16.06.25

LXXXII. Las señales sensibles de la resurrección

Argumentos sensibles de la resurrección verdadera[1]

En el artículo sexto de la cuestión de la Suma teológica sobre la suficiencia de las pruebas de su resurrección, que manifestó Cristo, además de explicar el testimonio de los ángeles y de las Sagradas Escrituras, ya expuestos, Santo Tomás lo hace con los argumentos o señales sensibles.

Sostiene que: «los argumentos fueron también suficientes para manifestar su resurrección verdadera y asimismo gloriosa». En cuanto que la resurrección: «fuera verdadera, lo probó primeramente por parte del cuerpo».

En cuanto a su cuerpo, Cristo mostró tres cosas. «Primera, que era un cuerpo verdadero y sólido, no fantástico o vaporoso, como lo es el aire. Esto demostró dejándose palpar y diciendo: «Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lc 24, 39)».

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2.06.25

LXXXI. Argumentos sobre la resurrección de Cristo

Pruebas de la resurrección[1]

En los Hechos de los apóstoles se dice que: «Cristo se apareció a sus discípulos por espacio de cuarenta días con muchas pruebas, hablándoles del reino de Dios»[2]. Después de citar este texto[3], Santo Tomás, en el artículo quinto de la cuestión de la Suma teológica dedicada a las manifestaciones de la resurrección, defiende la necesidad de estas «muchas pruebas» de la resurrección de Cristo.

Para demostrarla, comienza con la siguiente distinción: «de dos maneras puede ser el argumento. Es argumento, al decir de Tulio Cicerón, «cualquier razón que hace fe (hace ver) en materia dudosa (Tópicos, c. 2)». Es el argumento que da razones.

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15.05.25

LXXX. Manifestaciones de Cristo resucitado

Las apariciones de Cristo resucitado[1]

En el cuarto artículo de la cuestión, que trata de las manifestaciones de la resurrección de Cristo, se estudian las que hizo a sus discípulos con otro aspecto, porque como: «dice San Marcos: «Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos, cuando iban de camino y se dirigían al campo» (Mc 16, 12)»[2].

La razón que da Santo Tomás de este cambio es la siguiente: «Como se acaba de exponer (a. l y 2), la resurrección de Cristo debía manifestarse a los hombres en la forma en que les suelen ser reveladas las cosas divinas. Pero los hombres se les dan a conocer estas conforme a la diversidad de sus sentimientos. Porque los que tienen la mente bien dispuesta reciben las cosas divinas según la verdad. En cambio, los que no la tienen bien dispuesta reciben las cosas divinas con una cierta mezcla de duda y de error. Como dice San Pablo: «El hombre animal no es capaz de percibir las cosas del Espíritu de Dios» (1 Cor 2, 14)».

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2.05.25

LXXIX. La resurrección y los discípulos

La certeza de la resurrección[1]

Los dos siguientes artículos, el tercero y cuarto, de la cuestión de la Suma teológica, dedicada a la manifestación de la resurrección de Cristo, se ocupan de las apariciones a sus discípulos. En el primero de ellos se pregunta por qué no fue conveniente que los discípulos le vieran resucitar.

Es innegable que no la presenciaron, ya que: ««se dice en San Marcos: «Habiendo resucitado el Señor por la mañana, el día primero después del sábado, apareció primero a María Magdalena. Pero María Magdalena no le vio resucitar, sino que, buscándolo, en el sepulcro, oyó del ángel: «El Señor resucitó, no está aquí»; luego ninguno le vio resucitar»[2].

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17.04.25

LXXVIII. Manifestaciones de la Resurrección de Cristo

Las obscuridades[1]

Santo Tomás, en la cuestión siguiente, examina las manifestaciones de la resurrección de Cristo. La primera cuestión la dedica al problema de su limitación, puesto que tal como se indica: «en los Hechos de los apóstoles : «A quien Dios resucitó al tercer día, manifestándolo, no a todo el pueblo, sino a los testigos de antemano elegidos por Dios « (Hch 10, 40-4)»[2].

Dios había designado solo a unos hombres, a los que había predestinado, y no a todos los hombres para que Cristo resucitado se manifestase. Se puede comprender que su manifestación no fuese publica desde la siguiente explicación que da Santo Tomás: «De las cosas conocidas, unas lo son por una ley común de la naturaleza», que hace que el hombre con su entendimiento puede conocer una serie de verdades accesibles a las características de su razón. Pueden denominarse, por tanto, verdades naturales.

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