Cuando no es fácil estar en la Iglesia
Con interés y preocupación he seguido las recientes notas de infocatólica acerca de las conversaciones entre la Sociedad Sacerdotal de San Pío X, o Lefebvristas, y la Comisión Pontificia Ecclesia Dei.
Preocupación, pues monseñor Fellay ha dicho que, a pesar de las conversaciones, no se encuentra en condiciones de aceptar las proposiciones del Vaticano que les permitirían restablecer la comunión con el Papa. Esto es tremendamente grave, porque el cisma es una de las heridas más grave contra los sacramentos. En efecto, una comunidad eclesial cismática, a diferencia de otra simplemente herética, conserva la facultad de celebrar válidamente los sacramentos que NSJC confió a su Iglesia, especialmente la eucaristía, y por lo mismo es una herida permanente a la unidad del cuerpo de Cristo, que pone en peligro la salvación de muchas almas.
Pero no quiero extenderme hablando acerca de una situación que otros conocen mejor, sino que es más bien una excusa para hablar acerca de la realidad de la Iglesia. Me refiero a que los Lefebvristas denuncian algunas tendencias perniciosas que efectivamente existen en el seno de la Iglesia, como el silencio de algunos obispos en ciertos temas, los graves y dolorosos abusos litúrgicos cometidos en tantas misas, o la tolerancia a doctrinas y autores que coquetean con la herejía. Uno puede decir, “están equivocados, esas situaciones, a pesar de ser efectivas y deplorables, no pueden llevarnos a romper nuestro vínculo con la sede de Pedro", pero al mismo, no puedo dejar de preguntarme qué ocurriría si en el futuro otras decisiones de la Santa Sede, nos dejaran a nosotros en análoga estupefacción.
Me refiero a escenarios completamente hipotéticos, casi inimaginables, pero todavía posibles. Ciertamente no hablo de situaciones burdas, como que un Papa “anulara” un pronunciamiento infalible, sea del magisterio ordinario o extraordinario, pero más allá de ese ámbito, todavía hay doctrinas que forman parte del núcleo de la enseñanza católica, y que podrían ser “debilitadas” por un futuro pontífice. Por ejemplo, y me estremezco de solo pensarlo, si se permitiera a los cónyuges hacer infértiles algunos actos sexuales, o si se llegara a “bendecir” las relaciones de concubinato (hetero u homosexual), o se admitiera que el ser humano, o a partir de los 3, 6, ó 12 meses de gestación, adquiere una dignidad diferente a la que tenía hasta ese minuto.
Debo advertir que pensar mucho en estos escenarios no siempre es productivo, y puede traer intranquilidad a algunos. A veces el enemigo nos tienta mediante una exagerada preocupación por el futuro, para que pequemos contra la virtud de la esperanza, –lo sé porque yo mismo tengo tendencia a ello– y si esta reflexión es ocasión de pecado, debemos estar atentos a evitarla. Por eso reiteró que nada de eso sucederá, sólo lo propongo como introducción a una reflexión acerca de la Iglesia.
Se trata de darnos cuenta que los apóstoles establecieron, como base de su nueva religión, una poderosa identidad entre NSJC y su Iglesia. No vamos a repasar aquí todos los pasajes bíblicos que nos hablan acerca de la autoridad de la Iglesia, como ella es el cuerpo y Jesús la cabeza, y como ella habla por Cristo, pero si eso es cierto (y lo es), entonces abandonar la Iglesia equivale a traicionar a NSJC y hacer esto con conocimiento y voluntad, es la definición misma de nuestra condenación eterna.
¿Qué hacer, entonces, cuando la esencia de la fe parece que es puesta en duda por la propia Iglesia encargada de defenderla?
Nuestra opción siempre debe ser por la obediencia a la Iglesia. A diferencia de otras religiones, cuyas doctrinas básicas se encuentra en un libro o en una escuela filosófica, para que cada uno saque de ahí lo que pueda según su real saber y entender; en el catolicismo, el canon de nuestra fe es la Iglesia, y es ella quien recibe de manos de su Señor y fundador, el carisma de la infalibilidad.
