Sólo por el Bautismo somos Hijos de Dios

El Cardenal Burke publicó un artículo en la Brújula Cotidiana [1] el pasado 16 de febrero, en el que señalaba lo siguiente:

“Una manifestación alarmante de la actual cultura de la mentira y la confusión en la Iglesia es la confusión sobre la propia naturaleza de la Iglesia y su relación con el mundo. Hoy escuchamos cada vez más a menudo que todos los hombres son hijos de Dios y que los católicos tienen que relacionarse con las personas de otras religiones y de ninguna religión como si fueran hijos de Dios. Ésta es una mentira fundamental y fuente de una de las confusiones más graves.

Todos los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero desde la caída de nuestros primeros padres, con la consiguiente herencia del pecado original, los hombres sólo pueden llegar a ser hijos de Dios en Jesucristo, Dios Hijo, a quien Dios Padre envió al mundo para que los hombres volvieran a ser sus hijos por medio de la fe y el Bautismo. Sólo a través del sacramento del Bautismo nos convertimos en hijos de Dios, en hijos adoptivos de Dios en su Hijo unigénito. En nuestras relaciones con las personas de otras religiones o sin religión ninguna debemos mostrarles el respeto que merecen quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero, al mismo tiempo, debemos dar testimonio de la verdad del pecado original y de la justificación por el Bautismo. De lo contrario, la misión de Cristo, su encarnación redentora y la continuación de su misión en la Iglesia carecen de sentido.

No es cierto que Dios quiera una pluralidad de religiones. Envió a su único Hijo al mundo para salvar al mundo. Jesucristo, Dios Hijo Encarnado, es el único Salvador del mundo. En nuestras relaciones con los demás, debemos dar siempre testimonio de la verdad sobre Cristo y la Iglesia, para que los que siguen una religión falsa o no tienen religión alguna reciban el don de la fe y busquen el Sacramento del Bautismo.

(Los subrayados son míos).

Algo muy grave está pasando en la Iglesia cuando a uno le reconforta tanto que un pastor cumpla con su obligación de confirmar en la fe a su grey; cuando alguien dice lo que hay que decir: lo evidente. 

A mí me consuela y me confirma que lo que yo mismo he escrito repetidas veces no iba desencaminado:

Non possumus (7 de febrero de 2021)

Hoy en día se está extendiendo un error respecto a la noción de la fraternidaduna fraternidad que se sitúa por encima de todas las filosofías y de todas las religiones, fundada en la simple noción de humanidad, englobando así en un mismo amor y en una igual tolerancia a todos los hombres con todas sus miserias, tanto intelectuales y morales como físicas y temporales.

La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral, no menos que en el celo por su bienestar material. Esta misma doctrina católica nos enseña también que la fuente del amor al prójimo se halla en el amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que aliviar a un desgraciado es hacer un bien al mismo Jesucristo.

No hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe y a la misma felicidad del cielo.

 

El Reseteo Global y el Nuevo Paradigma (26 de noviembre de 2020)

Cuando todos vivamos unidos a Cristo, cuando todos formemos parte del Cuerpo Místico de Nuestro Señor; cuando todos seamos hechos hijos adoptivos de Dios Padre por el bautismo, hijos en el Hijo: entonces seremos todos verdaderamente hermanos. Hasta entonces, quienes viven en pecado mortal, quienes no obedecen la Ley de Dios, en lo que pueden ser hermanos es en el pecado, en la oscuridad, en las tinieblas, en la esclavitud del Príncipe de la Mentira. Ese es el grave error de quienes predican falsas fraternidades: que se olvidan del pecado y de la necesidad de redención de ese pecado. Y el único Redentor es Cristo. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos, 4, 12).

Pero no son hermanos… (11 de octubre de 2020)

Según San Pablo, hermanos somos los miembros de la Iglesia, todos aquellos que formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo. Los de fuera no son nuestros hermanos: a ellos los juzgará Dios. Y a los de dentro, a los que llamándose hermanos son impuros, borrachos, idólatras, ultrajadores o ladrones, San Pablo nos exhorta vehementemente a que los arrojemos lejos de nosotros.

No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre.

Dice el Señor:

 ¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. (Mateo 12, 49-50)

Los hijos de Dios somos los bautizados. Los que hemos sido revestidos de Cristo y hemos nacido de nuevo por el agua y del Espíritu. Esos son mis hermanos: los que quieren cumplir la voluntad de Dios, los siervos del Señor. Un asesino y un mártir se parecen: ambos son seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. Pero no son iguales: no son hermanos. Uno ha cometido un pecado mortal muy grave y se irá al infierno, si no se conviete a tiempo; y el otro es un santo que ha llegado a la gloria celestial al derramar su sangre por Cristo.

Contra el Comunismo (4 de octubre de 2020)

Un pseudo-ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad aderezado por un misticismo falso: he ahí una definición certera del comunismo. Es todo mentira. Es una doctrina engañosa que atrae y engatusa ofreciendo una falsa redención puramente inmanente. Para ellos, no hay vida eterna, no hay más Salvador que Lenin, Xi Jinping o el Coletas. Ellos acabarán con todos los males que nos afligen y nos traerán la felicidad comunista a esta tierra, a este mundo.

No hay otro Salvador que Nuestro Señor Jesucristo. “Que venga a nosotros su Reino". La verdadera fraternidad es la de los Hijos de Dios, miembros de Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Nuestro único Rey es Cristo: suyo es el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Y ante el Nombre del Señor, toda rodilla se ha de doblar en el Cielo, en la Tierra y en el Abismo y toda lengua ha de proclamar que Cristo es el Señor para Gloria de Dios Padre.

Diferencias Religiosas, Ecumenismo, Fraternidad Universal… (23 de enero de 2020)

Yo voy a decir varias cosas con claridad: 

1.- La única religión verdadera es la católica. No hay salvación fuera de la Iglesia Católica (Este es un dogma y los dogmas se pueden profundizar pero no cambiar su sentido: no evolucionan ni se derogan). No hay otro Salvador que Jesucristo. 
2.- No todas las religiones son iguales ni todas conducen a la salvación. No da igual una religión que otra. 
3.- El único ecumenismo posible es la conversión de todos los  herejes a la única fe verdadera que es la que proclama la Santa Iglesia Católica. No caben transacciones, consensos ni negociaciones entre la verdad y el error.
4.- Todas las religiones, todos los pueblos, todas las naciones deben subordinarse a la soberanía de Cristo Rey: de ahí surgirá la verdadera fraternidad. Pío XI lo dejaba claro en Quadragesimo Anno:

Así, pues, la verdadera unión de todo en orden al bien común único podrá lograrse sólo cuando las partes de la sociedad se sientan miembros de una misma familia e hijos todos de un mismo Padre celestial, y todavía más, un mismo cuerpo en Cristo, siendo todos miembros los unos de los otros (Rom 12,5), de modo que, si un miembro padece, todos padecen con él (1Cor 12,26).

¿Son iguales todas las religiones? (11 de noviembre de 2019)

No. Solo hay una religión verdadera porque solo hay un Salvador: Jesucristo. No hay salvación fuera de la Iglesia. Confesamos un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo.

Quienes predican la teoría perversa de que todas las religiones son iguales son unos impíos.

Los católicos creemos en la Santísima Trinidad y creemos que Jesús es el Verbo Encarnado, el Hijo de Dios, el Mesías. Musulmanes y judíos no creen en Jesucristo ni en la Santísima Trinidad. Luego, ¿creemos en el mismo Dios?

Este párrafo del Documento de Abu Dabi, ¿es aceptable?:

“La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.”

No hay salvación fuera de la Iglesia (6 de julio de 2019)

Dice Jesús:

“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.”
Marcos 16

Creo que esto queda claro. La Iglesia – los apóstoles – deben proclamar el Evangelio a toda la creación. Y deben bautizar a los que crean. El que cree y se bautiza se salva. Y el que no crea, se condenará. O sea que nuestra salvación depende de la aceptación de la verdad del Evangelio y del bautismo.

El bautismo es el sacramento que nos incorpora al Cuerpo Místico de Cristo: a la Iglesia. Por el bautismo nos convertimos en hijos adoptivos de Dios y el Señor siembra en nosotros la semilla de la fe. Por el bautismo somos hombres nuevos, libres del pecado original, aunque no de sus consecuencias (la concupiscencia de nuestra naturaleza herida que nos inclina al mal). El bautismo nos da la gracia santificante.

