15.10.24

LXVI. El descenso de Cristo al limbo de los justos

El pecado original en los justos[1]

En los restantes cuatro artículos de esta cuestión dedicada a la bajada de Cristo a los infiernos, Santo Tomás se ocupa de si hubo y cómo fue en su caso la liberación en el infierno de los santos padres, en el infierno de los condenados, en el infierno de los niños que murieron en pecado original y en el infierno de los que tenían pecados veniales o imperfectamente purificados de sus pecados.

Respeto al primer lugar de los infiernos, el limbo de los justos afirma Santo Tomás que Cristo liberó a todos los santos padres que estaban allí. Indica que es «lo que dice San Agustín, en un sermón sobre la Pasión, que cuando Cristo descendió a los infiernos, «quebrantó la puertas del infierno y los cerrojos de hierro» (Serm. Supuestos, serm. 160) y puso en libertad a todos los justos que allí estaban detenidos por causa del pecado original»[2].

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1.10.24

LXV. La permanencia de Cristo en los infiernos

Permanencia total[1]

En esta cuestión dedicada al descenso de Cristo a los infiernos, Santo Tomás se ocupa también de determinar, en los artículos siguientes de los dos ya comentados, el modo que estuvo Cristo en ellos y el tiempo que estuvo en los mismos. Su conclusión es que, a pesar de la separación de su alma de su cuerpo permaneció todo en los infiernos.

Obtiene esta tesis del siguiente argumento: «Como es manifiesto por lo dicho en la Primera Parte(q.31, a.2 ad 4), el género masculino se refiere a la hipóstasis o persona; el género neutro, en cambio, corresponde a la naturaleza»[2].

Esta es la primera premisa de la que parte. En el lugar citado había escrito: «El género neutro es informe, y, en cambio, el masculino, y lo mismo el femenino, es formado y distinto, Con el género neutro se expresa, pues, con propiedad la esencia común y con el masculino y femenino cualquier supuesto (substancia concreta individual) determinado en la común naturaleza. Así sucede también en las cosas humanas, pues si se pregunta: «¿Quién es éste?», se responde «Sócrates», que es nombre de supuesto. Más si se pregunta: «¿Qué es éste?». Se responde: «Un animal racional y mortal»[3]. Lo que denomina Santo Tomás género neutro es el término que significa la esencia concreta común; y los términos de géneros masculino y femenino expresan la esencia concreta e individual, la que posee todo supuesto o substancial individual, tanto el no racional como el racional o persona.

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16.09.24

LXIV. El Infierno de los condenados y Cristo

Naturaleza del infierno[1]

Como se indica en el nuevo Catecismo: «La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del pueblo de Dios, 12)». El infierno y las penas son eternos.

Se precisa seguidamente que: «La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira»[2]. Esta pena, que se denomina pena de daño, priva de la visión de Dios, por estar separado de Él, y de todos los bienes que proceden de esta condena.

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2.09.24

LXIII. Descenso de Cristo a los infiernos

Cristo en los infiernos[1]

Al empezar las ocho cuestiones, que Santo Tomás dedica a la pasión de Cristo, en sentido amplio, en su tratado de la vida de Cristo de la Suma teológica, indica que tratará respecto: «a la salida de Cristo de este mundo: primero de su pasión misma; segundo de la muerte; de la sepultura; y cuarta de su bajada a los infiernos»[2].

Como a las anteriores le da gran importancia, porque como escribió el dominico escriturista Alberto Colunga: «Santo Tomás tenía especial devoción por la pasión de Jesucristo y el Señor le había concedido una inteligencia grande de sus misterios, que el gustaba de explicar, sea al pueblo en sus sermones, sea a los doctos en sus comentarios al Nuevo Testamento. Las cuestiones de la Suma que tratan de este misterio fueron escritas el último año de la vida del Santo, y parece que fue sobre ellas y no sobre la Eucaristía sobre las que recibió de la imagen del crucifijo aquella aprobación «Bien has escrito de mí Tomás»[3].

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16.08.24

LXII. Incorrupción del cuerpo sepultado de Cristo

Ausencia de descomposición[1]

Después de ocuparse del entierro de Cristo, en la cuestión dedicada a su sepultura, Santo Tomás se pregunta, en el penúltimo articulo, si «el cuerpo de Cristo se convirtió en ceniza en el sepulcro».

Es necesario plantearse este interrogante, porque, por una parte: «Se dice en el Salterio: «No permitirás que tu Santo experimente la corrupción» (Sal 15, 10); lo que San Juan Damasceno expone de la corrupción, es decir, la descomposición en los elementos (La fe ortod., c. 28)»[2], del cuerpo de Cristo, que es el Santo.

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