Entre necios y sinvergüenzas anda el juego
Que un solo sacerdote abuse sexualmente de un menor es intolerable y es merecedor de que le cuelguen una piedra de molino al cuello y le tiren al mar (Mc 8,42). Que un solo obispo encubra a ese tipo de sacerdotes es aún más intolerable, si cabe decirlo así. Que haya habido una cultura de encubrimiento de abusos dentro de la Iglesia es, sencilla y llanamente, repugnante. Y no sé qué calificativo merece el hecho de que, como se está viendo últimamente, a algunos todavía no les haya entrado en la cabeza que los abusadores o encubridores de abusos no pueden acercarse a un niño, y muchísimo menos dentro de un colegio.
Dicho eso, lo que está ocurriendo en todo el mundo, pero muy especialmente en España, con el tratamiento informativo y político del tema de los abusos a menores en el ámbito eclesiástico, es sencilla y llanamente una obra maestra de Satanás.
En España, tras todo tipo de bombo mediático, social, político e institucional, tras toda clase de anuncios y ofrecimientos a víctimas de abusos en la Iglesia para que denunciaran sus casos, aunque hubieran pasado muchos años desde los abusos, resulta que la Oficina del Defensor del Pueblo ha documentado 654 casos. No en un año, no en dos, no en tres ni en cinco: ¡en más de medio siglo! ¿Y saben ustedes cuántas denuncias por abusos a menores hubo en España tan solo en el año 2023? ¡9.185!
Multipliquen por 50 esos 9.185 y comparen la cifra con los 654 casos dentro de la Iglesia. Es más, aceptemos que esos 654 son solo una pequeña parte de los abusos reales en la Iglesia. Resulta que los nueve mil también son un porcentaje pequeño de los abusos totales.
Hay que ser muy mala gente para poner sobre la Iglesia el foco principal del tema de los abusos. Especialmente cuando no hay una sola institución, ni pública ni privada, que haya establecido mecanismos tan exhaustivos para abordar esos casos en el presente y en el futuro.