3.03.17

V. La visión de Dios

36. ––Hay verdades sobrenaturales, o verdades que están por encima de nuestra razón, de la razón en el grado propio de la naturaleza humana, y que, por ello, nos son incomprensibles o inabarcables, afirma Santo Tomás que de manera parecida las verdades naturales o filosóficas, que constituyen los preámbulos de la fe: «se proponen convenientemente al hombre para ser creídas»[1]. También indica que, sin embargo: «creen algunos que no debe ser propuesto al hombre como de fe lo que la razón es incapaz de comprender, porque la divina sabiduría provee a cada uno según su naturaleza»[2].

Por tanto, al igual que se ha demostrado la conveniencia de comprender las verdades filosóficas divinas o reveladas por Dios: «se ha de probar que también es necesaria al hombre la proposición por vía de fe de las verdades que superan la razón». ¿Cómo demuestra el Aquinate la oportunidad de la revelación de las verdades sobrenaturales?

––En el capítulo quinto del primer libro de la Suma contra los gentiles, Santo Tomásda cuatro argumentos para mostrar la necesidad de la revelación de las verdades sobrenaturales. El primero se basa, por una parte, en la siguiente premisa evidente: «Nadie tiende a algo por un deseo o inclinación sin que le sea de antemano conocido». Para tender a una cosa por la que se siente una inclinación o tendencia natural, debe primero conocerse, y ya conocida, se actúa el deseo natural, y puede así tenderse a ella. Por otra, en que: « los hombres están ordenados por la Providencia divina a un bien más alto que el que la limitación humana puede gozar en esta vida», premisa que el Aquinate prueba más adelante[3]. Por ello, como no es difícil de comprobar: «es imposible que en esté en esta vida la felicidad última del hombre»[4].

San Agustín aseguraba que: «Buscar a Dios es ansia o amor de la felicidad, y su posesión la felicidad misma»[5]. El ansia de felicidad es natural e irrenunciable. De tal manera que nadie puede decir verdaderamente que no quiere ser feliz. Y sólo Dios puede satisfacer el ansia de felicidad del hombre. De tal manera que San Agustín prorrumpía en uno de sus sermones a sus fieles: «En modo alguno me hartaría Dios si no se me prometiera el mismo Dios». Se preguntaba seguidamente: «¿Qué vale toda la tierra? ¿Qué vale todo el mar? ¿Qué vale todo el cielo? ¿Qué todos los astros? ¿Qué vale el sol? ¿Qué vale la luna? ¿Qué vale todo el ejército de los ángeles? Yo tengo sed del Creador de todas estas cosas; tengo hambre de él; tengo sed de Él»[6].

El ansia más profunda del hombre, el hambre y la sed más radical, sentida en lo más profundo de su corazón y que explica así todos sus deseos e inquietudes, no es la de los bienes materiales, ni la de las riquezas, ni la de la sexualidad, ni la del poder, ni la del éxito, como se ha afirmado en distintas filosofías, sobre todo del siglo XIX y muchas veces también el hombre actual así lo cree todavía. El deseo y anhelo más básico, fundamental y más arraigado es la de ver a Dios, o la posesión intelectual y amorosa de Dios.

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17.02.17

IV. Filosofía revelada por Dios

27. –– La diferencia en el origen de las verdades naturales y de las verdades sobrenaturales, y también en el estado de la mente del hombre ante estas dos clases de verdades, hace que no se puedan reducir las verdades sobrenaturales a verdades naturales. Sin embargo, en la revelación divina no sólo se ofrecen verdades sobrenaturales, sino también algunas, que se pueden alcanzar por la razón humana, y son así filosóficas, como la existencia de Dios, la creación del mundo, el carácter espiritual del alma humana, la obligación de hacer el bien y evitar el mal y otras igualmente objeto de la Filosofía. ¿No es extraño que se revelen algunas verdades que deben ser creídas, cuando se pueden alcanzar por la razón humana?

––El capítulo siguiente de la Suma contra gentes, el cuarto , puede considerarse como la respuesta a esta cuestión. Establece Santo Tomás, al empezar este capítulo, que: «Existiendo, pues, dos clases de verdades divinas, una de las cuales puede alcanzar con su esfuerzo la razón y otra que sobrepasa toda su capacidad, ambas se proponen convenientemente al hombre para ser creídas por inspiración divina».

Hay que ocuparse de averiguar, si es posible, las razones de la revelación divina de la verdades naturales o filosóficas: «no sea que alguien crea inútil el proponer para creer por inspiración sobrenatural lo que la razón puede alcanzar».

