(CH/InfoCatólica) Las modificaciones de las normas, dadas a conocer el 26 de abril de este año por el Secretario General del Sínodo de los Obispos, el cardenal maltés Mario Grech, y su Relator General, el cardenal luxemburgués Jean-Claude Hollerich, SJ, especifican además que debe darse prioridad a las mujeres y a los jóvenes al nombrar a los miembros del grupo de laicos, que, junto con otros miembros no obispos, constituirán el veinticinco por ciento de los miembros con derecho a voto en la Asamblea General ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Según monseñor Schneider, obispo auxiliar de Santa María en Astana (Kazajstán), los cambios en la composición de esta asamblea hacen que el próximo sínodo se parezca más a «un parlamento democrático o igualitario que a una jerarquía monárquica establecida por Nuestro Señor Jesucristo».
Afirma además que «los procesos y documentos sinodales, y el próximo Sínodo de Roma, han adoptado un método ajeno al espíritu de los Apóstoles, los Padres de la Iglesia y la genuina tradición de la Iglesia».
En la entrevista exclusiva a Diane Montagna para el Catholic Herald, Mons. Schneider también aclara la naturaleza de un Sínodo de Obispos tal y como lo concibió el Papa Pablo VI, habla de lo que cree que san Pablo VI diría a la asamblea de octubre de 2023, y hace un llamamiento a los cardenales para que actúen y no permanezcan pasivos «mientras se perjudica a la Iglesia y se pone en peligro la salvación de las almas». En este sentido, el obispo de Astaná en Kazajstán, acentúa el aviso anteriormente dado por él mismo y otros prelados como el Cardenal Pell o Mons. Leonard sobre los peligros de este Sínodo.
El 26 de abril, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos emitió un comunicado de prensa en el que anunciaba cambios en la composición de la asamblea de octubre de 2023 en Roma. Diez clérigos consagrados serán sustituidos por cinco religiosos y cinco religiosas, mientras que los auditores (expertos) serán reemplazados por setenta miembros no obispos elegidos por el Papa Francisco. Todos los participantes tendrán derecho a voto. Excelencia, ¿qué opina de este cambio?
Este cambio representa una novedad radical en la historia de la Iglesia católica. Un sínodo de obispos es un instrumento mediante el cual la jerarquía ejerce su función docente y de gobierno. Aunque los laicos pueden ser invitados a participar en un sínodo para prestar su consejo, las normas de votación de un sínodo siempre han reflejado la diferencia esencial entre el sacerdocio jerárquico/ministerial y el sacerdocio común. Conceder a los laicos el mismo derecho de voto que a los obispos socava la estructura jerárquica de la Iglesia y se asemeja más a las normas de los sínodos de la comunidad anglicana y otras comunidades protestantes, donde clérigos y laicos gozan del mismo derecho de voto.
Al hacer este cambio, la Secretaría del Sínodo modificó la aplicación de la Constitución Apostólica Episcopalis Communio de 2018 del Papa Francisco. ¿Pueden modificarse tales normas mediante un comunicado de prensa?
Las normas esenciales relativas a la estructura y los procedimientos del Sínodo de los Obispos, incluido el derecho de voto, deben ser debidamente promulgadas por el Romano Pontífice o por un órgano de la Santa Sede que haya recibido un mandato papal específico para este fin. El hecho de que estas normas esenciales hayan sido modificadas a través de un comunicado de prensa de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos crea una percepción de arbitrariedad canónica.
En su declaración, la Secretaría del Sínodo insistió en que esta decisión no cambia la naturaleza episcopal de la asamblea, sino que la «confirma» al «dar visibilidad a la relación circular entre la función profética del Pueblo de Dios y la función de discernimiento de los Pastores.»
Tales intentos de rescate no son convincentes. El mero hecho de que los laicos vayan a votar junto con los obispos sobre cuestiones relativas a la fe y la disciplina de la Iglesia es en sí mismo revelador y transmite un mensaje doctrinal muy ambiguo. Además, el hecho de que la votación en la asamblea de octubre de 2023 en Roma sea meramente consultiva no atenúa la verdad de que el próximo sínodo se asemeja más a un parlamento democrático o igualitario que a una jerarquía monárquica establecida por Nuestro Señor Jesucristo.
Históricamente, ¿qué papel positivo han desempeñado los laicos en estos asuntos?
Ha habido casos en la historia de la Iglesia en los que se consultó a los laicos sobre cuestiones de fe; sin embargo, no se les invitó a votar formalmente junto con los obispos. Por ejemplo, antes de proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción en la Ineffabilis Deus, Pío IX pidió a todo el episcopado que le dijera «cuál era la piedad y devoción de sus fieles respecto a la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios».
También hubo momentos, como durante la crisis arriana del siglo IV, en que la pureza de la fe católica fue mantenida por los laicos en lugar de por los obispos. Fue una época, decía San John Henry Newman, en la que «hubo una suspensión temporal de las funciones de la Ecclesia docens».
