27.04.25

El centinela paciente

Es muy fácil obtener el aplauso del mundo. Es muy cómodo ir por la vida sin meterse en líos, mirando impasible como millones de almas siguen el camino hacia el abismo, como la piara de cerdos poseídos por la legión de demonios a la que Cristo ordenó salir de un hombre. Pero quien ama al Señor, quien sirve a Dios, no puede poner su mirada en las cosas de los hombres, como hizo Pedro al pedirle a Cristo que no fuera a encontrarse con la cruz y se encontró con esas palabras que hoy retumban con fuerza en quienes se dejan guiar por el Espíritu Santo: 

«¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». 
(Mc 8,33)

Dios no cambia. Su paciencia es inmensa. Tanto, que el regreso de Cristo está marcado por esa circustancia:

«El Señor no tarda en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión».
(2 P 3,9)

Ahora bien, ¿acaso hoy se escucha el llamado a la conversión? ¿dónde está el profeta Jonás que, aun a regañadientes, predica a Nínive el castigo inmediato para mover de forma eficaz al arrepentimiento? (Jn 3,1-10)

¿Más bien no asistimos al lamento de Dios por boca profeta Isaías?

«¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!»
(Is 5,20)

¿Acaso no es cierto que hoy el Señor puede decir?

«Mi pueblo perece por falta de conocimiento»
(Oseas 4,6)

Pocas cosas hay tan claras en la Escritura como el llamado constante a la conversión, que es el único camino seguro a la salvación. 

«A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir sin remedio», y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras que tú habrás salvado tu vida…

Cuando el justo se aparta de su justicia y comete iniquidad, por ello morirá. Y cuando el impío se aparta de su impiedad y practica el derecho y la justicia, por ello vivirá».
(Ez 33,7-9; 18-19)

Fue lo primero que predicó Cristo:

«Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca"».
(Mateo 4,17)

«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio».
(Marcos 1,15)

«No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, para que se conviertan».
(Lucas 5,32)

Ahora bien, ¿acaso esa contundencia en el llamado a la conversión significa que Dios no sabe que en la mayor parte de las ocasiones necesitamos tiempo para convertirnos? Por supuesto que no. La conversión es un proceso que dura toda la vida, pues ni el más santo de los santos puede llegar a cumplir perfectamente el llamado a la santidad:

«Según aquel que os llamó es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, pues está escrito: “Sed santos, porque yo soy santo."» (1 Pedro 1,15-16)

Por tanto, quien se acerca a las almas que están prisioneras en una vida de pecado, ha de tener en cuenta que no se las puede exigir lo que la gracia todavía no ha podido obrar en ellas. No se trata de que puedan seguir viviendo en pecado de forma indefinida a la espera de no se sabe bien qué. Se trata de entender que Dios da tiempo para que sus hijos crezcan en santidad. Y eso es también parte fundamental de la salvación:

«Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación».
(2 Pedro 3,15)

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8.04.25

Ni venimos del mono ni Cristo es "un" dios

Como bien saben ustedes, y si no se enterarán al leer este artículo, estamos en plena conmemoración por los 1700 años de la celebración del Concilio de Nicea, primero de los ecuménicos.

Arrio era un presbítero influyente en Alejandría, conocido por su elocuencia, su formación filosófica y su capacidad para atraer seguidores tanto entre el clero como entre los laicos. Su tesis era tan clara como errónea: el Hijo de Dios no es eterno ni de la misma esencia que el Padre. Según él, si Dios es absolutamente único e ingenerado, no puede compartir su esencia con otro ser. Por tanto, el Hijo -aunque exaltado y anterior a toda la creación- fue creado por el Padre “antes de los siglos”, y por tanto hubo un tiempo en que el Hijo no existía. Para Arrio, esto no rebajaba a Cristo a un mero ser humano, pero sí lo situaba por debajo del Padre, como criatura intermedia entre Dios y el mundo.

Dado que las tesis arrianas se hicieron muy populares, ustedes se pueden hacer idea del problema al que se enfrentaba la Iglesia. Entonces el emperador Constantino, que se había convertido al cristianismo -aunque esto es matizable-, vio que esa controversia podía afectar al imperio y decidió convocar un concilio.

El sacerdote alejandrino pudo exponer sus tesis ante los obispos -el de Roma representado por dos legados-, que de forma prácticamente unánime las rechazaron. Se adoptó entonces el término “homousios" es decir, que el Hijo es de la misma sustancia o esencia que el Padre. Esta palabra fue elegida precisamente para dejar sin ambigüedades la afirmación de la divinidad plena del Hijo. Dicha divinidad ya aparece de forma contundente en la Escritura (Jn 1,1; Tito 2,13; 1 Jn 5,20; etc), pero como la Biblia también diferencia claramente la persona del Padre y del Hijo -y también del Espíritu Santo-, convenía aclarar cuál era el alcance de la condición divina del Hijo.

Aunque la doctrina cristiana quedó claramente definida, no ocurrió lo mismo con la aceptación de la misma. No voy a explicar en este artículo todos los vericuetos históricos que siguieron al concilio, porque basta saber que se intentó llegar a una especie de solución intermedia entre las tesis arrianas y la fe nicena. Según la misma, el Hijo era “homoiusios", semejante al Padre. Una simple “i” lo cambiaba todo. Porque o Cristo es Dios como el Padre es Dios, o Cristo es un dios pero no el mismo sentido que el Padre es Dios.

¿Cómo explicar esto al hombre moderno, que no entiende de sutilezas teológicas y que piensa que estas discusiones son innecesarias?

