"Un grupo de científicos ha logrado uno de los hitos más esperados de la biología moderna: aislar, a partir de embriones humanos, un tipo primitivo de célula que puede convertirse en cualquier tipo de tejido, músculos, huesos o cerebro". Así comenzaba la crónica con la que el Washington Post daba cuenta, el 6 de noviembre de 1998, del descubrimiento de las células madre embrionarias por los doctores James Thomson (Wisconsin) y Geahart (Baltimore). Y mostraba los dos aspectos que este hallazgo causaría en el desarrollo científico: “se han hallado las minas de oro de la biotecnología, puesto que el nuevo material permitirá crear neuronas para gente con Alzheimer o células pancreáticas para diabéticos”. La esperanza de curación de enfermedades crónicas de difícil tratamiento, combinada con la posibilidad de un laboratorio de patentarla: el mayor avance de la investigación médica contemporánea y el mayor negocio de la industria farmacéutica. Muy pronto, se abrió en la medicina regenerativa otra vía, la obtención de células madre a partir de células adultas del propio enfermo. La Iglesia, basándose en los conocimientos científicos sobre el desarrollo embrionario, que han constatado que este se trata de un proceso continuo desde el momento de la concepción, pronto aplicó los mismos criterios morales empleados en la fecundación in vitro, basados en la sacralidad de la vida: entre las fuentes de obtención de células madre, no eran éticamente admisibles aquellas que implicaran la creación o destrucción de un ser humano, como las provenientes de embriones congelados o creados por clonación. Se debía optar siempre por células madre adultas, o bien procedentes de cordón umbilical.
Sería largo hacer aquí un somero resumen de los ataques que recibió la Esposa de Cristo por defender la vida del ser humano no nacido, desde instancias científicas, políticas, intelectuales y hasta culturales, todas en la línea del pensamiento progresista. Podemos citar a pesos pesados de la política, como José Borrell, afirmando que "hay una serie de consideraciones morales y religiosas de las que hay que deshacerse", el 9 de junio de 2004; el presidente José Luis Rodríguez, “me comprometo a acabar con la moral y actitudes carcas”, el 22 de agosto de 2004, o ese terminante “el retraso científico de España se debe a un problema cultural, derivado del adoctrinamiento de la Iglesia contra la ciencia en las mentes de los españoles”, en su reunión con Stephen Hawkins, el 15 de abril de 2005; la admonición de María Teresa Fernández, “desde hace siglos en este país se han opuesto a las reformas pendientes los sectores más tenebrosos e inmovilistas, los curas y los jueces”, en declaraciones el 11 de diciembre de 2004; o Elena Valenciano con su “los curas sólo creen en los mártires y nosotros en la ciencia”, del 24 de abril de 2008, que retratan la preconcepción sobre la voz de la Iglesia católica en asuntos de moral social del progresismo.
La inquina hacia los católicos llevó a cometer errores de bulto. Por ejemplo, nada menos que la portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Sanidad del Congreso, Isabel Pozuelo, acusó el 9 de febrero de 2006 a la Iglesia Católica de "mentir de forma muy burda" por decir que la futura Ley de técnicas de reproducción humana permitirá "la producción de niños clónicos", afirmando que la nueva ley “prohíbe expresamente y de manera rotunda la clonación humana”. En realidad, la portavoz se equivocaba, y la Iglesia tenía razón: la nueva ley permitía la clonación humana, aunque sólo la terapéutica, no la reproductiva. No era la única en desconocer la ley que su propio grupo impulsaba, sino que el ministro Bernat Soria, investigador con células madre, y supuestamente conocedor del tema y las objeciones morales al mismo, patinó al declarar el 28 de octubre de 2007 “la Iglesia no logrará frenar la investigación con células madre: cuando vea que son útiles, la oposición se irá diluyendo”, desconociendo que la Iglesia no se oponía a la investigación con células madre, sino a la experimentación con embriones humanos.
