Reflexiones electorales
A fines de octubre próximo, los chilenos tendremos una elección de alcaldes y concejales, por primera vez con voto voluntario, pues hasta ahora teníamos un sistema de inscripción voluntaria para votar, pero con la obligación de hacerlo en todas las elecciones. Los gringos también se preparan para una elección presidencial en noviembre próximo, donde nuevamente los católicos enfrentan la disyuntiva entre un candidato malo y otro intolerablemente malo. En tal situación, naturalmente nos surgen reflexiones -más o menos conexas- acerca de nuestra participación en estos procesos, incluso sobre la democracia misma.
Me refiero a que la idea de la democracia ha llegado a ser tan importante, que todos se la apropian y nadie se atrevería cuestionarla. En todo el orbe le juran lealtad como el supremo bien político, como si no hubiera nada más allá, y quien ose cuestioanla es tratado como gentil y publicano. A tanto llega la adoración por la democracia, que incluso regímenes políticos totalmente opuestos reclaman para sí el título, desde los E.U.A. hasta la “República Popular Democrática de Corea".
A estas alturas, es evidente que el vocablo “democracia” carece totalmente de sentido en política. Supongo que sin una autoridad central, como tiene la Iglesia, es inevitable que cada concepto que parecía fundacional, eventualmente pierda valor por su abuso. Personalmente me da mucha pena darme cuenta de eso, porque, como les he comentado otras veces, la recuperación de la democracia formó parte de la épica de mi juventud. Hoy parece que, en boca de un político, “democrático” no significa más que “los que están de acuerdo conmigo".
En aquel tiempo también creía que “democracia” significaba que cualquiera podía ser elegido para Presidente, Diputado o alcalde, y para eso bastaba con presentarse ante los demás y pedir su apoyo. En cambio, hoy veo que nuestra realidad se explica mejor asumiendo que no es el pueblo quien gobierna, ni tampoco sus representantes, sino que hay una élite política (antiguamente llamada aristocracia), que por tradición o capacidad se dedica a la ardua labor de gobernar, y que el resto no hace más que participar de ceremonias periódicas de ratificación. Internet nos ha mostrado que en las democracias occidentales hay una sensación, cada vez más generalizada, que el conflicto social ya no es entre derechas e izquierdas, sino entre las élites políticas y los que no pertenecen a ellas.
El Catecismo no menciona las palabras “democracia” o “democrático” (tampoco lo hacen los documentos del Concilio Vaticano II), pero sí nos alienta a participar en política. Al hablar de la participación en la vida social y el bien común, indica:
1913 La participación es el compromiso voluntario y generoso de la persona en las tareas sociales. Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común. Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana.
1914 La participación se realiza primero en la dedicación a campos cuya responsabilidad personal se asume: por la atención prestada a la educación de su familia, por la conciencia en su trabajo, el hombre participa en el bien de los otros y de la sociedad (cf CA 43).
1915 Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida pública. Las modalidades de esta participación pueden variar de un país a otro o de una cultura a otra. “Es de alabar la conducta de las naciones en las que la mayor parte posible de los ciudadanos participa con verdadera libertad en la vida pública” (GS 31,3).
Estos párrafos establecen una especie de jerarquía, donde nuestro primer aporte al bien común debe ser en la educación de la familia y el trabajo, y luego como ciudadanos, en cuanto sea posible, participaren la vida pública. Cumpliendo esta invitación, es habitual que las conferencias episcopales publiquen cartas dirigidas a los fieles para cada elección, lo que da a entender que la Iglesia espera de nosotros que votemos en los procesos electorales, pero a la vez no dice que ese sistema sea necesariamente bueno, ni siquiera que sea mejor que otros.
Para entender esta tensión, debemos hacer explícitos ciertos principios inherentes a la democracia.
Poe ejemplo, al otorgar el derecho a voto, en principio a todas las personas adultas, la democracia moderna expresa una cierta igualdad fundamental entre los hombres, concepto que los cristianos han enseñado y acogido desde mucho antes que se estableciera el voto universal (en Chile, 1888 para hombres y 1935 para mujeres), dejando atrás el voto censitario, que ponía el énfasis de la participación en el dinero que una persona podía aportar al Estado.