¿Pero no somos todos “hijos de Dios”? No. Somos todos criaturas de Dios; es decir, todos somos creados por Dios a su imagen y semejanza. Pero el pecado original nos apartó de Dios, nos enemistó con el Creador. Porque el pecado original es creernos que nosotros somos Dios, que nosotros podemos desobedecer a Dios y despreciar sus mandamientos. El pecado original consiste en autodeterminarnos de Dios, en apartarnos de Él y decidir hacer lo que nos dé la gana, al margen de Dios o directamente contra Dios. Yo puedo decidir libremente mentir, ser infiel a mi esposa y repudiarla, asesinar, blasfemar, robar… Por el pecado original entra en el mundo el mal, la corrupción, el dolor, el sufrimiento y la muerte. La soberbia y el orgullo del hombre que decide contravenir los mandamientos de Dios son el origen de todos los males. Quiero hacer mi voluntad y no estoy dispuesto a obedecer a Dios: “non serviam”. El pecado nos convierte en esclavos de Satanás y en enemigos de Dios.

El concepto de pecado original es fundamental en la antropología cristiana. Si prescindimos de él, caemos fácilmente en la falacia rousseauniana que predica que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien lo pervierte. De ahí vienen la teoría del buen salvaje, Tarzán, El Libro de la Selva, etc., etc. Y, efectivamente, el hombre fue creado bueno. Pero el pecado original ha dañado la naturaleza humana y nos inclina al mal. Por eso San Pablo dice:

No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero: eso es lo que hago. Y si lo que no quiero, eso es lo que hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que hay en mí. Quiero hacer el bien, y me encuentro haciendo el mal.”
Romanos 7

Ese es el efecto del pecado original en nuestra naturaleza humana: hago el mal que no quiero y no el bien que quiero. Lo dice el Catecismo:

407 La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña “la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo” (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.

No echemos la culpa a Dios o a “la sociedad” de nuestros males, de nuestros sufrimientos, del dolor, de la enfermedad, de la muerte… La culpa es nuestra: no de Dios. Dios quiere que el hombre viva. Dios ama al ser humano. Dios ama a cada una de sus criaturas, porque somos obra de sus manos. Pero Dios aborrece el pecado y la muerte es su consecuencia. Dios aborrece el egoísmo, aborrece los vicios, aborrece la mentira, aborrece la muerte. Porque Dios es la Verdad, es la Vida, es el Amor.

Y Dios quiere que todos nos salvemos y vivamos en plenitud. Por eso, llegada la plenitud de los tiempos, Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros; igual que nosotros en todo, menos en el pecado. Dios se hace hombre para salvarnos del pecado y de la muerte. No vino a cambiar los Mandamientos, sino a llevarlos a plenitud. Cristo no cambia la ley de Dios, sino que nos enseña a guardarla y nos da su gracia para que seamos capaces de cumplirla. El Verbo se hace hombre, como uno de nosotros, en la persona de Jesús de Nazaret. Dios quiere liberarnos de la esclavitud del pecado, quiere librarnos del mal y de la muerte, a los que estábamos sometidos por el pecado original de nuestros primeros padres.

En la Antigua Alianza, el signo de la liberación era el sacrificio de animales, que el sacerdote sacrificaba en el Templo, para pedir perdón por nuestros pecados. En la Pascua, los judíos sacrificaban el cordero como signo de ese Dios que pasa y libera al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto.

Ahora, Cristo es el Cordero de Dios que se sacrifica para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte. A partir de la cruz, ya no tiene sentido que sacrifiquemos animales. Él es el Cordero. Y Cristo entrega su Cuerpo y derrama su preciosísima Sangre para que nosotros podamos salvarnos y liberarnos de la esclavitud del pecado. ¡Dios mismo muere de amor por nosotros! Cristo muere y resucita. Y sube al cielo. Pero se queda sacramentalmente con los suyos en la Santa Misa. El mismo sacrificio de la cruz se actualiza de manera incruenta en cada Eucaristía. Y su cuerpo y su sangre se nos da como alimento para la vida eterna. Por eso, la Misa es el cielo en la tierra. Pero para poder unirnos a Cristo, para poder vivir unidos a Él, para ser suyos, tenemos que tratar de vivir con coherencia. Para poder comulgar, tenemos que estar en gracia de Dios. No se puede comulgar en pecado mortal.

La gracia santificante que Dios nos da en el bautismo la perdemos cuando cometemos un pecado mortal; es decir, cada vez que incumplimos sus mandamientos. Cada vez que, en lugar de vivir según el mandamiento del amor, caemos en el egoísmo, en la mentira; cada vez que robamos, que matamos, que incumplimos nuestro juramento de fidelidad a nuestras esposas o esposos… El pecado es no amar. El pecado es traicionar a Dios – incumpliendo sus mandamientos – y a los hermanos – cuando en lugar de amarlos y servirlos, queremos que sean nuestros siervos, queremos aprovecharnos de ellos, utilizarlos como objetos para proporcionarnos placer a nosotros mismos…

Y la única manera de recuperar la gracia santificante es la confesión sacramental: arrodillarse ante el Señor, llorar a sus pies, arrepentidos para implorar su perdón y su gracia para no volver a pecar.


Sirva este post de recopilación y de recordatorio. O de catequesis para que conozcamos la verdadera doctrina de la Iglesia. 

Este tiempo de cuaresma es tiempo de conversión y penitencia. Que el Señor nos conceda la gracia de la santidad.


Vistos los comentarios, creo oportuno añadir un último apartado: la Declaración que varios obispos y cardenales realizaron recientemente contra los errores más comunes de la vida de la Iglesia en nuestro tiempo, que suscribo de principio a fin. 

Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo

«La Iglesia del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad» (1Tim 3,15)

Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo

Fundamentos de la Fe

El significado correcto de las expresiones ” tradición viva", “magisterio vivo", “hermenéutica de continuidad” y ” desarrollo de la doctrina” implica que cualquier nueva profundización que se haga sobre el depósito de la fe, no puede ser contraria  a lo que la Iglesia siempre  ha propuesto en el mismo dogma, en  el mismo sentido y en el mismo significado. (cf. Concilio Vaticano I, Dei Filius, sess. 3, c. 4: «in eodem dogmate, eodem sensu, eademque sententia»).


«El significado mismo de las fórmulas dogmáticas es siempre verdadero y coherente consigo mismo dentro de la Iglesia, aunque pueda ser aclarado más y mejor comprendido. Es necesario, por tanto, que los fieles rehúyan la opinión según la cual en principio las fórmulas dogmáticas (o algún tipo de ellas) no pueden manifestar la verdad de modo concreto, sino solamente aproximaciones mudables que la deforman o alteran de algún modo; y que las mismas fórmulas, además, manifiestan solamente de manera indefinida la verdad, la cual debe ser continuamente buscada a través de aquellas aproximaciones.» Así pues, «los que piensan así no escapan al relativismo teológico y falsean el concepto de infalibilidad de la Iglesia que se refiere a la verdad que hay que enseñar y mantener explícitamente» (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre la doctrina católica acerca de la Iglesia para defenderla de algunos errores actuales, 5).

Credo

«El reino de Dios, que ha tenido en la Iglesia de Cristo sus comienzos aquí en la tierra, no es de este mundo (cf. Jn 18,36), cuya figura pasa (cf. 1Cor 7,31), y también que sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres. Pero con el mismo amor es impulsada la Iglesia para interesarse continuamente también por el verdadero bien temporal de los hombres. (…) Por lo cual, la gran solicitud con que la Iglesia, Esposa de Cristo, sigue de cerca las necesidades de los hombres, es decir, sus alegrías y esperanzas, dolores y trabajos, no es otra cosa sino el deseo que la impele vehementemente a estar presente a ellos, ciertamente con la voluntad de iluminar a los hombres con la luz de Cristo, y de congregar y unir a todos en Aquel que es su único Salvador. Pero jamás debe interpretarse esta solicitud como si la Iglesia se acomodase a las cosas de este mundo o disminuyese el ardor con que ella espera a su Señor y el reino eterno.» (Pablo VI, Constitución apostólica Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 27). Es, por tanto, erróneo afirmar que lo que más glorifica a Dios es el progreso de las condiciones terrenas y temporales de la especie humana.


Después de la institución de la Nueva y Eterna Alianza en Cristo Jesús, nadie puede salvarse obedeciendo solamente la ley de Moisés, sin fe en Cristo como Dios verdadero y único Salvador de la humanidad (cf. Rm 3,28; Gal 2,16).


Ni los musulmanes ni otros que no tengan fe en Jesucristo, Dios y hombre, aunque sean monoteístas, pueden rendir a Dios el mismo culto de adoración que los cristianos; es decir, adoración sobrenatural en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,24; Ef 2,8) por parte de quienes han recibido Espíritu de filiación (cf. Rm 8,15).


Las religiones y formas de espiritualidad que promueven alguna forma de idolatría o panteísmo no pueden considerarse semillas ni frutos del Verbo puesto que son imposturas que impiden la evangelización y la eterna salvación de sus seguidores, como enseñan las Sagradas Escrituras: «El dios de este siglo ha cegado los entendimientos a fin de que no resplandezca para ellos la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2Cor 4,4).