La revelación por Dios de algunas verdades filosóficas, cuya luz es asequible al hombre, porque no son demasiado brillantes, para que los débiles ojos las pueden soportar, tal como ocurre con las verdades sobrenaturales, ha sido necesaria. La humanidad precisa conocerlas: «para que así todos los hombres puedan participar fácilmente del conocimiento de lo divino[1] , que se revela en las verdades sobrenaturales. Estas verdades racionales son el soporte de la naturaleza humana, que facilita, también de modo natural, la posesión de las verdades reveladas sobrenaturales, que, por ello, se llaman preámbulos de la fe.

28. ––Los llamados preámbulos de la fe se pueden encontrar con la mera razón y son así verdades filosóficas. Para los que no los han descubierto son así verdades de fe, aunque en sí mismas no sean sobrenaturales, no pertenezcan a la superior oscuridad de los misterios divinos. Estas verdades, beneficiosas para recibir las verdades de fe, si son racionales en sí mismas para el hombre, que puede así descubrirlas la razón humana ¿por qué han tenido que ser reveladas por Dios?

––Dios ha revelado estas verdades, porque: «si se abandonase al esfuerzo de la sola razón el descubrimiento de estas verdades, se seguirían tres inconvenientes . El primero que muy pocos hombres conocerían a Dios». Serían escasos lo que sabrían de su existencia y de sus atributos. «El segundo inconveniente es que los que llegan al hallazgo de dicha verdad lo hacen con dificultad y después de mucho tiempo». El tercer inconveniente es que además tendrían una gran incertidumbre «por la misma debilidad de nuestro entendimiento para discernir y por la confusión de imágenes»[2] . No ha sido inútil, por tanto, que Dios haya revelado verdades, que se pueden alcanzar por la razón humana, sino que, por el contrario, ha sido muy beneficioso.

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2.02.17

III. Filosofía y misterio

19. ––En la Suma contra los gentiles, Santo Tomás confiesa, en el capítulo primero que desea, con la ayuda de Dios, ejercer el oficio de sabio. Y, con ello, realiza las dos acciones propias de la sabiduría: explicar la verdad, sobre todo la divina, verdad por excelencia, y refutar los errores, que se oponen a toda verdad. Para ello, dedica casi tres de los cuatro libros a la filosofía o sabiduría racional y el resto a la teología o doctrina sagrada, porque considera que la primera es conforme a la segunda. La correspondencia de ambas hace que la obra sea unitaria. Sin embargo, aún queda por preguntarse: ¿en qué se funda la armonía ente la razón y la fe, o entre la teología filosófica o natural y la teología sobrenatural?

––En el capítulo tercero de la obra, responde a esta cuestión, porque los nueve capítulos primeros de la obra, pueden considerarse un prólogo general a los cuatro libros en los que está estructurada. Estos primeros capítulos están dedicados a la caracterización de la filosofía y de la teología sobrenatural, y a la delimitación de sus relaciones entre sí. La solución que presenta le sirve no sólo para la determinación de la metodología general de la obra, sino también la concreta de cada capítulo.

Escribe al principio de este capítulo: «Hay un doble orden de verdad. Hay ciertas verdades de Dios que sobrepasan la capacidad de la razón humana, como es por ejemplo, que Dios es uno y trino. Hay otras que pueden ser alcanzadas por la razón natural, como la existencia y la unidad de Dios, y otras; las que también demostraron los filósofos guiados por la luz natural de la razón»[1].

La correspondencia mutua de la razón y la fe se funda, por tanto, en la existencia de un doble orden de verdades referentes a Dios: verdades accesibles a la razón humana, y verdades que, siendo también racionales, sobrepasan capacidad de la razón del hombre.

Una verdad de Dios, que sobrepasa la capacidad de la razón humana, es, por ejemplo, que Dios es uno y trino. Una verdad, que puede ser alcanzada por la razón natural, es la existencia y la unidad de Dios, que incluso demostraron los filósofos de la antigüedad clásica siguiendo la luz natural de la razón.

20. ––Si las verdades naturales y las verdades sobrenaturales son racionales y el hombre conoce a la primeras con su razón. ¿Por qué las verdades sobrenaturales, conocidas por la fe, no las puede alcanzar la razón humana por sí misma?

––El motivo lo da seguidamente Santo Tomás, en este mismo lugar, al afirmar, frente a toda filosofía racionalista, que: «Es evidentísima la existencia de verdades divinas que sobrepasan absolutamente la capacidad de la razón humana». La razón humana no puede llegar por sí misma hasta estas verdades sobrenaturales, porque nuestro conocimiento en esta vida tiene su origen en los sentidos y no puede captar lo que está fuera de su ámbito, aunque puede conocer algo actuando intelectualmente en lo sensible.

A partir de lo sensible, se llega a la substancia, que lo causa y sostiene. Entender las cosas, incluidas las características sensibles o accidentes, que se captan con los sentidos, es comprender su substancia inteligible. De manera que: «el modo como sea entendida la substancia de una cosa sea también el modo de todo lo que conozcamos de ella». Según se comprenda la substancia de algo –de una manera confusa o distinta, o en diferentes grados–, así será como se entienda tal realidad.

