Buenas razones para creer
Casi un año y medio atrás subí a este sitio una serie de artículos titulados “por qué soy católico“, donde proponía la tesis de que para ser católico no es necesario un salto de fe. En resumen, el argumento era que, dado que es altamente probable que Dios exista y que los evangelios son una fuente confiable para conocer la predicación de Jesús de Nazaret, es razonable dar crédito a sus palabras, apoyadas como lo están por los milagros y las profecías cumplidas, y admitir entonces que nuestra salvación eterna pasa por incorporarnos a la comunidad de sus seguidores (Jn 14,6 entre otros).
Algunos comentaristas objetaron esta tesis, señalando que era erróneo intentar demostrar por la razón aquello que sólo puede alcanzarse por la fe. Esta crítica que no debe tomarse a la ligera, pues hay precedentes de personas que, han pretendido que es posible demostrar dogmas, por ejemplo la doctrina de la trinidad, que sólo podemos conocer mediante la fe, es decir por haber sido reveladas por Dios.
Tenía entonces pendiente desde esa época el intentar “afinar” mis conceptos sobre el papel de la fe en el esquema que he descrito. Varias veces probé diferentes enfoques para abordar el tema, sin que ninguno resultara completamente satisfactorio, y no puedo decir que al día de hoy lo haya encontrado, pero la inauguración del año de la fe el próximo 11 de octubre me ha animado a comentarles lo que tengo hasta ahora.
Normalmente al hablar de fe, se entiende que es cierto tipo de conocimiento, o un conjunto de proposiciones sobre la realidad, que se creen sin mayor cuestionamiento, pero ya la Escritura nos advierte, que tener fe no es sólo conocer pues “también los demonios creen y tiemblan” (Santiago 2,19). La fe, en cambio, además nos exige responder a ese saber, es un conocimiento al que asentimos o respondemos con nuestra voluntad.
Pero no basta con estos dos factores para apreciar completamente de qué hablamos cuando decimos “tengo fe", porque la Iglesia también enseña que es una gracia de Dios, es decir, algo que no podemos tener o alcanzar con nuestras propias capacidades humanas, sino que requerimos de auxilios divinos para llegar hasta allí.
El Catecismo lo resume mejor, cuando dice:
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: «Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q. 2 a. 9; cf. Concilio Vaticano I: DS 3010).
El poner énfasis en que la fe es una gracia –es decir un regalo inmerecido y que el creyente recibe por total iniciativa de Dios–, ha llevado a algunos a identificarla como la emoción de seguridad y alegría que se experimenta, por ejemplo, al leer algún pasaje de la Biblia, o que de alguna forma esa vivencia emotiva por sí misma la veracidad de la revelación. Sin embargo, esta forma de entender la la fe, bastante común en grupos evangélicos, nos dejaría como meros receptores pasivos de una gracia, que es del todo irresistible y no podemos rechazar, es decir, la fe no sería algo que a lo que podemos responder o reaccionar, y tampoco podría ser contada como una virtud.
Este errado concepto también ha facilitado que muchas personas, sobre todo políticos, digan sinceramente que no sienten una cercanía con Dios o la religión y por lo tanto “no tienen la gracia fe", de modo que para ellos sería natural el permanecer como ateos o agnósticos.
En cambio, entiendo que la fe es una gracia en el sentido que Dios entrega los medios a la voluntad para acogerla, pero sin llegar a imponerse completamente por sobre nuestra libertad, de modo que todavía podemos aceptarla o no. Cuando uno piensa en una gracia de Dios, tiende a pensar en los medios sobrenaturales que puede haber recibido, pero la gracia también puede expresarse en formas más sutiles, como el haber nacido en una época determinada cuando ya se ha producido la revelación de NSJC, o en un país de mayoría cristiana, con acceso a la Escritura o a Internet. Y considerar esto nos lleva a preguntarnos cuántos de esos políticos que dicen “no tengo la gracia de la fe” realmente la recibieron, pero decidieron libremente rechazarla.