El verdadero ecumenismo tiene por objetivo que los no católicos se integren a la unidad que la Iglesia Católica posee de modo inquebrantable en virtud de la oración de Cristo, siempre escuchada por el Padre: «para que sean uno» (Jn 17,11), la unidad, la cual profesa la Iglesia en el Símbolo de la Fe: «Creo en la Iglesia una». Por consiguiente, el ecumenismo no puede tener como finalidad legítima la fundación de una Iglesia que aún no existe.


El Infierno existe, y quienes están condenados a él a causa de algún pecado mortal del que no se arrepintieron son castigados allí por la justicia divina (cf. Mt 25,46). Conforme a la enseñanza de la Sagrada Escritura, no sólo se condenan por la eternidad los ángeles caídos sino también las almas humanas (cf. 2Tes 1,9; 2Pe 3,7). Es más, los humanos condenados por la eternidad no serán exterminados, porque según la enseñanza infalible de la Iglesia sus almas son inmortales (cf. V Concilio de Letrán, sesión 8.)


La religión nacida de la fe en Jesucristo, Hijo encarnado de Dios y único Salvador de la humanidad, es la única religión positivamente querida por Dios. Por tanto, es errónea la opinión según la cual del mismo modo que Dios ha querido que haya diversidad de sexos y de naciones, quiere también que haya diversidad de religiones.


«Nuestra religión [la cristiana] instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras religiones no lograron establecer, por más que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo» (Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 53).


El don del libre albedrío con que Dios Creador dotó a la persona humana, concede al hombre el derecho natural de elegir únicamente el bien y lo verdadero. Ningún ser humano tiene, por tanto, el derecho natural a ofender a Dios escogiendo el mal moral del pecado o el error religioso de la idolatría, de la blasfemia o una falsa religión.


La Ley de Dios


Mediante la gracia de Dios, la persona justificada posee la fortaleza necesaria para cumplir las exigencias objetivas de la ley divina, dado que para los justificados es posible cumplir todos los mandamientos de Dios. Cuando la gracia de Dios justifica al pecador, por su propia naturaleza da lugar a la conversión de todo pecado grave (cf. Concilio de Trento, sesión 6, Decreto sobre la justificación, cap. 11 y 13).


«Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos, declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios, Creador y Señor. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables de la observancia de los mandamientos de la Alianza, renovada en la sangre de Jesucristo y en el don del Espíritu Santo» (Juan Pablo II, encíclica Vertitatis splendor, 76). De acuerdo con la enseñanza de la misma encíclica, es errónea la opinión de quienes «creen poder justificar, como moralmente buenas, elecciones deliberadas de comportamientos contrarios a los mandamientos de la ley divina y natural». Por ello, «estas teorías no pueden apelar a la tradición moral católica» (íbid.).


Todos los mandamientos de la Ley de Dios son igualmente justos y misericordiosos. Es, por tanto, errónea la opinión de que obedeciendo un mandamiento divino – como, por ejemplo, el sexto mandamiento que prohibe cometer adulterio - una persona puede, en razón de esa misma obediencia, pecar contra Dios, perjudicarse a sí misma moralmente o pecar contra otros.


“Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia” (Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62). La divina revelación y la ley natural contienen principios morales que incluyen prohibiciones negativas que vedan terminantemente ciertas acciones, por cuanto dichas acciones son siempre gravemente ilegítimas por razón de su objeto. De ahí que sea errónea la opinión de que una buena intención o una buena consecuencia, pueden ser suficientes para justificar la comisión de tales acciones (cf. Concilio de Trento, sesión 6, de iustificatione, c. 15; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Reconciliatio et Paenitentia, 17; Encíclica Veritatis splendor, 80).


La ley natural y la Ley Divina prohíben a la mujer que ha concebido a un niño matar la vida que porta en su seno, ya sea que lo haga ella misma o con ayuda de otros, directa o indirectamente (cf. Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 62).


Las técnicas de reproducción fuera del seno materno «son moralmente inaceptables desde el momento en que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 14).


Ningún ser humano puede estar jamás moralmente justificado, ni se le puede permitir desde el punto de vista moral, quitarse la vida o hacérsela quitar por otros con el fin de escapar el sufrimiento. «La eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 65).


Por mandato divino y por la ley natural, el matrimonio es la unión indisoluble de un hombre y una mujer, ordenada por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole y al amor mutuo (cf. Gn 2,24; Mc 10,7-9; Ef 5,31-32). “Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 48)


Según el derecho natural y el divino, todo ser humano que hace uso voluntario de sus facultades sexuales fuera del matrimonio legítimo peca. Por tanto, es contrario a las Sagradas Escrituras y a la Tradición afirmar que la conciencia es capaz de determinar legítimamente y con acierto que los actos sexuales entre personas que han contraído matrimonio civil pueden en algunos casos considerarse moralmente correctos o hasta ser pedidos e incluso ordenados por Dios, aunque una de ellas o las dos estén casadas sacramentalmente con otra persona (cf. 1Cor 7, 11; Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 84).


La ley natural y Divina prohibe “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.” (Pablo VI, encíclica Humanae vitae, 14).


Todo marido o esposa que se haya divorciado del cónyuge con quien estaba válidamente casado y contraiga después matrimonio civil con otra persona mientras aún vive su cónyuge legítimo, conviviendo maritalmente con su pareja civil, y que opte por vivir en ese estado con pleno conocimiento de la naturaleza de este acto y pleno consentimiento de la voluntad a este acto, está en pecado mortal y no puede por tanto recibir la gracia santificante ni crecer en la caridad. Por consiguiente, a no ser que tales cristianos convivan como hermano y hermana, no pueden recibir la Sagrada Comunión (cf. Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, 84).


Dos personas del mismo sexo pecan gravemente cuando se procuran placer venéreo mutuo (cf. Lev 18,22; 20,13; Rm 1,24-28; 1Cor 6,9-10; 1Tim 1,10; Jds 7). Los actos homosexuales “no pueden recibir aprobación en ningún caso” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2357). Así pues, es contraria a la ley natural y a la Divina Revelación la opinión que sostiene que del mismo modo que Dios el Creador ha dado a algunos seres humanos la inclinación natural a sentir deseo sexual hacia las personas del otro sexo, así también el Creador ha dado a otros la inclinación a desear sexualmente a personas del mismo sexo, y que es la voluntad del Criador que en determinadas circunstancias esa tendencia se lleve a efecto.


Ni las leyes de los hombres ni ninguna autoridad humana pueden otorgar a dos personas del mismo sexo el derecho a casarse, ni declararlas casadas, ya que ello es contrario al derecho natural y a la ley de Dios. “En el designio del Creador complementariedad de los sexos y fecundidad pertenecen, por lo tanto, a la naturaleza misma de la institución del matrimonio” (Congregación para la doctrina de la fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuals, 3 de junio de 2003, 3).


Aquellas uniones que reciben el nombre de matrimonio sin corresponder a la  realidad del mismo, no pueden obtener la bendición de la Iglesia, por ser contrarias al derecho natural y divino.
Las autoridades civiles no pueden reconocer uniones civiles o legales entre dos personas del mismo sexo que claramente imitan la unión matrimonial, aunque dichas uniones no reciban el nombre de matrimonio, porque fomentarían pecados graves entre sus integrantes y serían motivo de grave escándalo (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, 3 de junio de 2003).


Los sexos masculino y femenino, hombre y mujer, son realidades biológicas, creadas por la sabia voluntad de Dios (cf. Gn 1, 27; Catecismo de la Iglesia Católica, 369). Es, por tanto, una rebelión contra la ley natural y Divina y un pecado grave que un hombre intente convertirse en mujer mutilándose, o que simplemente se declare mujer, o que del mismo modo una mujer trate de convertirse en hombre, o bien afirmar que las autoridades civiles tengan el deber o el derecho de proceder como si tales cosas fuesen o pudieran ser posibles y legítimas (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2297).


De conformidad con las Sagradas Escrituras y con la constante Tradición del Magisterio ordinario y universal, la Iglesia no erró al enseñar que las autoridades civiles pueden aplicar legítimamente la pena capital a los malhechores cuando sea verdaderamente necesario para preservar la existencia o mantener el orden justo en la sociedad (cf. Gn 9,6; Jn 19,11; Rm 13,1-7; Inocencio III, Professio fidei Waldensibus praescriptaCatecismo Romano del Concilio de Trento, p. III, 5, n. 4; Pio XII, Discurso a los juristas Católicos, 5 de diciembre de 1954).


Toda autoridad en la Tierra y en el Cielo pertenece a Jesucristo; de ahí que las sociedades civiles y cualquier otra asociación de hombres esté sujeta a su realeza, por lo que «el deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2105; cf. Pio XI, Encíclica Quas primas, 18-19; 32).


