La base del matrimonio
Conversando acerca de la estabilidad en el matrimonio, y si el Estado puede exigirla, un lector (una lectora, de hecho) comentaba:
Pues si la estabilidad de una pareja no está fundamentada en emociones: respeto, amor, fidelidad, tolerancia, etc., ya nos dirás tú en qué consistirá. Una estabilidad artificial, producto de incentivos u sanciones, construye apariencias, que cuanto más largas y duraderas, desembocarán en fachadas más podridas y enrarecidas
Esto me quedó dando vuelta, porque de verdad que no puede haber una respuesta simple a este planteamiento. ¿Quién podría sugerir siquiera que el matrimonio no tiene que ver con amor, respeto y fidelidad?
Y sin embargo, algo no cuadra. El matrimonio es una de las pocas constantes en todas la culturas humanas que han poblado este planeta, absolutamente todas las comunidades han visto algo en la unión de un hombre y una mujer que la ponía por sobre otro tipo de relaciones. Pero al mismo tiempo, parece que aspectos como la fidelidad, como la entendemos hoy, ha estado lejos de ser una exigencia absoluta.
Por ejemplo, hasta unos 15 años en Chile se sancionaba en el Código Penal el adulterio, pero el concepto de adulterio era diferente para un hombre que para una mujer: cometía adulterio la mujer casada que yacía con hombre que no era su marido, y el hombre que lo cometía en su casa y con escándalo. Desde luego, la diferencia de tratamiento hará que los feministas aleguen discriminación, pero eso es un anacronismo, pues lo que se quería resguardar no era la fidelidad entre los cónyuges, sino el orden de la familia, que se veía afectado por la posibilidad de introducir un tercero extraño, fuera el niño concebido en adulterio o la concubina.
Lo concreto es que, en definitiva, la infidelidad no era considerada una infracción tan grave como para poner término al matrimonio, y seguramente se esperaba que al menos el hombre mantuviera relaciones con otras mujeres, sin que por eso se le viera como haber faltado a los votos matrimoniales.
Remontándonos a la historia reciente, hasta un par de siglos, nos encontramos con que los reyes de las naciones cristianas, muchos de ellos con jurisdicción sobre asuntos de índole religiosa, solían mantener una lista más o menos larga de concubinas y compañeras, a vista y paciencia sus propias esposas, y ellas tenían una posición asignada ya en las cortes reales. Y si retrocedemos aún más en el desarrollo de esta milenaria institución, nos encontramos con que fuera del ámbito cristiano, la poligamia se convierte en la regla general, y la obligación de fidelidad carece de sentido.
Si eso ocurre respecto de la fidelidad, otro tanto pasa con el amor. Hasta hace 200 años en occidente todos los matrimonios eran concertados por los padres, y desde luego no en razón de la compatibilidad entre los contrayentes, sino viendo a las conexiones sociales y los cálculos económicos. En medio de ese paradigma, es evidente que la voluntad de los contrayentes, y mucho menos el amor, tenían nada que ver con las bodas.
En este esquema, de matrimonio por acuerdo social y conveniencia, desde luego que el Estado puede hacer una exigencia de estabilidad a los contrayentes, porque hay asuntos públicos y económicos en juego. Pero en el polo opuesto, donde el matrimonio se contrae por amor y dura mientras se tenga el ánimo y las ganas de ser mutuamente fieles, nadie podría afirmar que el Estado podría exigir a las personas que se amen y guarden fidelidad indefinidamente, y el divorcio se convierte en un derecho inherente al matrimonio.
Dicho de otro modo, si el matrimonio es amor, fidelidad y respeto, y queremos ser coherentes, no nos queda otra que concluir que el Estado excede sus funciones cuando lo regula, e impone requisitos y restricciones o les exige estabilidad a los contrayentes. Lo lógico será derogar la ley de matrimonio civil, pues nadie necesita leyes para que le diga que puede hacer lo que hace sin una ley.
Cierto que a los políticos eso de la consistencia y la lógica . no se le da mucho, les cuesta, pero no vemos otra solución posible. A menos que, encima de la trilogía de amor, fidelidad y respeto, pongamos algo más, que solían ser los hijos, pero la anticoncepción ha roto ese vínculo también.
El matrimonio como institución pública en occidente no está en crisis, ya está acabado. Seguirá existiendo en las leyes por unos 100 años más, como letra muerta, tal como los gobernantes de Roma fantasearon con el imperio siglos después de su evidente derrumbe, y puede que se use de vez en cuando para dar respetabilidad a las perversiones sexuales de turno, pero las ideas tienen la capacidad de terminar imponiéndose a los hechos y, cumplido su tiempo, ya nadie acudirá a casarse ante el Estado.
Cierto, muchos niños sufrirán en el proceso, al no poder contar con un padre y una madre que les dé la seguridad que es tan importante en el desarrollo de la personalidad, pero tal vez, tal como ocurrió en la antigüedad, ese giro de los eventos le dará al matrimonio cristiano la posibilidad de volver a brillar como un evento único y especial.
Depende de nosotros.
5 comentarios
"puede que se use de vez en cuando para dar respetabilidad a las perversiones sexuales de turno", refiriéndose al mal llamado "matrimonio" homosexual porque es de vital importancia la corrección del lenguaje pues todo estas yerbas son fruto de las sociedades relativistas.
-Hasta a José, el esposado como María, tuvo que llegarle un ángel para que le aclarara la situación y no repudiara a su esposa.
