Si amo a Jesús y soy buena persona ¿Por qué debo ir a misa?
Más temprano que tarde, todos hemos ido a misa, y la hemos encontrado bastante fome. Recuerdo que ya a mediados de los ‘80, el humorista Coco Legrand daba voz a toda una generación de chilenos, cuando decía:
¡Quiero que sepan que soy católico apostólico y romano! P-pero “a mi manera", es decir, cuando puedo no más voy a misa, porque es una lata, todos los domingos, ahí…
Todos hemos tenido la misma experiencia: tal vez acompañábamos a nuestros padres, o pasamos una etapa de más cercanía con la religión, pero en cuanto tuvimos algo más de libertad, dejamos de participar regularmente en la misa dominical. De adultos, un par de veces al año, quizá en semana santa o navidad, algún bautizo, matrimonio o funeral, y pare de contar. ¿Para qué más? ¿Y hacer lo mismo cada domingo? ¡Que lata!
Además la misa “no tiene por dónde” competir con otras actividades, sobre todo hoy en día, que nuestro tiempo libre y para la familia es escaso, y las opciones de diversión para un domingo son variadas y atractivas, como el televisor, el asado, los juegos de computador o Internet, y un largo etc. De partida, su estructura es siempre igual: entre 45 minutos y una hora, pero de ese tiempo sólo los primeros 20 ó 30 minutos son más o menos interesantes –con los cantos, las diferentes lecturas y la prédica, donde a veces enseñan cosas nuevas de Jesús–, pero la segunda parte ¡es siempre lo mismo! El curita dice las mismas oraciones sobre el pan y el vino, luego el padrenuestro, la paz y la comunión, la bendición final y nos vamos para la casa. Parece que si fuiste a una misa, has ido a todas ¿no?
Y la repetición hace que sea aburrido, y por eso uno va sin ganas a misa. Y Jesús me ama ¿no es cierto? Seguramente no quiere verme molesto y desganado en la iglesia, mucho menos quiere que sea hipócrita, haciendo como que rezo cuando en realidad estoy pensando en lo que haré después. Además, Dios está en todas partes y escucha nuestras oraciones ¿no? Para hablar con Él no necesito estar en un lugar determinado
Así que es más o menos seguro que no necesito ir a misa.
Por otro lado, hay mucha gente que es hace un gran bien, sin necesidad de haber ido nunca a misa ¿no es cierto? Seguramente nadie piensa que Gandhi o Mandela no tuvieron una vida admirable, por no haber estado cada domingo en la iglesia. Y tampoco podemos dejar de mencionar el caso opuesto: hay muchos que se los veía comulgar regularmente, pero luego se ha sabido lo malos que eran. Por lo tanto, parece que es más importante ser una buena persona, amable y tolerante, que ir a misa “por cumplir". De hecho, el mismo Jesús criticaba a los fariseos, que ponían el cumplir las normas del culto por sobre el amor y ayudar a los pobres.
Incluso los evangélicos atraen más gente, porque sus servicios de culto están llenos de música, luces, canciones y apasionados oradores ¡mucho más dinámico e interesante! Si los curas quisieran atraer más gente, debería al menos “ponerse al día” ¿verdad?
Sin embargo, y a pesar de todas estas razones de sentido común, la Iglesia siempre ha entendido que asistir a la misa es un deber fundamental del católico, en cumplimiento del tercer mandamiento de la ley de Dios, y que no hacerlo, con conocimiento y voluntad, implica un pecado mortal, es decir, de los que pueden llevar un alma al infierno.
¿Cómo entender actitudes tan opuestas entre el pueblo creyente y la Iglesia, acerca de una cuestión tan básica?
Para resolver este enigma, debemos prestar a uno de los diálogos que ocurre justo en medio de la misa, ese que dice más o menos así:
Sacerdote: Levantemos el corazón
Pueblo: Lo tenemos levantado hacia el Señor
S: Demos gracias al Señor Nuestro Dios
P: Es justo y necesario
S: En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno…
Léanlo con atención, escúchenlo en su cabeza, recuérdenlo de la última misa a la que fueron ¿pueden hacerlo?
