(393) Traición y afán de novedades
31.- «Os bilingue detestor!».— La boca de dos lenguas la detesto (Pr 8, 13). El hombre de tradición aborrece lo ambiguo.
Postula el alma sin tradición, con lengua torpe y ambigua, una doctrina ambivalente y oscura, que se resume así: con Cristo y contra Cristo también, dependiendo de la ocasión. Su ambigüedad es traición.
Su método es poner entre paréntesis el depósito, no sea que obligue, pero sin negarlo, no sea se note la revolución. Su objeto es evitar la cruz recibida, obviar la herencia de Calvario, evitar la sangre en el Circo.
Deteste el hombre tradicional la mente anfisbena y revolucionaria, que es la nada que quiere ser, la sombra que quiere suplantar a la luz, para ocupar el paraíso.
32.- Grata rerum novitas.— Agradable es la novedad de las cosas, dice el refrán latino. Al hombre sin tradición, como apunta la paremia, todo lo nuevo le place, aun siendo contra razón. Y para decir lo nuevo, que le resulta grato (por ser malo), sin que se advierta que es nuevo, duplica su rostro. Con Cristo se muestra doliente, pero no atricionado, que nunca es agradable el miedo aunque sea santo; con el mundo moderno se muestra contento, más nunca crucificado.
Por tanto no duda, por suavizar la muy áspera religión de la cruz, disimular sus espinas y clavos, obviar el madero, reinterpretar la resurrección como salvación para todos. No duda usar la lija para endulzar la doctrina católica (tan poco igualitaria) de la predestinación, y acolchar la cruz con el auxilio de la técnica, no sea que duela.
33.- La impostura eudemonolátrica.— El principio penitencial clásico, entonces, es herido por el culto a lo agradable moderno. Se mitigan abstinencias, ayunos, incluso el eucarístico. Desaparecen disciplinas y silicios. La ascética se disuelve, asociada al masoquismo. La cruz desaparece entre las fiestas pascuales y las promesas temerarias de resurrección. Se anuncia una glorificación feliz universal para todos, porque Dios, supuestamente, no tiene en cuenta nuestros pecados, ni se aíra con quien rechaza a su Hijo.
Para el creyente sin tradición no cuenta ya el purgatorio (que es cosa de viejos), ni el infierno (salvo para el autoexcluido) sino la resurrección feliz universal. Ya no es el sufrimiento, sino la diversión, el distintivo del cristiano. Para no dejar de ser creyente, no se niega la cruz, sino se envuelve en neblina: hay que hacerla invisible. El sacrificio, ahora, no se hace para satisfacer al Padre, sino por solidaridad con el hombre.
La Iglesia en el Maelstrom, I: Contracorriente
La Iglesia en el Maelstrom, II: Sol faciado
La Iglesia en el Maelstrom, III: Apego insensato
La Iglesia en el Maelstrom, IV: Cruz en el Maelstrom
La Iglesia en el Maelstrom, V: Contra las aguas corruptas
La Iglesia en el Maelstrom, VI: Desde lo alto siempre
La Iglesia en el Maelstrom, VII: Doctrina escamondada
La Iglesia en el Maelstrom, VIII: Injerto y mutación
La Iglesia en el Maelstrom, IX: Traición y afán de novedades
5 comentarios
Para que lo edite y haga desaparecer, don Alonso: sería más literal traducir "Agradable es la novedad de las cosas", que además, por sustantivar la novedad, me parece más certero para definir el mal que señala. No es la cosa (nueva) lo que se adora en sí, sino la novedad con la que se envuelve a las cosas, que fuera de la novedad estábamos acostumbrados a tratar de una determinada manera (y en lo que la Tradición tiene un lugar primordial). La novedad es el celofán que envuelve lo que lo realza. Aunque sea estrictamente una mierda, como sabemos por el llamado arte povera, que ni es pobre ni es arte. La novedad es el arte povera, no la mierda, que es muy digna como lo que es, deshecho. Y que tiene un lugar en este mundo. LA novedad se sustantiviza y adquiere ante las cosas el papel que en el juicio de los hombres tiene la juventud. Lo joven, como lo nuevo, es bueno. Todo lo cual no hace más que mostrar la miseria de estos tiempos que, en el fondo, no saben cómo huir de la muerte. Tiempos de desesperación. Un abrazo en la fiesta de Cristo Rey.
