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26.03.18

Carta a los niños por nacer

Querido niño por nacer:

Ojalá pudieras escuchar el clamor de los centenares de miles que, sin conocerte, han salido hoy a las calles para pedir por tu vida.

Tal vez te parezca exagerado o innecesario, tal vez te parezca absolutamente obvio que el milagro que sos sea simplemente recibido con gratitud y esperanza.

Pero el mundo, y la Argentina, viven tiempos demenciales. Donde lo obvio es cuestionado, y donde hemos de salir, una y otra vez, a decir lo evidente.

Querido niño por nacer:

Hay algunos que en mi país reclaman el derecho de disponer de tu vida. Exigen que se les reconozca la facultad de eliminarte impunemente, y no sólo eso: pretenden que hacerlo sea un progreso, una expresión de libertad.

No te asustes si te digo que -en realidad- tu historia atraviesa toda la historia. Que el drama de un mundo envejecido por el pecado tuvo ya un hito insuperable.

Hace dos mil años un Inocente, que voluntariamente se hizo indefenso, que deliberadamente eligió sufrir en silencio, sufrió tu misma injusticia.

La historia se repite y en esta hora oscura de nuestro mundo el bien y el mal se debaten, la vida y la muerte luchan, el amor y el odio se citan a duelo.

Querido niño por nacer:

Para nosotros, que amamos y queremos servir a ese Inocente Cordero, el Hijo de Dios, Jesucristo, vos sos un nuevo y pequeño Jesús.

Y cuando hoy algunos gritan -refiriéndose a vos- : “Crucifícalo", nosotros te decimos “Bendito el que viene en nombre del Señor".

Y cuando hoy algunos huyen o golpean o insultan, o se burlan y ridiculizan tu vida como si nada fuera, nosotros queremos abrazarte, acogerte y brindarte nuestro concreto servicio.

Y cuando hoy algunos te consideran un desecho, te consideran un “no-hombre", nosotros confesamos con fuerza la certeza de que vos también sos “un hijo de Dios".

Y cuando hoy algunos miran para otro lado, o ampulosa y cínicamente se lavan las manos y dejan hacer en nombre de la libertad, nosotros, con la audacia de José de Arimatea, reclamamos el respeto para tu dignidad.

Querido niño por nacer:

No conocemos aún tus rasgos, tu color de piel, de ojos ni de cabello… no sabemos aún cómo será tu temperamento, ni cuales tus talentos, ni ni tu precisa misión en este mundo.

Pero te amamos, y en tu nombre, y en el de Jesús - de quien sos imagen y presencia- levantamos nuestra voz.

La ceguera, la violencia irracional, la negación de lo evidente, la injusticia más cruel… no tendrán la última palabra.

23.03.18

Humilde y magnánimo, casto y alegre

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   

IX. Oh Madre de bondad, Reina del apostolado fecundo, guárdame del orgullo, de la mediocridad y de la tristeza, y dame un corazón humilde y magnánimo, casto y alegre. Defiéndeme de las asechanzas del enemigo, de la ambición y de la pereza, y haz que me consuma la sed de almas, y el deseo de atraer a todos hacia tu Hijo.

Hay dos amores en el corazón del sacerdote que son en realidad uno solo: la Gloria de Dios y la Salvación de las almas. Por eso uno de tus hijos más dilectos, San Juan Bosco, no se alejaba del primer amor cuando eligió, como lema sacerdotal: Da animas mihi, coetera tolle. Y este mismo hijo tuyo, Madre, al finalizar su peregrinación terrena, cuando tantas personas lo rodeaban y le hablaban de los inmensos frutos de su trabajo pastoral, no hacía más que exclamar: Todo lo hizo María Auxiliadora.

Es por eso que, yo te proclamo Reina del apostolado fecundo. Es por eso que yo te entrego no sólo mi vida sino cada una de mis acciones pastorales. Porque si el Padre quiso que estuvieras en los tres momentos culminantes de la Redención -Encarnación, Pascua, Pentecostés-, ¿cómo no estarás en cada momento en el cual los frutos de la Redención se aplican en las almas?

Yo también quiero vivir y morir en esa certeza, Madre: si te tengo a mi lado, si estás vos como testigo y agente, no hay nada que quede sin fruto. Todo, ante mí o en algún recóndito rincón del orbe, traerá fruto, será fecundo.

No te pido éxitos, ni popularidad, ni reconocimientos humanos: te pido sólo fecundidad.

Pero sé que para ser fecundo, necesito que quites de mi corazón aquellas tendencias oscuras que persisten, obstinadamente, y que pueden esterilizar la acción de Dios en mí.