Habrá oportunidades en que nos encontraremos en graves dificultades para entender por qué un obispo (o incluso el Papa) hace tal o cual declaración, pero en tal caso nuestro deber es, en primer término, pedir a Dios que nos permita entender el designio de Su Divina Providencia para la Iglesia, iluminando nuestro entendimiento y ablandando nuestro corazón, para que lleguemos a pensar y actuar en unión con nuestros pastores. Ha sido mi experiencia que así se llega a entender tantas doctrinas que a primera vista nos parecen inaceptables, porque en el fondo todavía estamos acostumbrados a pensar con la cultura y no con la Iglesia.
Existe todavía la posibilidad que esto “no nos funcione", y con razón, pues ha habido obispos que han terribles en la dirección de su rebaño, y otros han sido herejes. Sin embargo, esto no es justificación para negarles nuestra obediencia en todo aquello que no sea contrario al magisterio de la Iglesia, porque siguen siendo sucesores de los apóstoles válidamente ordenados, y sólo debe llevarnos a redoblar nuestra incesantemente constante plegaria porque el Señor preste su iluminación y asistencia a nuestros líderes espirituales, confiando en que la Iglesia en su conjunto es fiel custodia de la plenitud de la fe.
Finalmente, parece existir todavía la posibilidad de que, a nuestros ojos, incluso el Papa se haya desviado de la recta doctrina. Nadie puede ser obligado a actuar contra su conciencia, y si, luego de orar y reflexionar, todavía no podemos ver cómo hacer compatible lo que vemos en las fuentes de la revelación cristiana con el magisterio actual de un Papa; al menos, sabiendo que hemos puesto nuestra alma inmortal en riesgo cierto de condenación eterna, deberíamos evitar propagar tan perniciosa idea, no sea que nos elevemos a nosotros mismos como jueces del Vicario de Cristo. Valga recordar en este punto que ni nuestra razón ni nuestra fe están más allá del error, a diferencia del Magisterio de la Iglesia, de cuya unidad el Obispo de Roma es símbolo visible.
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Addenda: Reconocer y sostener estas conclusiones muchas veces requerirá de nosotros un importante esfuerzo para ejercer la obediencia, virtud que hoy en día está tan desprestigiada por los abusos cometidos en su nombre. Sin embargo, no proponemos aquí una obediencia ciega, sino una se funda en la fe, en la confianza en las promesas que NSJC hizo a su Iglesia, y en la esperanza que nos permite seguir adelante, a pesar de que no veamos todavía cómo el calvario puede dar lugar a la resurrección. A su turno, estas virtudes se basan en la persona misma de Jesús, y en su evangelio, y ese es un ámbito donde siempre podemos y debemos crecer.
14 comentarios
Actuar con humildad, y esperanza.
Rezar y esperar.
@ maria-a: Efectivamente, me faltó agregar una conclusión acerca de la obediencia y la fe. Corregido está.
No sé si conoce el autor las profecías de La Salette, en que la Virgen predice la Gran Apostasía. Dice que habrá un usurpador en el trono de San Pedro, y que el verdadero Papa estará en la clandestinidad.
Las situaciones que plantea el autor son estremecedoras, y antes que él, teólogos tan eminentes como San Roberto Bellarmino han especulado sobre qué pasará si hay un Papa hereje. Es decir, no es del todo descartable. ¡Ojalá no vivamos para verlo!
En cuanto a las reflexiones sobre la SSPX, no comparto su razonamiento. La obediencia, siempre que no sea la obediencia de un religioso a su superior, el cual no es el caso, debe ser muy matizada. Santo Tomás da cuatro condiciones para obedecer. Ahora mismo siento no recodarlas todas, (alguien aquí las sabrá) pero una de ellas es que la orden no debe ser contraria al bien común. Tampoco debe exceder la jurisdicción de la persona que ordena.
Por eso, ni siquiera el Papa puede prohibir un sacerdote de ofrecer la Misa según el misal de San Pio V. Sin embargo, durante casi 20 años tuvimos que ver como los "tradicionalistas" fueron echados de sus parroquias por este "delito". La supuesta supresión de la SSPX fue una farsa, sin justificación alguna en la ley canónica. Simplemente se quería quitar de en medio algo que estorbaba. El Papa NO es un monarca absoluto, que puede hacer lo que le venga en gana.