Soria tampoco se hubiese ganado la vida como profeta. A lo largo de estos 10 años, el número de estudios que han logrado entrar en fase clínica con células madre adultas es abrumador, mientras las células madre embrionarias tienen ya pocas expectativas de futuro. La razón es resumida por el investigador manchego Juan Carlos Izpisúa, coordinador del Salk Institute de La Jolla, en California, en una entrevista en el diario El Mundo del 3 de septiembre de 2009: “Estas células producen cáncer. Sabemos cómo hacerlas multipotentes, pero no entendemos por qué es así. Tampoco comprendemos su capacidad de renovación. Al final, obtenemos algo muy parecido a una célula cancerosa y, obviamente, es inaceptable introducir una célula así en un paciente. Espero que sólo tengamos que entender el ciclo celular en una célula madre, y que no sea tan complejo como comprender el proceso de proliferación descontrolada del cáncer. Pero puede ser que no. En mis sueños soy optimista, pero, en la realidad, soy más cauteloso.” (las negritas son originales). El entrevistador le pregunta “¿Y no es más fácil apostar por las células madre adultas para aplicarlas como terapia frente a algunas patologías?” “Sin lugar a dudas. El ejemplo es el sistema hematopoyético de la médula ósea, que desde hace muchos años está demostrado que es eficaz y seguro”. El último ejemplo, publicado el 23 de diciembre de 2009, en Newcastle (Reino Unido), donde el grupo de trabajo del North East England Stem Cell Institute, ha logrado mejorías o curaciones totales en 8 pacientes con insuficiencia límbica de córnea, mediante el transplante de células madre sanas del propio paciente. Habría que añadir que las técnicas actuales de experimentación con células madre embrionarias utilizan como vector de recombinación a un virus, con la posibilidad de infectar al receptor, y precisan de una terapia inmunosupresora para evitar el rechazo. Es evidente, desde todo punto científico, que el futuro de la medicina regenerativa pasa por la células madre adultas, bien en su variante original, bien en la de las iPS (células de pluripotencialidad adquirida), que suponen un paso intermedio de desdiferenciación de adultas, aunque presentan, al igual que las embrionarias, problemas de crecimiento incontrolado con riesgo tumoral.
Que el asunto no es sólo científico, sino moral y hasta político, se ve claramente con el alborozo con que fue recibida por la comunidad investigadora más ligada a la manipulación de embriones el levantamiento por parte del gobierno de Estados Unidos del veto a la financiación pública de la investigación con líneas embrionarias. El portavoz principal de este grupo en España, Carlos Simón, del centro de investigaciones príncipe Felipe de Valencia, declaró “Por fin. Llevan mucho tiempo trabajando con toda la conciencia del mundo, y con todas las trabas posibles por parte de la administración Bush” (El Mundo, 23 de enero de 2009), a propósito del primer estudio con células embrionarias que ha solicitado la financiación estatal americana, el de la empresa Geron de California, que inyectará células madre embrionarias en la médula de 8-10 pacientes seleccionados. Ellos mismos admitieron que “La investigación, en fase I, pretende demostrar de momento si este material es seguro y que el uso de estas células no provoca ningún riesgo de tumores en humanos”, más que en esperar resultados positivos. Y es que en el mismo artículo, Damián García Olmos, cirujano del Hospital La Paz de Madrid y especialista en terapia celular planteaba que “En el 60%-70% de los ensayos con animales hemos visto cómo se desarrollaban tumores. El segundo problema que nos plantea este material es la histocompatibilidad; es decir, los embriones de los que se han obtenido son diferentes genéticamente del paciente que lo va a recibir y existe riesgo de rechazo. Casi me parece un paso atrás, cuando todo el mundo tiene la vista puesta en otras posibilidades” (de nuevo las negritas no son mías, sino del autor). John Kessler, neurocirujano de terapia celular en la Universidad Northwestern iba más allá en el New York Times "Sería un desastre, una pesadilla, que estos problemas [de seguridad] aparecieran en esta primera experiencia".
