Jane Russell, mito erótico de los 50, cristiana y provida
Me impresionó un librito-entrevista de María Simma que leí hace años. María tuvo (murió en 2004) frecuentes revelaciones particulares y la «dolorosa» misión de acompañar y redimir almas del purgatorio, que no pudiendo merecer ya en su estado, acudían a ella para que supliese.
Las historias son variadas, pero muchas tienen en común el insatisfecho cumplimiento de la última voluntad del difunto: actos de restitución de fama y propiedades, de reparación y de amor y de Amor. Desde entonces me gusta contar conversiones y vidas ejemplares, tienen ese no-se-qué de Verdad, precisamente por sus sombras, que las convierten también en legados de restitución, reparación y amor y que llegan a dar sentido a una vida.
La de hoy es de ese tipo. He puesto la tirita antes de la herida, para malpensados, y es que la «cultura de la vida» se ha convertido en un encabritado caballo hacia Damasco del que se sirve el Señor para sacudir conciencias. Lo hemos comprobado con el recién fallecido Dr. Nathanson, o en vida con Antonielli, Paul Shenck, Raquel Welch, o la «atea de remate».
El martes murió Jane Russell, y la prensa se ha limitado a destacar lo mismo que C. Mejía Godoy «son tus perjumenes mujer, los que me sulibeyan», que, aun siendo evidente, no es lo más destacable de esta extraordinaria actriz (El forajido, Rostro pálido, Los caballeros las prefieren rubias) y sex-symbol de los 50′.
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