidente rico era casi un lugar común entre las personas preocupadas por estos asuntos. El desarrollo significaba convertir países y civilizaciones antiguos y agrícolas en industriales y eficientes a través de préstamos, donaciones y asesoramiento tecnológico de Occidente. “El desarrollo", dijo el Papa Pablo, “es el nuevo nombre de la paz", introduciendo así una idea adicional —que la guerra se debe principalmente a la necesidad.26
Éstas no son nociones que puedan descartarse a la ligera, o incluso descartarse en absoluto. La idea de que todos están destinados a participar de las cosas buenas de la vida, siempre que no se hayan descalificado a sí mismos de algún modo por medio de su propio libre albedrío es, como hemos visto, completamente cristiana. El problema de la Iglesia ha sido éste: ella no está en el negocio de producir utopías, pero está en el negocio de hacer a los hombres justos y de vendar las heridas de los afligidos. ¿Cómo iba a hacer para que sus hijos vieran la diferencia? El ascenso de la teología de la liberación fue el ejemplo más notable de su falta de éxito en la década de 1980.
Como una doctrina específica, la teología de la liberación comenzó en la década de 1960 cuando ciertos teólogos latinoamericanos heterodoxos con fuertes puntos de vista sociales se desilusionaron con la creencia del Papa Pablo VI de que la pobreza podía ser superada mediante el “desarrollo". El desarrollo era un proceso demasiado lento. Querían ayuda al por mayor para los pobres ahora. Así que inevitablemente se dedicaron a la revolución. Pero su evangelio social radicalizado no es sólo marxismo de marca soviética “catolizado". De Marx, ciertamente, tomaron la idea del conflicto de clases como el mecanismo del progreso social. Pero el resto de su sistema, como quedará claro en un capítulo posterior, es el modernismo religioso del crítico bíblico luterano Rudolf Bultrnann en un modo político.27
La Iglesia, en la teología de la liberación, existe para establecer “el reino” —un reino de igualdad y paz.28 Pero la Iglesia, según los liberacionistas, no es ella misma el reino, y ni siquiera, como dice el Vaticano II, “la semilla del Reino". Ella existe para servir al reino, para ayudar a realizarlo. Esto al menos es cierto para la “Iglesia institucional", los líderes de la Iglesia con sus reglas, reglamentos y “estructuras” como diócesis y parroquias. Sin embargo, por encima y en contra de la Iglesia institucional se encuentra la “iglesia del pueblo", la “iglesia popular". En la iglesia popular, el pueblo está organizado en pequeñas comunidades29 bajo líderes laicos, quienes a su vez siguen el ejemplo de los “agentes pastorales” (clérigos o laicos), para cuya instrucción y orientación, se nos dice, se desarrolló la teología de la liberación (no en primer lugar para los académicos ni para el pueblo mismo). De los agentes pastorales, los miembros de las pequeñas comunidades aprenden a interpretar la Biblia a la luz de sus experiencias y situaciones de vida, a través de lo cual descubren el mensaje principal de la Biblia: el derecho y el deber del hombre de moverse abruptamente para su liberación total de toda forma de opresión, comenzando por las injustas estructuras sociales y políticas de su propio tiempo y lugar. Finalmente, esto conducirá a la liberación del universo entero del sufrimiento y la limitación. Las dos cosas son partes de un solo proceso cósmico.
Que el mundo está lleno de injusticias de todo tipo nadie lo negará, ni el derecho de los hombres a corregirlas por medios legítimos en cuanto puedan, sin cometer más o peores injusticias. Pero que alguien pueda leer la Biblia y pensar que éste es su mensaje principal o único es incomprensible. Lo que más llama la atención es cuánto se parece el mensaje de los teólogos de la liberación al de los judíos zelotes [fanáticos] de los tiempos del Nuevo Testamento, cuya influencia fue una de las razones por las que tantos de los oyentes de Cristo no lograron comprenderlo.30
En cuanto a las etapas por las que debe pasar la revolución, o la forma en que se organizará la sociedad una vez que todas las estructuras opresoras hayan sido derribadas, la teología de la liberación, a diferencia del marxismo, se queda callada deliberadamente. La verdad, para la teología de la liberación, se descubre en y a través de la acción. Poned en marcha la revolución y los próximos pasos necesarios se revelarán automáticamente.31 Igualmente para la organización de “el reino” cuando llegue. Hay que admitir que ésta es una forma ingeniosa de evitar un montón de preguntas muy fastidiosas.
