22.03.25

El aborto o el genocidio incesante

Queridos lectores, en este artículo de hoy vamos a abordar un tema extraordinariamente duro. Sabía que tendría que hacerlo tarde o temprano, pero no imaginaba que fuera a tener que ser tan pronto. Sucede, sin embargo, que una noticia publicada en InfoCatólica esta semana me ha empujado a ello; la noticia o más exactamente, una cifra contenida en la noticia: dos millones y medio de abortos en España, desde la legalización de este horrendo genocidio en 1985. Sé que al final de mi anterior artículo indiqué que, en el siguiente post iba a abordar otro asunto diferente, pero, a veces, la actualidad manda. No obstante, prometo retomar ese otro tema, sigo deseando hacerlo.

Voy a referirme, pues, a esta dolorosa cuestión en relación a España, aunque los lectores de otras naciones pueden tomar nota, igualmente; pues, tristemente, este horror satánico está presente en más países. Debo advertir, también, que el artículo va a ser duro. Simplemente, porque la realidad de este asunto lo es, extremadamente y mi idea es escribir para decir la verdad, no para andarme con tonterías. Vamos allá, pues, y que sea lo que Dios quiera.

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18.03.25

El Santo Nombre de Dios

Queridos lectores, en este artículo deseo referirme al Santo Nombre de Dios, por cuanto tiene todo que ver con el amor, la adoración y el respeto que debemos tributar a Dios. Hace unos días, escribía yo, en dos artículos, acerca del inmenso amor que Dios nos tiene. Pues bien, es nuestro deber corresponder, con todo nuestro ser y todas nuestras fuerzas, al amor de Dios y es un gran gozo hacerlo, además. Y podemos hacerlo, por medio del Espíritu Santo que habita en toda alma que se encuentra en Gracia de Dios. Así pues, una de las formas más importantes de amar a Dios consiste en emplear Su Santo Nombre, siempre, con sentimientos de adoración, de amor y de profundo respeto. Porque el Nombre de Dios no es, ni mucho menos cualquier cosa, ni se debe emplear como si lo fuera.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “el don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad” (nº 2143). Añadiendo, además, lo siguiente:

El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente (nº 203)

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13.03.25

La preocupación de la Santísima Virgen

Queridos lectores, en el artículo anterior contemplábamos la gran importancia de los Novísimos: Juicio, Cielo, Purgatorio, Infierno. En esta ocasión, es para mí una gran alegría referirme a la Virgen, Nuestra Señora. Y deseo hacerlo exponiendo el que es el mayor interés y al tiempo, como digo en el título del post, la mayor preocupación de Nuestra Madre del Cielo, que tiene todo que ver, precisamente, con los Novísimos. Sé bien cuál es dicha preocupación, porque Ella misma lo ha expuesto, muchas veces, en sus apariciones. Apariciones que, muy significativamente, se han intensificado en los últimos dos - tres siglos, como bien ha apuntado, en más de una ocasión, el catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares, D. Javier Paredes, gran experto en las apariciones de Nuestra Señora.

La mayor preocupación de la Santísima Virgen, como no podía ser menos, coincide plenamente con el mayor interés de Nuestro Señor Jesucristo y por el cual derramó Su Sangre y dio Su Vida en la Cruz: La salvación de nuestras almas; o, dicho de otro modo, nuestro máximo bien, que no es otro que llegar a la plena unión con Dios, en el Cielo. Y esa preocupación de la Virgen es muy real. Resulta muy impactante, en este sentido, la imagen de Nuestra Señora de La Salette (la que ven ustedes al principio de este artículo), que oculta su rostro entre lágrimas de sufrimiento y zozobra… Sus apariciones tuvieron lugar a partir del día 19 de septiembre de 1846.

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6.03.25

La suma importancia de los Novísimos

Queridos lectores, habiendo escrito sobre el infinito amor que Dios nos tiene, conviene ahora dedicar un artículo a otro asunto también de suma importancia, esto es, a las verdades de nuestra fe reveladas por Dios en relación a lo que puede suceder con las almas de las personas tras la muerte. Nótese que me refiero a las almas de las personas; de todas, sean católicas o no y, por tanto, crean o no en la enseñanza de la Iglesia Católica sobre los Novísimos. También procede recordar que un católico, sea el que fuere, debe profesar la fe católica íntegra e inviolada y, por tanto, debe creer lo que la Iglesia siempre ha enseñado sobre esta materia, sin mutilaciones, ni deformaciones. Se deben creer las verdades de fe que resultan agradables y, también, las que no lo son tanto, en bien de nuestras almas.

