16.12.24

LXX. Necesidad de la resurrección de Cristo

Nacimiento y resurrección de Cristo[1]

El profesor Louis Claude Fillion, en su Vida de Nuestro Señor Jesucristo, nota que: «Además de los milagros obrados en número tan grande por Nuestro Señor Jesucristo, el Evangelio contiene tres de un orden superior, que podemos considerar como esenciales: el de su nacimiento, el de su persona y el de su resurrección». Advierte asimismo que: «Están indisolublemente unidos entre sí, y que se explican y completan mutuamente»[2].

También en la actualidad se ha escrito: «En sus cristologías, los teólogos medievales tendían a centrarse en la encarnación, presentando una atención mínima a la resurrección». En cambio, Santo Tomás: «integró la resurrección de Jesús en su reflexión sobre la persona y la obra salvadora de Jesús, como puede verse en la tercera parte de la Suma teológica»[3]. Lo confirma el hecho de que a los misterios insondables de la encarnación en sí misma y la resurrección les dedica el mismo número de cuestiones.

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2.12.24

LXIX. El descenso de Cristo al purgatorio

Visita de Cristo al purgatorio[1]

En el último artículo de la cuestión de la Suma teológica dedicada al descenso de Cristo a los infiernos, se pregunta sí con ello libró a las almas del purgatorio. Para responder, Santo Tomás recuerda que, como ya ha dicho varias veces: «la bajada de Cristo a los infiernos fue poderosa de liberar de ellos en virtud de su pasión». Precisa, además, que «el poder de su pasión no es temporal y transitorio sino sempiterno, como dice el Apóstol: «Cristo con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados» (Heb 10, 14). Por este motivo: «es claro que la pasión deCristo no tuvo entonces mayor eficacia de la que tiene ahora».

Por consiguiente, aunque Cristo visito a las almas que se encontraban en el purgatorio, no las sacó del mismo, puesto que: «los que se hallaban en la condición en la que ahora están retenidas las almas del purgatorio no fueron libradas del mismo por el descenso de Cristo a los infiernos».

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15.11.24

LVIII. El limbo de los niños

El limbo

La fe en la propiciación de Cristo

En el séptimo artículo de esta cuestión de la bajada de Cristo a los infiernos, se pregunta Santo Tomás si los niños que habían muerto con el pecado original, que se encontraban en el correspondiente infierno o limbo de los niños, fueron liberados con su descenso. Su respuesta es negativa.

Por una parte, porque: «está lo que dice el Apóstol: «Dios ofreció a Cristo como propiciación mediante la fe en su sangre» (Rom 3, 25). Pero los niños que habían muerto con sólo el pecado original, en ningún modo habían participado de la fe de Cristo. Luego tampoco recibieron el fruto de la propiciación de Cristo, de modo que fueran librados por Él del infierno»[1].

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4.11.24

LXVII. La acción de Cristo en el infierno de los condenados

El infierno[1]

Santo Tomás, después del articulo dedicado a la acción de Cristo en el infierno de los santos padres, en el siguiente, lo destina a averiguar cuál fue su actuación en el infierno de los condenados. Su conclusión es que a los condenados: «el descenso de Cristo a los infiernos no les trajo la liberación del reato de la pena infernal»[2]. No libró a ninguno de ellos de la pena de daño ni de la de sentido, que habían recibido.

Los ángeles rebeldes o demonios habían sido arrojados al infierno y allí son también sumergidas las almas reprobadas. Al igual que a las otras estancias ultraterrenales, que en distintos lugares o estados viven los espíritus, y que, como explica Royo Marín: «no hay sobre este punto ninguna declaración dogmática de la Iglesia. No pertenece, por lo mismo, al depósito dogmático de la Iglesia. Fundamentalmente, los datos de la fe pueden salvarse diciendo que lo que afecta a las almas separadas es un nuevo estado (de salvación, condenación, purificación…), pero no un lugar determinado. Sin embargo, la opinión que asigna un determinado lugar a las almas separadas, aun antes de volverse a reunir con sus cuerpos resucitados, es la más probable, y, desde luego, la más común entre los teólogos»[3].

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15.10.24

LXVI. El descenso de Cristo al limbo de los justos

El pecado original en los justos[1]

En los restantes cuatro artículos de esta cuestión dedicada a la bajada de Cristo a los infiernos, Santo Tomás se ocupa de si hubo y cómo fue en su caso la liberación en el infierno de los santos padres, en el infierno de los condenados, en el infierno de los niños que murieron en pecado original y en el infierno de los que tenían pecados veniales o imperfectamente purificados de sus pecados.

Respeto al primer lugar de los infiernos, el limbo de los justos afirma Santo Tomás que Cristo liberó a todos los santos padres que estaban allí. Indica que es «lo que dice San Agustín, en un sermón sobre la Pasión, que cuando Cristo descendió a los infiernos, «quebrantó la puertas del infierno y los cerrojos de hierro» (Serm. Supuestos, serm. 160) y puso en libertad a todos los justos que allí estaban detenidos por causa del pecado original»[2].

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