Los sacramentos


En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía tiene lugar una maravillosa transformación de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su Sangre, transformación que la Iglesia Católica llama muy apropiadamente transubstanciación (cf. IV Concilio de Letrán, cap.1; Concilio de Trento, sesión 13, c.4). «Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino» (Pablo VI, carta apostólica Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 25).


Las palabras con las que expresó el Concilio de Trento la fe de la Iglesia en la Sagrada Eucaristía son idóneas para los hombres de todo tiempo y lugar, ya que son «doctrina siempre válida» de la Iglesia (Juan Pablo II, encíclica Ecclesia de Eucharistia, 15).


En la Santa Misa se ofrece a la Santísima Trinidad un sacrificio verdadero y propio, y este sacrificio tiene un valor propiciatorio tanto para los hombres que viven en la tierra como para las almas del purgatorio. Es, por lo tanto, errónea la opinión según la cual el Sacrificio de la Misa consistiría simplemente en el hecho de que el pueblo ofrezca un sacrificio espiritual de oración y alabanza, así como la opinión de que la Misa puede o debe definirse solamente como la entrega que hace Cristo de Sí mismo a los fieles como alimento espiritual para ellos (cf. Concilio de Trento, sesión 22, c. 2).
«La misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su cuerpo y su sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial» (Pablo VI, Solemni hac liturgia, “Credo del pueblo de Dios”, 24).


«Aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en estado de víctima sobre el altar, la realiza sólo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene la representación de todos los fieles. (…) Que los fieles ofrezcan el sacrificio por manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro del altar representa la persona de Cristo, como Cabeza que ofrece en nombre de todos los miembros. Pero no se dice que el pueblo ofrezca juntamente con el sacerdote porque los miembros de la Iglesia realicen el rito litúrgico visible de la misma manera que el sacerdote, lo cual es propio exclusivamente del ministro destinado a ello por Dios, sino porque une sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias a los votos o intención del sacerdote, más aún, del mismo Sumo Sacerdote, para que sean ofrecidos a Dios Padre en la misma oblación de la víctima, incluso con el mismo rito externo del sacerdote”. (Pío XII, encíclica Mediator Dei, 112).


El sacramento de la Penitencia es el único medio ordinario por el que se pueden absolver los pecados graves cometidos después del Bautismo. Según el derecho divino todos esos pecados deben confesarse según su especie y su número (cf. Concilio de Trento, sesión 14, canon 7).
El derecho divino prohíbe al confesor violar el sigilo del sacramento de la penitencia fuere por el motivo que fuere. Ninguna autoridad eclesiástica tiene potestad para dispensarlo del secreto del sacramento, y tampoco las autoridades civiles están facultadas para obligarlo a ello (cf. CIC 1983, can. 1388 § 1; Catecismo de la Iglesia Católica 1467).


Por la voluntad de Cristo y por la inmutable tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes estén objetivamente en estado de grave pecado público, y tampoco se debe dar la absolución sacramental a quienes manifiesten no estar dispuestos a ajustarse a la Ley de Dios, aunque esa falta de disposición corresponda a una sola materia grave (cf. Concilio de Trento, sess. 14, c. 4; Juan Pablo II, Mensaje al Cardinal William W. Baum,  22 de marzo de 1996).


Conforme a la constante tradición de la Iglesia, no se puede administrar el sacramento de la Sagrada Eucaristía a quienes nieguen alguna verdad de la fe católica profesando formalmente adhesión a una comunidad cristiana herética o oficialmente cismática (cf. Código del Derecho Canónico 1983, can. 915; 1364).


La ley que obliga a los sacerdotes a observar la perfecta continencia mediante el celibato tiene su origen en el ejemplo de Jesucristo y pertenece a una tradición inmemorial y apostólica, según el testimonio constante de los Padres de la Iglesia y de los Romanos Pontífices. Por esta razón, no se debe abolir esta ley en la Iglesia Romana por medio de la innovación de un supuesto celibato opcional de los sacerdotes, ya sea a nivel regional o universal. El testimonio válido y perenne de la Iglesia afirma que la ley de la continencia sacerdotal «no impone ningún precepto nuevo. Dichos preceptos deben observarse, porque algunos los han descuidado por ignorancia y pereza. Con todo, los mencionados preceptos se remontan a los apóstoles y fueron establecidos por los Padres, como está escrito: “Así pues, hermanos, estad firmes y guardad las enseñanzas que habéis recibido, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2Tes 2,15). Lo cierto es que muchos, desconociendo los estatutos de nuestros predecesores, han violado con su presunción la castidad de la Iglesia y se han guiado por la voluntad del pueblo, sin temor a los castigos divinos» (Papa Siricio, decretal Cum in unum del año 386).
Por voluntad de Cristo y por la divina constitución de la Iglesia, sólo los varones bautizados pueden recibir el sacramento del Orden, ya sea para el episcopado, el sacerdocio o el diaconado (cf. la carta apostólica de Juan Pablo II Ordinatio sacerdotalis, 4). Es más, la afirmación de que sólo un concilio ecuménico puede dirimir esta cuestión es errónea, dado que la autoridad de un concilio ecuménico no es mayor que la del Romano Pontífice (cf. V Concilio de Letrán, sesión 11; Concilio Vaticano I, sesión 4, c.3).

31 de mayo de 2019 

Cardenal Raymond Leo Burke, Patrono de la Soberana y Militar Orden de Malta

Cardinal Janis Pujats, Arzobispo emérito de Riga

Tomash Peta, Arzobispo de la arquidiócesis de María Santísima en Astana

Jan Pawel Lenga, Arzobispo-Obispo emérito de Karaganda

Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana

Para Comentar: https://t.me/joinchat/TY0cNWOIFu9yCFmp


[1] El artículo del Cardenal Burke ha sido recogido por InfoVaticana en este enlace: Burke: “Tenemos el deber de dar a conocer nuestras preocupaciones por la Iglesia a nuestros pastores”

 

38 comentarios

  
Soledad
Magistral artículo. Con parámetros precisos.
Gracias Sr. Llera. Se necesita nos digan LA VERDAD,.
Pienso que hoy se precisa grandes dosis de una buena catequesis.,para ordenar la cabeza, hay tal cúmulo de errores y ambigüedades, que se van "colando" por todos los resquicios:ignorancia, debilidad, comodidad, pereza, tibieza, etc...... .
19/02/21 4:53 PM
  
luis p
AAAMEN
Paz y Bien Hermano.
19/02/21 5:06 PM
  
Rafael Contreras
Qué pena me da usted
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Pedro L. Llera
No se preocupe por mí: preocúpese por su propia salvación.
19/02/21 10:22 PM
  
Rafael Contreras
En realidad es compasión, no pena. Siento mucha, mucha compasión por usted. Le deseo de corazón que salga de esa negrura y miedo. Cuídese.
_______________________
Pedro L. Llera
No sabe usted cuánto agradezco su compasión. Rece por mí, que falta me hace.

Pero la verdadera negrura es la de quienes viven en pecado mortal. Como escribe Royo Marín, “son legión, por desgracia, los hombres que viven habitualmente en pecado mortal. Absorbidos casi por entero por las preocupaciones de la vida, metidos en los negocios profesionales, devorados por una sed insaciable de placeres y diversiones y sumidos en una ignorancia religiosa que llega muchas veces a extremos increíbles, no se plantean siquiera el problema del más allá”. «El hombre al pecar, se separa del orden de la razón y por ello decae en su dignidad humana… húndese en cierta forma en la esclavitud de las bestias» (Santo Tomás de Aquino, II-II, q.64, a. 2).
El P. Antonio Royo Marín señala que “por un solo pecado, los ángeles rebeldes se convirtieron en horribles demonios para toda la eternidad; arrojó del paraíso a nuestros primeros padres y sumergió a la humanidad en un mar de lágrimas, enfermedades, desolaciones y muertes; mantendrá por toda la eternidad el fuego del infierno en castigo por los culpables a quienes la muerte sorprendió en pecado mortal; Jesucristo hubo de sufrir los terribles tormentos de su pasión”.