En cambio, es incompatible con el cristianismo el principio de la soberanía popular, es decir, sostener que el poder político proviene de una voluntad colectiva y presuntamente expresada en una elección. Por ejemplo, Constitución Política Chilena señala:
La soberanía reside esencialmente en la Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución establece.
Y la española:
2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
Contra esta idea, en Romanos 13, San Pablo enseña:
1 Todos deben someterse a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que existen han sido establecidas por él.
2 En consecuencia, el que resiste a la autoridad se opone al orden establecido por Dios, atrayendo sobre sí la condenación.
3 Los que hacen el bien no tienen nada que temer de los gobernantes, pero sí los que obran mal. Si no quieres sentir temor de la autoridad, obra bien y recibirás su elogio.
4 Porque la autoridad es un instrumento de Dios para tu bien. Pero teme si haces el mal, porque ella no ejerce en vano su poder, sino que está al servicio de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal.
5 Por eso es necesario someterse a la autoridad, no sólo por temor al castigo sino por deber de conciencia.
Para apreciar la fuerza de estas palabras, es indispensable recordar que iban dirigidas a los cristianos en Roma, donde la persecución y el martirio eran especialmente terribles.
A pesar de eso, San Pablo es categórico en enseñar que el poder con que actúan las autoridades públicas proviene de Dios, y no de una tradición aristocrática, como lo podrían entender los romanos, ni de mí, por el hecho de votar, ni de una voluntad colectiva, más hipotética que real. La soberanía es de Dios, y tener clara esta distinción se traduce en consecuencias prácticas.
Por ejemplo, una ley dictada conforme a la idea de la soberanía popular no tiene por qué ser justa, basta con que sea aprobada por los órganos a quienes esta idea del pueblo haya dado el poder. En cambio, si la autoridad proviene de Dios, surge naturalmente el derecho de los ciudadanos de denunciarla, aun cuando la autoridad dicta leyes que, por ejemplo, violan los derechos humanos, incluso si lo hace con el apoyo de la mayoría.
También hay consecuencias morales en el sujeto que participa en la elección, bajo el paradigma de la soberanía popular. En efecto, se entiende que quien vota en una elección, lo hace para elegir políticos que lo representarán en el Congreso, y por su propia naturaleza, los actos del representante se atribuyen al representado. Bajo este paradigma, cada voto de un diputado o senador por una ley, por ejemplo, que legaliza el aborto, ¡nos hace participar directamente en ese acto injusto! Y al mismo tiempo perdemos el derecho de denunciar sus actos como injustos, y otorga “carta blanca” al político para justificar cualquiera de sus actos inmorales, fundado en que sólo debe responder ante sus votantes y no ante un orden ético objetivo superior.
En cambio, es más lógico y realista asumir que los votantes no pueden dar poder a nadie, porque no tienen ninguno, y que si las élites los llaman cada cierto tiempo para consultarles qué opción les suena más bonita, uno puede responder la cortesía y votar, pero sin sentirse de ninguna forma vinculado por lo que los políticos decidan en definitiva, muy probablemente ignorando lo que los electores le dijeron.
En este contexto, desaparece el antiguo y terrible problema de los católicos conocido como “mal minorismo": no me gusta A porque es anti familia, pero tendré que votar por él, para que no se elija a B, que es anti familia y abortista. La verdad es que mi voto en nada cambia el hecho de que las élites sólo nos ofrecen dos candidatos viables, pero ambos inaceptables, y sea que se elija uno u otro, entre ellos ya se han arreglado para que opinan como B obtengan otros cargos, que a su vez les permitan obtener las leyes que buscan.
La realidad es que a la larga no importa que uno haya votado en contra del candidato B, y sí queda el perjuicio de votar por un candidato deficiente, porque ahora él puede decir “Pero si todo el mundo es anti familia ¡miren todos los que votaron por mí!".
En resumen: La democracia y la soberanía popular se fundan en un mitos, la verdad es que el poder no viene del pueblo sino de Dios, y sea que votes o no, hazlo consciente e informadamente, y pero por cortesía cívica, no porque tu voto vaya a decidir algo.
