Sobre la religión en la esfera pública
También motivado por la cercanía de la celebraciones navideñas, surge el debate acerca de los símbolos religiosos en la esfera pública. Así, se pregunta si es posible o tolerable que un Estado “laico”, que no tiene una religión oficial, dé espacio a las manifestaciones que son propias de una religión determinada.
Estas pregunta comprende expresiones de la más diversa índole, desde algo tan inocuo como el nombre de ciudades (Santiago, Asunción, Los Ángeles) hasta ritos específicamente religiosos, como el te deum de fiestas patrias o poner un pesebre en el palacio de gobierno, pasando por otras fiestas y procesiones religiosas de las que participan autoridades públicas como tales, el financiamiento público de la clase de religión, o la cruz que se encuentra en ciertos símbolos.
La respuesta de los laicistas es claramente negativa. Un Estado moderno y laico, dicen, debe ser neutral ante las diferentes religiones que conviven en el mundo actual, sin que sea posible decir cuál es verdadera o mejor, y que por lo tanto no corresponde que el Estado exprese, explícita o implícitamente, preferencia por uno u otro. Sostener lo contrario implicaría un acto de injusta discriminación respecto de las restantes religiones, que por ese acto se verían excluidas del espacio que se otorga a una de ellas.
En concreto, esto implica que debería evitarse toda referencia religiosa en las actividades públicas, financiadas o patrocinadas por el Estado, o de cualquier forma vinculadas con él.
¿Sorprende a alguien que los laicistas apoyen esta solución como la única posible en un Estado laico?