InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Categoría: Florilegio de Avisos

26.05.19

(358) La insensatez

“Con Nietzsche llega a su culmen y a su plena conciencia la llamada via moderna, es decir el nominalismo. Lo que nos distancia del pensamiento que hace posible una demostración de la existencia de Dios —al modo de las cinco vías de Santo Tomás— es la desconfianza, la duda acerca del rendimiento de nuestras palabras” (Robert SPAEMANN, El rumor inmortal, II).

 

La via moderna nos trae al Leviatán.

 

Dar razones universales, la esencia del asunto y no los detalles accidentales, por muy emotivos que sean.

 

No hechizar el lenguaje. No querer que los términos cambien la realidad. No concederle, en esto, eficacia al mal.

 

Huir de lazarillos de monstruos y amigos de Leviatanes.

 

Acoger al hermano fuego para que devore la casa. Colmo del buenismo “piadoso” de Occidente.

 

Enterrar la cabeza, con los párpados entre las raíces. A esto llaman fidelidad.

 

El rebañismo que mata el rebaño de Cristo, peor que un lobo.

 

Paráfrasis. Siempre hay un motivo sectario para negar que dos por cuatro sean 8. Y es que la autoridad no sepa las tablas de multiplicar.

 

Insensatez: tatuarse la marca del Leviatán, y luego pretender que Dios no la vea en el semblante, para eludir el Juicio.

 

El placebo “todo va bien” no funciona con el sentido sobrenatural de la fe.

 
La gran mentira de la autodeterminación: ocultar que sólo somos causas segundas, la criatura y no el Creador, los hijos de la ira y no el Reconciliador.
 
Goecia posmoderna: ese ansia de modelar esencias, como si fueran plastilina.
 
 
David Glez.Alonso Gracián
 

20.05.19

(356) Que el agua está turbia

«Yo les he dado tu palabra, y el mundo los aborreció, porque no eran del mundo, como Yo no soy del mundo.»  (Jn 17, 14)

 

Cristo no prueba el agua del mundo.

 

Poco fruto concede el Señor, que es Verbo de belleza, al que maltrata su Palabra, y no la expone ni la explica con esmero de converso, sino con el desaliño negligente de la acedia. Que el Logos viviente no es maestro de apáticos ni conformistas, sino de embajadores suyos.

 

Quede invisible nuestra sobrestimación, y brille la merced de Cristo, para que sea posible ser cristiano.

 

Como una parva retahíla de pequeñas perlas. Es poca cosa. Pero el Señor las pronuncia y tú oras. Es el tesoro escondido del Rosario.

 

Pide ardiente deseo de perfección, que nunca es bastante.

 

No es nueva la amenaza, porque siempre estuvo la Ciudadela sitiada por demonios. Lo que es nuevo es que se deje la puerta abierta.

 

La gracia no se cancela a sí misma.

 

Ciervo blanco, cuya sangre es triaca para todos los males, cuya sed es justificación de todos los manantiales, cuya hechura es forma de toda forma.

 

Evitan los demonios la orilla de los ríos para que el agua de Cristo no les encuentre.

 

Nada tener y nada querer, todo rehusar por Cristo.

 

Porque tiene sed, se acerca el Ciervo blanco a la torrentera, pero no la prueba, porque el agua del mundo está turbia.

 

David Glez. Alonso Gracián

 
 

17.05.19

(355) Quiere probarnos

Como el perrillo que no hace caso, y su Dueño le llama y él va, y lo festeja acariciándolo:

¡Buen perro!

 

Pasa a veces. De tanta anticipación de gloria, no se carbura. Que al perro se da alpiste y un hueso al canario, mientras la hija pregunta: 

¿Qué te pasa, papá?

 

El Hortelano despistado. Le pedimos fruta y no la encuentra. Le damos nuestras semillas y se olvida de plantarlas. Buscamos la salida del jardín y no sabe dónde está. Hay que callar entonces y sentarse en aquel banco, junto al níspero, a esperar y a esperar; a mantener la confianza en tan gran jardinero, que sin duda quiere probarnos.

 

Absurda labor del callarranas, como quien va a la charca, con plena ingenuidad, y pide orden y concierto entre los anfibios. De pronto llega el perro y todas callan.

 

La lluvia escampada y la casa encendida. La unción que gotea, sobre todo apostolado, cuando Dios lo concede. Predicar y hablar de Dios, como decía el Beato Diego José de Cádiz, desde lo alto de una tapia. 

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14.05.19

(354) Boca en tierra

Tal vez habiten los demonios donde no hay botánicas, en el puro desierto artificial; sobre las grandes colinas de hormigón, donde no hay nada; bajo las dunas oscuras del pecado.

 

Habitan el canto entusiasta de Nietzsche, cuando proclama: ¡avanza el desierto! 

 

Qué ridículo todo cuanto se opone a Dios, afirma el Antinietzsche, o sea Bloy.

 

Las aguas sacramentales y la doctrina. Para que huyan los giróvagos basta la Iglesia, que tiene ambas.

 

A veces hay que poner boca en tierra (Lam 3, 29) y callar, para escuchar al que sabe. 

 

Para que quiera libremente, la gracia a veces hiere la voluntad causándole quebranto, y así se cumpla la Escritura: «regnum caelorum vim patitur et violenti rapiunt illud», el reino de los cielos padece violencia, y los violentos lo arrebatan (Mt 11, 12).

 

El Defensor deja el querer muy seco, para que no sacien las propias obras; y que apetezcan las suyas, ¡y no otras!, sino «quae praeparavit Deus ut in illis ambulemus» (Ef 2, 10), aquellas que el Padre preparó para que andemos en ellas.

 

La Sangre del Cordero riega la tierra.

 

San Isidoro de Sevilla, Etimologías, LX: «Humilis (humilde), como si dijéramos inclinado a la tierra (humus)». Y en el Corominas: humilde, h. 1400, «deriva de humus, suelo, tierra.» 

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10.05.19

(353) La gran riada


No rara vez los atajos, en la vida cristiana, pululan de monstruos. Cíñete al mapa que elabora para ti tu Defensor, aunque pase por Mordor.

 

En esta Gran Batida habrás de estar con el Ciervo y no con el cazador.

 

Todo lo arrastra la gran riada, excepto la cruz, que prevalece en pie.

 

La cruz, mejor a secas, sin lo que te gusta de la cruz.

 

Por mucho que te vistas de voluntad, has de nacer de nuevo. Que de poco te sirve seguir muerto y remuerto.

 

La voluntad, sin gracia, andará siempre cansada, entretenida en los naufragios que observa a lo lejos, en el horizonte de la santidad. Porque no entiende el divino auxilio como el velamen que le hace falta.

 

El consuelo del Señor deja su rastro, recién terminas de orar. Como cuando comiste la naranja, y quedó el color y el olor en las manos. Y las uñas están naranjas y frescas, como de hortelano.

 
 
David Glez. Alonso Gracián

 

FLORILEGIO DE AVISOS, I: la gran riada