28 comentarios
Si esto se desarrolla como mis discusiones, prepárese para una buena tanda de palos, algunos desde donde menos se espera. O a lo mejor no, a lo mejor los comentaristas de su blog no empiezan a utilizar argumentos del tipo "tú lo que quieres es una teocracia", por un poner.
@ Ramontxu: Me gustaría, antes de contestar, definir qué es una teocracia. Como la de Irán, claro que no, y no por convecionalismo, sino por la salud de la Iglesia. Pero, ¿Es Argentina una teocracia, porque tiene una religión oficial? ¿o los EUA, porque mencionan a Dios en su declaración de independencia? ¿o Chile, por reconocer como límite a la soberanía los derechos que emanan de la naturaleza humana? ¿o España, por dar un estatus expreso a la Iglesia?
De tu artículo, éste es el sistema político que se deduce, por eso te lo preguntaba.
Si te refieres a la posición de Dios, creo que no estaría mal reconocer en la constitución que somos una nación cristiana. Después de todo, nuestra vida se organiza en torno a la semana judía de 7 días y nuestro día libre es el domingo. Desde luego, ello no conlleva ningún mayor grado de perfección. Ya ves que Argentina es tiene por religión oficial a la católica, y en nada ello impidió que se legalizara el matrimonio homosexual.
La principal diferencia sería en que ya no habría la excusa para los políticos en decir que representan a la gente, y para la gente decir que vota por un mal menor. Y creo que esa sería una gran diferencia.
La primera pregunta sería ¿es nuestro sistema una democracia? A menos que alguien crea que la democracia consiste en votar cada cuatro años (y, en mi experiencia, hay un montón de gente que cree eso) no es una democracia. De hecho, tiene algunos rasgos democráticos pero muchos, y no precisamente menores, no lo son. Por poner uno entre cientos, el pueblo no tiene ningún medio, y quiero decir absolutamente ninguno, de participar en una decisión ejecutiva ni legislativa dentro de los cauces de la ley.
Lo que nos lleva a la segunda pregunta: ¿qué sistema es? Según la clasificación clásica aristotélica, que para nuestros propósitos es suficiente si se actualizan los conceptos, una oligarquía casi pura. Los argumentos aparecen en el post.
Así pues, ¿qué alternativas mejores hay? En mi opinión, muchas. A mí, por seguir con Aristóteles, cualquiera de los tres sistemas virtuosos o cualquier combinación de ellos me vale aunque prefiero uno que tenga una componente apreciable de democracia. En cualquier caso, cualquiera que no tenga una componente degenerada apreciable. De entre todos estos, uno que sea aplicable en este momento, suponiendo que existe (eso sería otra discusión que nos llevaría por otros derroteros).
Señor Ramontxu, ¿su alternativa cuál es? Y si cree que el sistema que tenemos es el mejor ¿por qué lo cree?
Don Pato, en las circunstancias actuales, ¿no estaría dispuesto a aceptar cualquier sistema que acatase la Ley Natural aunque no hiciese mención a la religión? De hecho, ¿no sería mejor que uno a la inversa, como el caso argentino que usted menciona?
Si lo son, entonces estamos en un estado teocrático, ya que en él se reconoce la supremacía de la Ley de Dios sobre la ley humana y no se permite ninguna ley que contradiga, al menos gravemente, la voluntad divina.
Si no lo son, estamos en un estado laicista y ateo, en el cual la voluntad de Dios no importa para nada a la hora de legislar u ordenar la vida social y se tienen en cuenta otros valores, más bien contravalores, por encima de la voluntad divina.
Es evidente que a una política que tiene como referencia suprema la Ley divina y como supremo principio el no contradecirla, al menos gravemente, se le puede definir como política teocrática.
Por el contrario, una política que margina la Ley de Dios, como es el caso de leyes que permiten el divorcio, aborto, gaymonio, la usura, eutanasia, etc., aunque se fundamente en la soberanía de la voluntad popular (democracia) es una política diabólica, pues hace lo que le interesa al diablo que ni más ni menos es oponerse a la voluntad divina, frustar el cumplimiento de la Ley de Dios e impedir así el advenimiento del Reino de Dios.
Un laico católico tiene la obligación de luchar por que se cumpla la Ley de Dios también en la tierra y no sólo en el cielo, pues de lo contrario rezaríamos vanamente el Padrenuestro.
