17.10.22

XVIII. El orden de las manifestaciones de la Natividad

Ordenación de las revelaciones[1]

Después de haber tratado la manifestación del nacimiento de Cristo, en la misma cuestión del tratado de la Vida de Cristo de la tercera parte de la Suma teológica, Santo Tomás, estudia el orden en que se realizaron las manifestaciones. Considera que: «el tiempo en que se reveló el nacimiento de Cristo fue dispuesto en el orden conveniente»[2].

Queda probado porque: «El nacimiento de Cristo fue revelado primeramente a los pastores, el mismo día en que tuvo lugar. Como se dice en San Lucas: «Había unos pastores en la misma región que velaban y observaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños (…) Y cuando los ángeles se apartaron de ellos yéndose al cielo, se decían unos a otros: vayamos a Belén (…). Y fueron presurosos»( Lc 2,8.15.16).

Después, en segundo lugar: «llegaron a Cristo los Magos, el día trece de su nacimiento, día en que se celebra la fiesta de la Epifanía. Si hubieran venido pasados uno o dos años, no le hubieran encontrado en Belén, puesto que en se dice también en San Lucas, que: «una vez que cumplieron todo conforme a la ley del Señor, esto es, ofreciendo al Niño Jesús en el templo, volvieron a Galilea, a su ciudad, es decir, a Nazaret». (Lc 2, 39)».

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3.10.22

XVII. El modo de manifestarse el nacimiento de Cristo

Manifestación de la divinidad por Cristo[1]

Después de estudiar la conveniencia de la manifestación de Cristo a los pastores, a los Magos y a los profetas Simeón y Ana, Santo Tomás se ocupa del modo como se manifestó. Se pregunta, en primer lugar, si no hubiera sido conveniente que se manifestase por sí mismo, porque parecen existir tres razones para ello.

La primera está basada en lo que dice Aristóteles: ««La causa que actúa por sí misma es siempre más noble que la que obra movida por otro» (Física, VIII, 5, 7)». Sin embargo, sabemos que: «Cristo manifestó su nacimiento por medio de otros, a saber: a los pastores por medio de los ángeles, y a los Magos por medio de la estrella». Por consiguiente: «con mayor razón debió revelar Él mismo su nacimiento»[2].

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15.09.22

XVI. Primera manifestación de Cristo

Manifestación a los gentiles[1]

El nacimiento de Cristo, además de a su Madre (Lc 1, 26-38) y a San José (Mt 1, 18-25), fue manifestado a los pastores (Lc 2, 8-21), a los profetas Simeón y Ana (Lc 2, 22-38), y los Magos de Oriente (Mt 2, 1-12). Sobre estas manifestaciones examina Santo Tomás su conveniencia en el siguiente artículo.

Hay varias dificultades para comprender su idoneidad. Dos de ellas son con respecto a la Epifanía a los reyes Magos, La primera que expone es la siguiente: «Ordenó el Señor a sus discípulos: «No vayáis a los gentiles» (Mt 10,5), para que antes se diese a conocer a los judíos que a los gentiles. Luego parece que mucho menos debió darse a conocer desde el principio el nacimiento de Cristo a los gentiles, que vinieron del Oriente (cf. Mt 2, 1)»[2].

La segunda aparece si se tiene en cuenta que: «la manifestación de la verdad divina debe hacerse sobretodo a los amigos de Dios, conforme a aquellas palabras de Job: «Se lo comunica a su amigo» (Jb 36, 33)». Sin embargo, «parece que los Magos son enemigos, pues se dice en: «No acudáis a los magos ni preguntéis a los adivinos». Debe concluirse, por ello que: «el nacimiento de Cristo no debió ser revelado a los Magos»[3].

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1.09.22

XV. El anuncio del nacimiento de Cristo

Las manifestaciones de Cristo[1]

Al escribir sobre la natividad de Cristo, en el tratado de la Vida de Cristo, de la Suma teológica, después de ocuparse Santo Tomás de su natividad en si misma, en la siguiente cuestión trata de la manifestación del nacimiento de Cristo a los hombres. Comienza preguntándose si debió ser manifestado a todos ellos.

Hay tres razones que parecen apoyar la respuesta afirmativa.

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16.08.22

XIV. Modo, lugar y tiempo del Nacimiento de Cristo

Modo del nacimiento de Cristo[1]

En los tres últimos artículos de la cuestión sobre el nacimiento de Cristo, Santo Tomás se ocupa, en primer lugar, del modo que ocurrió. Respecto a ello sostiene que Cristo nació sin causar ningún dolor a su Madre.

Para probarlo argumenta: «El dolor de la parturienta se produce por la apertura de los conductos naturales por los que sale la criatura. Pero ya se dijo antes, al hablar de la virginidad de María (q.28 a.2), que Cristo salió del seno materno cerrado, y de este modo no se dio allí ninguna apertura. De aquí se sigue que no existió dolor alguno en aquel parto, como tampoco hubo ningún menoscabo de la integridad de su madre. Se dio, en cambio, la máxima alegría porque «nacía en el mundo el Hombre-Dios» (Is 35,1-2) según palabras de Isaías: «Florecerá sin duda como el lirio, y exultará con júbilo y cantos de triunfo»[2].

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