Si se accede a la substancia, a lo nuclear y fundamental de cada cosa, se entiende de alguna modo esta cosa. Puede inferirse de ello, que si, en el modo que sea: «el entendimiento humano comprende la substancia de una cosa, de la piedra, por ejemplo, o del triángulo, nada habrá inteligible en ella que exceda la capacidad de la razón humana», en lo que ha entendido de manera parcial o total.

De lo afirmado en esta conclusión de la explicación conocimiento intelectual humano, se sigue que: «esto ciertamente no se realiza con Dios. Porque el entendimiento humano no puede llegar naturalmente hasta su sustancia». Ni, por tanto, entender a Dios.

No puede accederse intelectivamente a la substancia divina, porque: «nuestro conocimiento en esta vida tiene su origen en los sentidos y, por lo tanto, lo que no cae bajo la actuación del sentido no puede ser captado por el entendimiento humano, a no ser en tanto deducido de lo sensible». Como efecto de Dios, las cosas sensibles permiten saber algo de Él, pero de una manera indirecta, por deducción según el principio de causalidad –todo efecto tiene una causa–; y además de una manera muy limitada, porque todo lo que se conoce de Dios de este modo, sólo lo es en cuanto causa de todas estas cosas.

El conocimiento humano obtiene verdades naturales sobre Dios, en cuanto creador libre del mundo, pero ninguna sobre lo que es Dios en sí mismo. Los contenidos esenciales de la substancia divina son así para el hombre verdades sobrenaturales. No le es posible conocerlas por sí mismo, porque: «los seres sensibles no contienen virtud suficiente para conducirnos a ver en ellos lo que la substancia divina es, pues son efectos inadecuados a la virtud de la causa». Dios les excede infinitamente en todos los órdenes y no pueden conducirnos a lo que es su causa trascendente. «Aunque llevan sin esfuerzo al conocimiento de que Dios existe y de otras verdades semejantes al primer principio»[2].

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16.01.17

II. La Filosofía

1. ––En la iconografía de Santo Tomás de Aquino, cuando se le presenta sosteniendo un libro abierto, en las dos páginas, que se ven, están siempre escritas las palabras latínas «Veritatem meditabitur guttur, et labia mea detestabuntur impium». ¿En qué tienen que ver con la vida y la obra del Aquinate?

––Esta frase, tomada de la Sagrada Escritura[1], que puede traducirse por: «Mi boca medita en la verdad y mis labios aborrecerán lo impío», es el lema, que encabeza la obra Suma contra los gentiles deSanto Tomás. El libro está encabezado por este versículo, que expresa muy   adecuadamente lo que consideró el Aquinate como la misión de su vida. Sintió desde muy joven que debía prepararse para ejercer el «oficio de sabio», el de buscar la sabiduría y, por tanto, la verdad y el bien, que se identifican entre sí. El que se reproduzca en las imágenes del Santo revela además la importancia que siempre se ha dado a esta suma filosófica.

2. ––En la gran suma de Santo Tomás, la Suma teológica, se lee: «Dice San Isidoro, en sus Etimologías, que: «la palabra oficio se deriva del verbo ‘efficere’, y se dice ‘officium’ en vez de ‘efficium’ por eufonía» (l. 6. c. 19). Y, puesto que el obrar («efficere») se refiere a la acción los oficios se distinguen por sus actos»[2]. ¿Cuál es la actividad del oficio de sabio?

––En el mismo lugar, el Aquinate explica que: «la eficiencia, de donde (…) se deriva del nombre de «oficio», implica una acción que tiende a un término distinto del sujeto, como dice Aristóteles en la Metafísica (VIII, c. 8, n. 9). Por eso, los oficios se distinguen propiamente según los actos que se refieren a otros. En este sentido, se dice que el médico o el juez, etc., tienen un oficio. Por eso, dice San Isidoro, que oficio consiste en «hacer lo que a nadie perjudique», es decir, «no haga daño a nadie y sea útil a todos» (Etim. l. 6, c. 19)»[3].

En el primer capítulo del libro primero de la Suma contra gentiles, indica que la actividad del oficio de sabio es doble y que ello está indicado en el versículo de la Escritura citado: exponer la verdad divina, verdad por antonomasia, e impugnar el error contrario a esta verdad.

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2.01.17

Filosofía tomista: I. Razón y fe

La predicación racional

La mejor síntesis del pensamiento filosófico o estrictamente racional de Santo Tomás de Aquino, se debe a él mismo. En una de sus primeras obras, Sobre el ente y la esencia, ofrece ya un compendio de su metafísica, que es el fundamento de todo su sistema filosófico[1]. Pocos años después comenzó a preparar la Suma contra los gentiles, la primera de sus denominadas «obras mayores». En ella, presentó de una manera completa y argumentada su síntesis filosófica, que después incorporó ya desarrollada de una manera definitiva, pero instrumental, en su obra teológica la Suma teológica.