Pienso que, reconociendo todas sus limitaciones, podemos hacer uso de las semejanzas. Un servidor de ustedes las ha usado en debates con los arrianos de nuestro tiempo: los Testigos de Jehová. He aquí un posible diálogo con ellos:

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4.04.25

Imaginen un concilio de Nicea "sinodal"

El virus sinodal alemán, apenas matizado por el Sínodo de la sinodalidad celebrado en Roma, se extiende por toda la Iglesia. Consiste básicamente en someter la autoridad de los obispos, de quienes la Tradición e incluso el Concilio Vaticano II en el capítulo III de la Constitución Dogmática Lumen gentium afirma que son “pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno", a la del populismo asambleario que imita a la perfección el que se produjo en muchos países occidentales desde la revuelta estudiantil francesa de 1968. No es democracia auténtica, aunque ya de por sí eso sería inaceptable, sino revolución. Los grupos más ideologizados son los que están interesados en participar en un proceso que es de hecho ignorado, cuando no despreciado, por la gran masa de los fieles. Italia acaba de asistir a un nuevo capítulo de la autodestrucción de la Iglesia, que solo Dios sabe qué grado alcanzará no tardando mucho.

Tras décadas de impulso de secularización de la sociedad occidental y de la propia Iglesia, no tiene nada de particular que los laicos que participan en esa revolución quieran que llegue hasta las últimas consecuencias: LGTBI, feminismo, aceptación de la anticoncepción, cambio de la moral sexual, supresión del celibato, vaciamiento del sacramento del orden, etc. Al aborto y la eutanasia no llegan por el momento, pero todo se andará. No en vano la copresidente del sínodo alemán ya se mostró favorable a que se prestara un servicio nacional para llevar a cabo abortos. Y ahí tienen ustedes al cardenal Fernández -auténtico destructor de la fe, muñidor de la herética Amoris Laetitia y la blasfema Fiducia Supplicans- mostrando el camino a la aceptación de las operaciones de cambio de sexo. Se trata de no dejar piedra sobre piedra.

Sinodalidad actual a la luz de la Biblia y la Tradición

¿Qué nos dice la Escritura y el resto de la Tradición sobre el proceso actual?

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29.03.25

Ay, mi querida Huesca

En el día de ayer me enteré de que hoy se iba a producir este nombramiento:

El papa Francisco ha nombrado obispo de las diócesis de Huesca y de Jaca al P. Pedro Aguado Cuesta, Sch.P., en la actualidad superior general de la Orden de las Escuelas Pías (Escolapios). El nombramiento se hace público a las 12.00 horas de hoy, sábado 29 de marzo, y así lo ha comunicado la Nunciatura Apostólica a la Conferencia Episcopal Española.

Viví junto con mi familia 16 años en la diócesis de Huesca. A ella fui a parar cuando no había pasado un año de mi regreso a la Iglesia Católica, así que como se pueden hacer ustedes idea, tengo un alto aprecio por esa iglesia local. 

Por otra parte, mi vida escolar transcurrió en su mayor parte en el colegio de los Escolapios en Getafe (Madrid). Fui un niño afortunado pues sólo tengo buenos recuerdos de aquellos años. Tanto que llegué a recibir una especie de llamado vocacional gracias a unos seminaristas de la congregación religiosa.

Es por ello que debería de alegrarme de que quien ha sido Superior General de las Escuelas Pías desde hace 16 años sea el nuevo obispo de Huesca y de Jaca. Nada más lejos de la realidad. No he tenido trato alguno con el P. Pedro Aguado, pero sí he visto el marasmo en que se han convertido los escolapios en todos estos años. Por no hacer muy sangrante este post, me voy a limitar a poner unos pocos enlaces, para que ustedes entiendan mi pesar:

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25.03.25

Entre necios y sinvergüenzas anda el juego

Que un solo sacerdote abuse sexualmente de un menor es intolerable y es merecedor de que le cuelguen una piedra de molino al cuello y le tiren al mar (Mc 8,42). Que un solo obispo encubra a ese tipo de sacerdotes es aún más intolerable, si cabe decirlo así. Que haya habido una cultura de encubrimiento de abusos dentro de la Iglesia es, sencilla y llanamente, repugnante. Y no sé qué calificativo merece el hecho de que, como se está viendo últimamente, a algunos todavía no les haya entrado en la cabeza que los abusadores o encubridores de abusos no pueden acercarse a un niño, y muchísimo menos dentro de un colegio. 

Dicho eso, lo que está ocurriendo en todo el mundo, pero muy especialmente en España, con el tratamiento informativo y político del tema de los abusos a menores en el ámbito eclesiástico, es sencilla y llanamente una obra maestra de Satanás.

En España, tras todo tipo de bombo mediático, social, político e institucional, tras toda clase de anuncios y ofrecimientos a víctimas de abusos en la Iglesia para que denunciaran sus casos, aunque hubieran pasado muchos años desde los abusos, resulta que la Oficina del Defensor del Pueblo ha documentado 654 casos. No en un año, no en dos, no en tres ni en cinco: ¡en más de medio siglo! ¿Y saben ustedes cuántas denuncias por abusos a menores hubo en España tan solo en el año 2023? ¡9.185!

Multipliquen por 50 esos 9.185 y comparen la cifra con los 654 casos dentro de la Iglesia. Es más, aceptemos que esos 654 son solo una pequeña parte de los abusos reales en la Iglesia. Resulta que los nueve mil también son un porcentaje pequeño de los abusos totales.

Hay que ser muy mala gente para poner sobre la Iglesia el foco principal del tema de los abusos. Especialmente cuando no hay una sola institución, ni pública ni privada, que haya establecido mecanismos tan exhaustivos para abordar esos casos en el presente y en el futuro.

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