Estamos en cuaresma: convirtámonos a Cristo, que es la Luz verdadera.
19/02/21 10:26 PM
  
Vicente
si Dios Padre es el creador de todos, todos somos hermanos. Ahora bien, la verdadera fraternidad solo la obtenemos gracias a Cristo.
_________________________________
Pedro L. Llera
Todos los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero desde la caída de nuestros primeros padres, con la consiguiente herencia del pecado original, los hombres sólo pueden llegar a ser hijos de Dios en Jesucristo, Dios Hijo, a quien Dios Padre envió al mundo para que los hombres volvieran a ser sus hijos por medio de la fe y el Bautismo. Sólo a través del sacramento del Bautismo nos convertimos en hijos de Dios, en hijos adoptivos de Dios en su Hijo unigénito. En nuestras relaciones con las personas de otras religiones o sin religión ninguna debemos mostrarles el respeto que merecen quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero, al mismo tiempo, debemos dar testimonio de la verdad del pecado original y de la justificación por el Bautismo. De lo contrario, la misión de Cristo, su encarnación redentora y la continuación de su misión en la Iglesia carecen de sentido.
19/02/21 11:21 PM
  
Gerardo S. I.
42. (......)
Como, por otra parte, en virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico y social, la Iglesia, por esta su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir tal misión. Por esto, la Iglesia advierte a sus hijos, y también a todos los hombres, a que con este familiar espíritu de hijos de Dios superen todas las desavenencias entre naciones y razas y den firmeza interna a las justas asociaciones humanas. (Gaudium et spes).
________________________
Pedro L. Llera
Cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó sus legados que enseñasen a todas las naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese enseñado por los testigos predestinados por Dios; obligación que sancionó de este modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere será condenado.
[…]
¿Cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios, aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquía se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada “transubstanciación” y los que afirman que el Cuerpo de Cristo está allí presente sólo por la fe o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo?

Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia; unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión o “indiferentismo” y al llamado “modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa; o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.

Mortalium animos, Pío XI

«Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud había compenetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las clases y relaciones de la sociedad; la religión fundada por Jesucristo, colocada firmemente sobre el grado de honor y de altura que le corresponde, florecía en todas partes secundada por el agrado y adhesión de los príncipes y por la tutelar y legítima deferencia de los magistrados; y el sacerdocio y el imperio, concordes entre sí, departían con toda felicidad en amigable consorcio de voluntades e intereses. Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de ellos y quedará consignada en un sinnúmero de monumentos históricos, ilustres e indelebles, que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá nunca desvirtuar ni oscurecer».

León XIII, Immortale Dei, 1885, 28.

Hubo un tiempo en que Dios era el centro de la vida de los hombres y de los pueblos. Era la Cristiandad. Todo giraba en torno a Dios y las costumbres y las relaciones sociales estaban impregnadas de la sabiduría cristiana. Por eso, la Iglesia del pueblo ocupaba un lugar preeminente: Dios estaba en el centro porque era lo más importante. Pero Dios ya no pinta nada; y donde antes estaba Dios, ahora el hombre se ha puesto a sí mismo.

El P. Iraburu, en su artículo (36) Cardenal Pie, obispo de Poitiers –IV el relativismo liberal vigente escribe lo siguiente:

“El liberalismo, a partir del siglo XIX, impone el naturalismo en todos los ámbitos, en la política y las leyes, en la cultura y la educación, en la pedagogía y el arte, en todo. Su definición es muy sencilla. El liberalismo es la afirmación absoluta de la libertad del hombre por sí misma; es la afirmación soberana de su voluntad al margen de la voluntad de Dios o incluso contra ella. Es, pues, un rechazo de la soberanía de Dios, que viene a ser sustituida por la de los hombres, es decir, en términos políticos, por una presunta soberanía del pueblo, normalmente manipulada por una minoría política, bancaria y mediática. Históricamente, el liberalismo es, pues, un modo de naturalismo militante, un ateísmo práctico, una rebelión contra Dios”.
20/02/21 1:46 AM
  
Manu
Usted dice:
"No es cierto que Dios quiera una pluralidad de religiones".
Esta frase debe ser matizada, evidentemente cuando llegue el fin del mundo habrá un solo rebaño y un solo pastor, pero hasta ese momento la providencia divina sí está permitiendo que haya una pluralidad de religiones, algunas de ellas con patentes semillas de verdad, posiblemente porque Dios busca una mayor purificación de nuestro
corazón. Yo creo que Dios permite a las otras religiones para liberarnos del peligro que supone para nosotros pensar que tenemos la Verdad Absoluta y, así, confundir nuestro yo con la voluntad de Dios.
Por otro lado decir que el error está en los que consideran a Dios como una energía misteriosa impersonal y a todas las religiones como intentos de acceder a este misterio carente de rostro. La New Age iría por este camino.
Esto lo explica muy bien J. Ratzinger en su libro "fe, verdad y tolerancia".

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Pedro L. Llera
Dios no quiere pluralidad de religiones. Permite que existen distintas religiones como permite que salga el sol sobre justos e injustos; o como permite que la cizaña crezca entre el trigo.
Dios quiere que todos se salven y no hay salvación fuera de la Iglesia (salvo ignorancia insalvable). Los que crean y se bauticen se salvarán. Los que no crean se condenarán. Este es un dogma de la Iglesia y forma parte del depósito de la fe.
20/02/21 9:51 AM
  
Markus
Efectivamente todos somos hijos de Dios. Él nos creo, por lo tanto somos sus criaturas, por ello sus hijos.
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Pedro L. Llera
Todos los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero desde la caída de nuestros primeros padres, con la consiguiente herencia del pecado original, los hombres sólo pueden llegar a ser hijos de Dios en Jesucristo, Dios Hijo, a quien Dios Padre envió al mundo para que los hombres volvieran a ser sus hijos por medio de la fe y el Bautismo. Sólo a través del sacramento del Bautismo nos convertimos en hijos de Dios, en hijos adoptivos de Dios en su Hijo unigénito. En nuestras relaciones con las personas de otras religiones o sin religión ninguna debemos mostrarles el respeto que merecen quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero, al mismo tiempo, debemos dar testimonio de la verdad del pecado original y de la justificación por el Bautismo. De lo contrario, la misión de Cristo, su encarnación redentora y la continuación de su misión en la Iglesia carecen de sentido.
Cardenal Burke

Hay dos tipos de personas: las que obedecen la Voluntad de Dios y los que invocan su autonomía para hacer su propia voluntad. Unos aceptan la Verdad revelada por Dios y aceptan sus Mandamientos y los otros se autoconstituyen como únicos legisladores morales sobre sí mismos.
Obedientes o soberbios, hijos de María o hijos de Satanás.
Dos son los gritos que explican la historia: el grito de S. Miguel, Quis ut Deus?, y el grito de Satanás, Non serviam!, dos gritos que dividieron a los ángeles, y ulteriormente a los hombres, en dos grandes agrupaciones históricas, en dos «ciudades», división que no pasa tanto por las fronteras geográficas cuanto por la actitud de los individuos y de las sociedades.
Dice San Agustín:
La gloriosísima ciudad de Dios, que en el presente correr de los tiempos se encuentra peregrina entre los impíos viviendo de la fe, y espera ya ahora con paciencia la patria definitiva y eterna hasta que haya un juicio con auténtica justicia, conseguirá entonces con creces la victoria final y una paz completa.

20/02/21 10:33 AM
  
Oscar Ignacio
"Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos" (Concilio Vaticano II, GS 24).

"Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, « hijos en el Hijo », de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo" (San Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis 40).

"La comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines... La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca” (Benedicto XVI, Caritas in veritate 34).

"Asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección. Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual" (Concilio Vaticano II, GS 22).
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Pedro L. Llera
Placuit Deo (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1 de marzo de 2018):

Comienza diciendo esta carta que “el mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de todo el hombre y de toda la humanidad”. Para nosotros, “la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29)” (Placuit Deo 4).

Cada persona busca a su modo la felicidad, que muy a menudo coincide con la esperanza de la salud física, con el deseo de un mayor bienestar económico o con la necesidad de paz interior y de una convivencia serena con el prójimo. A veces la salvación se presenta como la resistencia y superación del dolor. (Placuit Deio, 5).

Pero la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de autorrealización, que el hombre solo se puede realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él mismo. La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia. Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él. (Placuit Deo, 6).

Según el Evangelio, la salvación para todos los pueblos comienza con la aceptación de Jesús. La buena noticia de la salvación tiene nombre y rostro: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.

El lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia. Y esa salvación no se consigue solo con las fuerzas individuales, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia. (Placuit Deo 12). La salvación sólo se consigue con el auxilio de la gracia y dentro de la comunión de los santos: “la primacía absoluta de la acción gratuita de Dios; la humildad para recibir los dones de Dios, antes de cualquier acción nuestra, es esencial para poder responder a su amor salvífico” (Placuit Deo, 9).

