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10.09.19

Marca: Iglesia chilena

La Iglesia chilena pasa por una prolongada crisis, sin visos de término. En esta larga travesía por el desierto abundan los llamados a refundarnos, a buscar nuevos liderazgos, a recurrir a lo laicos. Cada cierto tiempo aparecen en la prensa artículos como el Marca: Iglesia de doña Andrea Lagos. Lo traemos a colación, no porque diga algo novedoso, sino porque es necesario contrarrestar, aunque sea desde este pequeño rincón de la red, su narrativa esencialmente perniciosa.

“Cuando entres a la Iglesia, no mires para adelante, mira hacia arriba”, advierte un católico de mediana edad. Cuando va a misa, jamás fija la mirada en el sacerdote. El cura simboliza, para él, la “fruta podrida”.

Todos entramos a la Iglesia porque alguien nos lleva. Un pariente que enseña las primeras oraciones, un Papa santo o  un sacerdote ejemplar, un amigo con la palabra precisa en un momento crítico de nuestra vida, o una obra de caridad admirable. Todos son fruto del mensaje cristiano, que siempre se encuentran en la Iglesia. Sin embargo, una cosa es una buena razón para acercarnos a la Iglesia, y otra muy diferente una buena razón para permanecer. Independiente de cómo llegamos aquí, la única razón válida para ser católico es seguir a Cristo.

Por eso, “no mires para adelante, mira hacia arriba” es un excelente consejo. No solo durante la crisis, también debería ser nuestro lema en todo tiempo. Es fácil ver al sacerdote como el líder de la comunidad, nuestro pastor, incluso alter Christus. Está bien, y la Iglesia alienta esa confianza. Pero esa jamás puede ser la base, la roca sobre la cual se asienta nuestra fe. Nuestra identidad como católicos no depende del pastor de turno que encabeza la congregación, sino de Dios que nos invita a mirar hacia arriba.

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2.11.18

10 respuestas a 10 propuestas

Hoy apareció en la prensa Las 10 ideas del mundo laico para enfrentar la crisis de la Iglesia. Se da por descontado que la solución a esta crisis provendrá de los laicos, de modo que este tipo de documentos son más o menos inevitables. Esta vez son dos textos redactados por laicos chilenos, con 10 propuestas. Es notable que el artículo habla de que los autores son “laicos mayores", una categoría que al menos yo no había escuchado.

Lamentablemente no hay enlaces para revisar los originales de las propuestas, así que solo nos queda comentar lo que dice el artículo. Veamos:

 #1. Fin al clericalismo

El clericalismo supone un ejercicio corrupto del poder religioso, y nadie podría estar a favor de eso. Los papas lo han denunciado, los obispos, los laicos de una y otra tendencia al interior de la Iglesia. ¿Ha sido más grave en Chile? Es posible. Cuando la Iglesia denunció las violaciones a los DDHH durante la dictadura ganó cierto prestigio que pudo haberse traducido en abusos de poder.

 Terminar con el clericalismo no es una solución en sí, más bien es un intento de dar con una explicación, una causa de lo ocurrido. Pendiente queda escuchar qué propuestas concretas puede haber para dar fin a esta tendencia.

 #2. Rol de los laicos

Básicamente es lo mismo que lo anterior. Para terminar el clericalismo los laicos deben tomar un rol más preponderante en la Iglesia. En este caso se toma como ejemplo el Opus Dei y su énfasis en la participación de los laicos. “El gran problema es haber endiosado a los sacerdotes y haberlos seguidos sin ninguna reflexión. El papel de los laicos para nosotros desde la Obra es central” dice Ana María Gálmez, y tiene toda la razón.

 Yo agregaría que un paso previo a dar mayor rol a los laicos es que estos se formen adecuadamente. Lamentablemente, cada vez que hay un curso de formación en la parroquia la gente interesada es muy poca. Tampoco creo que haya verdadera resistencia a dar mayor participación a los laicos. Con todo el trabajo que existe en una parroquia y los sobre exigidos que están los curas, no veo que alguien se negara a recibir un poco de ayuda.

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14.08.18

Crisis en la Iglesia chilena

La ordalía de la Iglesia chilena parece no tener fin a la vista.

