El negocio de las interpolaciones (parte II)
En la entrada anterior considerábamos lo improbable que resultaba pensar que un falsario pudiera modificar sustancialmente los libros del Nuevo Testamento. Aquí continuamos examinando qué tendría que haber ocurrido para producir una interpolación que pasara totalmente desapercibida al registro histórico.
A favor de la posibilidad de que se hubieran introducido interpolaciones en el texto del Nuevo Testamento, se sostiene que esta clase de alteraciones eran comunes en otros libros de la antigüedad. Para esos efectos, se cita el conocido Testimonio Flaviano[1], y otros documentos antiguos donde se advierte sobre interpolaciones en obras como la Ilíada. Además, se dice, las enseñanzas cristianas correctas no estaban definidas y los fieles se sentían con la libertad de alterar los documentos para reflejar sus propias opiniones, según las necesidades del momento.
Ninguna de estas explicaciones resulta convincente. Es cierto que existen interpolaciones en otros documentos de la antigüedad, pero el Nuevo Testamento tiene una historia diferente a todos ellos. En efecto, en la historia de los libros seculares, tarde o temprano se llega a un cuello de botella, donde existían una o dos copias de un mismo documento. Cualquier interpolación que hubiera llegado hasta ese punto se reproduciría en todas las versiones siguientes. En cambio, sobreviven miles de copias antiguas del Nuevo Testamento, y que provienen de diferentes lugares y comunidades del mundo antiguo. Esto permite comparar diferentes versiones, incluso en sus variaciones menores, y de esta forma determinar cuál es la más probable.
Respecto a la incertidumbre acerca de las doctrinas cristianas, es cierto que en los primeros siglos hubo muchas opiniones divergentes acerca de la naturaleza de Cristo y la divinidad. Sin embargo, a pesar de que la historia registra decenas de herejías, no hay evidencia concreta de que esas disputas hallan dado lugar a diferentes versiones de los textos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, los arrianos enseñaban que Jesús era inferior a Dios, pero no recurrían a textos alterados, sino que citaban las mismas Escrituras que nosotros conocemos, aunque las interpretaban de forma diferente.