En su época, las llamadas «sumas» eran un género literario muy extendido. Circulaban principalmente de tres tipos: sumas de recopilación, que presentaban una compilación completa, pero sin sistematicidad; sumas de compendio, que ofrecían brevedad y exactitud; y sumas sistemáticas, que brindaban una enseñanza de conjunto completa y organizada. Las dos «sumas», del Aquinate, pertenecían a este última clase.

En la redacción de su suma filosófica, Santo Tomás empleó unos cinco años. Podría decirse que fue una obra de encargo, porque su origen estaba en la petición de San Raimundo de Penyafort, que había sido Maestro de la Orden de Predicadores. El célebre dominico quería tener un manual de apologética, que sirviese a los frailes, que se dedicaban en España a la evangelización de los infieles musulmanes y de los judíos de las tierras reconquistadas.

En el convento de Santo Domingo de Nápoles, después de haber regido una cátedra en la Universidad de París, joven todavía –tenía unos treinta y cuatro años de edad– el Aquinate se dedicó con tranquilidad a escribir su Suma contra los gentiles, cuya redacción ya había comenzado un poco antes en París. Era un trabajo muy importante, porque en el Capítulo general de la Orden Dominicana de Valenciennes, que se acababa de celebrar, se había decidido la fundación de centros de instrucción para los misioneros dominicos de España.

La obra, que tenía que servir como libro de texto para estos evangelizadores, la terminó en 1264. Es uno de las pocos libros del Aquinate, de los que se conserva gran parte del texto del original escrito por él (libro I, capítulo 13, hasta el III, capítulo 120). En el texto autógrafo, que se conserva en el Archivo Vaticano, en cada una de las páginas, antes del inicio del texto, está escrita la salutación angélica: «Ave María».

Esta anotación piadosa del Aquinate revela su confianza en la Virgen para todo y especialmente para la eficacia de la predicación. La esperanza en la «Reina de los Predicadores» la había transmitido a la Orden, pocos años antes, su fundador Santo Domingo de Guzmán, a quien se atribuye la fundación del Rosario, precisamente para utilizarlo en su predicación en la cruzada albigense.

La finalidad apologética, frente a los musulmanes y judíos de España, permite comprender la especial estructura de esta obra, que una vez terminada fue enviada a Barcelona, al Maestro Raimundo. El Aquinate no seguía, en la Suma contra los gentiles, la metodología ordenada y sistemática propia de las Sumas, tal como hizo en la Suma Teológica, dividida en partes, tratados, cuestiones y artículos.

En cada uno de los artículos se presentaba un problema de forma alternativa. Primero se ofrecían las objeciones o argumentos contra la solución que se proponía. Después, las razones de la otra solución en el llamado «sed contra». Seguía la parte central, o cuerpo del artículo, con la respuesta del autor o la solución a la dificultad, que llevaba a la alternativa. Finalmente, se daba la solución, desde la doctrina expuesta en el cuerpo del artículo, a cada una de las objeciones. En cambio, en esta primera Suma del Aquinate, su contenido se encuentra su contenido expuesto en cuatro libros y estos a su vez en capítulos.

Además, a diferencia de las otras sumas, la Suma contra los gentiles no era una obra universitaria, dirigida a estudiantes universitarios cristianos, tal como fue la Suma teológica, sino a predicadores, que tenían que disputar con gentiles o no cristianos. En las disputas, no se encontrarían con la participación de un ámbito religioso común en sus interlocutores. Los no cristianos no admiten la Sagrada Escritura, como los musulmanes, o sólo parcialmente, como los judíos, que sólo aceptan como revelado el Antiguo Testamento. El único campo común que hallarán los predicadores de los gentiles será el de la razón, con sus leyes universales, que permite la comunicación humana y la argumentación.

En esta Suma, el método de exposición tendrá que ser, por ello, exclusivamente racional. La razón será el ámbito de la apologética. Por un lado, porque se deberán exponer y defender racionalmente las verdades naturales, que son la base de la religión cristiana. Por otro, porque al exponer las verdades sobrenaturales, conocidas por revelación divina, que continúan y completan las verdades naturales, se mostrará su compatibilidad con la razón humana, por ser también racionales, pero en un nivel que sobrepasa la razón del hombre; y asimismo se resolverán racionalmente las objeciones de los contrarios, sus reparos e impugnaciones directas, mostrando su insuficiencia o irracionalidad. La afirmación de la racionalidad exige al mismo tiempo el rechazo de los distintos errores contrarios a la misma.

