Murió Antony Flew, el ateo «que tuvo que rendirse ante la evidencia»
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los ateos se veían liderados por personajes fieles a sus principios, buscadores de la verdad y que se atrevían al debate, como el famoso de B. Russell con el jesuita Copleston.
El referente de esa época, por su estilo y coherencia fue Antony Flew, que murió hace dos semanas (8 de abril). Sólo La Vanguardia [Española] le dedicó noticia.
Con 87 años el filósofo era un pedazo de historia. En su juventud asistió al Club Socrático de C.S. Lewis, pero al margen de admiración por el maestro —«un hombre eminentemente razonable»— no sacó mucho más que una fidelidad inquebrantable al pensador griego: «sigue el argumento hasta sus últimas consecuencias»
Hábil polemista su presunción de ateísmo (que resolvía la aporía atea de demostrar la no existencia) y las críticas a la vida después de la muerte y del libre albedrío (fue marxista y determinista) eran la munición intelectual de la que se servían otros ateos. Dos de sus libros Dios y la Filosofía (1966) y La presunción de ateísmo (1984), eran los libros de cabecera de la secta atea y el artículo «Teología y Falsificación» uno de los más citados durante 20 años.
Pero a partir del año 2000 comenzaron los rumores de la conversión de Flew, que confirmó el propio Antony en 2004 en una entrevista: «Ateo se vuelve teísta», cierto que era al «Dios aristotélico» pero echaba por tierra toneladas de falacias, fallos de argumentación y negación de las evidencias de los últimos avances científicos. En el fondo, si Dios cupiese entero en nuestras cabezas, bien pequeño sería.
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