Llegamos a esta fecha preciosa del 25 de marzo, 9 meses antes del nacimiento de Cristo. Vino el ángel de parte de Dios y entabló un diálogo con María, la llena de gracia, para anunciarle el plan divino de la redención por medio del Hijo hecho carne en su seno virginal. María dialogó con el ángel, no por plantearle dudas ni incertidumbres, sino para responder más conscientemente en su plena libertad al designio de Dios. La virginidad de María no era incompatible con su maternidad divina, al contrario, era la plenitud de esa virginidad, porque era una maternidad en la plenitud de la vitalidad maternal. Virgen y madre llegan aquí a su máxima expresión.
Preciosa escena, preciosa estampa, que los artistas han representado de múltiples maneras, intuyendo el misterio que esconde este diálogo del ángel con María. María acoge el plan de Dios y responde afirmativamente, entregando todo su ser virginal para ser madre de Dios. Esa fe de María, esa entrega se concreta en una palabra: fiat. Un sí mayúsculo y creciente, que en el Calvario se ensanchará para un parto doloroso en el que se convertirá también en madre nuestra. Y el Verbo se hizo carne a partir de ese momento. La encarnación de Dios ya no es un proyecto, es una realidad palpitante en el seno de María.
En este día celebramos la fiesta de la Vida. «Acoger y cuidar la vida, don de Dios», nos señala el lema de este año. Dios se ha hecho embrión, ha comenzado a existir en todas las fases del feto hasta ser dado a luz en la noche de Belén. El misterio del Verbo encarnado ilumina hoy con luz propia esa fase oculta de la vida de todo ser humano. Desde la concepción somos personas. Desde el instante mismo en que el óvulo es fecundado por el espermatozoide, tenemos una nueva vida, una nueva persona, con todos los derechos de vivir y con todas las obligaciones de quienes le rodean para no interrumpir su proceso de maduración.
El sí a la vida encuentra hoy escollos a salvar, como es la reivindicación del derecho a decidir la matanza de esa vida, si no resulta placentera. El aborto se ha generalizado como si de beber un vaso de agua se tratara. Y por este camino son cientos de miles, de millones de personas que son asesinadas en el seno materno, con la colaboración de una sociedad que no se inmuta, que se ha insensibilizado ante la muerte de los inocentes. No podemos callar ante este genocidio, busquemos las formas adecuadas para que quienes tienen problemas con un nuevo nacimiento encuentren otro regazo que pueda acunar ese niño, en lugar del cubo de basura de un paritorio.
En la fiesta de la vida, encontramos otro reto, que va ampliándose como fruto del egoísmo que descarta a quienes no valen. Es la vida de los ancianos, de las personas terminales, de las que merecen cuidados paliativos y no los encuentran. La eutanasia no es solución, ni el suicidio asistido. La persona que está bien atendida no quiere morirse. Quien quiere morirse es porque ha sido descartada ya hace tiempo por quienes debieran cuidarla. Tenemos que revertir esa tendencia, saliendo al encuentro de quienes están solos, de quienes sufren situaciones irreversibles. La fe cristiana nos enseña que el sufrimiento es el principal ingrediente de la redención. Y todo el que sufre está llamado a ser colaborador en primera fila del misterio redentor, con Jesucristo, con María, con todos los santos.
En esta fiesta de la Anunciación – Encarnación, el Papa nos invita consagrar nuestras vidas al Corazón Inmaculado de María, a consagrar a Rusia y a Ucrania a este Corazón maternal. Estamos sufriendo los horrores de la guerra. Sólo una acción superior puede librarnos de este trance y librar a la humanidad entera de tanto sufrimiento. En las grandes ocasiones de la historia, María ha mostrado su maternidad protectora. También ahora quiere demostrarla, si la invocamos con fe. Nos unimos al Papa con el deseo de aportar nuestra colaboración para hacer que reine la paz en nuestras familias, en nuestro corazón, en el mundo entero.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.