Guárdame, ante todo, del orgullo, pecado satánico por excelencia, y de todas sus ramificaciones: la vanidad, la autosuficiencia, la envidia, el carrerismo. Porque he aprendido de vos que Dios derriba del trono a los poderosos, y eleva a los humildes, y que todos mis pensamientos de soberbia no harán más que obstruir la Fuente de vida que el Orden ha abierto en mi humanidad.

Pero no permitas, Madre, que confunda la sagrada humildad con la pusilánime mediocridad. Haz que mi corazón tenga las dimensiones universales del Corazón de Cristo; haz que pueda amar todo lo que ama Cristo; haz que sea capaz de soñar en grande, de trabajar con la mira puesta en lo sublime, de no conformarme con el mínimo, ni con cumplir. Ensancha mi alma para que sea capaz de trascender las pequeñas rencillas y rencores que tantas veces desgastan nuestras fuerzas en la vida eclesial, ensancha mi corazón y mi mirada para que nunca permanezca esclavo de las opiniones o de los prejuicios. Haz que asuma con gran seriedad el mandato misionero en su extensión omnímoda: a todo el mundo; a toda la Creación.

No permitas, Madre, que la seriedad de mi misión y la conciencia de mi insuficiencia me roben el gozo. Que la experiencia del pecado en mí y en el mundo al que me envías no suman en la tristeza, en el desánimo o el pesimismo. Dame esa alegría que Jesús prometió en la última cena, ese gozo del cual está rebosante su Corazón y que nadie nos puede quitar.

Dame un corazón casto y virginal, un corazón totalmente abrasado por la divina caridad. Porque no es sólo la lujuria la antítesis de mi vida célibe: lo es también una vida vivida sólo para mí, un estilo de existencia centrado en mi yo. Dame un corazón enamorado de Jesús y de su obra, porque en la medida en que mi corazón le pertenezca, todas mis potencias se plenificarán, y el gozo crecerá más y más…

Protégeme de los embates del enemigo, dame lucidez y discernimiento para descubrir a tiempo sus insidias… dame esa fina percepción que concediste a tus hijos santos para detectar sus astucias, los mil modos en que puede camuflarse en las medias verdades, en los sentimientos buenos pero no radicales, en las actividades loables pero no sacerdotales ni queridas por Dios…

Presérvame de toda ambición de riquezas, de comodidades, de lujos, de placeres… dame un corazón pobre y desprendido, preparado para todo, capaz de vivir con lo mínimo y de gozar en la sencillez de una vida austera. Libérame de toda ambición de cargos, de puestos, de lugares de poder, de fama u honores, presérvame de toda ambición de dominio sobre los demás.

Al pie de la Cruz, Vos escuchaste a tu hijo exclamar con potente grito: Tengo Sed. Concédeme que yo también experimente, cada día, y cada vez más, esa sed abrasadora de almas, sed que conmovió el corazón de la joven Teresita y la impulsó a entregar toda su vida para salvar almas. Haz que yo recuerde ese grito cada vez que vaya al Sagrario, como Madre Teresa, y no deje nunca de escuchar a mi amado Jesús decir: ¡dame almas!

Haz que nunca me canse de intentar levantar bien en alto a Cristo, con la certeza de que Él, cada vez que lo volvemos a colocar en la cúspide de todo, atrae a todos hacia Sí.

17.03.18

Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   

VIII. En una palabra te consagro todo mi ser. Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio. Quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, regazo materno para el afligido, puente entre el Cielo y la tierra, hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo.

“Totus tuus”, quiso imprimir con radical entrega tu Siervo Juan Pablo II, ya desde mucho antes de subir a la Sede de Pedro.

Totus tuus significa que no hay aspecto ni dimensión de mi ser cristiano ni de mi vida sacerdotal que no te pertenezcan. Mi pasado, mi presente y mi futuro. Mis proyectos personales, mis talentos, mis éxitos… y también mis debilidades, mis miedos y mis fracasos.

Totus tuus que en mi vida personal encontró un eco tan profundo como sugerente en el magnífico y programático consejo de monseñor Tortolo. Al finalizar una homilía en un Jueves Santo, y abriendo su alma sobre todo a su presbiterio, les dijo que si antes de morir ante un pelotón de fusilamiento le ofrecieran un minuto para decir unas palabras a sus fieles, les diría: “Orad, orad, orad… y conversad con Dios". Pero si los destinatarios de sus palabras fueran sus sacerdotes, su consejo sería: “orad y marianizad vuestro sacerdocio“.

Marianizar mi sacerdocio ha sido, desde el momento en que conocí esta honda expresión, uno de mis deseos más profundos.

