15.01.25

LXXII. Cristo, primer resucitado

Prueba de la Sagrada escritura[1]

En el artículo siguiente, el tercero de la cuestión de la Suma teológica dedicada a la resurrección de Cristo, Santo Tomas afirma que fue el primero en resucitar de todos los muertos. Lo confirma con estas palabras de San Pablo: «Cristo resucitó de entre los muertos, como primicias de los que mueren»[2]. Explica seguidamente que «Sobre lo cual dice la Glosa ordinaria: «Porque es el primero de los resucitados en el tiempo y en la dignidad » (IV, 58 r)»[3]. También se lee en otra de las epístolas paulinas: «Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, y el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la primacía»[4].

Indica Santo Tomás, al comentar este último pasaje, que San Pablo: en él: «propone y expone la parte o papel que corresponde a Cristo en toda la Iglesia», que es el de ser «cabeza de la Iglesia».

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2.01.25

LXXI. El día de la resurrección de Cristo

La prueba del tercer día[1]

En el siguiente artículo, el segundo de la cuestión de la Suma teológica sobre la resurrección de Cristo, Santo Tomás se ocupa de examinar la conveniencia respecto al día en que ocurrió. Según: «lo que el Señor dice en el Evangelio de San Mateo: «Le entregarán a los gentiles para escarnecerle, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará» (Mt 20, 19)»[2].

En Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger advierte que: «El tercer día no es una «fecha teológica», sino el día de un acontecimiento que para los discípulos ha supuesto un cambio decisivo tras la catástrofe de la cruz». Este día no sólo se refiere al hecho de la resurrección, sino también: «al primer encuentro con el Señor resucitado. El primer día de la semana –el tercero después del viernes– está atestiguado desde los primeros tiempos en el Nuevo Testamento como el día de la asamblea y el culto de la comunidad cristiana (Cf 1 Co 16, 2; Hch 20, 7; Ap 1, 10)».

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16.12.24

LXX. Necesidad de la resurrección de Cristo

Nacimiento y resurrección de Cristo[1]

El profesor Louis Claude Fillion, en su Vida de Nuestro Señor Jesucristo, nota que: «Además de los milagros obrados en número tan grande por Nuestro Señor Jesucristo, el Evangelio contiene tres de un orden superior, que podemos considerar como esenciales: el de su nacimiento, el de su persona y el de su resurrección». Advierte asimismo que: «Están indisolublemente unidos entre sí, y que se explican y completan mutuamente»[2].

También en la actualidad se ha escrito: «En sus cristologías, los teólogos medievales tendían a centrarse en la encarnación, presentando una atención mínima a la resurrección». En cambio, Santo Tomás: «integró la resurrección de Jesús en su reflexión sobre la persona y la obra salvadora de Jesús, como puede verse en la tercera parte de la Suma teológica»[3]. Lo confirma el hecho de que a los misterios insondables de la encarnación en sí misma y la resurrección les dedica el mismo número de cuestiones.

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2.12.24

LXIX. El descenso de Cristo al purgatorio

Visita de Cristo al purgatorio[1]

En el último artículo de la cuestión de la Suma teológica dedicada al descenso de Cristo a los infiernos, se pregunta sí con ello libró a las almas del purgatorio. Para responder, Santo Tomás recuerda que, como ya ha dicho varias veces: «la bajada de Cristo a los infiernos fue poderosa de liberar de ellos en virtud de su pasión». Precisa, además, que «el poder de su pasión no es temporal y transitorio sino sempiterno, como dice el Apóstol: «Cristo con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados» (Heb 10, 14). Por este motivo: «es claro que la pasión deCristo no tuvo entonces mayor eficacia de la que tiene ahora».

Por consiguiente, aunque Cristo visito a las almas que se encontraban en el purgatorio, no las sacó del mismo, puesto que: «los que se hallaban en la condición en la que ahora están retenidas las almas del purgatorio no fueron libradas del mismo por el descenso de Cristo a los infiernos».

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15.11.24

LVIII. El limbo de los niños

El limbo

La fe en la propiciación de Cristo

En el séptimo artículo de esta cuestión de la bajada de Cristo a los infiernos, se pregunta Santo Tomás si los niños que habían muerto con el pecado original, que se encontraban en el correspondiente infierno o limbo de los niños, fueron liberados con su descenso. Su respuesta es negativa.

Por una parte, porque: «está lo que dice el Apóstol: «Dios ofreció a Cristo como propiciación mediante la fe en su sangre» (Rom 3, 25). Pero los niños que habían muerto con sólo el pecado original, en ningún modo habían participado de la fe de Cristo. Luego tampoco recibieron el fruto de la propiciación de Cristo, de modo que fueran librados por Él del infierno»[1].

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