La participación en la Iglesia en el nuevo orden de relaciones inaugurado por Jesús sucede a través de los sacramentos, entre los cuales, el bautismo es la puerta y la Eucaristía, la fuente y cumbre. La fe confiesa que somos salvados por el bautismo, que nos da el carácter indeleble de pertenencia a Cristo y a la Iglesia. Estamos llamados a una vida nueva conforme a Cristo. Con la gracia de los siete sacramentos, los creyentes crecen y se regeneran continuamente, especialmente cuando el camino se vuelve más difícil y no faltan las caídas. Cuando, pecando, abandonan su amor a Cristo, pueden ser reintroducidos, a través del sacramento de la Penitencia, en el orden de las relaciones inaugurado por Jesús, para caminar como ha caminado. De esta manera, miramos con esperanza el juicio final, el que se juzgará a cada persona en la realidad de su amor, especialmente a los más débiles. (Placuit Deo, 13)

Gracias a los sacramentos, los cristianos pueden vivir en fidelidad a la carne de Cristo y, en consecuencia, en fidelidad al orden concreto de relaciones que Él nos ha dado. Este orden de relaciones requiere, de manera especial, el cuidado de la humanidad sufriente de todos los hombres, a través de las obras de misericordia corporales y espirituales (Placuit Deo 14).
20/02/21 12:32 PM
  
Manu
"Dios quiere que todos se salven y no hay salvación fuera de la Iglesia (salvo ignorancia insalvable). Los que crean y se bauticen se salvarán. Los que no crean se condenarán. Este es un dogma de la Iglesia y forma parte del depósito de la fe".

¿Esto quiere decir que es más fácil que se salve un indígena de la Polinesia que un judío de religión?
No hay que olvidar que los judíos no son ignorantes respecto al hecho cristiano.
De igual manera un cristiano protestante u ortodoxo al no profesar la verdadera religión tendría serios problemas para salvarse ya que conoce el mensaje de la Iglesia Católica y no lo acepta.

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Pedro L. Llera

¿Cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios, aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquía se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada “transubstanciación” y los que afirman que el Cuerpo de Cristo está allí presente sólo por la fe o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo?

Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia; unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión o “indiferentismo” y al llamado “modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa; o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.

Mortalium animos, Pío XI
20/02/21 2:10 PM
  
Manu
Ya, ya, pero no ha contestado a mi pregunta
Un saludo cordial
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Pedro L. Llera
¿Usted se cree que yo soy Dios para saber quién se salva y quién no? El juicio es de Dios. Es Cristo quien juzga y quien salva o condena. Eso no me incumbe. ¿Se cree que voy a caer en el acto de soberbia de creerme Dios? ¿Está usted loco o qué le pasa? Su pregunta me recuerda a las que los fariseos o los saduceos le hacían a Nuestro Señor para ver si lo pillaban... ¡Hágame usted el favor...!
‘Stultorum infinitus est numerus’, Eclesiastés
20/02/21 2:42 PM
  
Pedro L. Llera
"No tengas vergüenza de reprender a un imbécil o a un tonto"
Sirácides (Eclesiástico), 42
20/02/21 2:59 PM
  
Alex
"hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adam, hijo de Dios."
Lucas 3:38

¿Era Adam hijo de Dios por haberse bautizado o por haber sido creado como tal? La filiación por la naturaleza no es lo mismo que la filiación por la gracia bautismal.
Evidentemente sin el bautismo no hay salvación, pero eso no quita que sigamos compartiendo un cierto grado de hermandad con los incrédulos. El amor a los enemigos es mandato evangélico.
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Pedro L. Llera
¿Acaso estoy predicando yo el odio? La mayor caridad es predicar la conversión para llevar a todas las almas a Cristo, único Señor y Redentor, el único Salvador.
Por el pecado original estábamos todos condenados y éramos esclavos del pecado y de la muerte. Por eso, llegada la plenitud de los tiempos, Dios se hizo hombre y entregó su vida en la cruz para salvarnos y abrirnos las puertas del cielo. Él cargó en la cruz con todos nuestros pecados y aceptó soportar el castigo que nosotros mereceríamos por nuestros iniquidades.

Dice San John Henry Newman: «Viendo a la muchedumbre, sintió compasión, porque erraban como ovejas sin pastor» Mirad a vuestro alrededor, hermanos: ¿por qué hay tantos cambios y luchas, tantos partidos y sectas, tantos credos? Porque los hombres están insatisfechos e inquietos. ¿Y por qué están inquietos, cada uno con su salmo, su doctrina, su lengua, su revelación, su interpretación? Están inquietos porque no han encontrado…; todo esto todavía no les ha llevado a la presencia de Cristo que es «la plenitud de la alegría y la felicidad eterna» (Sal. 15,11). Si hubieran sido alimentados por el pan de la vida (Jn 6,35) y probado el panal de miel, sus ojos se habrían vuelto claros, como los de Jonatan (1Sm 14,27) y habrían reconocido al Salvador de los hombres. Pero no habiendo percibido estas cosas invisibles, todavía deben buscar, y están a merced de rumores lejanos…
Triste espectáculo: el pueblo de Cristo errante sobre las colinas «como ovejas sin pastor». En lugar de buscarlo en los lugares que siempre frecuentó y en la morada que estableció, se atarean en proyectos humanos, siguen a guías extranjeros y se dejan cautivar por opiniones nuevas, se convierten en el juguete del azar o del humor del momento y víctimas de su propia voluntad.
Están llenos de ansiedad, de perplejidad, de celos y de alarma, «hechos bambolear y llevados por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres y su propia astucia que se equivoca en el error» (Ef 4,14). Todo esto porque no buscan el «Cuerpo único, el Espíritu único, la única esperanza de su llamada, el único Señor, la fe única, el bautismo único, el Dios único y Padre de todos» (Ef 4,5-6) para «encontrar el descanso de sus almas» (Mt 11,29).

20/02/21 3:26 PM
  
Manu
D. Pedro, mi pregunta estaba forzada hiperbólica mente, no eran necesario los insultos.
Lo que yo pretendía es que usted viera que hay que profundizar en:
"Dios quiere que todos se salven y no hay salvación fuera de la Iglesia (salvo ignorancia insalvable). Los que crean y se bauticen se salvarán. Los que no crean se condenarán. Este es un dogma de la Iglesia y forma parte del depósito de la fe".

Esta frase no se puede entender desde el juicio humano, por ejemplo contabilizando bautizos o asistentes a la misa dominical.
Y como usted mismo ha reconocido no conocemos el juicio de Dios para los practicantes de otras religiones.

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Pedro L. Llera
Yo no juzgo pero Dios, sí. La idolatría es pecado mortal.
"¡Vete, Satanás! Porque escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él darás culto»."
20/02/21 4:27 PM
  
Markus
“Los que crean y se bautizen serán salvados". Ello hace pensar entonces que los niños abortados no gozarán de la presencia de Dios, al igual que Platón, Aristóteles o los neandertales que no tuvieron la oportunidad de conocer o creer en Jesús. Cuando Jesús en la Cruz dijo “perdonales porque no saben lo que hacen", da a entender que el único que decide quién va al Reino y quien no es él. Y es muy probable que nos llevemos más de una sorpresa en el Cielo, porque “no todo el que diga Señor, Señor entrara en el Reino de Dios.
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Pedro L. Llera
Sí. Entonces será el crujir y el rechinar de dientes. Porque Dios no miente ni se contradice y lo escrito, escrito está. La Ley de Dios no se puede cambiar al gusto del consumidor.
20/02/21 5:42 PM
  
Alex
Estimado Pedro L. Llera:

Nunca he pretendido afirmar que usted estuviese predicando el odio, simplemente deseaba introducirme en esta discusión contra lo que me parecía que era un mensaje demasiado exclusivista en el que aparentemente no existía hermandad alguna entre nosotros y los incrédulos. La fraternidad en Adán coexiste con nuestra llamada y vocación a la fraternidad mayor en Cristo sin perjuicio de la anterior.

En lo relativo a sus comentarios doctrinales sepa que no disiento en absolutamente nada de lo que dice y le aseguro creer en todo lo que ha enseñado desde siempre nuestra Santa Madre Iglesia desde mi total sinceridad, pero nada de ello tiene que ver con lo que he afirmado.
Solo le matizaría una cosa: la mayor caridad no es predicar la conversión de las almas, sino cumplir con la totalidad de los preceptos que emanan de la misma, incluidos tanto los de la evangelización como los de la actitud fraterna hacia los demás, entre otros.

Dios le bendiga.
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Pedro L. Llera
La fraternidad en Adán es la fraternidad en el pecado original que nos convierte en hijos de la ira. De no haber sido por la encarnación del Hijo de Dios y por su sacrificio expiatorio en la Cruz todos estaríamos condenados. No hay más fraternidad que la que deviene de la fe y el bautismo, que nos hace hijos de Dios en el Hijo.
20/02/21 5:58 PM
  
Gerardo S. I.
Discurso 27 de Mayo de 1978
(.......)

