2.05.25

LXXIX. La resurrección y los discípulos

La certeza de la resurrección[1]

Los dos siguientes artículos, el tercero y cuarto, de la cuestión de la Suma teológica, dedicada a la manifestación de la resurrección de Cristo, se ocupan de las apariciones a sus discípulos. En el primero de ellos se pregunta por qué no fue conveniente que los discípulos le vieran resucitar.

Es innegable que no la presenciaron, ya que: ««se dice en San Marcos: «Habiendo resucitado el Señor por la mañana, el día primero después del sábado, apareció primero a María Magdalena. Pero María Magdalena no le vio resucitar, sino que, buscándolo, en el sepulcro, oyó del ángel: «El Señor resucitó, no está aquí»; luego ninguno le vio resucitar»[2].

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17.04.25

LXXVIII. Manifestaciones de la Resurrección de Cristo

Las obscuridades[1]

Santo Tomás, en la cuestión siguiente, examina las manifestaciones de la resurrección de Cristo. La primera cuestión la dedica al problema de su limitación, puesto que tal como se indica: «en los Hechos de los apóstoles : «A quien Dios resucitó al tercer día, manifestándolo, no a todo el pueblo, sino a los testigos de antemano elegidos por Dios « (Hch 10, 40-4)»[2].

Dios había designado solo a unos hombres, a los que había predestinado, y no a todos los hombres para que Cristo resucitado se manifestase. Se puede comprender que su manifestación no fuese publica desde la siguiente explicación que da Santo Tomás: «De las cosas conocidas, unas lo son por una ley común de la naturaleza», que hace que el hombre con su entendimiento puede conocer una serie de verdades accesibles a las características de su razón. Pueden denominarse, por tanto, verdades naturales.

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1.04.25

LXXVII. Las cicatrices de la pasión de Cristo

Las cicatrices del cuerpo de Cristo [1]

En el cuarto y último artículo de la cuestión sobre las cualidades de Cristo resucitado, que se encuentra en el postrer tercio del tratado de la «Vida de Cristo» de la Suma Teológica, Santo Tomás examina si debe tener las cicatrices de su pasión. Para ello, recuerda que en el Evangelio: «dice el Señor a Tomás: «Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; alarga tu mano y métela en mi costado» (Jn 20, 27)»[2].

A continuación, indica que: «fue conveniente que en la resurrección el alma de Cristo tomase el cuerpo con las cicatrices». Los motivos son los siguientes: «Primero, por la gloria del mismo Cristo. Dice San Beda que no por la impotencia de curar conservó las cicatrices, «sino para llevar siempre consigo las señales de su triunfo» (Exp. Evang. S. Lucas, Lc 24, 40, l. 6).

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17.03.25

LXXVI. Integridad del cuerpo glorioso de Cristo

La integridad

En su obra Compendio de teología, afirma Santo Tomás que todos los cuerpos resucitados poseerán íntegras todas sus partes y, además, que quedarán restaurados todos los fallos de la naturaleza corporal humana. No tendrán, por tanto, ni enfermedad, ni sus secuelas, ni ningún deterioro, porque «por el mérito de Cristo se quitará en la resurrección lo defectuoso de la naturaleza que es común a todos»[1].

En su vida terrena el hombre usa de los alimentos y de los actos generadores, pero: «cesará el uso de todas estas cosas, los hombres tendrán, sin embargo, los órganos destinados para todas estas cosas, porque sin ellos el cuerpo del hombre resucitado no permanecería íntegro, y es conveniente que la naturaleza sea reparada íntegramente en la restauración del hombre resucitado, restauración que procederá inmediatamente de Dios, cuyas obras son perfectas. Así, los hombres, después de la resurrección, poseerán dichos órganos por causa de la conservación de la naturaleza íntegra y no para ejercer los actos a que estaban destinados»[2].

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3.03.25

LXXV. El cuerpo glorioso de Cristo

Gloria y claridad[1]

San Pablo, en el texto de la enumeración de los cuatro dotes o cualidades de los cuerpos resucitados, nombra, en segundo lugar a la «gloria»[2], en el sentido de claridad, tal como se ha interpretado siempre . Explica Santo Tomás que «habla del dote de claridad diciendo «sembrado en ignominia» (1 Cor 14, 43) esto es un cuerpo que antes de la muerte y en la muerte está sujeto a muchas fealdades y miserias «el hombre nacido de mujer, viviendo breve tiempo, está cercado de muchas miserias» (Job, 14, 1) pero «resucitará en gloria» (1 Cor 14, 41) la cual significa claridad como dice San Agustín que los cuerpos de los santos serán claros y luminosos, como se dice en la Escritura: «los justos resplandecerán como el sol» (Mateo 13, 43)»[3].

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