Aquellos escolapios....
Cuando en el post de ayer recordé al padre Villar con un bate de beisbol en la mano, vigilando que los piquetes “informativos” no nos molestaran, mi memoria no quiso quedarse en su figura. Dicen que este tipo de recuerdos se quedan ahí para toda la vida, pero a mí me da la sensación de que pueden desaparecer en cualquier momento en la nebulosa del tiempo. Por ejemplo, recuerdo pocos nombres de profesores y compañeros de clase. Entre estos últimos apenas me acuerdo de Fernando Peinado Sánchez, mejor estudiante que yo pero una nulidad completa con un balón entre los pies; Leandro del Peral Aguilar, uno de los mejores estudiantes en todos los cursos en los que coincidimos, y que además era muy bueno jugando al baloncesto; Pérez Vidal, de cuyo nombre de pila no me acuerdo, que era más bien chiquitajo pero muy buena gente; Pimentel, mulato probablemente de origen cubano, con quien no sé bien porqué me pegué en cierta ocasión, cosa rara en mí porque yo era un crío más bien pacífico y no me di de tortas más allá de 3 ó 4 veces en toda mi vida escolar. Por supuesto también me acuerdo de mi primo Amando, un año mayor que yo, pero eso no tiene ningún mérito ya que, siendo como soy hijo único, él es lo más cercano a un hermano que he tenido nunca.
Entre los profesores no sacerdotes recuerdo muy especialmente a don Luis Díaz, que entre ataques de tos nos enseñaba matemáticas de tal forma que hasta los de bajo coeficiente intelectual eran capaces de entenderlas. De él no se me olvidará el día en que, tras uno de dichos ataques, tiró por la ventana su paquete de Chesterfield sin boquilla y nos imploró, casi entre lágrimas, que no fuéramos tan necios como para vivir esclavizados al tabaco. Aquello me impresionó de tal manera que creo que a él le debo en gran medida el no ser fumador. Excepto del nombre, también me acuerdo del profesor de inglés. Creo que su único mérito para ser profesor de ese idioma era el estar casado con una norteamericana, pero sólo espero que su mujer supiera más castellano que él inglés, porque de lo contrario es imposible que se entendieran en casa. El tipo no tenía ni repajolera idea pero, eso sí, se lo pasaba en grande tomándonos el pelo a toda la clase, en especial a los más “trastos". Creo que en cierta ocasión nos pusimos todos de acuerdo para protestar al “prefecto” de nuestro ciclo escolar ( 5º a 8º de EGB ) por la actitud de aquel tipo. A Dios gracias mis padres tuvieron la gran idea de enviarme un par de años a dar clases particulares de inglés con un buen profesor. En esos dos años aprendí más que en toda mi vida escolar y es gracias a eso que hoy me defiendo bastante bien en la lengua de Shakespeare.
Tampoco puedo olvidarme de nuestro profesor de latín, que creo que se llamaba Gregorio. Yo con el latín tuve una relación de odio-amor. No digo amor-odio porque el primer año fue odio absoluto (saqué muy deficiente) y el segundo auténtico entusiasmo (saqué notable). Él era el típico profesor que tenía auténtica vocación. Se le veía disfrutar dando clase (también daba historia y literatura) y, si eras un alumno aplicado, podías aprender mucho más de lo que el currículum escolar exigía. ¿Y qué decir de don Cirilo? Todo un personaje con gafas de culo de botella y cierto parecido a Forges, el de las viñetas de humor. Cuando había jaleo en clase soltaba su frase favorita: “Levante la mano el que ha hablado". Al principio la peña levantaba la mano pero poco a poco se le fue perdiendo el respeto y o no la levantaba nadie o, lo que era peor, de repente la levantábamos todos lo cual provocaba el enrojecimiento facial del buen hombre. Su forma de dar clase era peculiar. Nos teníamos que aprender el libro de historia de memoria. Literalmente. ¿Por qué? Pues porque todos los días nos hacía leer dos capítulos de cada lección y luego nos sacaba de forma aleatoria -te tocaba 3 ó 4 veces en cada evaluación- para que le repitiéramos de la forma más fiel posible el texto de los dos capítulos leídos en la clase anterior. El sistema tenía cierta ventaja si no te tocaba salir en los primeros días de cada turno evaluatorio. Si éramos 40-45 en clase y ya le había preguntado a 35 pero no a ti, sabías que te iba a tocar seguro, con lo cual te llevabas bien aprendida la lección. Eso sí, a veces te podía tocar la china y pasabas de ser de los últimos de un turno a el primero de otro, con lo cual te quedabas chafado. Hubo un año en que la clase de don Cirilo era la última de la tarde del viernes. Y claro, cuando sonaba la sirena que indicaba que nos podíamos ir a casa, el rugido ensordecedor y la estampida en dirección a los abrigos y/o la puerta de salida dejaba a don Cirilo mirándonos a todos como si fuéramos una manada de monos salvajes, lo cual a su vez provocaba el cachondeo padre de todo el personal.