En su famosa obra, On Consulting the Faithful in Matters of Doctrine, Newman escribió:
«En ese tiempo de inmensa confusión, el dogma divino de la divinidad de nuestro Señor fue proclamado, impuesto, mantenido y –humanamente hablando– preservado, mucho más por la Ecclesia docta que por la Ecclesia docens; el cuerpo del episcopado fue infiel a su mandato, mientras que el cuerpo de los laicos fue fiel a su bautismo. Unas veces el Papa, otras las sedes patriarcales, metropolitanas y otras grandes, otras los concilios generales, dijeron lo que no debían decir, o hicieron lo que oscurecía y comprometía la verdad revelada; mientras que el pueblo cristiano, bajo la Providencia, fue la fuerza eclesial de Atanasio, Hilario, Eusebio de Vercelli y otros grandes confesores solitarios, que sin ella habrían fracasado.»
¿Ve alguna semejanza entre la crisis del siglo IV y nuestros días?
Sí, la confusión doctrinal generalizada del siglo IV se parece mucho a la de nuestros días. Lo que San John Henry Newman dijo de aquella época bien puede aplicarse a la actual confusión doctrinal y disciplinar creada por los diversos procesos sinodales y documentos preparatorios publicados por la Santa Sede durante el pasado año. El cardenal Newman escribió sobre la crisis arriana:
«El cuerpo de obispos falló en la confesión de la fe. Hablaron diversamente, unos contra otros; despues de Nicea no hubo nada de testimonio firme, invariable y consistente, durante casi sesenta años. Hubo Concilios que no merecieron confianza, Obispos infieles; hubo debilidad, miedo a las consecuencias, extravío, engaño, alucinaciones sin fin, sin esperanza, extendiéndose por casi todos los rincones de la Iglesia Católica. Los comparativamente pocos que permanecieron fieles fueron desacreditados y llevados al exilio; el resto o eran engañadores o fueron engañados».
Los diversos documentos publicados durante el actual proceso sinodal representan el tipo de confusión contra la que advirtió el Doctor de la Iglesia del siglo IV, San Hilario de Poitiers, diciendo:
«Es imposible, es irrazonable, mezclar lo verdadero y lo falso, confundir la luz y las tinieblas, y unir, del modo que sea, la noche y el día» (In Constantium, 1).
El Sínodo de los Obispos fue instituido por el Papa Pablo VI en 1965, para «ayudar al Romano Pontífice con sus consejos en la conservación y crecimiento de la fe y de las costumbres y en la observancia y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y para considerar las cuestiones relativas a la actividad de la Iglesia en el mundo» (canon 342). ¿Qué cree que diría a la asamblea de 2023?
Durante la Asamblea General del Sínodo de los Obispos de 1971, el Papa Pablo VI insistió en la correcta comprensión de un sínodo. Al hacerlo, subrayó el papel orientador y decisivo de la jerarquía, diciendo:
«La comunión, de la que la Iglesia es el resultado, es orgánica. Diversas son las funciones, diversos los órganos del único cuerpo místico; y la función que mejor caracteriza esta compleja unidad es la de la jerarquía; es la apostólica, la que Jesucristo mismo distinguió de la multitud, y a la que ha confiado dirigirla pastoralmente en su nombre, convocarla, y después instruirla, santificarla y asistirla» (Audiencia general, 6 de octubre de 1971).
Sería muy provechoso que al comienzo del próximo Sínodo de Roma se leyera la siguiente admonición del Papa Pablo VI:
«¿Podemos suponer que la jerarquía es libre de enseñar en el ámbito religioso lo que quiera o lo que pueda agradar a ciertas corrientes doctrinales, o más bien antidoctrinales, de la opinión moderna? No. Hay que recordar que el episcopado está investido de un deber primordial: el de dar testimonio, el de la transmisión rigurosa y fiel del mensaje original de Cristo, es decir, del conjunto de verdades reveladas por Él y confiadas a los Apóstoles, en lo que se refiere a la salvación. El cristianismo no puede cambiar sus doctrinas constitucionales. Los obispos son más que nadie los que deben “custodiar el depósito”, como dice el Apóstol [1 Tim 6,20; 2 Tim 1,14]. Tampoco debemos hacer hipótesis sobre cambios, evoluciones o transformaciones de la Iglesia en materia de fe. El Credo permanece. En este sentido, la Iglesia es tenazmente conservadora y, por tanto, no envejece» (Audiencia general, 6 de octubre de 1971).
¿Cómo diagnosticaría la enfermedad que aqueja a la Iglesia y que nos ha llevado a este punto?