La teología de la liberación estuvo en el apogeo de su influencia entre la segunda reunión de la conferencia episcopal latinoamericana en Medellín en 1968 y la tercera reunión en Puebla en 1979, en la que Juan Pablo II inició el proceso de desactivarla. A mediados de la década de 1980, la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma emitió dos documentos, el primero detallando sus errores y el segundo exponiendo las nociones cristianas de libertad y liberación.32 Desde entonces la teología de la liberación ha sufrido dos golpes: el colapso del comunismo en Europa Oriental, que ha desacreditado temporalmente las soluciones revolucionarias rápidas; y la partida de un gran número de pobres sudamericanos hacia las sectas protestantes. Querían oír hablar de una mejor vida en el mundo futuro en lugar de un paraíso improbable en éste.33
Esto no significa, sin embargo, que los principios subyacentes de la teología de la liberación ya no estén operativos. Son evidentes en el feminismo radical, que ya está demostrando ser aún más problemático, y también han jugado un papel en la revuelta religiosa de la clase media norteamericana y europea, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que, a pesar de las afirmaciones en contrario de los teólogos latinoamericanos de la liberación, su teología es sólo un subproducto del modernismo político europeo.34
La principal diferencia entre los dos grupos es que las clases medias europeas y norteamericanas, que tienen casi todas las ventajas políticas, económicas y sociales que podrían desear, agitan contra las “estructuras” eclesiásticas más que las sociales y políticas. Con el Padre Hans Küng como su Bolívar, miran con buenos ojos el liberacionismo político en el extranjero, y en casa favorecen las parroquias sin sacerdotes o los pequeños grupos bajo liderazgo laico, ya sea porque esto ayuda a difuminar la distinción entre clérigos y laicos, o porque acostumbra a los fieles a las mujeres en roles aparentemente “sacerdotales". Los católicos holandeses inmediatamente después del Concilio fueron los primeros en ser pioneros de esta visión de la Iglesia, que ha sido llamada apropiadamente la “enfermedad holandesa del olmo". El movimiento “Somos Iglesia” (Wir sind Kirche) de mediados de la década de 1990 en Alemania y Austria es otro ejemplo de la misma mentalidad que, como veremos más adelante, tiene sus raíces en las ideas de Bultmann sobre los orígenes cristianos.
Notas
22. Un proceso similar de amoldamiento está siendo llevado a cabo actualmente por la Comisión Europea en Bruselas. Si la Unión Europea triunfa, incluso después de un referéndum, el amoldamiento habrá sido esencial para el resultado final.
23. Gaudium et Spes, 42.
24. Debo esta distinción tripartita a Geneviève Esquier del semanario católico francés L’Homme Nouveau [El Hombre Nuevo].
25. ¿Qué es la propiedad?, 1840.
26. En la medida en que la idea de abolir la pobreza incluya la idea de “abolir” a los pobres, es una idea, sugiero, que los cristianos necesitan examinar cuidadosamente.
27. Los principales teólogos de la liberación fueron Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino y Juan Luis Segundo.
28. ¿"El reino” ha de estar en este mundo o en el venidero? ¿O el primero se convierte en el segundo sin interrupción? Estas preguntas quedan en el aire.
29. Comunidades pequeñas o comunidades de base. Es necesario distinguir entre las comunidades de base heterodoxas y politizadas de la teología de la liberación, y las muchas pequeñas comunidades ahora dispersas por todo el mundo, que se reúnen para la instrucción religiosa o la oración bajo la dirección de laicos debido a la escasez de sacerdotes. La Iglesia alienta a estas últimas.
30. Cristo “no quiso ser un Mesías político que dominara por la fuerza… Su reino no se abre paso a golpes". (Dignitatis Humanae, 11).
31. Esta idea proviene del marxismo “crítico” y antidogmático del Instituto de Investigación Social de Frankfurt fundado en 1923 en oposición parcial a lo que sus miembros consideraban como un marxismo soviético rudimentario y poco sofisticado. El marxismo de Frankfurt era marxismo para intelectuales occidentales sofisticados a los que no les gustaba que les dieran órdenes. Ellos “desenterraron” y dieron un lugar de honor a los escritos del joven Marx, supuestamente más “libertario” y menos dogmático. El miembro más conocido de la escuela de Frankfurt fue Herbert Marcuse, quien se convirtió en ciudadano estadounidense en la década de 1930 y en el héroe de los estudiantes radicales estadounidenses en la década de 1960.
32. Instrucción sobre algunos aspectos de la ‘Teología de la Liberación’, agosto de 1984, e Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación, marzo de 1986.
33. ¿Esta huida fue un signo de los tiempos? Si es así, ha habido una considerable renuencia a leerlo.
34. El teólogo católico de Tubinga Johann Baptist Metz, alumno de Karl Rahner y miembro del consejo editorial de Concilium, estuvo entre los líderes del movimiento que rechazó la confianza del Papa Pablo en el desarrollo como el método adecuado para el progreso social y en cambio se volvió hacia la revolución.
Copyright © Philip Trower 2006, 2011, 2018.
Family Publications ha dejado de existir. Los derechos de autor han vuelto al autor Philip Trower, quien ha dado permiso para que el libro sea colocado en este sitio web (Christendom Awake).
Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/cc&cf/corrected/cc&cf-chap6.htm
(versión del 16/02/2021). Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes, autorizado por Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.
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DIG: Sí, si Dios quiere.
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