Creo por la oficina de correos
Al ser traductor, tengo que ir frecuentemente a la oficina de correos de mi barrio, para enviar traducciones juradas a mis clientes. No hace mucho, fui a enviar una de estas traducciones y, como suele suceder, la oficina estaba abarrotada. Hacía calor y, como había pocos funcionarios y no se daban mucha prisa, los ánimos se habían caldeado bastante.
El calor favorecía que la tensión fuese aumentando cada vez más y el propio ambiente de tensión, en un círculo vicioso, ponía nerviosa a la gente, lo cual, a su vez, hacía que aumentara la tensión del ambiente. La gente se quejaba, unos en voz baja y otros de forma más que audible. Algunos discutían entre sí, por el puesto en la cola, por el uso de un bolígrafo o simplemente porque sí.
Como la impaciencia es de las enfermedades más contagiosas que existen, rápidamente me impacienté y empecé a quejarme yo también por lo bajo, refunfuñando por todo. Analicé la lentitud de cada funcionario en particular, las razones por las que deberían despedirle y las mil y una formas en que la oficina podría organizarse de forma más eficiente. Yo, que nunca miro la hora y ni siquiera llevo reloj, sentí la necesidad de saber qué hora era cada dos minutos.


A poco que uno preste atención, Dios siempre se sirve de algo para llevarte hacia él. Te manda ángeles, para que se cumpla su promesa del libro del Exodo: mi ángel marchará delante de ti. “Ángel” es, etimológicamente, una palabra griega, ἄγγελος (pronunciado anguelós), que significa simplemente “mensajero”, es un mensajero de Dios. El mismo sentido tiene el término hebreo del que es traducción la palabra ángel: מלאך (malaj).
Ya he dicho más de una vez que me acuerdo a menudo de rezar por los comentaristas y lectores del blog. Durante los días que pasé de vacaciones en los Países Bálticos el mes pasado, tuve ocasión de acordarme aún más frecuentemente de hacerlo. Al visitar multitud de iglesias, cada una con su sagrario y un rato de oración ante él, fui pidiendo por los lectores y comentaristas, en general y en concreto, por tierras lituanas, letonas y estonias. Pido por las necesidades e intenciones de cada uno y, además, como decía San Pablo, “doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros”.
Para regocijo de todos, ha llegado el momento de proclamar un Princeps Poetarum de Espada de Doble Filo, título que, como es sabido, conlleva la gloria eterna (o, al menos, hasta el próximo concurso) del poeta. Es más, propongo que, en los comentarios, de ahora en adelante y para reconocer su victoria, nos dirijamos al ganador como Princeps Poetarum o, al menos, hagamos seguir su nombre de la abreviatura “pp”.