Primero el sacerdote nos invita a levantar el corazón. Es una expresión poco común, que debería recordarnos a los primeros cristianos, perseguidos y martirizados por el Imperio Romano, ocultos en catacumbas oscuras y húmedas, que se reunían para escuchar las historias de los apóstoles acerca de Jesús, y que luego se decían unos a otros “¡Ánimo! Arriba los corazones", porque a pesar de la persecución, tenemos razones para estar felices. Nuestra respuesta es “Lo tenemos levantado hacia el Señor", porque sólo en Él encontramos la fuerza para tener ánimo, cuando parece que todo el mundo está en contra.
Luego el sacerdote nos invita a dar gracias, nosotros respondemos “es justo y necesario” y él nos replica con un breve discurso, que cambia en cada misa, y que en parte nos recuerda por qué debemos estar agradecidos, y en parte manifiesta a Dios nuestra gratitud. Habitualmente empieza con “en verdad", que es llamativa, porque el mismo Jesús la usaba cuando iba a decir algo importante, y después sigue con “es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias…", como si el sacerdote nos dijera “No saben cuánta razón tienen al decir esto. Es justo porque es nuestro deber agradecer a Quien nos ha dado todo, y es necesario, porque de ello depende nuestra salvación".
Y esta es la razón más básica por la que es justo y necesario ir a misa: para agradecer.
No estamos ahí porque sea entretenido, o por que al hacerlo seamos mejores que los demás, para pasar un buen rato, obtener algo, o pedir lo que nos falta, sino simplemente porque es de justicia básica reconocer todo lo bueno que hemos recibido gratuitamente y agradecer a quien nos ha dado tantos dones.
Puede parecer que la gente ya no se preocupa de esto, que la cultura nos convierte a todos en consumidores, interesados sólo en nuestros derechos y en lo que podemos obtener de los demás. Sin embargo, todo el día en la radio y la TV se habla de “atraer buenas vibras", estar en armonía con el universo y lanzar energías positivas. Creo que todo eso apunta a una inquietud universal y muy humana, de reconocer que no me basto a mí mismo, dependo de otro, para bien o para mal, porque me pasan cosas buenas, y para las malas. Es algo que todos sentimos y no se trata sólo hacerlo por conveniencia o costumbre, sino que es inherente al ser humano. La gratitud, el ser agradecido, es la base de la paz en la sociedad que tanto anhelamos hoy en día, así como del sentimiento religioso, que se manifiesta en todas las culturas humanas. Es la misma tendencia que se expresa, desde el indio americano que antes de matar a su presa pronuncia una breve plegaria de perdón, hasta el cardenal que celebra el te deum ecuménico cada 18 de septiembre en presencia de los líderes de una nación.
También se dice que debemos agradecer “siempre y en todo lugar", y si bien podemos estar de acuerdo, pero en el fondo sabemos que no es realista. La mayor parte del tiempo la pasamos ocupados de nuestras labores, yendo de un lado a otro, durmiendo, comiendo, viendo TV y haciendo tantas cosas que no son compatibles con pensar a cada minuto “Gracias, Señor, por la luz verde que acabo de pasar, porque tengo buena salud, por mi familia", etc. Constatar esto puede llevar a algunos a obsesionarse con no haber agradecido lo suficiente, pero en la mayoría la reacción será en el sentido opuesto: a pensar que en realidad esto de la gratitud no importa realmente, porque es imposible. En el justo medio de estos dos extremos, los católicos tenemos el regalo de saber que la misa del domingo es suficiente para agradecer a Dios adecuadamente.
Esta sola razón, dar gracias, debería bastarnos para ir a misa, y si lo hiciéramos estoy seguro que todos tendríamos una vida más feliz y pacífica, sabiendo que hemos cumplido con nuestra obligación más fundamental.
Pero hay más ¡Vaya que hay mucho más! Ya cada uno irá descubriendo de a poco todas las riquezas de la eucaristía, y muchos libros se han escrito al respecto, pero no puedo dejar de mencionar algunas, como la presencia única de NSJC –de la que hablamos un poco más adelante–, la predicación de la palabra, la multitud de significados de la liturgia, la oportunidad de sentir el silencio y la tranquilidad, la experiencia de conectarnos con la tradición y la historia, la ocasión de pedir a Dios lo que necesitamos, ¡la posibilidad de cantar sin que nadie te critique!
