29.01.25

La funcionarización de los obispos

Ya hablamos hace tiempo, en un artículo titulado La bananerización del derecho en la Iglesia, de la tendencia preocupante a prescindir del derecho canónico en el ámbito eclesial, cambiándolo por la mera arbitrariedad y dejando indefensos a los fieles. Esa tendencia, por desgracia, parece ir acentuándose cada vez más, en lugar de corregirse, y quizá su aspecto más llamativo sea el peligro de convertir en la práctica a los obispos en meros funcionarios empleados por el Papa.

Durante los últimos doce años, hemos visto cómo los obispos son tratados de forma poco acorde con su condición y prescindiendo de los procesos canónicos pertinentes o incluso de las normas de cortesía más básicas. Esto es muy grave, teniendo en cuenta que se trata de sucesores de los apóstoles, que deben ser tratados como tales. ¿Alguien imagina, por ejemplo, que San Pedro se negara a recibir al apóstol San Felipe cuando este intentara hablarle de cuestiones graves o gravísimas? ¿O que destituyera a Santo Tomás sin explicarle siquiera por qué lo hacía? Desgraciadamente, algo así es lo que parece que ha sucedido numerosas veces en este pontificado.

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23.01.25

Así es la rosa

No la toques ya más, que así es la rosa”, dice un feliz verso de Juan Ramón Jiménez. Es un buen consejo, que todo pintor, escritor y artista debería tener muy presente: cuántas veces una pintura, un libro o una obra de arte se estropean porque el autor se empeña en seguir haciendo cambios cuando ya no hay que tocarla más. Así es la rosa y no la vas a mejorar.

El consejo, sin embargo, no vale solo para artistas y los católicos haríamos bien en meditarlo también. En efecto, una tentación que siempre ha estado presente en la historia, pero más que nunca en nuestra época, es la de hacer cambios en la fe para “mejorarla”: quitamos esto, cambiamos un poquito aquello, añadimos esto otro y todo va a quedar mucho mejor, ¿no es cierto?

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18.01.25

11.01.25

Tiempo de regalos

En la época navideña que estamos terminando, tan tradicionales como los polvorones o los villancicos son las advertencias en las homilías contra la obsesión con los regalos y las cosas materiales. Así debe ser, por supuesto, porque nuestro mundo tristemente lo comercializa todo, convirtiéndolo en consumo y reduciéndolo a un intercambio económico. Sin embargo, no puedo evitar pensar que quizá haya algo más profundo en todo esto.

A fin de cuentas, los regalos son algo universal y existen en todas las culturas, naciones y clases sociales. ¿A quién no le gustan los regalos? Esto implica que los regalos tocan muy de cerca la esencia misma del ser humano. De alguna forma, en un regalo hay algo especial, que no se agota en el mero objeto que se regala, porque, como todos sabemos, no es lo mismo comprarse una cosa que recibirla como regalo. Este último suscita una ilusión, causa una sorpresa y tiene una magia que no pueden compararse con una simple compra.

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5.01.25

El parto virginal de nuestra Señora

No nos merecemos la liturgia de la Iglesia. Es un arca del tesoro incomparable, de la que podríamos sacar lo viejo y lo nuevo, como dice el Evangelio. En cambio, lo habitual es que nos entre por un oído y salga por el otro, sin pena ni gloria y sin que nos enteremos de nada. ¡Qué desperdicio! Me atrevo a decir que, si meditásemos un poco los textos litúrgicos, podríamos saber más teología que la mitad de los que se dedican a enseñar esa materia en las universidades.

Veamos un ejemplo de hace un par de días. En estos tiempos recios en que vivimos, he perdido la cuenta de los supuestos expertos en teología a los que he oído criticar o negar el parto virginal de nuestra Señora, e incluso su virginidad en general, a pesar de que forma parte del credo (“nació de María Virgen”) y, por supuesto, de la Palabra de Dios.

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