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17.02.18

XXVIII. El mal y la tendencia al bien


292. ––Después de su explicación  del llamado principio de conveniencia, que se sigue del principio de finalidad, en el capítulo tercero del tercer libro de la Suma contra los gentiles, concluye el Aquinate: «Los filósofos, al definir el bien, dijeron: “Bien es lo que todas las cosas apetecen” (Aristóteles, Física, II, 5). Y Dionisio dice que: “Todas las cosas apetecen lo bueno y lo óptimo”·  (Pseudo Dionisio, Los nombres divinos, 7)»[1]. Sin embargo, tal como indica, al comenzar el capítulo siguiente: «Resulta de esto que se da el mal en las cosas, sin que los agentes lo intenten». Explica seguidamente: «cuando de la acción de un agente resulta algo distinto de lo que él intentó, esto sucede al margen de su intención»[2]. Parece, por tanto, que el mal no se pretende o busque. ¿El mal no tiene, por consiguiente. causa final?

––La afirmación de la necesidad y universalidad del principio de finalidad le lleva a Santo Tomás al complejo problema del mal, porque ningún agente se dirige directamente al mal, tal como hace siempre con el bien. Por ello, si todo tiende al fin o al bien, debe explicarse la razón de la existencia del mal.  

La cuestión del mal ha sido escrutada por todos los pensadores. Como escribió el tomista Sertillanges: «La inmensa mayoría de los pensadores no ha podido resignarse a creer que el mal, cuya existencia se manifiesta en el seno de un mundo, por demás admirable y ordenado, no era susceptible de una interpretación racional». Uno de los problemas inmediatos que se han planteado es si: «el mal, tal como existe, ¿puede conciliarse con el profundo optimismo del espíritu que tiende a la unidad armónica de todo, y con la aspiración invencible que nos lanza a la búsqueda y a la conquista del bien?». Lo que afecta al origen del mal «en cuanto a la causa final»[3].

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31.01.18

XXVII. El fin último del hombre

282. ––Después de estudiar, en el libro primero de la «Suma contra los gentiles», la perfección de la naturaleza divina, y, en el segundo, la perfección de su poder como creador y señor de todo ¿qué trata el Aquinate en el libro siguiente?

––En el tercer libro, Santo Tomás se ocupa de lo que queda por examinar sobre Dios: su perfecta autoridad o dignidad como gobernador y como fin de todos los seres. Estudiará a Dios, al igual que en el libro anterior, en relación a las criaturas, pero no ya como primer principio como en el libro segundo, sino en cuanto fin de todos los entes y rector de todo.

También al igual que en los dos libros anteriores comienza con un lema bíblico,que indica este tema general. Es el siguiente pasaje de un Salmo: «El Señor es un Dios grande y un rey grande sobre todos los dioses, porque no rechazará Dios a su pueblo. En su mano están todos los confines de tierra, son suyas las alturas de los montes. Suyo es el mar, Él lo hizo y sus manos formaron la tierra árida»[1].

En el capítulo primero, glosa así estas palabras: «el Salmista, lleno del Espíritu divino, para demostrarnos el gobierno de Dios, nos describe, en primer lugar, la perfección del primer soberano: de su naturaleza, al llamarle «Dios»; de su poder, cuando dice «gran Señor». Dando a entender que a nadie necesita para ejercer su poder; de su autoridad, al decir «Rey grande, sobre todos los dioses», porque, aunque haya muchos gobernantes, no obstante, todos están sometidos a su gobierno».

Después de definirse en el Salmo la naturaleza y poder de Dios Gobernador, añade Santo Tomás que: «en segundo lugar, nos describe la manera de gobernar . En lo referente a los entes racionales que, sometiéndose a su gobierno, consiguen por él su último fin, que es Él mismo, dice: «No rechazará el Señor a su pueblo».

Se indica también que el gobierno de Dios es universal, porque no sólo se extiende a las criaturas racionales, que lo hacen libremente, sino también a todas las irracionales. «En lo que toca a los entes corruptibles, los cuales, aunque a veces salen de su propio modo de obrar, no escapan al poder del primer soberano, dice así: «En sus manos tiene las profundidades de la tierra».

