Viviendo las consecuencias del divorcio
Me pregunto (y me gustaría escuchar vuestras opiniones al respecto) si el brutal asalto en contra del matrimonio, que hemos presenciado estos últimos años en los países occidentales, se encuentra directamente asociado a la incidencia del divorcio en nuestras élites políticas.
Esta idea se me vino a la mente al ver la fotografía de la conferencia de prensa del senador Fulvio Rossi donde, acompañado del líder del lobby gay, manifestó lo avergonzado que se siente por el atraso de Chile en el trato a las minorías sexuales, a propósito de la aprobación en Argentina al matrimonio homosexual. Seguramente los lectores extranjeros no saben que a inicios de este año, este mismo personaje se divorció de la diputada Carolina Tohá, con quien se casó a fines de 2005, proceso de separación que se ventiló públicamente en los medios masivos, con fuertes declaraciones de ambos lados.
Ya desde Esopo y su fábula de la zorra y las uvas, se sabe que los hombres tenemos la tendencia a despreciar aquello que no podemos tener, y a exagerar la importancia de las actividades en que podemos exhibir un buen desempeño. Así, a nadie sorprende que en Venezuela, a pesar de ser un país lationamericano, el deporte más popular sea el beisbol, muy por encima del fútbol, disciplina en la cual dicha nación tradicionalmente ha obtenido muy pobres resultados.
Cuando se ha vivido un divorcio y se tiene el poder, esa tendencia perfectamente puede traducirse en imponer la idea de que, después de todo, el matrimonio no tiene nada de especial, y cada cual puede hacer de sus relaciones lo que quiera.
Nuestra cultura todavía no está dispuesta a renunciar al compromiso para toda la vida que es inherente a una verdadera relación conyugal, pero cuando el divorcio se vuelve la regla general, uno no dice “yo me equivoqué”, sino que carga su fracaso a la institucional matrimonial, que no puede defenderse. A un nivel más o menos conciente, uno racionaliza que la unión “para toda la vida” es un ideal inalcanzable, contrario a su tendencia personal, y que al divorciarse no ha hecho más que comportarse como era esperable que lo hiciera, y por lo tanto, lo que está mal es la institución y las imposibles cargas que impone a los cónyuges, y no uno.
De ahí, a hacer todo lo que se encuentra a su alcance para hacer del matrimonio un espantajo sin fines ni concepto, hay solo un paso, y se convertiría en una necesidad psicológica, pues uno buscaría afirmarse en la decisión tomada al momento de divorciarse.
Sería interesante conocer una encuestra acerca de las opiniones sobre el divorcio y la legalización de las uniones homosexuales, y cruzarla con datos de la situación conyugal de los encuestados. Me parece que aquellas personas que han permanecido casadas tendrían una opinión mucho más contraria a estas políticas que se nos imponen, y de ser así, tendríamos demostración empírica de que una ley de divorcio no afecta sólo a los que recurren a ella, sino que tiene un efecto negativo en el aprecio que la sociedad en su conjunto tiene de la unión matrimonial.
4 comentarios
Cada cual tiene que ser responsable de sus actos, promesas y compromisos. Y el "Estado" no tiene por qué estar para arreglarle los problemas a nadie a costa de hacer daño mayor a esa misma sociedad.
Salvo casos extremos, nada impide la separación y eso que se llama cursimente "rehacer la vida", pero que cada cual apechugue con sus promesas delante de un altar o de un juzgado. Para no hacer "contrato" ya está el moviazgo o los amantes.
Al final el matrimonio tiene cero valor, se tarda menos en cancelarlo que en suscribirlo.
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-No sea iluso y no pretendas buscar perlas donde no las hay.
-La sociedad actual, hoy más que ayer y menos que mañana, es una marea de amorfa carne presa de su instinto animal que sólo se salvará -quien se salve- en tanto y cuanto y cómo ella, definitivamente, alcance ese punto álgido de corrupción y desintegración, capaz de autodividirse en aquellos que por legítima herencia genética tienen derecho a vivir y seguir viviendo -que son los menos y más callados- de aquellos otros -que son tantos en mayoría-. Quienes como esclavos de sus carnales ambiciones genéticas no pueden conocer otras dimensiones.
Y esto no lo digo yo, sólo que como no me gusta engañarme a mi mismo prefiero ver la realidad de mi tiempo aunque no me guste, que perder el tiempo en inútiles consideraciones de posible facultativa moralidad. Lee sino: (Ap.13,9-10)
Todo está consumado si queremos ver sin ojeras cómo: Por cuasa y razón de nuestra Soberanía Popular sobre el bien y el mal. El Divorcio es ya un derecho de Ley Capital entre los moradores de la Tierra. Lo que nos autoriza a legalizar el derecho multiplicador al espasmo ritual de la Cópula Carnal. Y por lo mismo en "Aborto de Ley" a matar la molesta consecuencia del mismo que es la inocente víctima llamada nasciturus.
Y aquí el gran dilema universal de la única herencia genética como libres y esclavos en concupiscentes promiscuidades legalizadas, que hay que deslegalizar -sea dividir- si se quire vivir para seguir viviendo, o morir para siempre.
De hecho, hay muchos miles de personas que sí lo hacen. Con esfuerzo, con sacrificio, y, los creyentes, con la ayuda de la gracia de Dios.
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