Antes de que el Papa Francisco anunciara su visita a Chile, la cosa venía mal por varios años. Comenzó con casos antiguos como el de Fernando Karadima, y siguió con un permanente flujo de nuevas acusaciones. Se esperaba que la visita papal marcara un hito en ese proceso. A comienzos de 2018, Francisco llegó y se fue, dejando la sensación de que había poco interés en lo que venía a decir. Lo único que quedó en claro fue que había sido mal informado de la severidad de la crisis de la Iglesia en Chile.

Al poco tiempo los obispos chilenos fueron citados a Roma, y como un gesto inédito presentaron su renuncia en masa. Algunas fueron cursadas inmediatamente y hay rumores de que se aceptarán más, pero de nada sirvió para apaciguar los ánimos. Luego arribó un delegado papal, Charles Scicluna, obispo de Malta, que se entrevistó con los laicos de Osorno y nuevamente pidió disculpas a las víctimas de abusos. El delegado papal se fue de Chile, pero la Iglesia siguió en los titulares. Esta vez, el Ministerio Público abrió con bombos y platillos investigaciones por encubrimiento contra los obispos, en base a la carta enviada por el Papa Francisco, donde lamentaba ese tipo de conductas.

Más recientemente, el Presidente Piñera amenazó sutilmente con no asistir al Te Deum ecuménico (servicio anual con ocasión de las fiestas de independencia), si lo oficiaba el arzobispo de Santiago, investigado por encubrimiento. Y así, suma y sigue, decenas de denuncias y episodios que serían muy largos de detallar aquí. Sería un alivio que un cura sea acusado de desfalco, estafa y robo, dije una vez, y a los pocos días hubo un caso.

Es natural que todo este proceso genere rechazo en la población. Rechazo a la Iglesia en general y a los obispos en particular. Según una encuesta reciente, solo el 46% de los chilenos se declara católico, y un 83% respalda la afirmación de que la Iglesia no es honesta ni transparente.

¿Qué hace un católico de a pie con todo esto?

Primero, sentir vergüenza. Eso resulta inevitable. Luego, tratar de entender cómo llegamos aquí, y qué se puede esperar a futuro.

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26.02.18

A propósito de la visita del enviado papal a Chile

Ante los reiterados, ya diríamos permanentes, casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosos en Chile, permítanme reiterar algunas ideas que ya he expresado en este espacio.

Uno, se nos cae la cara de vergüenza. Por cada vez que nuestra esperanza en la Iglesia se acrecienta, con figuras como el Padre Alberto Hurtado o el recuerdo de la mediación de san Juan Pablo II durante el conflicto de Beagle, otras tantas y muchas más nos hemos sentido avergonzados por el comportamiento de nuestros sacerdotes.

Dos, estos comportamiento son gravísimos. Casi tanto como un padre que abusa de sus propios hijos biológicos, y mucho peor que el caso común del padrastro que abusa de los hijos de su conviviente. Más grave incluso para la Iglesia que para el Estado, pues se involucra a Dios y a la Iglesia (que es el cuerpo de Cristo) en un crimen horrible.

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21.05.17

¿La más profunda vulneración a los DDHH?

El Hogar de Cristo es una institución de caridad fundada en 1944 por san Alberto Hurtado, el primer santo chileno, para que los pobres recibieran, además de alimento y amparo, dignidad y cariño. Hoy en día sostiene numerosas obras de caridad a lo largo de todo el territorio nacional, y se sostiene gracias a las donaciones de miles de socios. Cada año realiza una campaña para atraer más socios, y la de 2017 se hace bajo el lema “la pobreza es la más profunda vulneración de los derechos humanos”.

¿Es eso cierto? ¿Puede una organización católica decir “la pobreza es la mayor vulneración a los derechos humanos”?

No puedo evitar cierta disonancia cuando un cristiano habla de la pobreza como un mal absoluto. No soy pobre, pero demasiadas horas escuchando sermones sobre la predilección de Jesús por los más humildes, y su propia vida y la de sus discípulos bastan para sentir que algo no anda bien si te dicen que la pobreza es intrínsecamente mala. Más bien al contrario, muchas veces se nos ha repetido que el amor al dinero, no la pobreza, es la raíz de muchos males (1 Tim 6,10).

El capellán del Hogar de Cristo, P. Pablo Walker explica:

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