Pero volviendo al problema del salto de fe ¿Es la actitud propia del cristiano, adherir simplemente a lo que Cristo nos dice, sin pensar más en las pruebas? Después de todo, sería un acto voluntario de respuesta a la revelación, y que, al no acudir a la razón, libremente admite que no tiene otra causa que la gracia de Dios. Puede que algunos católicos estén satisfechos con este acercamiento, y no seré yo el que les diga que están en un error, por que no sé eso. Pero sí sé que, para mí no resulta suficiente.
Creo que la fe que es una virtud, que nos pide la Iglesia, primero, no debería desperdiciarse en aquellos puntos que una buena educación puede aportar demostraciones, como la existencia de Dios o la autoridad de la Iglesia; y segundo que tampoco debería ser ciega, en el sentido de no estar consciente que de existen buenas razones para creer.
Podríamos decir que el creer es un conocimiento que no proviene de nuestra personal experiencia o capacidad (tanto de percibir como de razonar), sino de lo que otros han vivido o experimentado. En el debate entre creyentes y escépticos se suele hablar de las creencias como un conocimiento de muy baja calidad, que siempre debe ceder ante la experiencia y la razón, pero lo cierto es que el creer lo que otros nos dicen es la forma de adquirir nuevos datos que más usamos habitualmente, y en nada eso disminuye la calidad de nuestros conocimientos. Por ejemplo, una de nuestras certezas más básicas son las referidas a nuestro identidad, nacimiento y familiares, pero lo cierto es que nadie tiene recuerdos completos que den cuenta de cada uno de esos datos, a este respecto todos nos guiamos por lo que nos han dicho otros, y no andamos por la vida dudando de ellos. Pero no sólo a nivel personal vivimos así, sino también en cuestiones de carácter científico, donde incluso creemos contra el firme testimonio de nuestros sentidos. Por ejemplo, a pesar que nuestros sentidos nos muestran que la tierra está firme y que el sol y la luna son los que se mueven en torno a ella, a nadie se le ocurre plantear que eso no sea más que una ilusión, para lo cual todos creemos lo que otros nos dicen antes que a nuestros ojos.
¿Por qué permitimos eso? ¿Por qué dejamos que otros nos digan cosas acerca de la realidad que no hemos percibido personalmente y las aceptamos sin dudar, a pesar de alabar el escepticismo y la razón? ¿Acaso el mundo se ha vuelto loco?
Claro que no. Lo que ocurre es que en la vida cotidiana es inevitable creer en los demás, entregarles nuestra confianza para evitar paralizarnos, y lo razonable no es dudar de todo, sino otorgar credibilidad a quienes conocemos y no tiene razones para mentirnos. Es decir, la clave está en tener buenas razones para creer. Por eso creemos en nuestros padres cuando nos dicen quiénes son y cuál es nuestro cumpleaños; o en nuestros profesores cuando nos dicen que la luna gira en torno a la tierra, y esta en torno al sol: porque los conocemos, los hemos visto preocupados por nosotros y comportarse diariamente de una forma sincera y veraz.
En asuntos de religión, la cosa funciona de una forma similar. No basta con creer en todo lo que me dice la Biblia, porque todos en mi comunidad la aceptan como “Palabra de Dios", es necesario conocer de dónde vino, quién la escribió y quién la ha conservado. Lo mismo con Jesús de Nazaret: antes de decir que le creemos, hay que conocerlo, acercarse a él, a sus amigos y seguidores. Aunque la fe nos lleva a una relación personal con Jesús, esa misma relación es antecedente de la fe.
Esto en nada resta el aspecto de la fe como gracia inmerecida, imposible de alcanzar por medios personales o como una respuesta libre de nuestra voluntad. Por mucho que uno llegue a concluir que Jesús es esencialmente digno de nuestro crédito, incluso teniendo en consideración que en su respaldo hizo grandes milagros o profecías, todavía es necesario el auxilio divino y un acto de voluntad para prestar nuestro asentimiento a proposiciones que, no siendo contradictorias o absurdas (es decir, no se oponen a la razón) son igualmente difíciles de aceptar, como que Jesús es Dios, que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, o que el pan consagrado por el sacerdote deja de ser pan para convertirse en el cuerpo y la sangre de Jesús.