-Estamos inmerso en un Universo donde el trigo y la cizaña de las gentes tienen atavismos genéticos muy viejos que sólo Dios conoce en principio causa. Y quién sabe con absoluta certeza si el resultado matrimonial por muy bendecido, fiel y respetuoso que sea o parezca, será bueno para los designios de Dios. Sea, que el trigo que se case con el trigo; la cizaña con la cizaña. Y no el trigo con la cizaña, o viceversa que nos de como resultado ese hijo pródigo tan desagradecido.
Primero, lo que hoy se llama matrimonio en los Códigos civiles no tiene nada que ver con el verdadero matrimonio. Desde la aparición del divorcio masivo, me parece ridículo que sigamos considerando que hablamos de lo mismo. Que legalicen el matrimonio gay, el matrimonio a trios, o el matrimonio por tres años, creo que los católicos tendríamos que cambiar el nombre de la institución matrimonial para que nadie se llame a engaño, y ya está.
Segundo, matrimonios católicos, en la historia, más bien poquitos, y esto es lo que me ha llamado la atención en tu post.
Yo siempre he tenido grandes dudas -muy poco correctas políticamente, y nada cristianas-, de que la monogamia sea la forma más natural de relacionarse. A mi me parece evidente que la forma más extendida, en todas las culturas, ha sido la poligamia o la promiscuidad masculina tolerada, y que el matrimonio, fundamentalmente, era una conquista social por lo que implicaba de exigencia de compromiso con los hijos por parte del padre.
En ese lote nunca ha entrado la excesiva exigencia social de fidelidad masculina (sí de la femenina, por motivos obvios; para poder exigir al hombre que atendiera a los hijos era necesario demostrar que eran suyos).
Así que pienso que el matrimonio cristiano es una exigencia moral que nos diferencia tanto de la concepción actual de seudomatrimonio, como de la concepción antigua de matrimonio, que muchas veces idealizamos, o identificamos con el matrimonio cristiano, cuando poco tenían que ver.
En fin, la cosa que ahora prevalece -en realidad, que la madre crie a sus hijos, mientras convive con sucesivos hombres- ya ha tenido prevalencia en muchos momentos, y ha sido un desastre siempre.
El matrimonio a la antigua no era la panacea, pero creo que era mejor, y el matrimonio a la cristiana, que sería el ideal, no creo que haya sido generalizado en ningún momento histórico.
Un tema curioso, en fin.
Efectivamente la poligamia ha sido la forma más común de matrimonio, pero, establecida esa conclusión, lo interesante es determinar qué posición conviene adoptar frente al matrimonio civil. Una puede ser regular la poligamia, otra puede ser no regular nada (como lo propongo aquí), y una tercera buscar lo más cercano posible al sacramento.
Lo que no tiene ni pies ni cabeza es este matrimonio estatal, pero sin obligaciones ni estabilidad, que nos han vendido.
De acuerdo con el resumen histórico que haces de las relaciones matrimoniales.
Sin embargo, en este punto no termino de estar conforme:
"Dicho de otro modo, si el matrimonio es amor, fidelidad y respeto, y queremos ser coherentes, no nos queda otra que concluir que el Estado excede sus funciones cuando lo regula, e impone requisitos y restricciones o les exige estabilidad a los contrayentes. Lo lógico será derogar la ley de matrimonio civil, pues nadie necesita leyes para que le diga que puede hacer lo que hace sin una ley."
No veo por qué hay que derogarlo si se trata de un contrato público necesario, en la medida en que las parejas tienen descendencia y las leyes necesitan estos contratos para resolver la atención debida a los hijos, las legítimas herencias, los usufructos, etc. Hay responsabilidades que los contrayentes están obligados a cumplir por ley más allá del amor, el respeto o la fidelidad/infedilidad, en los cuales el Estado ni entra ni sale, como es obvio, ya que eso entra en la esfera privada e íntima de cada cual.
Es más razonable y necesario socialmente el matrimonio civil que el religioso. Al fin y al cabo, el matrimonio religioso sirve de poco si no se acomete el proceso civil y judicial, pues es el verdaderamente efectivo para el mundo en el que, guste o no, vivimos. Que luego cada uno piense en el matrimonio como algo trascendente no deja de estar sujeto al más profundo y recóndito ámbito de la conciencia de cada cual. Sin embargo, el contrato matrimonial civil responde pragmáticamente a la realidad legislativa que hemos acordado. Es necesario y oportuno a mi jucicio.
Vista su oportuna declaración pública, legal y civil del matrimonio, no veo por qué cada cual no puede llamar matrimonio y representar de la forma que quiera las uniones (ya estas sí de completo ámbito privado, tanto para su enlace como para su disolución). En eso debe haber libertad siempre y cuando no vaya en contra de las leyes vigentes acerca de las responsabilidades y derechos que adquieren los contrayentes.
En conclusión, no sé de dónde sacas que fundamentar el matrimonio en el amor, el respeto y la fidelidad deslegitima las responsabilidades que los padres tienen con los hijos legalmente. Más al contrario, me reafirmo, y es una opinión personal, que un matrimonio sin esos componentes no es más que una farsa.
No te olvides, por otra parte, que tanto el niño que ha sufrido la ausencia del padre o de la madre en el hogar familiar por una causa voluntaria no borra el sufrimiento de aquellos que han crecido en un hogar donde, a pesar de conservar el matrimonio, el amor ha estado ausente. Ambiente propicio para las peleas, las malas caras y, en definitiva, la infelicidad familiar que, sin duda, acabará pasando factura a los hijos. El amor puede y es entendido de muchas formas y maneras... el Estado solo debe velar por el mejor ámbito de crecimiento del niño así como los legítimos derechos de los contrayentes.
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