¿Y por qué procede escribir sobre esta cuestión? Pues porque, hasta donde yo sé, en nuestra época y desde hace años, en general, se trata muy poco esta cuestión en la vida de la Iglesia Católica (en InfoCatólica, no obstante, son varios los blogueros que sí han tratado este tema con la seriedad y profundidad que merece, lo cual es muy de agradecer). Las verdades de fe sobre el juicio particular al que habremos de someternos tras nuestra muerte, el Cielo, el Infierno y el Purgatorio no han sido abrogadas – no pueden serlo – por la Iglesia. Sin embargo, resulta estremecedor que no se predique, ni se escriba sobre estas cuestiones, dada su extrema gravedad. En mi opinión, guardar silencio sobre los Novísimos no supone una actitud misericordiosa, sino todo lo contrario. Si cualquiera de nosotros corriéramos un gravísimo peligro, en el cual nos jugásemos, por ejemplo, la vida, querríamos ser avisados, a fin de intentar ponernos a salvo. Pues bien, en lo que a los Novísimos se refiere, no es que las personas nos juguemos tan solo esta vida caduca; es que nos jugamos nuestro destino eterno, esto es, sin fin y para siempre.

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2.03.25

La extrema bondad de Dios (II)

Queridos lectores, en el artículo anterior, nos hallábamos contemplando la bondad infinita de Dios en tantas de sus manifestaciones y me interrumpí exponiendo todo lo que Dios Hijo ha hecho para expresarnos el amor que nos tiene; continuamos, pues, con ello:

Otra de las cosas que Nuestro Señor Jesucristo hizo durante su Vida Pública, además de muchos milagros, fue perdonar pecados (no importa lo terrible que el pecado sea, el Señor lo perdona con todo su Corazón, si existe verdadero arrepentimiento) y anunciar algo realmente admirable: La Sagrada Eucaristía. Un Sacramento, si me permiten que lo diga así, verdaderamente alucinante, que instituyó el Señor en la Última Cena. Sabemos que, en la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino se encuentra Cristo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Pero yo me temo que, Dios sabe cómo, nos hemos habituado a esta realidad pasmosa. Yo tengo el convencimiento de que, si los católicos fuéramos por completo conscientes de lo que recibimos cada vez que comulgamos, la impresión nos mataría. Literalmente. Entiendo que es por eso que el Señor ha querido ocultarse tanto en este Sacramento sacratísimo; aparte del hecho de que a Jesús le agrada mucho la fe en su Palabra y, también, que no desea forzar esa fe. Pero, verdaderamente, es increíble lo que sucede en la Eucaristía. Los católicos, cada vez que comulgamos, ¡Nos comemos a Dios…! Tal cual. Y puede hacerlo cada uno (aunque siempre se ha de procurar hacerlo estando en Gracia de Dios y no se debe hacer de ninguna manera, si esto no es así). ¡Cada uno, a lo largo de todos los tiempos…! Es la manera sublime que Jesucristo ha tenido de dar pleno cumplimiento a la profecía que hizo, sobre Él, Isaías, llamándole “Emmanuel”, esto es, “Dios con nosotros”. Dios con nosotros, sí, con cada uno de nosotros, con la mayor cercanía espiritual y física que puede haber y con un nivel de entrega de Dios a cada uno de nosotros verdaderamente asombroso. Y, aun así, Jesucristo no se quedó satisfecho con todo esto. También quiso permanecer en el Pan consagrado, quedándose recogido y oculto en los sagrarios, esperándonos para llenarnos con su Gracia, escuchar nuestra oración y recibir, con toda justicia, nuestra adoración amorosa; y, se ha de decir, también corriendo el riesgo de que su Sacratísimo Cuerpo sea robado y profanado; o bien, abandonado y dejado solo por los propios católicos, si no acudimos a rezar ante Él… No obstante, aun así, allí está, siempre, el Señor. Es algo sublime.

Asimismo, para que pudiera extenderse, a lo largo de los tiempos, la misión salvadora de Cristo, el Señor nos dejó a la Iglesia Católica, por Él fundada sobre la base de otro Sacramento: El Orden Sacerdotal. De este modo, el Señor puso en manos de hombres, varones, la autoridad para predicar su Palabra y el poder de perdonar pecados y renovar el Santo Sacrificio de la Cruz en cada Santa Misa, entre otros altísimos dones; y se pone, también, a Sí mismo en manos humanas, por medio de la Consagración de la Eucaristía. En definitiva, puede decirse que el Sacerdocio sirve para que los católicos podamos tener a Jesús; ¡Nada más y nada menos…! Pues tener a Jesús es tenerlo todo, como bien enseñaba Santa Teresa de Jesús: “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”.

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