Marianizar mi sacerdocio significa no hacer nada sin vos, María, y hacerlo todo en Vos, por Vos, como Vos y para Vos.

Significa confiar -como don Bosco- en que todo apostolado puesto bajo tu poderosa intercesión lleva siempre fruto, lo vea yo o no.

don bosco

Significa darte un lugar de privilegio en cada obra, hacerte presente en cada catequesis, mencionarte e invocarte en cada homilía, presentarte como modelo en cada consejo, darte un espacio en cada confesión y en cada momento de dirección espiritual.

Marianizar mi sacerdocio significa intentar conducir a las almas -a todas y a cada una en particular- a confiar y a entregarse completamente a Vos, con la certeza de que esta entrega es signo infalible de fidelidad a Cristo y prenda de salvación eterna.

Significa intentar vivir el célebre consejo de San Bernardo: “no se aparte María de tu boca ni de tu corazón".

 

Intentando marianizar mi sacerdocio, quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, donde las personas puedan encontrar abundantemente el Agua pura de la Verdad y de la Gracia, donde puedan beber la sana doctrina y recibir el Espíritu que brotó del Costado de Jesús…

Quiero ser regazo materno para el afligido, porque sé que si soy consolado por Dios y por Vos es para poder consolar a los que están en toda tribulación, porque al actuar in persona Christi debo ser capaz de decir yo también: “Vengan a mí los afligidos y agobiados, y yo los aliviaré".

 

Quiero ser puente entre el Cielo y la tierra, y ser utilizado siempre y sólo para llegar a la Patria… que nunca las almas se detengan en mí, que simplemente muestre el camino, uniendo en mi persona y en mi ministerio las dos orillas, la del tiempo y la de la Eternidad… Quiero ayudar a todos a alcanzar la Gloria, porque ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?

 

Quiero, marianizando mi sacerdocio, ser hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo… Ser hostia viva significa que la Eucaristía celebrada en el altar se prolongue a cada instante de cada jornada, en la intensidad del amor que hizo decir a San Alberto Hurtado “mi misa es mi vida y mi vida es una misa continuada". Ser hostia viva es no sustraer nada de la entrega, es intentar -según el decir de San Josémaría Escriva de Balaguer- “que el sacrificio sea holocausto".

Yo quiero entregar mi cuerpo como una ofrenda pura, aceptando los dolores físicos que el Señor quiera permitir como participación del sacrificio de la Cruz. Quiero ofrecer mi alma y todos los dolores morales y espirituales: las noches, los momentos de incertidumbre, los fracasos, las traiciones, las incomprensiones, con paciencia y serenidad, con el espíritu de Getsemaní.

Quiero vivir en un constante amor oblativo, sólo posible en la experiencia previa del Amor incondicional y fundante de Dios y en tu ternura de Madre. Dejándome amar por ustedes, deseo amar hasta dar la vida, servir y no ser servido, y llegar a ofrecerme -como el mismo Jesús- como alimento. Dejándome devorar por las necesidades de mi pueblo, en la medida que así lo disponga tu Providencia.

 

Todo esto es posible sólo y en la medida en que pueda marianizar mi sacerdocio… Haz que nunca lo olvide, Madre, y que siempre vuelva a elegirlo. Amén.

5.03.18

Dame un corazón de Buen Pastor

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
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VII. Te consagro sobre todo mi corazón; este corazón frágil y pecador, pero que quiere arder en el fuego del Espíritu, para tener los mismos sentimientos del Buen Pastor.

Consagrarte el corazón es consagrarte ese núcleo más íntimo de mi persona, donde estoy solo ante Dios. Es entregarte mis recuerdos, mis afectos, mis expectativas, mis anhelos…

Este corazón -lo sé, lo sabes tan bien- es tan frágil… No es un corazón manso y humilde como el de Jesús. No es un corazón inmaculado como el tuyo. No es un corazón inocente como el de Teresita ni apasionado como el de Madre Teresa.

En este corazón frágil se suceden, Madre, las nobles aspiraciones y los bajos deseos. Se alterna la atracción por lo sublime y la tendencia a lo bajo y oscuro. Se entremezcla lo mejor y lo peor de lo que soy capaz…

Tú conoces mi corazón: te lo entrego así como es.

Y te pido que enciendas una y otra vez y avives en él el fuego del Espíritu, de ese Amor del Padre y del Hijo que ardía en el Tuyo desde tu Concepción, de ese fuego que Jesús vino a traer a la tierra y que en Pentecostés incendió los corazones de los Apóstoles, en tu presencia y con tu oración materna.

