Non possumus
Advertencia importante: este artículo, en su mayor parte, es una paráfrasis – una especie de versión personal traida al presente – de Notre charge apostolique de San Pío X. Les recomiendo que lean el texto original. Lo que no es de San Pío X – o sea, lo malo del texto – es mío. Lo digo para que no me vayan a acusar de plagio… Avisados quedan.
No podemos permanecer callados. Tenemos que levantar la voz para preservar la fe de los fieles de los peligros del error y del mal, mayormente cuando el error y el mal se presentan con un lenguaje atrayente que, cubriendo la vaguedad de las ideas y el equivoco de las expresiones con el ardor del sentimiento y la sonoridad de las palabras, puede inflamar los corazones en el amor de causas seductoras pero funestas. Tales fueron las doctrinas de los seudofilósofos del siglo XVIII, las de la Revolución Francesa y el Liberalismo; y las del Comunismo, tantas veces condenadas todas ellas por la Iglesia.
Hoy en día se está extendiendo un error respecto a la noción de la fraternidad, cuya base colocan en la justicia social y en el cuidado de la casa común mediante una “ecología integral”; una fraternidad que se sitúa por encima de todas las filosofías y de todas las religiones, fundada en la simple noción de humanidad, englobando así en un mismo amor y en una igual tolerancia a todos los hombres con todas sus miserias, tanto intelectuales y morales como físicas y temporales. Se nos está diciendo que “o nos salvamos todos o no se salva nadie” y que lo importante es preservar el medio ambiente y salvar el planeta. Hay que construir un mundo más justo y solidario en el que todos vivamos en armonía con la Pachamama – la Madre Naturaleza. Y que todas las religiones son igualmente queridas por Dios…
Ahora bien, la salvación que anuncia la Iglesia, la verdadera salvación, no es una salvación mundana o inmanente: no es la salvación de la especie humana que habita un planeta llamado Tierra en medio de la inmensidad del Universo. No se trata de una salvación física, sino metafísica: transcendente. Lo que predica la Iglesia es que la vida del hombre tiene sentido, que hemos sido creados por Dios y que en este mundo caminamos hacia nuestra patria verdadera, que es el Cielo, donde seremos felices eternamente contemplando la gloria del Dios Uno y Trino. “Cielo y Tierra pasarán pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). Y nosotros no nos salvamos por nuestros méritos, sino por los méritos de Cristo, único Salvador y Redentor. Y será Él quien separe el trigo de la cizaña y quien juzgue para salvar a unos y condenar a otros. Se salvarán aquellos que hayan muerto en gracia de Dios y quienes laven sus vestiduras en la sangre del Cordero. Y se condenarán aquellos que mueran en pecado mortal sin arrepentirse.
La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral, no menos que en el celo por su bienestar material. Esta misma doctrina católica nos enseña también que la fuente del amor al prójimo se halla en el amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que aliviar a un desgraciado es hacer un bien al mismo Jesucristo. Todo otro amor es ilusión o sentimiento estéril y pasajero.
Ciertamente, la experiencia humana esta ahí, en las sociedades paganas o laicas de todos los tiempos, para probar que, en determinadas ocasiones, la consideración de los intereses comunes o de la semejanza de naturaleza pesa muy poco ante las pasiones y las codicias del corazón. No hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe y a la misma felicidad del cielo. Si se quiere llegar a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad o de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad; la unión de las voluntades, en la moral; la unión de los corazones, en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal de la civilización.
En la base de todas estas falsificaciones de los conceptos de “fraternidad” y “salvación”, existe una idea falsa de la dignidad humana. Según esa idea falsa, el hombre no será verdaderamente hombre, digno de este nombre, más que el día en que haya adquirido una conciencia luminosa, fuerte, independiente y autónoma, pudiendo prescindir de todo maestro, no obedeciendo a nada ni a nadie más que a sí mismo, y siendo él solo capaz de asumir y de cumplir sin falta las más graves responsabilidades. Grandilocuentes palabras, con las que se exalta el sentimiento del orgullo humano; sueño que arrastra al hombre sin luz, sin guía y sin auxilios por el camino de la perdición, en el que, aguardando el gran día de la plena conciencia, será devorado por el error y las pasiones. “Non serviam”. No obedeceré a Dios ni cumpliré sus mandamientos. Se sienten orgullosos de Adán y Eva que con su desobediencia a Dios iniciaron la Historia, una historia de rebeldía y de pecado.
Pero nosotros no somos hijos del Demonio. Somos hijos de María Santísima, que obedeció la voluntad de Dios y vivió en la humildad. ¿Es que los santos, que han llevado la dignidad humana a su apogeo, tenían esa pretendida dignidad? y los humildes de la tierra, los que no podemos subir tan alto, los que se tienen que contentar modestamente con el surco en el puesto que la Providencia les ha señalado, cumpliendo enérgicamente sus deberes en la humildad, la obediencia y la paciencia cristiana, ¿no serán dignos de llamarse hombres, ellos, a quienes el Señor sacará un día de su condición oscura para colocarlos en el cielo entre los príncipes de su pueblo?