Resulta curioso que Geron tenga su sede en California, pues como recuerda el artículo publicado en Infocatólica hace apenas una semana, en ese estado se dedicaron más de 2.000 millones de dólares del erario público desde el 2 de noviembre de 2004 a la investigación con células madre embrionarias, tras la campaña a favor de muchos medios y celebridades. Aquellos que advirtieron del fracaso de la investigación (previsible con los datos científicos en la mano) fueron tachados de fundamentalistas religiosos y silenciados. Probablemente, y conociendo el mundo de la biomedicina, la posibilidad de acceder a inmensas reservas de embriones congelados producto de la fecundación in vitro a precio muy económico, pesó no poco, frente al coste en tiempo y dinero que precisaba el estudio con células adultas. Razones similares se emplearon en todo el mundo para promocionar esa investigación, empleando, como se ve en el muestrario nacional arriba expuesto, una contraposición entre ciencia y religión, o más bien entre moral humanista y moral utilitarista.
Ahora California ha cancelado dichas ayudas, porque según editorial del Investor´s: “después de cinco años en los que ha derrochado el presupuesto de los 3.000 millones de dólares destinados a la investigación con células madre embrionarias, no ha habido ninguna cura, ninguna terapia y poco progreso. Por eso, los inversores abrazan ahora la causa a la que se opusieron en su día”. Naturalmente, estamos hablando de motivos puramente económicos. La aplastante mayoría de los que ahora se declaran a favor de la experimentación con células madre adultas no lo hacen por considerar al embrión una persona con todos sus derechos, sino por simple cuestión práctica.
Y es que el verdadero centro del debate es la consideración o no del embrión como persona, la controversia ética con respecto al aborto, a la fecundación in vitro, a la eugenesia, a la experimentación con embriones. Casi todos los grandes temas de la bioética contemporánea giran en torno a este punto. Una moral utilitarista, como la que propugna el progresismo intelectual (liberalismo, en terminología- creo que equivocada- anglosajona), escudada en un falso cientismo despojado de límites éticos, acepta todo tipo de manipulaciones con seres humanos en fase de embrión, puesto que este no es considerado persona. Y no lo es hasta un momento impreciso de la gestación, bien la semana 4, la 12, la 14, la 22… al gusto de cada corriente de pensamiento, o casi cada autor.
Las noticias a las que se aluden aquí no cambian el fondo moral de la cuestión: crear, matar, manipular embriones humanos como si fuesen productos es moralmente abominable, incluso aunque la experimentación embrionaria hubiese realmente alcanzado algún resultado clínico. Lo interesante de este caso es que ha resultado que la investigación médica ha acabado dando la razón a la postura de la Iglesia: el desarrollo de la medicina regenerativa pasa por las células madre adultas, no por las embrionarias. Resulta irónico comprobar como tantos que han acusado a la Iglesia de oponerse al avance científico erigidos en defensores del progreso médico, 10 años más tarde, estaban completamente equivocados. Su arrogancia impedirá con seguridad que pidan justas disculpas por las difamaciones vertidas, pero la realidad ha puesto en su sitio a cada uno, y la Providencia ha dispuesto que la avaricia a la que no importaba sacrificar embriones humanos haya visto su camino terminar en el fracaso humano más absoluto.
Durante su investidura como doctor Honoris Causa por la universidad Jaume I de Castellón, otro célebre progresista español, Federico Mayor ha declarado que “cada uno tendría que ocupar su espacio. La Iglesia debería dejar que sean los científicos quienes hablen de células madre o de fecundaciones" (El País, 2 de diciembre de 2009). El flamante doctor honorario ha quedado obsoleto antes de terminar la frase. Los científicos han hablado sobre células madre, y han terminado adoptando las recomendaciones que la Iglesia había hecho al respecto. Vale la pena escuchar con atención las recomendaciones la madre y maestra, porque tiene la experiencia de la que otros carecen, y quién marcha por el camino que ilumina, jamás se equivoca.
Luis Ignacio Amorós, médico