Suma filosófica

Por su contenido, la Suma contra los gentiles es filosófica, porque utiliza exclusivamente argumentos racionales, aunque por su intención es apologética. Estas dos características de la obra explican su estructura peculiar. Sus dos grandes partes, aunque no indicadas explícitamente en su división, que lo es en cuatro libros y estos en capítulos con título propio.

La primera parte, puramente racional o filosófica, ocupa los libros primero y segundo y gran parte del tercero. La segunda parte incluye algunos capítulos del libro tercero y todo el cuarto, y es ya teológica. En cada capítulo de ambas partes, se trata uno o varios problemas, e incluso sólo una parte de los mismos, pero en los restantes se continúa; y se ofrecen en cada uno varios argumentos racionales de diferente tipo, que prueben todos ellos la afirmación o tesis que se defiende.

La primera Suma del Aquinate es, por consiguiente, una obra filosófica, pero en pleno acuerdo con la fe cristiana. En la primera parte, la más extensa, es un tratado filosófico o racional, en sentido amplio, sobre Dios. De Dios en sí mismo, de Dios en cuanto creador y de como Dios es fin de todo, se ocupan los tres primeros libros de la obra. La segunda parte, que comprende el cuarto y último libro, es teológica, porque se basa en la revelación divina. Se vuelven a tratar las tres grandes cuestiones –Dios en sí, como principio y como fin de todos los seres–, pero por la vía sobrenatural. Con ello, muestra la continuidad y complementariedad perfeccionante de la enseñanza cristiana con la razón natural.

El tratado filosófico sobre Dios es posible, porque, por medio de las criaturas, el hombre puede con su entendimiento llegar hasta su principio, Dios, pero no conocido perfectamente. Ni las mismas cosas creadas, instrumentos para la ascensión hasta el conocimiento divino, le son conocidas al entendimiento humano completamente. Todavía será mayor la limitación del entendimiento del hombre sobre los seres de los que se perciben pocos accidentes sensibles. Por el mismo motivo, el conocimiento de lo que son, de sus esencias inteligibles, es aún menor, en los seres inmateriales, que carecen de accidentes sensibles.

Estas imperfecciones no impiden un conocimiento de Dios, aunque, por ellas, será indirecto, mediático y analógico. No obstante, al hombre no le basta el conocimiento natural de Dios, débil e imperfecto. Necesita, para remediar la limitación e imperfección de su razón, del conocimiento de Dios, que ofrecen las verdades reveladas, que son las que constituyen el objeto de la segunda parte de la Suma contra los gentiles.

Desde el principio de la obra queda patente la gran valoración del Aquinate por la razón del hombre, sobre la que se basa su primera parte, y que es la de mayor extensión. También la conveniencia de la revelación, que muestra como unida a la razón natural para perfeccionarla, sin destruir su carácter racional.

La continuidad de las dos partes muestra la función unitiva y armonizadora de la religión cristiana. Sin violentar ni quitar libertad a la recta razón natural, curándole de sus imperfecciones y superando sus limitaciones, la acción de la gracia de la revelación se caracteriza por la suavidad, distintivo de todas las obras divinas.

Lo que Santo Tomás presenta, en esta original obra, es una concepción racional muy amplia de toda la realidad y claramente humanística. Amplia, porque persigue una razón integral, que no se circunscribe a un sector o a un nivel de lo creado, como hace la razón positiva o científica. No obstante, la razón de las ciencias empíricas es legítima, si no pretende ser la única posible o ser ya completa. La filosofía tomista es humanística, porque, no niega ni ignora al hombre en su individualidad y en su gran dignidad, tal como expresa el término persona.

Actualidad y novedad del tomismo

La visión tomista, propuesta en el siglo XIII y en una situación histórica concreta, trasciende los lugares y los tiempos. La actualidad de Santo Tomás, que es la misma que la de la doctrina católica, no implica la repetición de un pasado, o de algo antiguo, sino que hoy continúa representando una auténtica novedad, como lo fue en su época y lo será en las siguientes.

En todas las universidades, en donde enseñó el Aquinate –las de Colonia, París y Nápoles– se advirtió claramente su trascendencia. Sobre la enseñanza universitaria de fray Tomás, uno de sus discípulos en la universidad napolitana, Guillermo de Tocco, en la biografía que escribió sobre su maestro, notaba que: «En sus lecciones introducía nuevos artículos, resolvía las cuestiones de una nueva forma, más claramente, y con nuevos argumentos. En consecuencia, los que le oían enseñar tesis nuevas y tratarlas con un método nuevo, no podían dudar que Dios le había iluminado con una luz nueva: pues, ¿se puede enseñar o escribir opiniones nuevas si no se ha recibido de Dios una nueva inspiración?».