Ahora se exige que la SSPX acepte incondicionalmente un concilio que aún casi 50 años después sigue provocando debate. Nadie tiene claro lo que realmente enseña. ¿Cómo se puede exigir que se acepte algo que no sabemos lo que significa?
Yo propongo que hagamos lo que recomendó el Papa San Gregorio Magno respecto al segundo Concilio de Constantinopla: "haced como si nunca hubiera ocurrido."
Y dejando meridinamente claros ciertos puntos:
1.-¿Hay doctrina previa de la Iglesia sobre ambos puntos?
2.-¿Cuál es el valor doctrinal de las afirmaciones Magisteriales previas sobre ambos puntos?
3.-¿Está el V-II en continuidad de objeto con la doctrina previa en ambos puntos?
Como digo, una obediencia absoluta puede prestarse para abusos, pero también es cierto que una "obediencia matizada" parece dejar de ser obediencia para convertirse en mera aquiescencia del subordinado.
Soy ignorante en muchas de las cuestiones del debate con la SSPX, pero aún si fuera cierto lo que dice sobre el misal de San Pío V ¿Qué sacerdote querría celebrar una misa sin la autorización de su obispo? Sería un acto de rebeldía que no imagino cómo justificaría. Vale, tu obispo es un hereje ¿en qué cambia eso? Si tienes otra misa que es válida y lícita ¿por qué no celebrar esa? ¿Acaso vas a subordinar la obediencia a tus gustos litúrgicos? ¡Anda y celebra con la misma reverencia la misa! La única justificación es que el obispo le pida celebrar una misa inválida, pero en tal caso ya estaríamos hablando de un obispo que se ha separado de Roma.
@ Tulkas: Se me puede acusar de simple, pero en ambos temas la cosa está bastante resuelta para mí.
1. Libertad religiosa: ni conversiones o bautismos forzados, ni indiferentismo (ni filosófico ni estatal). Evitados esos dos extremos, nuestros pastores pueden moverse con la libertad que estimen conveniente a cada momento político y cultural, y cuentan con mi apoyo.
2. Ecumenismo: Básicamente Dominus Iesus. ¿Se contradice con la doctrina del Concilio? Todo texto puede interpretarse para establecer una contradicción (se lo digo como abogado), pero como la Iglesia es la misma, debemos favorecer la hermenéutica de la continuidad.
Está bien, a veces nos gustarían formulaciones más precisas en estos puntos, pero también es posible que ellas no estén predestinadas para este momento en la historia. Piensa en el tiempo que tomó definir el dogma de la inmaculada concepción, y lo absurdo que sería que en el S. X un devoto de la Virgen dijera "mientras el Papa no lo declare, no entro a la Iglesia" Teniendo la razón ¡Se iría al infierno!
Así:
a.-Había un corpus doctrinal pre-VII que en dos puntos difiere de lo expresado por el Concilio y particularmente de lo explicado por el Catecismo de Juan Pablo II.
Si se niega, todos tan contentos.
Si se afirma, explíquese:
- que el corpus doctrinal previo no es definitivo o bien porque la capacidad de la Iglesia para definir estos dos puntos no tiene el carácter de infalibilidad o bien porque las declaraciones magisteriales previas no estaban bajo el sello de lainfalibilidad y es doctrina reformable
- que el corpus doctrinal previo y el actual tratan sobre aspectos diversos del mismo problema
- que el corpus doctrinal previo era provisional y fallido y ha venido a ser reformado con las declaraciones del VII
- distíngase también si las declaraciones del VII tienen el carácter de doctrina definitiva infalible
- aclárese si las contradicciones de ambos corpus doctrinales afectan sólo a matices teológicos complementarios o a contenido Revelado
Yo no creo que la FSSPX considere que el núcleo de la cuestión sea que la doctrina del VII en estos puntos sea mera contradicción con lo previo y por ello repugne a la continuidad del objeto-doctrina. Creo más bien que ellos piensan que la doctrina del VII en estos puntos es errónea de suyo, independientemente de la contradicción, y por ello repugnante al reconocimiento debido de la criatura a su Creador.
