El tesoro oculto y la perla de gran valor ¿Parábolas redundantes?
Un par de domingos atrás, la lectura del evangelio comenzaba de un modo peculiar. Específicamente con dos parábolas de Jesús que parecían decir exactamente lo mismo, o apuntar al mismo punto. Recordemos:
El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo.
Asimismo el Reino de los Cielos es como un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra. (Mt 13,44-45)
Ambas nos presentan un objeto valioso, un tesoro y una perla, que alguien encuentra y vende todo cuanto tiene para comprarla. Palabra de Dios, y todo eso, pero ya que estamos ¿Qué sentido tendría el poner dos veces los mismo, una a continuación de la otra? ¿Es un mero repetir por repetir? Habiendo tantas enseñanzas de Jesús que registrar en un evangelio ¿Por qué dedicar espacio y tiempo a una simple iteración?
Sin dudas que encontrar un mensaje reiterado no es en vano, y la Escritura utiliza ese mecanismo en otras partes. Tampoco olvidamos que la repetición es la primera herramienta de la retórica, que la repetición es la primera herramienta de la retórica, ni que la repetición es la primera herramienta de la retóricaSin perjuicio de todo eso, quería proponerles que prestáramos atención a una diferencia notable entre ambas parábolas: la forma como comienzan.
El Reino de los Cielos es como un tesoro
El Reino de los Cielos es como un comerciante
La primera imagen es pasiva, un tesoro que alguien encuentra. La segunda, en tanto, es activa, un comerciante en búsqueda de perlas. No solo son comparaciones diferentes para una misma cosa (el Reino de los Cielos), son diametralmente opuestas. Partiendo de esa diferencia sutil, dos parábolas que parecían simplemente repetirse una a la otra, en realidad apuntan a dos realidades diferentes pero complementarias.
En la primera un hombre encuentra un tesoro, el Reino de los Cielos, que es el mensaje cristiano, la Iglesia, y hace todo lo necesario para tenerlo. En un sentido primario, esta imagen evoca los primeros tiempos de la Iglesia, cuando debía ocultarse por las persecuciones, y el costo de hacerse cristiano era altísimo. Quien encontraba este tesoro no podía solo tomarlo, era indispensable volver ocultarlo y preparar su ingreso formal con un cambio de vida. Además la alegría de este hombre al vender todo lo que tiene, nos recuerda el encuentro de Jesús con el joven rico, que se entristeció cuando supo que debía vender sus bienes antes de seguirle (Mt 19, 21). También hay un eco de la invitación de San Pablo a dar con alegría (2Cor 9,7).
En la segunda parábola, el Reino de los Cielos ya no es un tesoro que espera a ser descubierto. Al contrario, es un agente activo, un comerciante ducho en el arte de identificar perlas finas. En este contexto, es el Reino, la Iglesia, la Palabra de Dios la que recorre el mundo en una búsqueda permanente ¿Y qué busca? Cristianos, personas de gran valor a los ojos de Dios, aunque el mundo no los vea, para hacerlos suyos. Y cuando los encuentra, hace todo lo necesario para atraerlos a su seno.
Vista así, la segunda parábola evoca la imagen del Buen Pastor, Jesús, que deja atrás a las 99 ovejas en el campo para ir en búsqueda de aquella que se había perdido, y cuando la encuentra la toma en sus hombros para regresar con ella al redil (Mt 18, 12).
No estamos aquí ante una contradicción. El Reino de Dios, que en un sentido primario se identifica con la Iglesia, es una realidad multifacética, con muchos aspectos que conviven en ella. En algunas épocas y lugares ha debido ocultarse por la animadversión a su mensaje, y es perseguida incluso hoy. En otras partes la labor de evangelización y la búsqueda de nuevos miembros son tareas abiertas y pujantes. Ambas realidades se encuentran en el Reino de Dios, y por eso ambas parábolas son diferentes y reclaman su lugar en la Escritura.
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