Las barrabasadas que cometíamos con don Cirilo era impensable que se las hiciéramos a ninguno de los sacerdotes que nos daban clase. De ellos recuerdo a don Gerardo, que nos daba el primer año de inglés, con un nivel tipo “my taylor is rich” y “my mother is in the kitchen". Era el cura-profesor con menos “carácter” de todos los escolapios de Getafe pero el simple hecho de ser cura ya hacía que los alumnos le respetáramos. Del padre Villar ya hablé ayer. Sus clases eran ciertamente amenas, aunque sus capones eran proverbiales. A mí apenas me tocó un par de ellos. Le recuerdo como una especie de escolapio chapado a la antigua pero cercano a los críos. Y tampoco me olvido el día de la patrona de Getafe en que nos llevó a unos cuantos chavales camino del Cerro Los Ángeles, al cual subimos medio trepando por la colina en vez de tirar por la carretera. Luego bajamos justo detrás de la imagen en procesión (quizás la única a la que asistí siendo niño) hasta que al entrar en el pueblo la marea humana nos echó para atrás. Mucho me temo que ya apenas quedan escolapios como él.
El padre Fidel, que fue nuestro prefecto durante mis últimos cuatro años de EGB, no me dio clase de nada excepto un año en que sustituyó a otro cura que nos daba religión. Del padre Fidel diré que en su despacho tenía una foto suya con Franco y una bandera de España con el anterior escudo. De vez en cuando nos contaba las barbaridades que los rojos habían cometido durante la guerra civil. Llevaba muy mal el hecho de que Getafe votara mayoritariamente socialista. Creo que le destinaron a Santander cuando yo ya estaba en BUP. El padre Urbano, director del colegio, era el típico cura serio y ensotanado “de toda la vida". Alto y algo delgado, su presencia tenía la virtud de silenciar a la clase más alborotadora. No recuerdo haberle tenido como profesor pero es uno de los escolapios de quien más claro tengo en mi memoria su imagen. Fue el más cercano a mí cuando murió mi padre. Y eso nunca se olvida.
El último del que tengo un recuerdo nítido era el “prefecto” de BUP. Su nombre, lo siento, no lo recuerdo pero sé que era vasco. Muy vasco y, por tanto, muy español. Le tuve como profesor de religión medio año en 2º de BUP. Cierto día nos habló de sus orígenes y nos dijo lo siguiente: “esto que os digo ahora no es correcto y posiblemente sois demasiado jóvenes para entenderlo, pero os confieso que si algún pecado tengo es que desearía aniquilar con mis propias manos a esos hijos de mala madre de Eta". Ciertamente aquello nos dejó bastante impresionados a todos, y más cuando luego nos pidió disculpas por hablarnos así. Seguramente ese mismo día o el anterior la banda asesina se habría cargado a alguien. El caso es que si yo he llegado a querer a algún escolapio fue a él. Detrás de una fachada de dureza, había un corazón enorme, que sabía transmitir el amor por Cristo y su Iglesia. Tan grande era ese corazón que se rompió en las navidades de aquel año. Yo me enteré el uno de enero, justo cuando estaba intentando recuperarme de la resaca de la primera trompa que pillé en mi vida (algún día hablaré de eso). Y la noticia de su muerte me “despertó” del todo. Fue una de esas veces en que tienes ganas de llorar pero intentas retener las lágrimas. Estaba bien jorobado pero me daba vergüenza tener que contarle a mis amigos que lloraba porque se ha muerto un profesor. Lo pasé especialmente mal el primer día en que volvimos a clase después de las vacaciones navideñas y él no estaba allí.
En definitiva, salvo el caso del tontaina del profesor de inglés que no sabía inglés, tengo un grato recuerdo de mi paso por los Escolapios de Getafe. La última vez que volví allí, el colegio ya era mixto y apenas quedaba nadie de mis tiempos. Sólo estaban el padre Gerardo, al que me costó explicarle que había sido protestante durante ocho años y medio, y el padre Urbano, a quien apenas pude saludar pues iba camino de no sé qué reunión. Fue una visita triste pues me enteré de la muerte de varios de mis ex-profesores (el de latín y el de matemáticas) y además el colegio estaba bastante cambiado. Es poco probable que vuelva pues para no conocer a nadie, prefiero quedarme con la visita que he hecho hoy al escribir este post. A todos ellos, gracias. Me enseñasteis a ser un buen chaval, incluso con un arrebato vocacional apagado por las circunstancias de la vida. Si hoy tengo algo de bueno, aparte de a mis padres, os lo debo a vosotros.
Luis Fernando Pérez Bustamante
Actualizado el 3 de noviembre del 2017.
Pedro Antonio Trufero Martínez, de la generación del 68, me ha enviado esta foto de 3º de EGB, cuando daba clase D. Javier.
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Como veis, están puestos algunos nombres, pero faltan bastantes. Si nos ayudáis a completar la lista de los que os faltan, os lo agradecería.
Yo no aparezco porque llegué al colegio en 4º de EGB, pero me acuerdo de unos cuantos de los que aparecen.
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