Las ocho novedades, señaladas por Tocco, que advertían todos en el magisterio oral y escrito de Santo Tomás, suponían un espíritu de asimilación, de conciliación y de libertad. En el sistema tomista se encuentra unido lo contingente y variable con lo ideal permanente. También se respeta la integridad humana y del papel directivo de la razón sobre todas las otras facultades y potencias del hombre. Tampoco se separa lo humano de lo divino, y al mismo tiempo se reconoce la solidaridad entre todos los hombres y entre todos los siglos.

Tal como se desprende de la lectura de la Suma contra los gentiles, en la filosofía tomista se respeta y se protege el curso natural y sobrenatural de las cosas. Todo ello, de una manera profundamente racional y eminentemente práctica, buscando el justo medio en que consiste la virtud y no cayendo en exageraciones.

Todas las argumentaciones, soluciones a los problemas y respuestas del Aquinate, que se encuentran en la Suma contra los gentiles, son un modelo por su procedimiento de acudir siempre al tribunal de la razón, a la racionalidad, para resolver todas las cuestiones. Además de la racionalidad, sus argumentaciones muestran una perfecta armonía y complementariedad entre la razón filosófica y la razón teológica y religiosa.

La filosofía y la teología

La síntesis filosófica teológica tomista, construida con un método racional, comporta la distinción entre filosofía y teología, pero al mismo tiempo su compatibilidad, por entender que proceden ambas de la Razón, o Logos divino, que se manifiesta tanto en la creación como en la redención.

Santo Tomás afirmó, por una parte, la independencia entre filosofía y teología, y, por otra, su relación mutua. La distinción entre la ciencia o filosofía y la fe o teología se basa en el diferente procedimiento para adquirir la certeza de la verdad. La primera por la evidencia intrínseca, mediata o inmediata de sus contenidos. La segunda, por fundamentarse en la autoridad divina de la revelación.

La distinción entre estos principios cimenta la autonomía respectiva de la filosofía y de la teología, de la razón y de la fe. La independencia de ambas, sin embargo, no supone su oposición ni su separación, sino una mutua colaboración, que beneficia a ambas recíproca y provechosamente.

En la visión filosófico teológica, se puede encontrar una triple ayuda de la fe a la razón. La fe da confianza a la mera razón, la estimula a ampliar sus horizontes y a buscar los fundamentos de la realidad.

También la razón ayuda triplemente a la fe. Primero para demostrar los preámbulos de la misma fe, que son las bases racionales naturales, demostradas por la filosofía acerca de Dios o las criaturas. Segundo, para explicar de algún modo las verdades de la fe con nociones que se encuentran en las criaturas y han sido estudiadas por la filosofía. Tercero, para refutar los argumentos que se dan contra los contenidos de la fe, demostrando que su falsedad, o que no se siguen de ellos.

La importancia de la razón

La ayuda mutua entre la razón filosófica y la teológica es una confirmación del principio fundamental tomista de la racionabilidad de la fe. El contenido de lo creído es racional, pero supera la limitada razón humana. Se explica así que todo lenguaje referido a lo trascendente, como el que utiliza la metafísica y la teología, debe ser analógico.

Gracias al método racional analógico se puede recorrer de algún modo la distancia infinita entre la criatura y su Creador. Gracias a la semejanza entre el efecto y su causa, se pueden utilizar palabras humanas para hablar de Dios. Además, el mismo Dios con la Revelación nos ha hablado con lenguaje humano, y, por tanto, se puede utilizar este lenguaje para hablar de Él.

Igualmente la moral tomista gira en torno a la razón. Por sí misma, la razón humana es capaz de conocer la ley natural. Es capaz de saber lo que hay que hacer y lo que se debe evitar para alcanzar la felicidad, y, por tanto, para lograr el propio bien y el de los demás, o el bien común.

Con la razón, el hombre puede descubrir la ley moral en su propia naturaleza humana. El contenido de la ley natural es racional, porque al igual que la razón humana tiene su origen en Dios, que es Logos o Razón creadora. Por este motivo, sobre la ley natural se deben fundamentar las leyes positivas, o las promulgadas por la autoridad, para la regulación de la vida social del hombre.

La ley natural es, por tanto, fuente jurídica, Si no se admite, se cae en un irracionalismo y un voluntarismo arbitrario. Los contenidos de la ley natural no han sido creados por el hombre, ni puede, por ello, destruirlos ni modificarlos. Derivan de la naturaleza humana, expresándola y defendiendo su dignidad, y ante ellos sólo cabe su reconocimiento y desarrollo.

Síntesis apologética

Además de la valoración de la razón, debe destacarse de la Suma contra los gentiles, el ser un resumen esencial de toda la visión filosófica o racional de la realidad, que después Santo Tomás desarrolla en la Suma teológica y en otros escritos. La Suma contra los gentiles es una síntesis racional filosófica teológica, porque la finalidad principal de la obra es ofrecer los preámbulos racionales de la fe y mostrar que los contenidos de esta última los sobrepasan, pero están en continuidad racional con ellos. La filosofía, por tanto, conduce a la fe. El saber filosófico es así una justificación racional de las verdades de fe.

