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El moderantismo católico, para poder afirmar la primacía de la persona particular, quiere conservar la libertad negativa en el centro su antropología. La libertad negativa liberal, esto es: la de poder declarar como propiedad privada la propia opinión en materia moral y religiosa.
Heredando las líneas maestras ideológicas del constitucionalismo liberal progresista decimonónico, reivindica para todos lo que el liberal pretende para sí: poder hacer de su propia experiencia espiritual un sustitutivo personal suyo de la fe católica. Así se le reconoce una teórica dignidad humana consistente en poder ser absolutamente propietario de una cosmovisión subjetiva propia e inviolable.
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Pero para poder mantener la libertad negativa liberal como distintivo de la dignidad humana, debe subjetivizarse un poco el objeto de la fe, para que no parezca que obliga a todo hombre, sino que es vago y adaptable a las expectativas de cada cual.
Así se desdibujará el objeto de la fe, para que no parezca que ésta se refiere a verdades objetivas que universalmente obligan a personas y sociedades. Hay que referir la fe al amor, como hace Hans Urs von Balthasar, para que sólo el amor, y no doctrinas excluyentes, sea digno de fe. Hay que conseguir que la fe no consista en creer sino en amar.
Así se pueden admitir otras cosmovisiones, siempre y cuando no sean cacofónicas; se puede subjetivizar el asentimiento de manera que la fe se acomode a las opiniones de cada cual, pero no tanto que desaparezca, sino solamente lo suficiente como para que el edificio doctrinal del liberalismo moderno quede en pie.
Propugnar un subjetivismo moderado, camuflado bajo el título de subjetividad, será necesario al moderantismo para poder seguir apoyando la libertad negativa en dicha dignidad propietaria de la persona, (pero no en su dignidad moral, que será ignorada por remitir a deberes universales, inmutables y absolutos).
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Al moderantismo le resultará posible defender moderadamente el subjetivismo si presenta la doctrina revelada como un atentado potencial a la propiedad privada; también como un simple contenido intectual relativamente inadecuado a conceptualizaciones personales, prisionero siempre de los límites universales del lenguaje. Como Balthasar, apoyado en los principios de la Nueva Teología y de la escuela personalista, el moderado católico dará razón en casi todo esto a los nominalistas.
El moderantismo católico no pretenderá descalificar lo doctrinal, sino desdibujarlo un poco para posibilitar el desenfoque del concepto de fe y posibilitar cierto subjetivismo religioso disminuido, el suficiente para poder reclamar la libertad negativa como derecho sin que parezca relativismo cacofónico. Quiere el sinfonismo teológico, pero sólo el suficiente como para posibilitar la convivencia solidaria de opiniones, no la disonancia intransigente, ni por el lado de la ortodoxia ni por el lado de la heredoxia.
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Si se convierte la fe en una percepción subjetiva de lo nouménico, ineficazmente conceptualizable en doctrina, la vida espiritual dejará de tener la fe como raíz y fundamento, se suprimirá su fundamentación teologal lo suficiente como para invertir el edificio de la justificación, poniendo la experiencia mística donde debe estar la fe. Subjetivizando el desarrollo orgánico de la gracia santificante, ésta queda convertida en instrumento de la subjetividad, y se pone al hombre en la base de la pirámide. El centro se desplaza de lo que debe ser creído a lo que debe ser experimentado.
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Al perder relevancia el contenido intelectual de lo creído, puede defenderse con más flexibilidad la libertad de pensamiento. Porque lo que se cree, entonces, ya no es tan relevante como el hecho, radicado en la dignidad propietaria de la persona, de poder ser pensado, de poder ser elegido como pensamiento propio. Lo que se reclama, como decíamos, es la propia opinión religiosa entendida como propiedad. La liberta religiosa moderada es un derecho a la propiedad privada en materia religiosa.
La libertad negativa, como poder de elección y posesión del propio pensamiento, va a quedar afirmada como libertad de autorredención a través de la propiedad (en este caso, en materia religiosa). Sólo falta apelar al Estado moderno para hacer de ella un elemento sustancial del ordenamiento juridico liberal, como si se tratara de derecho privado. El hombre reclama poder experimentar lo que le venga en gana e interpretarlo en la clave religiosa que estime conveniente. Por eso la fe moderada es hermenéutica y fenomenología.
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Las fórmulas conceptuales son vistas por el moderantismo como expresiones evolutivas de la experiencia personal, por tanto siempre necesitadas de complementación vital, siempre en camino, siempre en proceso de maduración; siempre y sólo formulaciones de aproximación perfeccionables por la subjetividad.
De aquí la flexibilización dogmática y el vitalismo que los moderados introducen en la Tradición.