Por tanto un laico católico tiene que luchar porque en la tierra se consiga también el Reino de Dios mediante una Política cuyas leyes sean conformes a la voluntad de Dios o Ley divina. Un laico católico que sólo se interese por el Reino de Dios en el cielo o en el más allá y no también en esta tierra o más acá está traicionando su vocación e incumpliendo el Padrenuestro. Es un mal laico católico y tendrá que responder ante Dios por no luchar por el establecimiento integral del Reino de Dios.
Quien quiera tener por soberano político al diablo lo tiene superfácil: basta con que vote a partidos que están a favor de leyes que impugnan gravemente la Ley de Dios, divorcio, aborto, gaymonio, usura, etc. los cuales son numerosos y muy influyentes y poderosos, con grandes medios de propaganda y abundantes recursos económicos.
Quien quiera tener por soberano político a Dios, lo tiene más difícil, pues no abundan los partidos políticos que tienen en su programa como principio fundamental el respeto a la Ley divina, y los pocos que hay son pobres de recursos económicos para visualizarse en la sociedad.
En lo más profundo de la política se desarrolla una lucha entre el Reino de Dios y el reino de Satanás, aunque no todos se dan cuenta de ello.
Cada cual que eliga lo que prefiera, pero que apechugue con las consecuencias.
Pero, para que no me diga que me salgo por la tangente ;) le diré que creo que, en nuestro mundo de hoy, la democracia es el mejor sistema que se nos ha ocurrido. Yo no creo que el poder provenga de Dios, sino de los ciudadanos. De hecho, ninguna persona ni institución política debería tener realmente "poder", sino ser simplemente una delegación de los ciudadanos para llevar a cabo una función concreta. No para "mandar", sino para gestionar.
Lo que ocurre en España es que sólo tenemos un poco de democracia. Efectivamente, elegir a una especie de "dictador" con poderes absolutos cada cuatro años es sólo un poco democrático, no mucho. Más democracia significaría más participación. Suiza, donde se votan directamente todas las leyes de alguna importancia, es un buen ejemplo en esa dirección, sin olvidar que nada es perfecto y que todo está en evolución. Además, en España no hay, de hecho, separación de poderes y la misma Constitución contiene artículos que distan mucho de ser democráticos, como la inviolabilidad del rey o la función del ejército como garante de la unidad de España. Y el sistema electoral que favorece a los partidos mayoritarios, y la diferencia en el valor del voto según dónde se resida, y las listas cerradas... En fin, eso, que somos "un poco" democráticos.
En cualquier caso, a mi, a diferencia de Pato y de usted, con todo respeto, no me importa que las leyes sean correctas o no (de acuerdo con la voluntad de Dios o según la ley natural). Sólo me importa que expresen la voluntad de los ciudadanos o, siendo eso imposible, la voluntad de la mayoría. Y si es posible respetar la voluntad de la mayoría y de la minoría al mismo tiempo, mejor.
Si en algún país, se aprobase una ley por el parlamento, después, consultada en referendum y, por último, ratificada por la cámara legislativa, según la cual, se tendrían que gasear a todos los inmigrantes, ¿qué dirías? ¿Acatarías la ley puesto que proviene de la mayoría? ¿Te opondrías?
Para no entrar en ese debate, lo mejor es olvidarnos de calificar el sistema y hablar de sus características.
@ Eva: Completamente de acuerdo. Nuestras llamadas "democracias occidentales" son puras oligarquías.
La Constitución chilena consagra que la soberanía reconoce como límite los derechos que emanan de la naturaleza humana, que es una mención bastante explícita a la ley natural. El problema es que esa referencia se ha usado para incorporar como derecho constitucional todo el derecho internacional de los derechos humanos, y ya sabemos que por ahí se llega al aborto y sus compinches. Paradójico ¿no?
@ Gregory: Eso de sacar a un diputado porque se sale del partido es lógico dentro de un sistema de soberanía popular, donde lo importante es la orden de partido y no la conciencia del político. No me extrañaría que nuestras oligarquías implementaran sistemas similares.