A toda esta marea, que al ir aumentando parece querer arrollar todo y a todos, vosotros deseáis oponer la fe en Cristo resucitado, la adhesión a su mensaje de amor a todos los hombres, que no son sólo ciudadanos de una misma nación y personas dedicadas al mismo trabajo, sino hermanos porque son hijos del mismo Padre celestial.
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Pedro L. Llera
Y si todos los hombres se salvan por ser criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, ¿para qué vino Dios al mundo? ¿Para qué murió en la cruz? ¿Por qué tenía que pasar por su pasión? ¿Acaso no necesitamos redención? Quien cree y se bautiza se salvará. Quien no crea se condenará. San Francisco Javier ardía en celo por la salvación de las almas y apremiaba a sus compañeros de La Sorbona a que dejaran de una vez sus disquisiciones y fueran con él a bautizar y a salvar almas.
Y San Ignacio escribe en sus Ejercicios:
El primer preámbulo es traer la historia de la cosa que tengo de contemplar; que es aquí cómo las tres personas divinas miraban toda la planicie o redondez de todo el mundo llena de hombres, y cómo viendo que todos descendían al infierno, se determina en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar el género humano, y así venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel san Gabriel a nuestra Señora.
20/02/21 6:16 PM
  
Luis Fernando
Markus:
... da a entender que el único que decide quién va al Reino y quien no es él

LF:
Pues resulta que él, precisamente él, dijo esto:
Mat 7,13-14
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y MUCHOS son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y POCOS son los que la hallan.
20/02/21 7:47 PM
  
Luis Fernando
Y...
1 Ped 4,17-18
Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?
Y SI EL JUSTO CON DIFICULTAD SE SALVA, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?
20/02/21 7:49 PM
  
Vicente
para Pedro L. Llera.
Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio.
El que crea y se bautice se salvará.
El que se resista a creer será condenado.
20/02/21 9:21 PM
  
Markus
Al fin y al cabo Fernando y Pedro aunque por diferentes caminos estamos de acuerdo. El único que decide es Dios. Jesús perdonó a los que lo mataron. Fariseos, Saduceos, Sumos Sacerdotes y romanos, y él los perdono, y ninguno creía en él. ¿Por que no puede hacer lo mismo con un no creyente o un creyente de otra religión, si este lleva una vida feliz y ayuda a los demás? Realmente si ayuda, si perdona, si es misericordioso o magnánimo, si ama al prójimo al fin y al cabo ¿no esta cumpliendo el mandato de Dios? Del mismo modo si un creyente roba, mata, viola, etc no será salvado, porque por mucho que diga “Señor, Señor (por sus actos) no entrará en el Reino de los Cielos". Al fin y al cabo si bien estas disquisiciones, nadie conoce los designios de Dios, ya que somos seres finitos.
20/02/21 10:40 PM
  
Luis Fernando
El mismo Jesús tuvo a bien decir quién se podía salvar y quién no:

Mar 16:16
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.

Juna 3:18
El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Facilito de entender, señores.
20/02/21 10:54 PM
  
Markus
Muy bien, y si el que cree en él comete genocidio ¿que? Seamos serios.
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Pedro L. Llera
Su nivel de argumentación ha caído a niveles de analfabetismo teológico funcional.
A ver: Creer no consiste en bautizarse o en ir a misa. Quien cree debe vivir en coherencia con la fe. "Venga a nosotros tu Reino y hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". Los católicos queremos ser obedientes a la voluntad de Dios. Quien cree de verdad cumple los Mandamientos de la ley de Dios, con la ayuda de la gracia que recibimos a través de los sacramentos y de la oración.
El católico es obediente como María. El mundo es rebelde como Satanás, porque el liberalismo determina que el hombre es autónomo y no depende de nada ni de nadie y no tiene que obedecer a nadie: ni siquiera a Dios. Dos son los gritos que explican la historia: el grito de S. Miguel, Quis ut Deus?, y el grito de Satanás, Non serviam!, dos gritos que dividieron a los ángeles, y ulteriormente a los hombres, en dos grandes agrupaciones históricas, en dos «ciudades», división que no pasa tanto por las fronteras geográficas cuanto por la actitud de los individuos y de las sociedades.
Quien ama a Dios, cumple sus mandamientos y no mata ni roba ni miente ni comete adulterio ni cae en fornicación ni explota a sus semejantes. Quien ama a Dios, precisamente por ese amor a Dios, ama a sus hermanos.
21/02/21 1:52 AM
  
Cristián Yáñez Durán
Estimado don Pedro.

La furia de quienes "argumentan" contra usted, demuestra la pertinencia de su artículo.
Es asombroso que gente "católica" no conozca una de las verdades elementales de la Fe Cristiana, la filiación divina, ni el dogma de la necesidad (con necesidad de medio) de pertenecer a la Iglesia Católica para salvarse.

Los comentarios de Gerardo S.I. si es que realmente es S.I., me sirven para demostrar el erial intelectual y moral en que la soberbia modernista ha tornado a la otrora gloriosa Compañía de Jesus.

"Si los perros ladran..."

Dios y la Virgen Santísima lo guarden, don Pedro.
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Pedro L. Llera
Dice usted que es asombroso que no conozcan las verdades elementales de la fe. Y tiene toda la razón. Pero es que llevamos muchos años de demolición sistemática de la fe. Hasta tal punto, que ahora se puede contemplar con espanto la aparición de una Iglesia llamada del "Nuevo Paradigma" que es una iglesia apóstata que parece católica pero que no lo es. De la Iglesia Católica quedamos cuatro, por la gracia de Dios. Pero no prevalecerán. Cristo vence.
21/02/21 2:07 AM
  
Manu
En la declaración Dominus Jesus, Ratzinger escribe:

Acerca del modo en el cual la gracia salvífica de Dios, que es donada siempre por medio de Cristo en el Espíritu y tiene una misteriosa relación con la Iglesia, llega a los individuos no cristianos, el Concilio Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona « por caminos que Él sabe ». La Teología está tratando de profundizar este argumento, ya que es sin duda útil para el crecimiento de la compresión de los designios salvíficos de Dios y de los caminos de su realización. Sin embargo, de todo lo que hasta ahora ha sido recordado sobre la mediación de Jesucristo y sobre las « relaciones singulares y únicas »que la Iglesia tiene con el Reino de Dios entre los hombres —que substancialmente es el Reino de Cristo, salvador universal—, queda claro que sería contrario a la fe católica considerar la Iglesia como un camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las otras religiones. Éstas serían complementarias a la Iglesia, o incluso substancialmente equivalentes a ella, aunque en convergencia con ella en pos del Reino escatológico de Dios.

Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que proceden de Dios y que forman parte de « todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones ». De hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación evangélica, en cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los corazones de los hombres son estimulados a abrirse a la acción de Dios. A ellas, sin embargo no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de los sacramentos cristianos.Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1 Co 10,20-21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación.
Con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los hombres (cf. Hch 17,30-31). Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista « marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que “una religión es tan buena como otra"
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Pedro L. Llera
Los subrayados son míos... Y Benedicto XVI es católico. Respeto a las otras religiones, sí; indiferentismo o relativismo religioso, no.
21/02/21 9:45 AM
  
Manu
Cuando escuchamos una sinfonía de Mozart debemos estar atentos a todos los instrumentos para captar toda la belleza y todo la verdad que nos ofrece el autor, el director y los intérpretes.
Fijarse solo en los violines, o en los oboes nos hace perder de vista el maravilloso conjunto de la sinfonía.

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Pedro L. Llera
Dice Benedicto XVI que "Éstas (otras religiones) serían complementarias a la Iglesia, o incluso substancialmente equivalentes a ella, aunque en convergencia con ella en pos del Reino escatológico de Dios." para señalar un error. Las otras religiones no son complementarias ni mucho menos equivalentes a la religión católica. Pensar así en contrario a la fe católica. Una cosa es el respeto y la tolerancia hacia quienes profesan otras religiones (¡faltaría más!) y otra muy distinta es obviar que Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los hombres y caer en el indiferentismo religioso que ha sido condenado por la Iglesia en numerosas ocasiones y por numerosos papas. No son iguales todas las religiones. No da igual una religión que otra. Si diera igual, si no hiciera falta reconocer a Cristo como único Salvador... ¿Qué sentido habría tenido la encarnación, la cruz, la muerte y la resurrección de Cristo? Si todos se salvan por el mero hecho de ser hombres creados a imagen y semejanza de Dios, sea cual sea su religión, habría sido un verdadera tontería que Dios se hubiera hecho hombre y más aún que hubiera muerto para redimirnos de nuestros pecados.
Antes de la redención de Cristo, estábamos todos condenados por nuestros pecados. Es la resurrección del Señor quien nos abre las puertas del cielo. Esa es nuestra esperanza.
21/02/21 11:22 AM
  
Manu
Por supuesto, todo lo que usted dice es así, el indiferentismo religioso es absurdo. Hay religiones que tienen más verdad que otras y la verdad plena nos la da Cristo por medio de la Iglesia, pero como dice Ratzinger:
"Acerca del modo en el cual la gracia salvífica de Dios, que es donada siempre por medio de Cristo en el Espíritu y tiene una misteriosa relación con la Iglesia, llega a los individuos no cristianos, el Concilio Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona « por caminos que Él sabe ».
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Pedro L. Llera
La cuestión es que el Concilio Vaticano II no es un concilio dogmático, sino pastoral. El dogma establece que fuera de la Iglesia no hay salvación. Pueden ustedes matizar esa verdad y se puede profundizar en ella: pero no puede desvirtuarse y darle la vuelta para que signifique lo contrario de lo que siempre ha significado en la santa tradición de la Iglesia. La verdad es que el único salvador es Jesucristo y que Él es la cabeza de su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Y que quien cree (y vive en coherencia con su fe, por supuesto: no me vuelvan a sacar al genocida de paseo) y se bautiza se salvará y quien no cree se condena. Esa es una verdad de fe incuestionable. Es Palabra de Dios. Y Dios no miente ni se des-miente. Y los dogmas no evolucionan con los tiempos ni se adaptan a la mentalidad del mundo. Es el mundo quien se tiene que adaptar a la Verdad, que es Cristo.

"Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado." Marcos 16, 15-16.

¿Que no os gusta lo que Dios dice y establece como verdad revelada? Problema vuestro. Dios no es liberal. Ya sabéis lo que os queda.
21/02/21 12:21 PM
  
Markus
Estupendo... No aporta nada. Ya ha dicho lo que ha querido. No le publico más porque no aporta nada nuevo a mi post.
21/02/21 2:31 PM
  
Manu
Yo no tengo problemas con el Concilio Vaticano II y sigo sus enseñanzas siguiendo la la línea interpretativa que hacen de él San Juan Pablo ll y Benedicto XVI.
No se trata de echar sobre mí la idea absurda de que concibo a Dios de forma liberal.
La mayor libertad posible es la del hombre que une su voluntad a la de Dios Padre, tal como nos enseñó Cristo en Getsemaní.

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Pedro L. Llera
Me parece muy bien. Ya ha tenido suficiente protagonismo en los comentarios. No le voy a publicar nada más. Gracias.
21/02/21 2:32 PM
  
Cristián Yáñez Durán
Alex,

La mayor caridad que se puede ejercer no es un tema opinable. "Suprema lex salus animarum", no es sólo parte de la Fe, es de toda lógica. De nada le sirve ser todo lo fraterno que quiera si al final pierde el alma.
21/02/21 4:05 PM
  
Akáthistos
Muy interesantes todos sus artículos. Donde las personas pueden formarse con confianza.
El pecado original es perdonado en el sacramento del Bautismo, pero de muchas maneras queda una marca horrenda en todas las personas. Una inclinación al Mal que viene del pecado original.
Es decir en los bautizados, aunque entiendo que no tienen la culpa del pecado original o el cargo, pero sí las secuelas.
Ni qué pensar de los que no han recibido la gracia del sacramento ni son templos del Espíritu Santo en tanto bautizados. (Que si igualmente no perseveran en la Fe, los mandamientos, la oración, la confesión y la penitencia, pierden la gracia y la amistad con Dios.)
Desgraciados es sin gracia.
Decir que toda persona fue creada a imagen y semejanza de Dios, ¡no es poco decir! Y que de Dios recibió sus dones, particulares y distintos, porque una sola persona no puede representar toda la magnificencia de Dios. Por eso no tenemos que ser envidiosos.
Hijos de Dios son los bautizados que perseveran en el camino de Jesús.
Hay citas que hablan de hijos, pero hay que tener cuidado con las traducciones, y los contextos. Como también en el Evangelio se habla de hijos de las tinieblas. Si todos son hijos de Dios (cosa falsa) ¿dónde están los hijos del demonio?
21/02/21 4:06 PM
  
Soledad
De nuevo gracias D. Pedro.
El primer comentario fue el mío, y decía que era importante hacer una buena catequesis pues por la ignorancia, las debilidades, el error se van introduciendo pensamientos, ideas, que no corresponden a la Revelación en su integridad. La deforman.

Después de leer todos los comentarios, me invade otra inquietud, pues en algunos de ellos, percibo UNA VOLUNTARIA ACTITUD de permanecer en una posición de opinión personal, en temas donde está expuesto claramente el dogma.

Paciencia D. Pedro, tb con la condescendencia de algunos comentarios, muchos aprendemos, y tb volvemos a oír lo que siempre se nos enseño,no "novedades" de todo a cien.

21/02/21 4:17 PM
  
Toledano
Cuándo en este post se habla de otras religiones, ¿no habría que tener una consideración especial para los judíos? ¿Y para los cristianos protestantes?
¿Y para los ortodoxos?
No hay que olvidar que de estos últimos nos separa muy poco.
21/02/21 5:01 PM
  
Cristián Yáñez Durán
Estimado, Toledano.
¿Le parece poca cosa que lo que nos separe sea nada menos que la Fe?
Respecto a los judíos, tienen una religión no sólo falsa sino la más intencionalmente opuesta al Evangelio. Prácticamente toda herejía es judaizante.
21/02/21 5:20 PM
  
Vicente
la gracia divina hará posible la salvación de todas las almas que quieran salvarse.
21/02/21 8:37 PM
  
Gerardo S. I.
Discurso 11 de Octubre de 1962.
(.......)
En tal estado de cosas, la Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella. Así como Pedro un día, al pobre que le pedía limosna, dice ahora ella al género humano oprimido por tantas dificultades: "No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda"[viii]. La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, ni les promete una felicidad sólo terrenal; los hace participantes de la gracia divina que, elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, se convierte en poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana; abre la fuente de su doctrina vivificadora que permite a los hombres, iluminados por la luz de Cristo, comprender bien lo que son realmente, su excelsa dignidad, su fin. Además de que ella, valiéndose de sus hijos, extiende por doquier la amplitud de la caridad cristiana, que más que ninguna otra cosa contribuye a arrancar los gérmenes de la discordia y, con mayor eficacia que otro medio alguno, fomenta la concordia, la justa paz y la unión fraternal de todos. JUAN XXIII.
21/02/21 11:45 PM
  
Ester
Juan Pablo ll, 28 de abril de 1999: El diálogo con los judíos
1. El diálogo interreligioso que la carta apostólica Tertio millennio adveniente impulsa como aspecto característico de este año dedicado en especial a Dios Padre (cf. nn. 52-53), atañe ante todo a los judíos, «nuestros hermanos mayores», como los llamé con ocasión del memorable encuentro con la comunidad judía de la ciudad de Roma, el 13 de abril de 1986 (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 1986, p. 1). Reflexionando en el patrimonio espiritual que tenemos en común, el concilio Vaticano II, especialmente en la declaración Nostra aetate, dio una nueva orientación a nuestras relaciones con la religión judía. Es preciso profundizar cada vez más esa doctrina, y el jubileo del año 2000 podrá representar una ocasión magnífica de encuentro, posiblemente en lugares significativos para las grandes religiones monoteístas (cf. Tertio millennio adveniente, 53).

Es sabido que, por desgracia, la relación con nuestros hermanos judíos ha sido difícil desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta nuestro siglo. Pero en esta larga y atormentada historia no han faltado momentos de diálogo sereno y constructivo. Conviene recordar, al respecto, el hecho significativo de que el filósofo y mártir san Justino, en el siglo II, dedicó su primera obra teológica, que lleva por título precisamente «Diálogo», a su confrontación con el judío Trifón. Asimismo, hay que señalar que la perspectiva del diálogo se halla muy presente en la literatura neo-judía contemporánea, la cual ha ejercido gran influjo en el pensamiento filosófico y teológico del siglo XX.

2. Esta actitud de diálogo entre cristianos y judíos no sólo expresa el valor general del diálogo entre las religiones, sino también la participación en el largo camino que lleva del Antiguo Testamento al Nuevo. Hay un largo tramo de la historia de la salvación que los cristianos y los judíos contemplan juntos. «A diferencia de otras religiones no cristianas, la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la antigua alianza» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 839). Esta historia se halla iluminada por una inmensa multitud de personas santas, cuya vida testimonia la posesión, en la fe, de lo que se espera. La carta a los Hebreos pone de relieve precisamente esta respuesta de fe a lo largo de la historia de la salvación (cf. Hb 11).
22/02/21 8:08 AM
  
Luis Fernando
Es curiosísimo que los neocones asomen apelando al CVII para refutar a Pedro cuando lo que ha hecho Pedro es explicar ni más ni menos que la doctrina tradicional sobre este tema.

Se ve que lo de la continuidad no se lo creen ni ellos.

Ciertamente curioso.
22/02/21 8:24 AM

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