Lo que pretenden los modernistas – en unión con los masones, con la ONU y con los poderosos de este mundo (por ejemplo, el Foro de Davos) – es crear una religión más universal que la Iglesia católica, reuniendo a todos los hombres, convertidos finalmente en hermanos y camaradas en “el reino de la Pachamama o del Gran Arquitecto". “No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad". Todas las religiones son iguales. No hay que hacer proselitismo porque lo único que importa, según dicen, es el “amor”:
“Dios es el Padre de todos y todos somos hermanos, independientemente de la religión que profesemos. Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad. Ojalá podamos, en el nombre de Dios que nos ha creado a todos iguales en derechos, deberes y dignidad, y que nos ha llamado a convivir como hermanos y hermanas, favorecer esta fraternidad para afrontar juntos los desafíos del mundo y de nuestra “casa común”. La fraternidad, que respeta y valora la diversidad, es el estilo del Reino de Dios.” Eso dicen ellos… Pero no es lo que dice la doctrina de la Iglesia Católica…
Convertirse a la única fe verdadera, para la nueva Iglesia del Nuevo Paradigma, ya no es necesario para la salvación. No es necesario que todos se arrodillen ante Cristo, único Salvador y Redentor; no hace falta que todos se bauticen y formen parte de la Iglesia Católica para salvarse. Hay que crear otra religión más universal que englobe todas las religiones. El objetivo ya no es la salvación de las almas, sino afrontar juntos los desafíos de este mundo y de nuestra casa común. Quieren crear un Reino de Dios sin Dios, sin más allá, sin cielo ni infierno. Quieren construir la “justicia social y la paz” en un mundo sostenible y ecológico. La nueva religión se parece demasiado a la vieja utopía comunista. “No tendréis nada pero seréis felices”, propone ahora el Foro de Davos… Eso sí… Siempre que seáis obedientes ante el Dios Estado que es quien os dará de comer; si os lo merecéis y sois buenos. Si no, siempre habrá una fosa común que acoja vuestros despojos o un campo de reeducación donde se os pueda torturar.
Y ahora, con la más viva tristeza, preguntémonos en qué ha quedado convertido el catolicismo de la Iglesia del Nuevo Paradigma. Desgraciadamente, ha sido captada por los enemigos modernos de Cristo y ya no es más que un miserable afluente del gran movimiento de apostasía, organizado en todos los países, para el establecimiento de una iglesia universal que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni regla para el espíritu ni freno para las pasiones y que, bajo el pretexto de la libertad y de la dignidad humana, pretende consagrar en el mundo, si pudiera triunfar, el reino legal de la mentira, de la astucia y de la fuerza y la opresión hacia los débiles y hacia los que sufren y trabajan. Esa sería la iglesia que necesita el Nuevo Orden Mundial para imporner la dictadura global, cuyo modelo no es otro que la tiranía comunista de China.
Los herejes predican la exaltación de los sentimientos, la ciega bondad del corazón, un falso misticismo filosófico, mezclado con una parte de iluminismo que los han arrastrado hacia un nuevo evangelio, en el que han creído ver el verdadero Evangelio del Salvador, hasta el punto que osan tratar a Nuestro Señor Jesucristo con una familiaridad soberanamente irrespetuosa y al estar su ideal emparentado con el de la Revolución, no temen hacer entre el Evangelio y la Revolución aproximaciones blasfemas que no tienen excusa.
Cuando se aborda la cuestión social, está de moda eliminar primeramente la divinidad de Jesucristo y luego no hablar más que de su soberana mansedumbre, de su compasión y su misericordia ante todas las miserias humanas, de sus apremiantes exhortaciones al amor del prójimo y a la fraternidad. Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito; y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por el verdadero magisterio de la Iglesia. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos a los que padecen y sufren (ver Mt 11,28), no ha sido para predicarles el celo por una del igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente, autodeterminada y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (ver Mt 21,13 Lc 19,46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (ver Lc 17,2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (ver Mt 23,4). Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (ver Pr 1,7 Pr 9,10) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (ver Mt 18,8-9). Finalmente, no ha anunciado para la sociedad futura el reino de una felicidad ideal, del cual el sufrimiento quedara desterrado, sino que con sus lecciones y con sus ejemplos ha trazado el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el cielo: el camino de la cruz. Estas son enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a la salvación eterna; son enseñanzas eminentemente sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad: Cristo es Rey del Universo y de la Historia. Cristo es el único Dios verdadero.
Por eso no podemos aceptar la falsa iglesia apóstata: esa que bendice las uniones homosexuales y llama virtud al pecado mortal; la que predica la ideología de género a través de fundaciones pontificias; la que calla ante el aborto o lo justifica; la que niega la existencia del Infierno; la que calla cobarde ante la herejía y abandona a los files para que los lobos los devoren; la que cae en el indiferentismo, en el sincretismo religioso o incluso en la adoración sacrílega de ídolos paganos en los templos de Dios; la que cae en el panteísmo y en el panenteísmo… No podemos aceptar una falsa iglesia apóstata que está pactando a la vista de todos con las ideologías mundialistas.
Venga a nosotros tu Reino. Ven, Señor, no tardes.
Probablemente sea este el último artículo que publicaré en mucho tiempo. Como diría el Papa Francisco, no se olviden de rezar por mí. Es la mejor paga…
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