Podría decirse que el carácter apologético de la Suma contra los gentiles se manifiesta al presentar la filosofía como conducente y continuada por la teología, y, en definitiva, al ofrecer una síntesis filosófica y teológica, comprensible desde la razón. En esta síntesis tomista, ambos saberes se distinguen, pero al mismo tiempo se relacionan y conexionan de manera inseparable en una síntesis de armónica coherencia, que quiere responder al afán natural humano de unidad, a veces, olvidado por atender sólo a los deseos también conjuntos de verdad y bondad.

Los escritos siguientes a este introductorio a la Filosofía tomista, estarán dedicados a exponer en el mismo orden el contenido de la Suma contra los gentiles. Se intentará de una forma más sencilla, clara y asequible para todos, la unidad sintética doctrinal de lo que podría denominarse el pensamiento racional, y, por ello, apologético, que Santo Tomás expone en esta obra.

Para ello, se le dará la estructura de un catecismo. El término «catecismo» deriva del latín «cathechismus» y antes del griego «khatekheo» (enseñar de viva voz), cuyo primer sentido fue de hacer resonar y más tarde instruir con palabras orales. En la actualidad, significa un compendio o un tratado breve que resume una doctrina.

El origen de los catecismos está en la primitiva Iglesia. Según las cartas paulinas, la enseñanza cristiana a los nuevos miembros de la Iglesia se comenzaba con la transmisión oral, tal como se hacía en las escuelas paganas y en las sinagogas. La formación de los catecúmenos, o los que escuchaban la instrucción cristiana, que era previa para recibir el bautismo, era muy necesaria entonces, porque los futuros cristianos provenían de un mundo pagano, muy distinto a la vida cristiana que querían seguir. Para la formación de los catecúmenos se elaboraron pequeñas obras sobre el método y contenido de la instrucción religiosa cristiana. Aunque su origen y su temática está en la doctrina cristiana, el término catecismo se puede aplicar a cualquier compendio dialogado de una doctrina.

Los manuales de catecismo en forma de diálogo, tal como se conocen hoy en día, comenzaron a aparecer en la Alta Edad Media. Eran resúmenes de catequesis escritos en forma de diálogo, como la Dispuatio puerorum per interrogationes et responsiones, compuesto en la segunda mitad del siglo VIII y atribuido a Alcuino de York, principal representante del llamado Renacimiento carolingio.

Más adelante no sólo se dedicaron a la catequesis sino también a la teología. El catecismo Elucidarium sive Dialogus de Summa totius Cristianae Theologiae, atribuido a Honorato de Autun (ca. 1100), traducida a muchas lenguas, fue la obra base de la enseñanza en la Edad Media.

Catecismos tomistas

De todas estas obras medievales quedó algo esencial en los catecismos: la forma de preguntas que hace el discípulo y de respuestas que da el maestro. Característica que se mantuvo en la conocida obra del filósofo y teólogo tomista Thomas Pègues, Catéchisme de la Somme théologique, dedicada, como se indica en su título a la sintésis filosófico teológica de la Suma teológica de Santo Tomás.

También el dominico francés mantuvo en esta obra la finalidad de los catecismos: proporcionar una instrucción elemental, preparatoria para una profundización posterior. Para ello, ofreció la doctrina tomista, contenida en la Suma teológica, de modo completo, sistemático y metódico, pero en forma de diálogo, para ayudar a retener las ideas y hacerla más fácil y amena.

El diálogo del catecismo, explicaba Pegués: «es, sin duda, la forma de enseñanza la más perfecta para alcanzar a todas las inteligencias. ¿No es como la realización ideal de lo que se pudo llamar la enseñanza socrática, procediendo por vía de interrogación graduada y ordenada, que despierta al espíritu y conduce insensiblemente hasta las esferas más altas de la doctrina?»[2].

Añadía que la forma catequética: «Es también la realización perfecta del diálogo platónico, donde la inteligencia que escucha, despertada por la inteligencia del que habla, a su vez plantea nuevas cuestiones, y donde ambas viven así del pan de la verdad, gustan el excelente encanto del más delicioso vivir, unidos en una clase de divino banquete»[3].

Algo parecido tiene que hacerse con la Suma contra gentiles –la suma filosófica del Aquinate–, que en la actualidad es una de las obras de Santo Tomás, que despierta mayor interés. Sin embargo, el exponer su contenido de esta forma ofrece cierta dificultad. El gran aporte de argumentos y no estar presentados en forma de preguntas y respuestas como la Suma teológica, requiere una especial adaptación en la configuración la obra como un catecismo.