Yendo al grano, usted mezcla dos temas relacionados pero no iguales, a saber:
1) El tipo de sistema. Usted describe una democracia mixta. Como dije en mi comentario anterior mi abanico de sistemas aceptables es muy amplio así que lo acepto. Dice que los sistemas cambian porque las circunstancias cambian, "evolucionan." Tampoco se lo voy a discutir, es un hecho. Sin embargo, califica algunos hechos de poco democráticos y en eso no estoy de acuerdo. Cualquier democracia, pura o mixta, tiene una serie de características, podemos llamarle "el núcleo duro", que la califican como tal. Luego hay otras que es discutible si son "duras" o no y, por último, hay otras adicionales que distinguen unas democracias de otras. Por ejemplo, la separación de poderes es "dura" y, estoy de acuerdo con usted, en España no se da, por eso nuestro sistema no es una democracia aunque se llame así. Sin embargo, la inviolabilidad del Jefe de Estado es adicional; eso significa que no tiene sentido clasificarla como democrática o antidemocrática, no sirve para definir el sistema. Por eso, en principio tan democráticos son los que la defienden como los que quieren derogarla. Si no se hace esta distinción entre características se llegan a absurdos como clasificar la norma de que los niños pueden llevar tupers a la escuela como antidemocrático.
2) El origen del poder. Usted asocia soberanía popular con democracia. Nada que objetar. Pero va más allá y contrapone como excluyentes soberanía popular y Dios. No estoy de acuerdo. Si fueran contrarios, ¿cómo explica el funcionamiento de los monasterios benedictinos, por ejemplo? Pienso, corríjame si me equivoco, que en realidad el problema es que identifica soberanía popular con iuspositivismo y, en eso, sí que no estoy de acuerdo.
Por último, usted definió teocracia muy bien. Es absurdo que luego hable de teocracias supuestamente cristianas porque, según su correcta definición, no pueden darse. De hecho, y como caso único en la historia, el cristianismo es la única religión mayoritaria que nunca ha dado lugar a una teocracia, ni siquiera el Estado de Vaticano lo es en la actualidad. Así que ese peligro no existe. Otra cosa son los estados confesionales y que le gusten o no es una opción personal.
Afortunadamente la Iglesia está bien y en forma, y conservará todo lo bueno de occidente, mientras permite que muera lo malo, tal como lo hizo con Grecia y Roma.
En todo caso, esos son procesos que duran siglos, ninguno de nosotros vivirá para decir si tengo razón o no. Por eso la Iglesia, antes de llamarnos a participar en procesos políticos nos llama a participar en la familia y el trabajo, esos nuestros horizontes inmediatos.
Aprecio su interés por la exactitud en la terminología y acepto sus puntualizaciones sobre la democracia en el punto 1).
En el punto 2) deja usted claro un desacuerdo entre nosotros que es, probablemente, insalvable. Yo no creo que haya dios ni moral. Las leyes existen porque son necesarias para la convivencia. Son un acuerdo, no la expresión de la voluntad de Dios, ni de la ley natural, ni de ninguna "verdad" que haya que explorar o descubrir. El origen del poder es el "pueblo" porque el pueblo es lo único que existe con capacidad de decisión y con voluntad, nada más. No tiene sentido hablar sobre si lo que decide el pueblo es correcto o incorrecto.
En cuanto a la teocracia, acepto de nuevo sus correcciones terminológicas, pero también es posible hablar de "un poco de teocracia". Efectivamente, cuando alguien, en cualquiera de los tres regímenes aristotélicos, propone aprobar una ley por la única razón de que es acorde con la voluntad de Dios, está siendo un poco teocrático. Así pues, creo que se puede decir que Pato y usted son un poco teocráticos. No mucho, porque aceptan la democracia como sistema y, a poca democracia que haya, la teocracia es difícil de implementar. Pero un poco, si.
Don Ramontxu, es el primer iuspositivista con el que me topo que reconoce abiertamente que su postura no es una postura moral. ¡Qué interesante! Entonces ¿usted aceptaría cualquier ley aprobada por la mayoría? Con cualquiera quiero decir sea la que sea. Y, yendo más a los fundamentos, si el Bien y el Mal no existen, ¿qué hace que un sistema sea deseable o rechazable?