Entonces ¿es aburrida la misa?
Ya hemos visto que no importa tanto si es aburrida o no, porque no hemos ido a pasar un rato agradable, sino a manifestar nuestra gratitud, como es justo y necesario. Pero eso no quiere decir que lo hagamos de mala gana, como un mal estudiante que va a su clase por cumplir. Para mostrar que la misa no es aburrida de ninguna forma, yo la compararía con el fútbol. El que no entiende que no conoce las reglas del fútbol, no conoce las posiciones de los jugadores, o no ha vivido la experiencia de ver pasar el tiempo lento o rápido según tu equipo vaya ganando o perdiendo, puede ir a la final de la Copa Mundial, y decir “es igual que todos los partidos, unos tipos corriendo detrás de la pelota". En cambio, si entendemos lo que está pasando, seguro que disfrutaríamos cada instante.
Con la misa ocurre lo mismo: es imposible distraerse, cuando uno sabe que las lecturas han sido especialmente seleccionadas para explicarlas unas a otras, o que en unos momentos más se hará presente Jesús, el mismo que creó el universo sólo con su palabra y que fue crucificado, en Jerusalén en el año 33 de nuestra era, en su cuerpo y su sangre, o que cada vez que comulgamos nos encontramos con NSJC de una forma tan íntima que no puede existir en ningún otro lugar. Incluso, cuando la habitualidad produce acostumbramiento, o la prédica no es muy interesante, pienso “¿Hay otro lugar donde pudiera estar haciendo algo más importante?” y la respuesta siempre es “no, en cualquier otra parte estaría perdiendo el tiempo".
Es cierto que podemos hablar con Dios en cualquier momento, y deberíamos hacerlo con frecuencia, pero nuestro Dios no es sólo una filosofía que nos parezca satisfactoria, o una idea vaga de bondad y respeto a los demás. Él tiene rostro y tiene voz, es una persona, y nos ha pedido que de dediquemos un día a la semana, y que lo hagamos en conjunto con la comunidad de creyentes. La ventaja que tenemos los católicos estriba en saber que, de las 168 horas que tiene una semana, basta con reservar una para Dios, y si Él nos regala tanto tiempo, para dormir, trabajar y emplearlo en nosotros mismos, no parece que dedicarle exclusivamente menos del 0,2% de nuestro tiempo sea una carga excesiva ¿no?
También es verdad que ir a misa no nos hace automáticamente mejores personas, pero eso está bien, porque no es magia, sino un diálogo, una relación con esa persona divina que mencionábamos, y como tal, sólo produce sus efectos en tanto estemos abiertos a ella. Así, podemos ir comulgar durante toda una vida y aun así acabar mal, pero será porque nos hemos negado a acoger todas las cosas buenas que se nos ofrecieron en la misa. Por el contrario, si sabemos lo que Dios nos pide y no lo hacemos, por orgullo o flojera, no hay dudas que esa actitud nos contará en contra, sin importar otras cosas buenas que podamos haber hecho.
Si a pesar de todo esto, el prospecto de ir a misa cada domingo parece algo monótono, la Iglesia permite la más amplia libertad cuando se trata de elegir el estilo de misa que prefieras. En efecto, tenemos misas más o menos tradicionales, algunas en latín o en todos los idiomas del mundo, diferentes estilos de sermones, misas para niños, carismáticas, de sanación, etc., todas ellas igualmente válidas.
Así que ¿Por qué no vamos juntos a misa este domingo?
13 comentarios
Por eso ahora iría a misa diaria o hasta dos veces o más si fuera posible.
Ninguna misa es igual a otra para mi porque en cada unoça sucede en mi algo diferente cuando escucho al Señor.
Habré pensado muchas o casi todas las cosas desde mi adolescencia.
Y me ha parecido muy interesante su artículo.
Desde hace unas semanas me viene a la cabeza que debo confesarme (después de unos 20-25 años) y que debo volver a la misa dominical (después de unos 12-15 años) y precisamente ayer decidí que hoy, al salir del trabajo, iría a confesarme. Por internet he visto en qué parroquia cercana al trabajo hay misa a las 20:00 y espero que haya sacerdote. Eso significa que este domingo ha de ser el primero después de muchos años, así que su artículo me ha venido muy bien.