Yo también, Madre, quisiera traer Fuego a la tierra, como y en nombre de Jesús. Yo también, como Francisco Javier, oigo muchas veces en mi corazón las palabras de Ignacio al enviarlo al oriente: “Ite, inflammate omnia“. Yo también anhelo cumplir con las palabras que San Juan Pablo II, parafraseando a Santa Catalina, nos dirigió a los que en los albores del Tercer Milenio éramos jóvenes: “si son lo que deben ser, prenderán fuego al mundo”

Yo quisiera y necesito que Vos me ayudes a ser, como San Pío X, una llama ardiente que traiga a este mundo oscuro y frio la abundante luz y el calor transformante del Espíritu Santo.

Sólo si ese amor -y no mi pobre y egoísta amor humano- arde en mi interior seré un Buen Pastor.

Buen pastor

Sólo entonces la caridad pastoral atravesará toda mi vida e inundará todas mis obras. Y me impulsará a buscar la oveja perdida, y vendar a la herida, y corregir a la rebelde, y alimentar a la pequeña. A ayudar a la que va demasiado rápido o lejos a no alejarse del rebaño, a alentar a la que camina demasiado lento a intentar ir más veloz.

Sólo podré ser Buen Pastor si tengo un Corazón absolutamente poseído por el Amor Infinito de la Cruz y de Pentecostés.

Gracias, Madre, por no cansarte de intentar modelar en mí ese corazón de Buen Pastor.

 

1.03.18

El misterio de que mis manos sean Sus Manos

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VI. (…te consagro…) Mis manos ungidas, para que las preserves de la rutina, para que celebrando cada día los sacramentos de tu Hijo con espíritu renovado, sea capaz de imitar lo que conmemoro, y conforme mi vida al misterio de la Cruz…

¡Cómo recé cuando aquella persona -sin darse cuenta del bien que me hacía- me dijo hace unos años: “sus manos son las manos de Jesús"!

¡Qué distancia y a la vez qué misteriosa cercanía entre esas manos santas, puras, perfectas… y mis manos torpes, demasiadas veces cerradas para ayudar o incluso golpear, demasiadas veces tendientes a retener, a aprisionar…!

Y sin embargo, Madre, he ahí el misterio de actuar in persona Christi. Mis manos son sus manos, porque fueron ungidas una vez para siempre con el óleo sagrado, que las consagró para servir al Tres veces santo.

Fueron ungidas para bendecir y santificar, para derramar el Agua regeneradora junto a la pila bautismal, para ungir y acariciar las llagas del que sufre, para trazar la señal salvadora de la Cruz sobre aquellos que llegan a recibir perdón, reconciliación y paz…

Manos que fueron ungidas para poder repetir, sobre todo, el Divino Gesto de la Última Cena y de la tarde de la Resurrección, el de tomar el Pan y partirlo, y darlo para alimentar a las almas hambrientas.

Y es aquí, Madre y Reina, donde mi sacerdocio se vuelve más y más incomprensible, donde el vértigo se apodera de mí si tan sólo intento detenerme a contemplar…

¿Cómo es posible, cómo, que un Dios se digne venir a estas manos impias? ¿Cómo comprender que Aquel que sostiene el Universo en sus manos se digne dejarse sostener por las mías?

 

Es por eso que te pido, Reina del Santo Rosario, no acostumbrarme nunca. Porque la rutina y el acostumbramiento son tal vez más peligrosos que otras caídas más estrepitosas, porque me conducirían a un lento suicidio espiritual.

Que cada vez que suba al Altar lo haga con el asombro, la gratitud, el sentimiento de indignidad, la alegría y el temor reverencial con que lo hice la primera vez.

Que cada vez que suba al Altar y tome entre mis manos al Eterno me deje atraer por su infinito amor, me deje arrastrar hacia lo alto, y levantando el corazón junto a toda mi comunidad viva ese Misterio como si fuera la única vez.

Que cada vez que suba al Altar no me olvide que quise elegir como lema de ordenación “Lo tomó, lo bendijo, lo partió y lo dio", y que nunca me niegue a dejarme tomar y consagrar, que nunca renuncie a dejarme partir por el sufrimiento que el Señor tenga preparado para mí, para dejarme dar a los demás…

Que entonces, Madre querida, vuelva a oír las sagradas palabras que monseñor Mario pronunció en la hora solemne de la ordenación: “considera lo que realizas, e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”

Que en estas palabras encuentre siempre inspiración y estímulo, que el misterio pascual presente en el sacrificio eucarístico sea siempre la forma de mi sacerdocio…

Y que allí, Madre, estés siempre Tú, como al pie del Calvario, sosteniendo con tu mirada materna mi pobre deseo de fidelidad.