Leo el post de don Jorge González Guadalix «Católicos en países islámicos: ¿estar por estar?». Me parece un planteamiento lógico, además, firmemente asentado en la Escritura y en el Magisterio. Es verdad también que, por lo que leo, su autor tiene tan pocas dudas, como yo mismo, respecto a las posibilidades de evangelizar en países del mundo islámico.
Leo la respuesta de don Santiago Agrelo y quedo sorprendido, no por lo que dice, eso se le supone, como el valor al soldado, sino porque no responde al artículo de don Jorge, sino que hace consideraciones, que, en mi opinión no vienen al caso, sobre el sentido de la vida humana, de la presencia de un cristiano en cualquier lugar, sobre el valor de la oración, que en absoluto cuestiona el post aludido, o el manido estribillo del cristiano como buena noticia para los pobres: por qué no también para los ricos?, que en los países musulmanes, alguno hay. Y también en Asados, Riaxo, de los unos, de los otros.
Lo que me induce a escribir estas líneas es la frase final de don Santiago, distinguiendo un Jesús del Corán, respetabilísimo, y el de los cristianos, en el que no creen. Tiene usted toda la razón, don Santiago: respetan una caricatura de Jesús, una criatura humana estupenda; qué bien. ¿Tiene «eso» algo de Cristo?, ¿de aquél que se contiene en nuestra profesión de fe? ¡Estaría bueno que no respetaran a su hechura!; lo que se supone que usted ha de lograr (no se lo aconsejo) es que creyeran en el único Cristo: Dios hecho Hombre, perfecto Dios y perfecto Hombre, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre … nacido de María la Virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo, que fue crucificado, muerto y sepultado. Que resucitó al tercer día; que con su muerte redimió al hombre…
¿Cómo va, don Santiago, progresando nuestra doctrina Trinitaria en esos países? ¿Qué opinan de la Encarnación?. Y no entro en discusión con usted, ni con don Jorge, ni con los musulmanes sobre su religión (tampoco le aconsejo que lo haga, don Santiago). Tengan ellos su fe, obsérvenla bien; y déjenme a mí con la mía.
Pero no es esa la cuestión, sino la utilidad de presencia cristiana evangelizadora en países musulmanes. Habría que precisar más: en algunos países musulmanes, porque en la mayor parte la respuesta ya viene dada por las autoridades locales. NO.
No entraré en razones de Escritura: creo que está claro. Evangelizar no es solo acometer obras solidarias, sino enseñarles «que guarden todas las cosas que Yo os he mandado». Y esto no es posible, porque viola las prescripciones coránicas, que consideran, con razón desde su punto de vista, que quien corrompe la religión, incita a la apostasía, es peor que un asesino; y prevé para ello una pena congruente con la gravedad del delito.
Yo soy un historiador. Como tal puedo apelar a la Historia, al relato de lo sucedido, y a explicarlo. Tras la conquista musulmana del reino visigodo, una parte importante de la población visigoda permaneció bajo las autoridades musulmanes, parte convertida al Islam, parte conservando su propia religión, en condiciones aparentemente buenas, pero en clara situación de inferioridad. El destino de esa Iglesia mozárabe era desaparecer, antes o después: sin persecuciones, por absorción, por contaminación teológica, por el simple peso del poder, por acomodación…, mil razones.
Los mozárabes supieron verlo. Solo había dos soluciones: 1. Confundirse con el paisaje, es decir, suavizar la doctrina trinitaria y la Encarnación, el adopcionismo. Abandonar la propia fe para fabricar un Jesús que los otros respeten. 2. Tomar distancias, es decir, blasfemar contra el Islam, ante el qadí de la ciudad, ante testigos, y afrontar la condena prevista. El martirio voluntario aseguraría la necesaria distancia entre ambas religiones. En todo caso, el proceso desemboca en el mismo lugar: la desaparición de la religión de los dominados. En 1126 no quedan cristianos en la España dominada por los musulmanes.
Dos notas finales, una, en desacuerdo con don Jorge. Cierto que san Francisco predicó ante el sultán de Egipto, al-Kamil, y que, al parecer propuso llamativas ordalías, de acuerdo con las costumbres de la época. Admiro su enorme valor y su gran santidad, pero no puedo olvidar que todo lo que el Santo de Asís obtuvo del sultán fue un cierto pasaporte, un cuerno de marfil, delicadamente tallado, que se conserva en la basílica de Asís.
La segunda nota final, para don Santiago, con los mejores deseos de resultados evangelizadores.
Vicente Ángel Álvarez Palenzuela.
Catedrático de Historia Medieval.