Sin dejar de ofrecer fielmente todo su contenido, deben omitirse algunas argumentaciones de las muchas que presenta Santo Tomás para probar una misma tesis, Tienen que elegirse las más convincentes, pero de menor complejidad, para facilitar la lectura con la simplicidad del texto. Todo ello, sin prescindir de ninguna de las tesis o afirmaciones de la obra, siempre formuladas por el Aquinate en un lenguaje muy preciso, pero también claro e inteligible para todos.

Por último, la exposición del contenido de la Suma contra los gentiles, ya simplificado con la reducción de las demostraciones,como un diálogo continuo, presentado en lenguaje y contexto actual, en el que se van suscitando preguntas a medida que se van dando las respuestas. El lector se verá así involucrado en una investigación, que avanza hacia la verdad y que va logrando certezas.

Necesidad y actualidad del catecismo filosófico

En general, el hombre del siglo XXI, situado en un mundo, regido por el relativismo intelectual y moral, se siente, ante la verdad y el bien, confuso, perplejo, extraviado en su búsqueda e incluso ya totalmente desilusionado y hasta indiferente. Parece así necesario proponer de nuevo la verdad, tal como hace Santo Tomás con los «gentiles», y del modo más adecuado y accesible al hombre de hoy.

Tienen todavía actualidad, e incluso mayor, las palabras que dirigió el papa Benedicto XV, a Thomas Pègues, a raíz de la aparición de su Catecismo de la Suma teológica. En el breve, fechado el 5 de febrero de 1919, escribía el Papa: «Los elogios de la brillantez excepcional, que la Sede Apostólica ha hecho a Santo Tomás de Aquino no permiten a ningún católico dudar de que este doctor no haya sido suscitado por Dios, con el fin de que la Iglesia tuviera un maestro de su doctrina, al que seguiría por su excelencia en todo tiempo».

Como consecuencia, añadía: «Parece conveniente que la sabiduría única de este doctor sea directamente ofrecida, no solamente a los hombres del clero, sino también a todos aquellos cualesquiera que sean, desde los que cultivan el grado más elevado de los estudios religiosos hasta la multitud misma. Se ve en la misma naturaleza, cuanto más cerca se está de la luz, más abundantemente es todo alumbrado»[4].

El tomista José Torras y Bages, unos pocos años antes, había dicho en su famoso Panegírico de Santo Tomás de Aquino, a los que querían iluminar su inteligencia de un modo completo y seguro y desde firmes convicciones formar su conciencia:«Sea Tomás de Aquino vuestro maestro».

Con el estudio de sus obras, añadía: «Adquiriréis con ella más ciencia en un año de estudio, que con los demás libros en toda la vida, según la expresión del papa Juan XXII (el Papa que le canonizó el 18 de julio de 1323 en Avignon). Más también os diré que no hay otro estudio que requiera tanta humildad como éste».

Puede decirse con Torras y Bages, respecto a la Suma contra los gentiles: «El que pretenda adquirir una ciencia de fantasmagóricos efectos cuales son los de la ilustración moderna, que suelte el libro de la mano; Santo Tomás no es a propósito para ello; más el que va en pos de la verdadera sabiduría y quiere tener un criterio certero y seguro para juzgar de las cosas divinas y humanas, que no deje tal libro, y yo os aseguro que alcanzará tan noble fin».

También son muy ciertas estás palabras, con las que concluye el sabio obispo de Vich: «Se ha dicho que la verdad meditada con amor se convierte en poesía, y antes dejó escrito Cicerón que los verdaderos oradores salían, no de las aulas de los retóricos, sino de las escuelas de los filósofos. Meditad, pues, profunda y largamente los escritos de Tomás de Aquino, y yo os aseguro una perfecta armonía entre todas vuestras facultades mentales, y entre el pensamiento y su expresión»[5].

Eudaldo Forment



[1] SANTO TOMÁS DE AQUINO, El ente y la esencia, Traducción, estudio preliminar y notas de Eudaldo Forment, Col. De Pensamiento medieval y Renacimiento, nº 25, Pamplona, EUNSA, 2011, 3º ed., p. 9 y ss.

[2] THOMAS PÈGUES, Catecismo de la Suma Teológica, Edición revisada y completada por Eudaldo Forment, Madrid, Homolegenes, 2011, pp. 39-40.

[3] Ibíd., p. 40.

[4]Breve del Papa Benedicto XV,5-II-1919, en THOMAS PÈGUES, Catecismo de la Suma Teológica, op, cit., p. 35.

[5] JOSEP TORRAS I BAGES, Panegírico de Santo Tomás de Aquino, en ÍDEM, Obres completes, vol. I-VIII, Barcelona, Editorial Ibérica, 1913-1915, IX y X, Barcelona, Foment de Pietat, 1925 y 1927, vol. V, pp. 49-70, p. 69.