Igualmente, también afecta el gobierno divino a los otros seres irracionales, que considera que no tienen fallos como los cuerpos terrestres, porque: «respecto a los cuerpos celestes, que sobrepasan lo más alto de la tierra, esto es, los cuerpos corruptibles y que siempre guardan el recto orden del gobierno divino, dice: «Y suyas son también las cumbres de los montes»

Por último, nota Santo Tomás que en el texto bíblico: «en tercer lugar, da la razón de este gobierno universal; pues es necesario que todo lo que Dios ha creado sea gobernado por Él; y por eso dice: «Suyo es el mar…»[2].

Enseña San Agustín, y sigue así toda la tradición, que Dios gobierna todas las cosas.Como una objeción a ello, nota que: «Se suele preguntar por qué Dios –según está escrito en el libro de la ley, llamado Génesis, con el que comienzan las santas Escrituras– puso término a sus obras el día sexto y el séptimo descansó de todas ellas». Indica que esta manera argumentar era parecida a la de: «los judíos, quienes entendían tan materialmente lo del sábado, que se imaginaban que Dios estaba ocioso desde aquel primer sábado. Y si no lo pensaban, creían tal vez que también él obraba en las criaturas seis días, que los sábados descansaba y no trabajaba, y que, como los niños, disfrutaba de unas vacaciones».

Sin embargo, añade: «El problema se resuelve de esta manera: es verdad que Dios realizó y puso término a su obra creadora y que el sábado descansó, pero de crear, no de administrar la creación. Efectivamente la mole de este mundo, es decir, el cielo la tierra y todo lo que en ellos hay, si él no lo gobierna, deja de existir». Además: «Él gobierna el mundo sin fatiga»[3].

Explica también que: «después de todo lo que hizo en el mundo, ya no hizo ninguna criatura nueva. Son las criaturas mismas las que cambian y se transforman. De hecho una vez que fueron creadas, nada más se añadió. Con todo, si el que hizo el mundo no lo gobernase, dejaría de existir lo hecho; no le queda sino administrar lo que hizo. Así, pues, como nada se añadió a la creación, se dice que Dios descansó de todas sus obras (Cf. Gn 2, 2). Al mismo tiempo, como no cesa de gobernar lo que hizo, el Señor dice con razón: «Mi Padre trabaja hasta ahora» (Jn 5)

El gobierno divino sigue a la creación, para su conservación. Dios: «gobierna las cosas que hizo: por eso no cesa de obrar. Pero las gobierna con la misma facilidad con la que las hizo. No juzguéis, hermanos, que no se fatigaba al crearlas, pero se fatiga al gobernarlas, al modo como, con referencia a una nave, se fatigan tanto los que la construyen como los que la gobiernan, dado que son hombres. Pues con la facilidad con que lo mandó y las cosas se hicieron, con esa misma facilidad y discreción las gobierna»[4].

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16.01.18

XXVI. Los espíritus angélicos

 

271.     ––Después del estudio de la substancia intelectual o espíritu, que está unida a un cuerpo como su alma, y concluir que sólo «el alma humana (…) está unida al cuerpo como forma»[1], afirma el Aquinate que: «por lo dicho puede probarse que pueden darse algunas substancias intelectuales libres de toda unión con el cuerpo». ¿Por qué  probar únicamente la posibilidad de la existencia de substancias espirituales  no unidas a un cuerpo?

––En los últimos capítulos de la Suma contra los gentiles, Santo Tomás pasa a estudiar un segundo tipo de  substancias espirituales, las que no están unidas a un cuerpo, las puramente espirituales, substancias intelectuales  o ángeles. Aunque no se pueda demostrar la  existencia de las substancias separadas o ángeles, ya que su existencia sólo nos llega por la vía de la revelación, se puede mostrar su conveniencia, para mostrar la verosimilitud de lo revelado, su armonía y congruencia con la razón filosófica.

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1.01.18

XXV. Momento de la animación humana

262. ––Después de las demostraciones de la inmortalidad del alma humana y de las refutaciones de los argumentos de las doctrina sobre la preexistencia de las almas, el Aquinate aún añade algunos capítulos a los muchos que ha destinado al espíritu que está unido al cuerpo. ¿Cuáles son los temas que trata en estos últimos capítulos dedicados al ser humano?

