Actualizaciones en bioética 2012
Llevo tiempo sin escribir artículos de bioética. Los últimos meses han sido poco productivos en novedades científicas o legislativas. Ello no significa que no hubiese actualidad sobre estos temas.
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Un debate sobre el fin de la vida en Estrasburgo
A mediados de septiembre de 2012 tuvo lugar en la universidad de Estrasburgo un debate público sobre “el fin de la vida”, organizado por el grupo de reflexión del profesor Didier Sicard, ex-presidente del Comité Nacional de Ética francés. Según informaba el diario Le Monde el encuentro pretendía dar voz a tanto a expertos como a personas con relación directa a propósito de la terminación de la vida. Es interesante constatar como entre las muchas intervenciones, aquellas que destacaban los reparos éticos de la eutanasia fueron muy numerosas.
Una doctora especialista en cuidados paliativos manifestó: “mi trabajo consiste en reducir el dolor físico. Plantear un acto de muerte después de poner toda mi energía en aliviar o salvar una vida me parece incompatible con la medicina”. La misma médico describe la eutanasia activa (mejor dicho, suicidio asistido) practicada en una paciente tetrapléjica con enfermedad de Charcot a petición suya. Cuando un médico le puso un sedante y le desconectó el respirador artificial, “este gesto fue para nosotros de una violencia sin precedentes”. Los profundos dilemas éticos que para el personal sanitario supone la eutanasia tienen su faceta más dramática en la constatación de la verdadera naturaleza de las peticiones para morir. Así lo manifestaba una enfermera: “las solicitudes de eutanasia significan que el paciente quiere que se ponga fin a su situación de dolor, en vez de realmente querer morir”. Es decir, para lo que nacieron las unidades de cuidados paliativos, para acompañar en el bien morir, no para precipitar el fin de la vida.
Algunos relatos de personas que participaron en este debate tenían tintes (si se piensa detenidamente) espeluznantes. Una mujer contó como su padre, cuando enviudó a los 85 años, tuvo una depresión grave con ideaciones de muerte. A esa edad, y con las enfermedades crónicas propias del anciano, un comentario suyo en ese sentido (“ya no quiero vivir así”) podría haber supuesto su condena. Así lo resumía su hija: “Ahora tiene 87 años y está en buena forma [recuperado de su depresión]. Afortunadamente no se encontraba en un hospital en el que le hubiesen propuesto un acto final”.
Como bien comenta otro participante “no podemos decir que una persona es libre cuando está sometida a gran sufrimiento mental”. Precisamente ese es el quid del razonamiento provida: aquel que sufre intensamente (física, psicológica o, porqué no decirlo, espiritualmente) no tiene auténtica plena posesión de sus facultades cuando solicita la muerte; es más que probable que lo que busque sea una salida para dejar de sufrir. Labor de todos (no sólo médicos) es aliviar ese sufrimiento. Tarea dura y sacrificada, pero las más de las veces gratificante. Y mucho más noble que dar la espalda socialmente al que sufre. Cuando se logra ese objetivo, las peticiones de eutanasia descienden espectacularmente. Una legislación proeutanasia obvia esa posibilidad, condena a la muerte a personas que sólo necesitaban ayuda.
Eso sin contar con aquellos casos en los que pueda haber desacierto diagnóstico o evoluciones clínicas fuera de lo normal. No por ser excepcionales, se deben olvidar, pues apoyan el aserto de in dubio pro reo que la mentalidad eutanasista contemporánea ha marginado. “El cuerpo cobija misterios. He visto cosas increíbles”- quien habla es un médico especialista en reanimación- “un paciente con un riñón artificial, deterioro pulmonar y hepático, y dosis brutales de medicamentos… de repente comienza a mejorar”. Concluye con estas palabras que son toda una sentencia: “no quiero pasar a la provocación de la muerte. No me corresponde hacerlo”.
En España un debate abierto en este sentido a propósito de la eutanasia está inédito; se considera un tema tabú. Las pocas voces que se escuchan en los medios generalistas son las que repiten extravagancias eutanasistas de personajes como el tristemente célebre doctor Montes.
Nuestra experiencia nacional tiende hacia la legalización de la privación brutal de comida y agua a una anciana hasta su muerte, ante el alborozo de los medios de comunicación modernistas de nuestro país, como comenté en un artículo del año pasado.
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Las reflexiones científicas en torno a la eugenesia que viene
Fue en junio de 2012 cuando un equipo de la Universidad del estado de Washington (radicada en Seattle) anunció que en 5 años se dispondría de una técnica que permitiría la secuenciación completa del genoma del feto en desarrollo en el primer trimestre (Sciencie Transational Medicine, vol 4, p 137). Esta técnica se basa en un hallazgo relativamente reciente: la presencia de células del feto en la circulación de su madre.
