InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Biblia

8.05.19

Jesús no fue un hombre bueno

“¿Acaso leemos alguna vez que se encontrara con una viejecilla que subía una cuesta llevando una pesada carga y se ofreciera a llevársela? ¿Se tiró alguna vez al agua para salvar una vida? ¿Hemos oído decir, por lo menos, que repartiera dinero a los hambrientos? ¿Iba de un lado a otro consolando a los enfermos y animándolos? No, no hay ningún indicio de nada de eso. No se tiró al agua, caminó sobre el agua. Cuando la gente tenía hambre, no repartió dinero, repartió pan multiplicado misteriosamente. No consoló a los enfermos, los curó”.

Ronald Knox, El credo a cámara lenta

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Durante al menos un par de siglos fuera de la Iglesia y aún hoy “dentro” de ella entre los que han perdido la fe, ha estado de moda considerar a Jesús como un gran hombre, un hombre bueno, quizá un revolucionario al estilo del Che Guevara, un maestro moral como Confucio, o, para cubrir todas las posibilidades, un revolucionario moral. De forma más ramplona, a veces se le considera un filántropo o, simplemente, un progre avant la lettre. Si algo tienen en común estas ideas es su carácter completamente inverosímil. Hace falta mucha más fe para creer en ellas que para creer en la divinidad de Cristo.

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21.03.19

El consuelo de las riquezas

¿Las riquezas consuelan? Por supuesto que sí. De ahí su atractivo y su peligro, porque podemos terminar prefiriendo ese consuelo, real pero efímero y superficial, al único que realmente puede consolar nuestro corazón, que es Jesucristo.

¿Qué podemos hacer para evitar ese peligro? De eso nos habla José Alberto Ferrari en esta segunda parte de su artículo “Desventura del hombre de negocios —entre el consuelo y la dispersión—”. Si el otro día hablábamos del riesgo de ser como Judas en la administración del dinero, hoy consideramos una de sus dos causas: el consuelo de las riquezas.

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9.11.18

Por qué no entendemos las parábolas (II)

En el artículo anterior sobre este tema, veíamos que una de las razones por las que no entendemos las parábolas es que las confundimos con cuentecillos que ya conocemos y que, por lo tanto, no hay que tomar en serio. Cuando queremos tomárnoslas más en serio, sin embargo, lo que conseguimos es… engañarnos también, pero de forma más seria. Las parábolas no pueden ser meros cuentecillos, nos decimos, porque eso no es serio ni provechoso. Tienen que ser algo más “religioso” y, condicionados por años de considerar que “religioso” equivale a “moral", consideramos que las parábolas son cuentecillos pero con moraleja. Es decir, fábulas, como la de la zorra y las uvas.

Esta tendencia es muy comprensible. A fin de cuentas, la humanidad lleva milenios componiendo fábulas como forma de transmitir enseñanzas morales. El mismo refranero es una expresión minimalista de esta tendencia, reducida a las puras moralejas. Acostumbrados a los cuentos, refranes y fábulas que hemos escuchado desde niños, al escuchar una historia, esperamos que termine con una moraleja, una aplicación moral de la historia. Y si la historia no termina con moraleja, la inventamos.

De este modo, una multitud de cristianos “comprometidos” y respetables, están convencidos de que el significado de las parábolas es su moraleja, el principio moral que revelan. La parábola de los talentos significa que hay que aprovechar los dones que tiene cada uno; la del trigo y la cizaña que no es realista aspirar a la perfección; la del sembrador que cada uno debe hacer todo lo que puede; la de las vírgenes sabias y necias que tenemos que ser previsores, la del deudor que hay que tratar a los demás como queremos que nos traten, la del juez y la viuda que debemos ser persistentes y no desanimarnos y la del pobre Lázaro que hay que cuidar de los pobres.

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6.10.18

Más que la vida

Santo Tomás decía que, en los salmos, está contenido el Evangelio entero. Nunca ha dejado de sorprenderme lo cierto que es esto y lo sabia que es la Tradición de la Iglesia al proponer los salmos como base de la liturgia de las horas, para que alimentemos nuestra oración cotidiana con las palabras que el mismo Dios pone en nuestra boca.

El otro día, rezando laudes, leí esta frase y la he estado rumiando desde entonces: “Tu gracia vale más que la vida”. Por supuesto, tiene una aplicación a mi propia historia, que no le interesa a nadie más que a mí, pero también una aplicación más general, que quizá pueda resultar interesante a los lectores. Del mismo modo que en los salmos está contenido el Evangelio entero, creo que en esa simple afirmación del salmista se contiene la explicación de la gran crisis que sufre la Iglesia desde hace más de medio siglo.

Nuestro problema, nuestro gran problema, es que ha dejado de estar claro que la gracia de Dios vale más que la vida. Tristemente, si hay algo característico de nuestro tiempo es eso: los mismos cristianos ya no creen que la gracia de Dios valga más que la vida.

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7.06.18

Dios no es amor

El lunes por la mañana, al llegar a la oficina, Pepe llamó a unos cuantos compañeros, diciéndoles:

—Venid, que os cuento lo que me ha pasado este fin de semana.

—Cuenta, cuenta —respondieron ellos, frotándose las manos, porque Pepe era conocido en la oficina por lo bien que contaba historias.

—Pues resulta que el sábado por la noche, volvía a casa en el coche a eso de las dos o las tres de la madrugada con mi mujer, porque habíamos ido a una boda, y nos perdimos. Os lo imagináis: noche cerrada, ni la más remota idea de dónde estábamos y cruzando un vecindario malísimo, una especie de mezcla entre el Bronx y Corea del Norte.

—Esas cosas siempre te pasan a ti —dijo uno de los compañeros.

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