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A.G.:
Gracias, Scintilla, por la traducción mejor, viene al caso, como dice, y es más apropiada. Lo corrijo. Pero no lo hago desaparecer, jeje, porque vale la pena su magnífico comentario.
Sin duda es demoniacamente soberbio el afán de novedades, como Ud. apunta. No saben como huir de la muerte.
Viva Cristo Rey.
La tradición de la Iglesia, por obra del Espíritu Santo, glorificó el crucifijo en los actos litúrgicos, las bendiciones, los pectorales de obispos, los hogares cristianos -comedor, dormitorio, patios, por todo-, las salas de escuelas y colegios, las cadenitas al cuello en religiosos/as, y también en laicos/as, los hospitales, el cruce de caminos, etc.
Cada vez es menos frecuente el crucifijo. El nuevo Bendicional suprimió el signo de la cruz en la mayoría de las innumerables bendiciones que ofrece. Los fieles, cuando ven que no se ha hecho el signo de la cruz sobre una casa, una imagen, etc. preguntan a veces: "¿Pero lo ha bendecido?"
Fue el Card. Medina, chileno, cuando fue prefecto de la Congregación del Culto, el que mandó que se reintegrara el signo de la cruz en TODAS las bendiciones.
Oremos para que se cumpla la orden en la ediciones próximas. Y para que sea promovido el crucifijo en todos los lugares posibles.
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A.G.:
Gracias P. Iraburu por confirmarlo. Ciertamente cada vez es menos frecuente el crucifijo. Y lo que cuenta del bendicional, dramático. Oremos para que se cumpla esa orden que menciona y sea promovido el crucifijo en todos los lugares, incluidos los públicos, en las instituciones, en las calles y en las plazas, en los hogares y en todos los rincones de la tierra.
In hoc signo vinces!
Ignoraban, por lo visto, lo que a la luz de la fe (y de las matemáticas) es obvio: que la Cruz ( + ) es el máximo signo de la positividad.
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A.G.:
Así es, P. Iraburu, porque la Cruz satisface sobreabundantemente la deuda contraída con el Padre, para el hombre caído es digno rescate, y fuente de méritos. Prediquemos a Cristo Crucificado.
Recuperar el principio penitencial de la Iglesia es urgente. Contra el deseo moderno de sólo cosas agradables, prediquemos la gracia que hace grato al hombre a ojos de Dios, por obra de la Cruz.
El principio penitencial, como lo llama don Alonso, era inseparable del principio benefactor divino. Queremos Bien sin Cruz como queremos Dios sin Cristo. Y sin Cristo, como nos dice el Señor en san Juan, no conocemos al Padre.
Pero si es que es de cajón, como añade don Alonso: cómo vamos a hacer un sacrificio grato a Dios si no es Dios mismo, con su infinita misericordia, el que lo hace posible indicándonos la forma. Lo grato a Dios sin Cruz no es de Dios. Y no trae satisfacción. No hay más que ver la desesperanza que trata de esconder el discurso contrario: agua que no calma la sed, como le dijo el Señor a la samaritana.
Feliz día de santa Catalina, a quien celebramos como mártir, fundiéndose en la cruz con su maestro y Señor, que bendito sea por siempre.
Estremece el universalismo que impregna la mayoría de las homilías. Qué verdad que se edulcora y "agua" el vino auténtico del Evangelio. De los Novísimos ya no se habla prácticamente. Las Misas de difuntos, para qué hablar!. ¡Hemos perdido el sentido del pecado!. Se habla de la Misericordia de Dios, pero casi nunca de la Justicia de Dios.
Cuánta confusión para tantas almas y ¡cuántas pueden perderse arrastradas por muchos pastores mercenarios!.
"Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren".
(Mt 23, 13)
En Cristo y María!
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