El argumento ontológico
Ha dicho el necio en su corazón: ¡No existe Dios! (salmo 14)
Cuando se trata de debatir acerca de la existencia de Dios, el argumento ontológico es uno de los primeros que suelen mencionar, remontándose a su formulación a San Anselmo de Canterbury, pero sin pasar de una referencia o curiosidad histórica, pues se lo descarta rápidamente, como veremos.
El argumento parte de una base perfectamente razonable: antes de preguntar si una cosa existe, debemos tener muy claro de qué cosa estamos hablando. Por ejemplo, si alguien nos consulta si existen los unicornios, antes debemos estar de acuerdo en que hablamos de un animal similar a un caballo con un largo cuerno en la frente, y no de un rinoceronte.
(Usamos el ejemplo del unicornio y el rinoceronte, precisamente porque hay fuerte evidencia que el unicornio apareció en los catálogos medievales, a causa de una errada lectura de una descripción de un rinoceronte)
Si alguien pregunta “¿Existen los unicornios?” la respuesta será muy diferente dependiendo de la imagen que hayamos asociado al concepto de “unicornio”.
En el caso de Dios, antes de preguntarnos si existe, debemos establecer con claridad de qué estamos hablando. Y la respuesta de san Anselmo es que Dios es “algo más grande que lo que podemos concebir”. Ahora bien, si podemos definir a Dios de este modo, podemos decir que al menos existe en nuestro intelecto, y desde luego, los ateos no tienen inconveniente en decir que Dios existe de esta forma, pues los unicornios, por ejemplo, también existen en nuestro intelecto, y sin embargo todavía podemos decir “no existen”, porque no existen fuera de nuestra mente, en la realidad.