Es esto lo que nos permitiría decir que ser católico no implica necesariamente dar un salto de fe, es decir, no tenemos aceptar ciegamente lo que se nos dice, sólo “porque yo lo digo” y sin más garantías. Al contrario, debemos que decir que creemos, tenemos fe sobrenatural, pero incluso en nuestra confianza, contamos con buenas razones para creer.
12 comentarios
Entre absurdo y misterio hay la misma diferencia que entre lo que contradice y lo que supera nuestra razón
La inteligibilidad es el baluarte último de la realidad.
Quizá los cristianos perdemos el foco de que Dios es "alguien", y no "algo", y por ser alguien, o sea una persona, con El se puede tener afecto, compartir experiencias, aprender ideas, todo lo que implique una relación sincera con cualquier persona, más todo lo extraordinario y excepcional que Dios nos va a conceder, por el mismo hecho de ser Dios.
Por el contrario, si a Dios lo considero como "algo", sólo esperaría de El algo más parcial: una sensación o una moral de vida o un sistema de pensamiento, dejando de lado otras cosas que no me interesan, porque al tratar a Dios de "algo", no hay ese trato de persona a persona
Pato, ante semejante petición de principio y ejemplo de cómo darse la razón a sí mismo sin más argumento que el porque sí y porque yo lo digo, no puedo más que lanzar un sonoro "¡BRAVO!, MUERA LA INTELIGENCIA Y VIVA LA CREENCIA".
Bromas aparte, por que supongo que el texto que he puesto no va en serio, tienes algo que demuestre que existe algo sobrenatural sobre lo que tener fe ?. Claro que bien mirado justamente eso es tener fe, creer en lo que no conoces ni tienes posibilidad alguna de conocer, salvo por delirios febriles, sueños, o algun desarreglo o patologia de la mente.
Saludos.
Como católico agrego que lo integra a su Iglesia
Pues por eso mismo Pato, sigo preguntando, ya que no aportaste demostración entonces, para ver si en ese tiempo has encontrado alguna prueba o sigues con lo del "creo por que creo y como lo creo es cierto y verdadero", que es el resumen de vuestro discurso, aunque useis paginas y paginas y le deis vueltas y mas vueltas para acabar diciendo justamente eso.
Saludos.
Saludos.
La fe, en cuanto virtud sobrenatural, no puede ser adquirida por las propias fuerzas porque es un don que presupone la apertura de la razón, apertura que conlleva la posibilidad de conocer siempre más. Para el que cree en Dios conseguir una demostración es algo que se sigue de su misma fe. Porque la demostración de la existencias de Dios - citando a Zubiri- no es primariamente una exigencia lógica que se esgrima frente a quienes no creen en Dios, sino una exigencia lógica que se dirige exactamente igual al creyente, una exigencia que reclama de éste una estricta justificación de aquello en que cree. Y como la demostración supone la culminación del proceso que conduce a la posesión de la verdad que le es dado al hombre alcanzar, y por tanto, también significa su máxima capacidad para transmitir la verdad conocida, demostrar la existencia de Dios supone alcanzar el máximo de la dimensión apostólica de la propia fe.
El conocimiento demostrativo de la verdad , en este caso, el conocimiento metafísico de la existencia de Dios, no excluye la eficacia de otros tipos de justificación inferencial y discursiva que proceden sobre las bases de premisas y estrategias dialécticas, capaces de deparar cierta seguridad o convicción (“fides”) en lo que se afirma, aún cuando no sea certeza. Esto significa que para demostrar la existencia de Dios no es preciso prescindir en ningún sentido de la fe, y tampoco renunciar a ninguna virtud crítica ni heurística. Es por eso que demostrar la existencia de Dios en un sentido lógico y metafísicamente riguroso significa tomarse la racionalidad del hombre en serio definitivamente.
Demostrar, en este sentido, significa una invitación razonada a algo porque nos pone en contacto con una realidad que antes no conocíamos. Sólo cabe esperar de las demostraciones de Dios que sean una invitación razonada a la fe, pues la metafísica no es nunca un mero conocimiento abstracto, sino en todo caso y siempre amor al saber que una persona en su integridad desarrolla. Es lo que se entiende cuando el Catecismo de la Iglesia católica dice: “Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos”.
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