Signos de la fe (XI): El sentido de la vida
Una de las cosas que tienen en común todos los hombres, en todas las culturas y en todas las épocas es la necesidad de encontrar un sentido para la vida. Si bien la búsqueda es común a todos, las respuestas a la misma son tremendamente diversas. No sólo en las distintas épocas y culturas, sino en cada hombre en particular.
Muchos, incluso la mayoría, se afanan en la práctica por encontrar ese sentido en cosas muy diversas: el éxito profesional, el dinero, el bienestar, una casa, un coche nuevo, las vacaciones, etc. Sin embargo, la búsqueda en esa dirección nunca tiene fin, porque siempre se quiere más. Acabamos de comprar el coche nuevo que llevábamos meses deseando y ya estamos pensando en que lo que de verdad querríamos es otro modelo mejor. Por fin hemos conseguido el puesto de Subdirector y ya estamos planeando lo que haremos cuando consigamos el de Director. Ninguna de esas cosas satisface la necesidad de sentido que tenemos y, por ello, generalmente, llevan a una insatisfacción y un desencanto crecientes.
Esa insatisfacción hace pensar que el sentido buscado por el hombre no puede encontrarse en cosas. El sentido de la vida no puede estar en algo, sino que tiene que referirse necesariamente a alguien. Una persona no puede encontrar un sentido para su vida en algo que es menos que ella: en objetos, en cosas que no tienen capacidad de amar ni de comprender. De alguna forma, un sentido verdadero para la vida humana tiene que estar relacionado con las personas.