Respecto a su último párrafo, la respuesta es no, yo no soy un poco teocrática y don Pato no sé pero creo que tampoco. Debe usted partir de la idea de que si lo fuera, lo diría, para mí hablando de política no es un insulto sino una definición, como fascista, comunista, liberal, socialista... El motivo de no serlo es, precisamente, que soy cristiana. En un Estado cristiano no se puede legislar civilmente porque es la voluntad de Dios, debe haber un motivo natural, y siempre fue así, salvo abusos. Esto no sólo se debe a la tan manoseada como poco entendida frase de Jesucristo sino que hay más motivos.
Por último, me parece que usted ve la democracia como una especie de "vacuna" contra la teocracia. Pero, si reflexiona, verá que no es cierto. Por ejemplo, piense en la maldenominada Primavera Árabe.
Nuestra particular plaza, de las naciones tradicionalmente católicas, puede que no sea demasiado auspiciosa, pero la situación global yo no la tildaría de regular o mala. No creo que sea coincidencia que hayamos tenido tantos mártires en el S. XX (signo seguro de una fe viva) o una serie de papas tan buenos últimamente, si los comparamos, por ejemplo con los papas del renacimiento.
No sé, estos días ando más optimista.
@ Ramontxu: Si quiere definir "teocracia" como la idea que el poder viene de Dios, puedo aceptar el apelativo, siempre que no tenga una connotación negativa. Ahora bien, en la discusión pública esa palabra tiene un significado claramente negativo, como "fanático y autoritario" y en ese sentido lo rechazaría.
Les aseguro que no he tratado de insultarles llamándoles teocráticos, pero es cierto que la palabra tiene tintes negativos. Es que yo creo que la idea de que el poder viene de Dios es negativa. Incluso aunque se meta de alguna manera en la ecuación la ley natural, la cual, desde mi punto de vista, es simplemente la voluntad de Dios con otro nombre.
El abismo insalvable entre su manera de ver las cosas y la mía está en que ustedes piensan que hay un "Bien" objetivo, que se expresa en la voluntad de Dios o en la ley natural y que los hombres tenemos que ir descubriendo ese Bien y plasmándolo en las leyes. Así, son buenas las leyes que se ajustan a ese "Bien" y malas las que no lo hacen. Yo, por el contrario, no creo que exista ese "Bien", ni la voluntad de Dios ni la ley natural, por lo que me parece mejor un sistema en el que las leyes que expresen lo más fielmente posible la voluntad de los ciudadanos. Eso no quiere decir que, incluso en un sistema altamente democrático, yo fuera a estar de acuerdo con todas las leyes que se aprobasen. Yo trato de ser feliz y de que los demás sean también felices y puede haber leyes, aprobadas por la mayoría, que a mi me parezca que no van en esa dirección. Puedo mostrar mi desacuerdo, desobedecerlas consciente de las consecuencias, tratar de cambiarlas... Pero eso no me haría poner en tela de juicio el sistema.
Por eso, para mí, toda ley que se instaure apelando a una bondad objetiva, independiente de la libre voluntad de los ciudadanos es, en cierto sentido, teocrática.
Es evidente que, a mayor participación ciudadana en la elaboración y aprobación de las leyes, menos probabilidades hay de que exista teocracia porque, aunque una ley, casualmente, exprese la voluntad de Dios (al menos en opinión de algunos) la razón por la que se habrá aprobado no será esa, sino porque expresa la voluntad popular.
En el artículo. Pato afirma que el concepto de soberanía popular es incompatible con el cristianismo y parece que da a entender (corríjame si me equivoco) que lo importante es que las leyes sean acordes con la voluntad de Dios, aunque el sistema político sea autoritario. Bien, eso es exactamente lo contrario de lo que yo pienso y me parece que tal manera de ver las cosas es teocrática porque otorga a Dios el poder político, dice que lo importante es que, en definitiva, sea Dios el que gobierne (a través de cualquier sistema político, da igual). Estoy dispuesto a usar otra palabra que ustedes sugieran y que exprese lo que quiero decir pero a mi no se me ocurre ninguna mejor que "teocracia".
En cuanto a sus otras preguntas, Eva, creo que ya las he respondido, de alguna manera.
