La culpa de todo la tiene Franco
Algunos pueden preguntarse cómo es posible que, ante la decisión de un gobierno de profanar el cadáver de un católico en un acto groseramente totalitario, la postura oficial de la Conferencia Episcopal Española (que no de la Iglesia) sea la de «no oponerse». Vaya, nadie imaginaba a un prelado encadenado a la lápida que reposa junto al altar de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, pero no que la respuesta fuera tan poco comprometida como si se les hubiera preguntado por su opinión acerca del uso del cardo borriquero como planta ornamental. Vamos, hubiera bastado con que se recordara el punto 2300 del Catecismo de la Iglesia Católica, que dice que «los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección». O que se recordara que, como dice el mismo punto a continuación, lo de enterrar a los muertos (y por tanto, no desenterrarlos caprichosamente) es una obra de misericordia.
Pero, les voy a ser sincero, a mí no me sorprende en absoluto, porque estoy firmemente convencido de que la culpa de todo la tiene Franco.