Lo que se dirime no es si una afirmación del VII se contradice con el Magisterio previo, que sería grave en sí mismo pero no catastrófico. Lo que se dirime es si una afirmación de un Concilio atenta contra la Verdad Revelada.
Nada obstaculiza que una afirmación magisterial o conciliar contenga error o incluso falsedad voluntaria en tanto que no se le pretenda, a la vez, atribuir una infalibilidad de la que carece.
Mi opinión personal es que en ambos puntos no hay Magisterio infalible, ni pre ni post-Conciliar, y por tanto la cuestión queda reducida al debate teológico. No más.
Creo que Tulkas tiene más razón que un santo. Que sea SISI o NONO.
Tal vez no nos guste la oportunidad o la forma de expresar una doctrina, pero no por eso podemos negar lo que el Concilio quiso enseñar en el fondo. La cosa es que, temas de gustos no nos pueden dejar fuera de la Iglesia, cuando nuestra alma está en juego.
@ Eric Culpe: Tanto lo que buscan derribar todo lo anterior al Concilio, como los que quieren acabar con todo lo posterior a él están equivocados.
La generación de teólogo revisionistas venía de antes, no la produjo el Concilio, de otro modo no habrían estado en puestos de poder para implementar las tendencias perniciosas que se quisieron apropiar del "espíritu del Vaticano II". El Concilio fue la respuesta a esos grupos disidentes, y los hijos de Concilio recién ahora están "subiendo la escalera", para implementar sus verdaderos cambios.
Por eso los disidentes piden un nuevo concilio con desesperación, porque ven que se les acaba el tiempo y que son cada vez más viejos. Los jóvenes son la generación del Concilio.
Si te parece de dudosa ortodoxia las profecías de La Salette, deberías saber que fueron aprobadas por la Iglesia; es decir, que son consideradas "dignas de ser creídas", y que no hay nada contraria a la fe católica en ellas. Entre otras, la Virgen le dijo a Melanie, la vidente, esta frase:
"Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo."
Y sabemos que Juan Pablo II deba crédito a las revelaciones de La Salette, porque en 1982 referiéndose a ellas comentó: "estamos en el corazón de las profecías."
Hablando de Juan Pablo II, después de ver al Santo Padre rezando con herejes, cismáticos y paganos, no me sorprenderá NADA de lo que está por llegar.
Yo puedo ir a una convención de ufólogos y decir "estamos en el corazón del fenómeno ovni", pero es no significa que yo crea en los ET. Si te sorprendió ver al Papa rezando con paganos, supongo que también te sorprenderá saber que San Pedro comía con ellos.
Es sorprende tu respuesta. Me escribes: "Si te sorprendió ver al Papa rezando con paganos, supongo que también te sorprenderá saber que San Pedro comía con ellos."
Si no eres capaz de entender la diferencia teológica entre una oración y una comida, lógicamente las conclusiones a las que llegarás serán erróneas. Rezar con paganos es algo que JAMÁS había hecho un Papa hasta Juan Pablo II. Y antes de que me digas que todos sus predecesores eran unos carcas, y que más vale tarde que nunca, habría que pensar en lo que dicen las Escrituras y el Magisterio de la Iglesia al respecto.
Según el salmista, los dioses de los gentiles son "demonios". Según el apóstol San Juan, todos los que niegan que Jesús es el Mesías son "anticristos". San Pablo se pregunta, "¿qué tienen en común la justicia con la iniquidad, o la luz con las tinieblas? (2 Corintios 6:14).
Si echamos un vistazo al Magisterio, vemos que en "Mortalium Animos" Pio XI prohibió expresamente a los católicos participar en reuniones interreligiosas.
En cuanto a la Salette, eres libre de no creer en ella. Pero todas las profecías marianas apuntan en la misma dirección; Fátima, la Salette, Garabandal, Akita. Todas aprobadas por la Iglesia. Sería absurdo ignorar todas estas profecías, aunque no sean dogmáticas. San Pablo avisó; "no desprecieis la profecía." (1 Tes. 5:29) Y si Juan Pablo II sabía perfectamente que la profecía de la Salette se refería a una apostasía en la Iglesia, si dijo "estamos en el corazón de la profecía", creo que es bastante significativo.
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