Estudiando estas células por medio de un simple análisis de sangre rutinario se puede detectar la presencia de enfermedades genéticas en el niño, evitando la amniocentesis y el riesgo de aborto involuntario que conlleva (calculado en un 2% incluso realizando la prueba correctamente). Asimismo, se cree que podrá predecir hasta 100 veces más anomalías genéticas que las pruebas actuales.
La revista New Scientist dedicó un par de meses después una profunda reflexión sobre el camino que ha tomado desde hace tiempo el diagnóstico prenatal, y que esta técnica no ha hecho sino actualizar. Nada sospechoso de motivaciones religiosas, el editorialista se pregunta qué beneficios puede traer esta prueba diagnóstica perfeccionada.
Las dudas principales son dos, y no se escapan al observador. Primera, el aumento de detección de enfermedades congénitas no va destinado a un tratamiento más precoz, sino mayoritariamente a invitar a los padres a eliminar a su hijo antes de que nazca. Y en ello radica la objeción moral a ciertos avances científicos: no a la innovación en sí, sino a su uso. Si conocemos que el desarrollo de un nuevo elemento nuclear sólo puede tener aplicación práctica en armamento, criticar su desarrollo no es “ir contra el progreso”, sino anteponer la moral a la técnica. Segundo, existe una dificultad puramente diagnóstica: las nuevas pruebas no van a detectar más enfermedades reales del feto, sino la presencia de genes favorecedores de la aparición de esas enfermedades. Es decir, pasamos del mundo de la patología al de la probabilidad. Así lo reconoce el editorialista: “un análisis completo del genoma detectaría muchos más problemas, e introduciría más incertidumbre, porque esa cartografía sólo predice la posibilidad de la enfermedad. Y no todas las anomalías genéticas se expresan.” Ya no hablamos de medicina, sino de colaboración técnica al exterminio de los imperfectos.
Para que el lector lo entienda, abortar a un feto porque tenga mayores probabilidades de presentar un cáncer en la edad adulta equivale a matar a los fumadores crónicos por tener un hábito que aumenta el riesgo de padecer diversos tipos de cáncer. Con la diferencia ética obvia de la inocencia del primero y la voluntariedad de los segundos.
Continúa el editorial “¿cuándo una anomalía genética es una enfermedad? Se pensaba que los varones con el cromosoma XYY [Trisomía XYY, llamada coloquialmente “superhombre”] tenían alto riesgo de comportamiento violento, y se han abortado muchos fetos XYY. Pero la investigación ha mostrado ahora que los XYY son esencialmente normales [en su comportamiento].”
La propia revista reconoce que el asesinato de no natos, comenzando con pretextos extremos de toda laya (anencefalias, malformaciones múltiples e incompatibles con la vida), ha devenido en un asesinato indiscriminado de niños con sospecha de “no perfección” (sin contar, por supuesto, con aquellos asesinados sin una razón presuntamente médica, que son mayoría).
La reflexión final del New Scientist es demoledora, porque demuestra que más allá de la barbarie moral del asesinato de inocentes, la insistencia modernista en anteponer la voluntad de la madre sobre su embarazo a cualquier otro bien superior engendra muchísimos más dilemas éticos.
“Antes de utilizar este tipo de pruebas habría que preguntarse: ¿qué podemos hacer con la información? Si el aborto no es una opción, esa información es inútil. Si alguien se lo plantea, surgen nuevos problemas: ¿qué trastornos los justifican? Los niños con Tay-Sachs o Canavan entran en una vía inexorable. No tienen curación. Pero ¿qué pasa con los genes que conllevan mayor riesgo de Alzheimer, cáncer de próstata o Huntington? ¿Quién tiene derecho a la información genética de un niño? Si se descubre su predisposición al Huntington, ¿decide él o sus padres? ¿Deben los padres informar al resto de familiares que pueden compartir el riesgo? ¿Debería haber normas que obliguen a un médico o a los padres a alertar a los hermanos que podrían albergar el gen? La secuenciación del genoma del feto está aun a años de distancia, pero sería bueno debatir estos asuntos antes de que llegue.”
El editorialista de New Scientist está algo obsoleto, cuando cree que puede haber debate sobre el derecho a la información de su propia salud del niño. Todas las leyes occidentales han establecido (como en España), o tienden a ello, que la vida del feto es propiedad de sus padres (más propiamente de su madre), hasta algún momento de la gestación, variable según códigos, y con o sin algunos condicionantes (fácilmente sorteables, por otra parte). Precisamente la presencia de “enfermedades graves” (un término tan indefinido que en él cabe prácticamente cualquier patología genética) es una eximente en todos los códigos que permiten el aborto legal.