Si le parece, le sugiero que esta explicación del fragmento que empieza con "Levantemos en corazón..." la haga también de otros fragmentos.
Seguro que se nos escapan muchas reflexiones.
Gracias y un saludo,
Si no hay impulso doxológico ("demos gracias al Padre, siempre y en todo lugar", "que todos los pueblos te alaben"), si no hay tampoco celo soteriológico ("Señor, ten piedad. No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia", la sangre de Cristo), desde luego que el aburrimiento en la Misa es inevitable.
Pero si lo hay, siempre es una Acción nueva, "haced esto en memoria mía", y nunca nos acostumbramos a ella: ¡nos viene grande! Entramos a celebrar la Eucaristía como un niño de cinco años que entra en una inmensa y grandiosa Catedral.
Muchas gracias por su artículo.
¿Es que me puedo quedar indiferente cuando escucho -no ya por boca del sacerdote humano, sino por boca del Único Sacerdote, Cristo,- que el mismo Señor está AQUI y AHORA, derramando su Sangre para el perdón de MIS pecados, porque ese drama único e irrepetible de amor y dolor del Calvario se está plasmando, se está actualizando, se está presencializando ante mí? ¿Puedo quedarme frío ante tanto amor, tan absolutamente inmerecido? ¿Algún cristiano podría estar distraído si lo trasplantan en el calvario, donde Jesús está consumiéndose de amor y sufrimiento?
Lo digo con pena, pero yo tardé 35 años de mi vida en darme cuenta de eso, por eso comprendo muy bien a aquellos a quienes la Santa Misa no les dice nada. Porque -sencillamente-, como yo, no sabían lo que era, porque nos falaba la fe. Si comprendiéramos con un mínimo de fe ese impresionante misterio, la Santa Misa se convertiría en una necesidad tan fuerte como respirar.
En todo caso unas entradas del blog del P. Iraburu que conviene leer para enfrentar el tema:
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/22-verdades-de-la-fe-silenciadas-i
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/0908151109-23-verdades-de-fe-silenciadas
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/0908190629-24-lenguaje-catolico-oscuro-y
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1001131103-56-grandes-rebajas-del-cristi
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1002051032-61-voluntarismo-semipelagiano
A veces pienso que Dios guardó mi fe en una cajita con un letrero que decía "para cuando estés listo" ¿Acaso no es Él grande y misericordioso?. ¡Que gran noticia que vuelvas a los sacramentos.
@ P. Iraburu: Muchas gracias por sus palabras. Escribiendo de estas cosas como laico, uno sabe que no siempre será tan preciso como la Iglesia, que ha reflexionado sobre esto por tanto tiempo, puede serlo. Así que sus palabras me dan mucho aliento.
@ Luis López: Creo que somos muchos los que estamos en la misma situación, y al hacer esta entrada, espero aportar precisamente esa perspectiva, de quien descubre el gran tesoro que siempre tuvo al alcance de la mano.
¿Alguien ha pensado en lo rídiculo que sería decir "¡Quiero que sepan que soy vegetariano! P-pero “a mi manera", es decir, cuando puedo no más dejo de comer carne, porque es una lata, todos los días,…"?
Si alguien dijera eso, sencillamente pensaríamos que no es vegetariano, y que si dice serlo, o es un mentiroso que intenta engañar a los demás o es un tonto que se engaña a sí mismo. Pues el principio es el mismo.
@ Lez: ¡No les dé ideas, Padre!
Sin embargo, yo creo que la primera razón por la que el católico debe ir a Misa los domingos es porque ésa es la Voluntad de Dios. Porque Dios así lo quiere, vaya.
Hay una serie de razones por las que Dios lo quiere así, claro está, y se han expuesto aquí. Pero la razón primera, la que más nos santifica y pone de manifiesto nuestro amor a Dios, a mi juicio, es asistir a Misa por agradar a Dios, por cumplir su Voluntad, del mismo modo que Jesús murió en la Cruz por cumplir la Voluntad del Padre.
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