El mayor mal y enfermedad espiritual que ha infectado a la Iglesia en nuestros días es la «conformación al espíritu de este mundo» (Rom 12,2), que es básicamente el espíritu del Modernismo. El Papa Pablo VI ya habló de este peligro en 1964, diciendo:
«La Iglesia misma está siendo engullida y sacudida por este maremoto de cambios, pues por mucho que los hombres estén comprometidos con la Iglesia, se ven profundamente afectados por el clima del mundo. Corren el riesgo de confundirse, desconcertarse y alarmarse, y esta situación afecta a las raíces mismas de la Iglesia. Lleva a muchas personas a adoptar los puntos de vista más extravagantes. Imaginan que la Iglesia debería abdicar de su papel propio y adoptar un modo de existencia totalmente nuevo y sin precedentes. Se puede citar como ejemplo el modernismo. Se trata de un error que sigue apareciendo bajo nuevas apariencias, totalmente incoherentes con cualquier expresión religiosa genuina. Se trata, sin duda, de un intento por parte de filosofías y tendencias seculares de viciar la verdadera enseñanza y disciplina de la Iglesia de Cristo» (Encíclica Ecclesiam suam, 26).
¿Y cuál es el remedio?
A la luz de la evidente infección general del cuerpo de la Iglesia actual con la herejía del modernismo, es decir, con la voluntad de conformarse al espíritu incrédulo del mundo –con su rebelión contra la creación de Dios, la Revelación y sus Mandamientos–, el Sínodo de 2023 debería, más que nunca, advertir de esta infección y proponer remedios eficaces.
En particular, debe proponer las verdades siempre válidas y las normas eficaces de la tradición perenne de la Iglesia. El Papa Pablo VI escribió a este respecto:
«Es necesario un remedio eficaz para evitar todos estos peligros, que prevalecen en muchas partes, y creemos que tal remedio se encuentra en una mayor conciencia de sí misma por parte de la Iglesia. La Iglesia debe hacerse una idea más clara de lo que realmente es en la mente de Jesucristo, tal como ha sido registrado y conservado en la Sagrada Escritura y en la Tradición Apostólica, e interpretado y explicado por la tradición de la Iglesia bajo la inspiración y guía del Espíritu Santo» (Encíclica Ecclesiam Suam, 26).
Y, sin embargo, parecen adoptar un enfoque diferente.
Si, por el contrario, los procesos y documentos sinodales, y el próximo Sínodo de Roma, han adoptado un método ajeno al espíritu de los Apóstoles, de los Padres de la Iglesia y de la genuina tradición de la Iglesia. Al hacer de los datos psicológicos y sociológicos un criterio para decidir cuestiones de fe, moral y disciplina, la Secretaría del Sínodo ha ignorado a Pablo VI, quien dijo:
«Las conclusiones de las investigaciones [sociológicas] no podrían constituir por sí mismas un criterio decisivo de verdad» (Exhortación Apostólica Quinque Iam Anni, 8 de diciembre de 1970).
El Papa Pablo VI advirtió contra la adopción de un enfoque tan mundano, cuando dijo:
«Vemos una tendencia a reconstruir, a partir de datos psicológicos y sociológicos, un cristianismo desligado de la Tradición ininterrumpida que lo une a la fe de los Apóstoles, y a exaltar una vida cristiana desprovista de elementos religiosos» (Exhortación Apostólica Quinque Iam Anni, 8 de diciembre de 1970).
El Papa Francisco y todos los miembros del próximo Sínodo de Roma deberían tener muy en cuenta las siguientes advertencias proféticas del Papa Pablo VI:
«No somos nosotros los jueces de la Palabra de Dios: es ella la que nos juzga y pone al descubierto nuestra conformidad con la moda mundana» (Exhortación Apostólica Quinque Iam Anni, 8 de diciembre de 1970).
¿Cuál sería su recomendación a los cardenales?
Dar el mismo derecho de voto al episcopado y a los laicos no tiene precedentes y socava gravemente la constitución divina de la Iglesia, conformándola más a un modelo protestante o incluso laico. La ausencia de objetivos claros para el sínodo, que aportarían claridad en un momento de gran confusión doctrinal, es también muy perjudicial para la Iglesia. Por tanto, está claro que el próximo sínodo es un vehículo para acelerar la protestantización y secularización de la Iglesia católica.
Los cardenales no pueden permanecer simplemente en silencio mientras se perjudica a la Iglesia y se pone en peligro la salvación de las almas. Están obligados a apelar al Papa, con claridad y toda la reverencia debida, como hizo el apóstol Pablo con Pedro, cuando no caminaba «rectamente hacia la verdad del Evangelio» (Gal 2,14).
Excelencia, ¿cuál es su mensaje al Papa Francisco?
El asunto que nos ocupa es urgente, y apelo fraternalmente al Papa Francisco para que anule las nuevas normas de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, que conceden el mismo derecho de voto a los obispos y a los laicos. También le pido fraternalmente que establezca objetivos claros para el Sínodo que permitan a los obispos profesar con valentía y sin ambigüedades ante toda la Iglesia, y el mundo, la unicidad de Cristo y su obra salvadora, la validez de los mandamientos de Dios y el orden divinamente establecido de la Iglesia.
Junto con tal profesión, el Sínodo debería proponer remedios concretos y eficaces contra los virus y males espirituales que afectan hoy severa y casi globalmente al cuerpo de la Iglesia. Si las asambleas sinodales de 2023-2024 no hacen esto, se cumplirá la predicción del cardenal Charles Journet:
«Un día los fieles se despertarán y se darán cuenta de que han sido intoxicados por el espíritu del mundo».