Toda la filosofía de la muerte que tiende a otorgar el poder de la vida al fuerte sobre el débil (en este caso al adulto sobre su hijo) lleva desde hace años una carrera desbocada hacia la selección eugenésica más disparatada. Con la complicidad de los medios de formación de opinión de masas, los gobiernos y las legislaciones. Las reflexiones de la revista estadounidense llegan tarde; ya hace mucho que estamos abocados al uso de cualquier información genómica para justificar el asesinato de un hijo por su madre a su voluntad y la selección poblacional. No hay nada de científico en ello, y mucho menos de progreso, sino más bien de retroceso; volvemos al Monte Taigeto.
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Algunas noticias positivas
Me gustaría terminar este artículo con noticias esperanzadoras, y también alguna sonrisa. La revista Nature ha publicado el trabajo de un equipo de investigadores del Centro Hospitalario Infantil de Cincinnati, en Ohio (Nature; DOI: 10.1038/nature11462) demostrando que durante una gestación, las células T reguladoras que la madre genera frente a los antígenos paternos que expresan las células del feto, y que se ocupan de evitar el rechazo del mismo como un agresor, persisten después del parto. Estos linfocitos T recuerdan y reconocen los antígenos fetales en ulteriores embarazos, disminuyendo importantemente las gestaciones fracasadas (tal vez de ahí provenga que los abortos espontáneos sean más frecuentes antes del primer embarazo exitoso). Pero no sólo cumplen esa función, sino que también ayudan a la madre a rechazar con mayor eficacia las infecciones y a evitar enfermedades autoinmunes (el mecanismo que las provoca, y que los linfocitos T reguladores modulan, es muy similar al del rechazo fetal). Los investigadores creen que a partir del estudio de estos linfocitos se podrían desarrollar en el futuro vacunas contra ciertas infecciones, así como mejorar la tolerancia de la mujer a la gestación. Se demuestra nuevamente que el embarazo conlleva beneficios para la salud de la mujer.
Por último, un par de notas científicas con derivadas jocosas. Chan y Nelson, del centro de investigación en Cáncer Fred Hutchinson han publicado un nuevo avance en la ya conocida presencia de tejido fetal en la madre. Concretamente, han aislado ADN masculino en el cerebro de una mujer gestante, proveniente del torrente sanguíneo de su hijo. Científicamente hablando, se trata de la primera demostración de que el tejido fetal puede atravesar la barrera hematoencefálica (que separa la microcirculación cerebral del resto del organismo). No faltará quién piense que la presencia de ADN masculino en su cerebro explica el cambio de carácter que se produce en algunas mujeres después de ser madres.
Y para consolarnos, diremos que un estudio de Pignatelli (Universidad de Roma) ha demostrado que el consumo de chocolate negro inhibe la función plaquetaria reduciendo el estrés oxidativo. Es decir, retrasa el envejecimiento. Eso sí, según un estudio en ratas del departamento de Biopsicología de la Universidad de Ann Arbor, Michigan, el consumo de chocolate estimula la liberación de endorfinas, un tipo de opio natural, los que explicaría que la adicción que padecemos los consumidores de chocolate sea en mucho similar a la de los drogadictos.
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Acude a las concentraciones por la vida el día de los Inocentes
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2 comentarios
Gracias por su dedicación.
Paz y Bien.
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LA
gracias a usted.
Paz y Bien
-A tenor de la eutanasia y respecto aquí hacia aquel, de quien encontrándose en situación terminal , científicamente, no se espera otro fin mejor que el morir:
-¿Qué se entiende; qué es mejor mejor paliativo para el bien morir del paciente que se encuentre en esta situación de eutanasia:?
-¿Es mejor paliativo intentar convencer al paciente, para que éste consciente de su situación terminal, pueda dar gracias a Dios porque, al fin, le haya llegado el momento de su jubilación contra las penas de este mundo?
-¿O es mejor, ilusoriamente, prolongar el terminal de este paliativo de la vida del paciente, semi o total, vegetativamente hasta que ésta se dé por vencida?
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LA
Bueno, la eutanasia no es "una situación", sino un modo no natural de acabar con la vida. Las diferencias entre eutanasia pasiva y activa, entre términos de encarnizamiento terapéutico y medidas extraordinarias... es un tema ya muy trillado, y perfectamente explicado por los diversos documentos magisteriales (sobre todo la declaración Iura et Bona). Hice un resumen en este artículo.
En conjunto se debe procurar que la muerte de la persona llegue en el momento natural a la luz de los conocimientos médicos actuales, evitando tanto acortar la duración de la vida como prolongarla inútilmente cuando no hay expectativas razonables de curación de una enfermedad.
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