Don Ramontxu, no me he sentido ofendida, en ese sentido iba mi puntualización sobre los términos políticos. La prueba de lo enrarecido que está el ambiente actual es que casi todos se usan como insultos pero ¿cómo se puede hablar de política sin usarlos? Es todo un poco absurdo, un gran mérito de nuestros políticos y medios de comunicación que han conseguido que la política se convierta en la poligresca. Perdón, estoy divagando.
A lo que iba: sí ha contestado a mis preguntas, gracias, pero hay algo que todavía no entiendo. Según usted el mejor sistema es un sistema utilitarista (no sé si positivo o negativo pero eso no me importa) y cree que la única forma de conseguirlo es la democracia (en esto no estoy de acuerdo pero se lo acepto para seguir el argumento). También dice que si usted cree que una ley, aprobada por la mayoría, no va en este sentido, usted se opondría. Pero ¿cómo puede discernir qué leyes van en este sentido o no?
En cuanto a lo de que la democracia es el único modo de tener un sistema utilitarista, no es cierto. Por ejemplo, el Irán del ayatolá Jomeini reflejó perfectamente la voluntad popular. Sin embargo, usted habló en su primer comentario con rechazo (o yo así lo entendí). ¿Por qué lo rechaza si es lo que desea mayoritariamente el pueblo iraní?
Por último, la Ley Natural la han vislumbrado los hombres desde la religión o desde la filosofía así que no le veo mucho sentido a relacionarlo con la teocracia. No sé si habrá leído usted "La abolición del hombre" de C.S. Lewis. Tiene un apéndice donde estudia como 'el Tao', así la llama él, aparece en casi todas las culturas.
Veo, un tanto divertido, que está usted tratando de asimilarme y, para ello, me va poniendo varios letreros que tiene preparados, pero que no acaban de quedarme del todo bien. Iuspositivista, utilitarista...
Incluso los sistemas que separan ley y moral, parten de la base de que hay una verdad objetiva. Piensan, por ejemplo, que hay leyes que, objetivamente, producen el mayor bien para el mayor número posible de personas y otras que no. Yo no estoy de acuerdo con eso. No hay manera de saber, objetivamente, si una ley es buena o mala, en ningún sistema. Ya veo otros letreros encendiéndose en su mente: "subjetivista", "relativista"... Yo no voy a defender ni a aferrarme a ninguno de ellos, pero usted puede ponerme el o los que le parezcan más adecuados.
El caso es que, no habiendo una Verdad que descubrir, lo mejor es que juntemos nuestros intelectos para organizarnos social y legalmente de una manera que parezca que nos va a hacer más felices individual y colectivamente. Por eso creo que la democracia es el mejor sistema que se nos ha ocurrido, sin perjuicio de que un día se nos ocurra otro mejor. Si yo no estoy de acuerdo con una ley no es porque tenga un baremo objetivo que me permite evaluarla, sino porque, en base a mi experiencia, a mis razonamientos y a mi capacidad de imaginar lo que va a suceder cuando esa ley se implemente, creo que no nos va a hacer más felices. O, simplemente, que no me va a hacer más feliz a mi, también podría ser.
En el caso de Iran y la teocracia, rechazo el sistema porque no hay ninguna garantía de que las leyes que se aplican allí sean realmente las que el pueblo mayoritariamente quiere. Teóricamente, es posible que lo sean, pero ni usted ni yo ni ellos lo sabemos. Lo que sabemos seguro es que son las leyes que dictan los ayatolahs, diciendo que son leyes que vienen de Dios, para que nadie las pueda discutir. Las teocracias tienden a eso: para qué preguntar al pueblo, si están aquí estos señores (los ayatolahs) que saben perfectamente cuál es la voluntad de Dios. Las dictaduras y las teocracias tienen un principio común: la convicción de que hay que poner al mando al que realmente entiende, sea porque conoce la voluntad de Dios o, simplemente, porque es muy listo y sabe la Verdad. Por eso se llevan tan bien las unas con las otras.
En cuanto a la Ley Natural, me sigue pareciendo como Dios. Algo en lo que puedes creer, pero de lo que no hay ningún indicio de que realmente exista. Si algún ateo dice que cree en la Ley Natural, simplemente se está montando su propia religión. Es cierto que aparece en todas las culturas, pero es que todavía no se ha dado una cultura realmente materialista.
Y con este último letrero, me despido.
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