7.03.09

Signos de la fe (XI): El sentido de la vida

Una de las cosas que tienen en común todos los hombres, en todas las culturas y en todas las épocas es la necesidad de encontrar un sentido para la vida. Si bien la búsqueda es común a todos, las respuestas a la misma son tremendamente diversas. No sólo en las distintas épocas y culturas, sino en cada hombre en particular.

Muchos, incluso la mayoría, se afanan en la práctica por encontrar ese sentido en cosas muy diversas: el éxito profesional, el dinero, el bienestar, una casa, un coche nuevo, las vacaciones, etc. Sin embargo, la búsqueda en esa dirección nunca tiene fin, porque siempre se quiere más. Acabamos de comprar el coche nuevo que llevábamos meses deseando y ya estamos pensando en que lo que de verdad querríamos es otro modelo mejor. Por fin hemos conseguido el puesto de Subdirector y ya estamos planeando lo que haremos cuando consigamos el de Director. Ninguna de esas cosas satisface la necesidad de sentido que tenemos y, por ello, generalmente, llevan a una insatisfacción y un desencanto crecientes.

Esa insatisfacción hace pensar que el sentido buscado por el hombre no puede encontrarse en cosas. El sentido de la vida no puede estar en algo, sino que tiene que referirse necesariamente a alguien. Una persona no puede encontrar un sentido para su vida en algo que es menos que ella: en objetos, en cosas que no tienen capacidad de amar ni de comprender. De alguna forma, un sentido verdadero para la vida humana tiene que estar relacionado con las personas.

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5.03.09

Camino de Gaza: una nueva sección

Para que los lectores del blog puedan descansar un poco después de los dos últimos días de interesantes discusiones, he decidido comenzar hoy una nueva sección en el blog para la que necesitaré la colaboración de los lectores.

La sección se llama Camino de Gaza, en referencia a un precioso episodio del libro de los Hechos (8,26-39). Después de la Resurrección, Dios inspiró al apóstol Felipe para que echase a andar por el camino que iba hacia Gaza, sin que él supiera muy bien porqué. En el camino, se encontró con un personaje extranjero importante, un eunuco, ministro de la Reina Candaces de Etiopía, y Felipe sintió que Dios le pedía que se acercase a él.

El ministro debía de estar interesado en el judaísmo y por eso había viajado a Jerusalén. Sentado en su carro, iba por el camino leyendo un pasaje del libro de Isaías, sobre el Siervo de Yavé, que dice: “Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca”. Felipe le preguntó: ¿Entiendes lo que estás leyendo? El eunuco le respondió: ¿Y cómo lo voy a entender, si nadie me lo explica? Felipe, entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle el Evangelio. Un rato después, siguiendo por el camino, llegaron a un lugar donde había agua y el eunuco pidió el bautismo. Felipe lo bautizó y el eunuco pudo seguir “gozosamente su camino”, según el libro de los Hechos.

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2.03.09

Creo porque no es un cuentecillo

Signos de la fe (XII). Hace unos días, recibí un comentario en un artículo antiguo en el que, al hilo de otros temas, se hablaba de Blancanieves. Un lector, claramente descontento con el artículo, me reprochaba a mí y, por alusiones, a todos los cristianos:

Ya que se habla de “realidad", “bonitos cuentos", “verdad” y lo que realmente puede salvar: Blancanieves es una bonita historia (un bonito cuento) y ¿no lo es también el de el dios que se hace hombre y que resucita al tercer día?

¡Qué diferencia hay entre seres fantásticos como las hadas -o los magos- y un señor que caminó sobre las aguas o que multiplicaba panes o que transformaba agua en vino o que supuestamente curaba enfermos -y no olvidemos su concepción milagrosa y su resurreción? Son sólo fantasías, bonitos cuentos.

He disfrutado mucho leyendo este correo. Mi reacción inmediata ha sido decir: “Buena pregunta”. ¿Qué diferencia hay entre los cuentos como Blancanieves y el relato de un dios que se hace hombre y que resucita al tercer día? ¿Qué diferencia hay entre las hadas y un señor que caminó sobre las aguas o que multiplicaba panes o que transformaba agua en vino o que supuestamente curaba enfermos? Pensémoslo un poco.

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26.02.09

No podéis servir a dos Señores

Lo que ayer les dije en prosa, hoy se lo repito en verso. Yo, al menos, necesito que me cuenten las cosas varias veces, sobre todo si son importantes, para empaparme bien de ellas. No es más que un pobre romance, pero, al servicio del Evangelio, hasta unos modestos ripios pueden dar su fruto.

No podemos servir a Dios y al dinero. Lo sabemos, pero nos empeñamos una y otra vez en intentarlo. Sin decirlo expresamente, pensamos: “Qué bien estaría ser un buen cristiano pero sin tener que renunciar a nada, con una cuenta abultada en el banco y un buen sofá en casita".

No podemos servir a Dios y al dinero. Creo que se trata de algo que todos tenemos que oír una y otra vez, a tiempo y a destiempo, porque, en esto, somos como el camino que recibe la semilla pero enseguida se la comen los pájaros. O, por decirlo como lo han dicho alguna vez todas las madres del mundo: por un oído nos entra y por otro nos sale.

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25.02.09

Una buena inversión en tiempo de crisis

Ya les he ofrecido en este blog las ideas de dos lectores, Cristhian y Lucía, para capear este tiempo de crisis económica del que tanto se habla en los periódicos y en la televisión. Hoy quiero aportar mi propia sugerencia.

Estos días, todo el mundo anda desesperado por encontrar u ofrecer una buena inversión, porque los destinos habituales de inversión no resultan rentables. Los bancos intentan ofrecer mejores intereses, los “cazadores de gangas” buscan casas vendidas a bajo precio por personas que no pueden pagar la hipoteca, las compañías de seguros se esfuerzan en encontrar fórmulas más imaginativas para atraer a los clientes. También los trabajadores hacen lo posible por invertir un esfuerzo adicional en su propio trabajo, para exorcizar el temido fantasma del desempleo. Da la impresión de que hay “menos dinero” y que, por lo tanto, el dinero que hay es más valioso y hay que cuidarlo bien.

Como me preocupo por mis lectores, voy a recomendarles una buena inversión. Una muy buena inversión. Saquemos el dinero del calcetín o del colchón. Basta ya de roñosos intereses del 4, 5 ó 6 %, como ofrecen los bancos. Lo que nos hace falta es una inversión que ofrezca un tipo de interés mucho más alto. Y, por supuesto, que sea segura, porque las especulaciones arriesgadas y sin mucho fundamento son, precisamente, lo que nos han llevado a esta situación.

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