(Ecclesia/InfoCatólica) En este espacio de diálogo se profundizó en el primer anuncio, donde la familia se convierte en «una buena noticia, en la respuesta para todos los que sienten ese anhelo de nuestra esencia, de nuestro sentido… Es una célula de la sociedad donde uno es querido por lo que es, más allá del yoísmo en el que estamos inmersos». La sociedad «quiere crear familias de uniones del yo, pero sin el nosotros. Y la clave de la familia cristiana es poder salir de ese yo para encontrarme con el tú y que aparezca el nosotros».
Con este curso, la Subcomisión quiso profundizar en los cuatro itinerarios expuestos en el Congreso Nacional de Laicos, utilizando la metodología de «acoger, discernir e integrar» que usa el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Un compromiso para conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y poder responder así a las inquietudes desde los valores de la familia y a la luz del Evangelio.
La familia se ha descubierto en tiempos de pandemia como esencial para salir juntos de la crisis, «porque nadie se salva solo».
Durante este tiempo de pandemia, la covid nos ha mostrado nuestra fragilidad y pobreza a la que hemos podido hacer frente mediante la solidaridad y la fraternidad. El individualismo radical fracasa y el pilar vuelve a ser la familia, con esa entrega que es esencial y que se aprende dentro de esa familia cristiana que se convierte en la esperanza del mundo, por eso tenemos que «ponerla de moda».
¿Y le preocupan las leyes que de algún modo «arrinconan» al modelo de familia cristiana?
Si, me preocupan, estas legislaciones porque relativizan el misterio de la vida y promueven la autocreación, buscando individuos desarraigados y materialistas que se mueven por un instinto compulsivo de satisfacer sus deseos. Buscan el darwinismo social y una deconstrucción de la sexualidad y del amor con una ideología de género que quiere difuminar lo masculino y lo femenino; en la que la dimensión sexual se convierte en algo cultural y no natural. Buscan una persona fácilmente manipulable y lógicamente la familia, que crea raíces únicas, es un enemigo a combatir.
Una cultura «dominante» que se vale en ocasiones del propio lenguaje.
Hay toda una manipulación del lenguaje para destruir la esencia del ser humano, la integración de la sexualidad y del cuerpo, la dignidad en este sentido… Es un plan que fomenta al hombre del deseo al que abre la puerta la ideología de género y llega hasta el transhumanismo donde «yo con la biotecnología puedo realizar todos mis deseos». La naturaleza no marca, sino que es el propio deseo de satisfacer e imponer que «da igual ser hombre y mujer», en definitiva, trivializar al propio ser humano.
Ese lenguaje que también se ha utilizado en la Ley de Eutanasia que habla desde su origen de «muerte digna».
En esa sociedad del deseo los débiles sobran y es a lo que encamina esa legislación. Cuando se presenta la Ley de Eutanasia, se habla de «libertad» para elegir. Es una vez más utilizar el lenguaje de forma intencionada. La libertad no la da la eutanasia sino los cuidados paliativos. En España mueren más de 60.000 personas sin acceso a los cuidados paliativos. Fomentar la eutanasia en lugar de invertir en estos cuidados, es pisotear la dignidad y la libertad de las personas. Tampoco se puede coaccionar la libertad del personal sanitario y del derecho que tienen de no hacer al paciente lo que consideren indeseable o lesivo. Es decir, no se puede anular en nombre de la libertad del paciente la libertad del médico y de todos los responsables del acto médico.