––Termina la exposición de lo que podría denominarse el tratado sobre el hombre de la Suma contra los gentiles, con la explicación de dos consecuencias, que se siguen de su doctrina. La primera es que no puede admitirse ningún tipo de panteísmo o identificación de Dios con lo creado, porque: «De lo dicho se ve también claramente que el alma no es de la substancia divina».

Argumenta, en primer lugar: «Quedó ya demostrado que es eterna la substancia divina (I, c. 15) y que en ella no hay nada que empiece ahora a ser. Por el contrario, las almas humanas no fueron antes que el cuerpo, como se ha dicho (II, c. 83 ss.). Luego el alma no puede ser de la substancia divina».

También, que: «Como la substancia divina es absolutamente indivisible (I, c. 18), no puede el alma ser de esa substancia, a no ser que sea toda la substancia divina. Pero es imposible que la substancia divina sea más que una, como ya está probado (I, c. 42). De donde se seguiría que el alma más que una en cuanto al entendimiento. Y esto ya hemos visto que no puede ser (II, c. 73 ss.). Luego el alma no es parte de la substancia divina».

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17.12.17

XXIV. Demostración de la inmortalidad del alma humana

250. ––Por afectar a su destino o a su propio fin, para cada hombre el problema filosófico de la inmortalidad del alma, que afecta también a la religión, es uno de los más importantes. De acuerdo con el sentir natural humano, el Aquinate afirma la inmortalidad personal de cada alma espiritual. Además de refutar, en la Suma contra los gentiles, las doctrinas que lo niegan, ¿prueba también directamente la supervivencia e inmortalidad de las almas humanas?

––Dedica Santo Tomás todo el capítulo 79 del segundo libro de esta obra a demostrar la incorruptibilidad e inmortalidad del alma humana. Da varios argumentos de orden metafísico y moral. El primero por presentarlo como consecuencia de su doctrina sobre su naturaleza, podría decirse que presenta la inmortalidad como algo natural. Su breve formulación es la siguiente: «Se probó anteriormente que toda substancia intelectual es incorruptible (c. 55). El alma humana es una substancia intelectual, como se dijo (c. 56 y ss.). Luego el alma humana debe ser incorruptible».

El alma espiritual humana no puede morir, porque, por tener un ser propio, su existencia no depende del cuerpo. Con la muerte del hombre, el alma abandona el cuerpo.La unión del cuerpo y el alma termina, cuando el cuerpo humano ya no es apto para recibir el ser que le comunica el alma. Entonces muere el hombre.

Con la muerte del hombre, el alma continúa existiendo, porque conserva el ser del compuesto humano, ya que es su propio ser, el que aportaba el alma en el hombre corporal y espiritual, y con ello su propia existencia, efecto del ser. Por consiguiente, el hombre es mortal, pero el alma humana es inmortal.

251. –– ¿Cuáles son las otras pruebas de la inmortalidad del alma? ¿Tienen el mismo grado de certeza que la anterior?

––La demostración de mayor certeza es la anterior por ser metafísica y por ser una consecuencia de la doctrina del ser aplicada al ente humano. En cambio, la siguiente, también metafísica, depende también de otras doctrinas metafísicas y morales, y, con ello, su evidencia no es tan inmediata. Se presenta del siguiente modo: «Ninguna cosa se corrompe por su perfección, porque los tránsitos a la perfección y a la corrupción son contrarios entre sí. La perfección del alma humana consiste precisamente en cierta abstracción del cuerpo. Pues el alma se perfecciona con la ciencia y la virtud», porque son el bien de sus dos facultades inmateriales: el entendimiento y la voluntad.

Por ello: «Según la ciencia, tanto más se perfecciona cuanto más inmateriales son las cosas que considera. Según la virtud, la perfección del hombre consiste en no seguir las pasiones del cuerpo y en templarlas y dominarlas en conformidad con la razón» La perfección del alma en este sentido está en su alejamiento de lo material «Luego la corrupción del alma no consiste en su separación del cuerpo».

Se podría objetar a este argumento que ciertamente: «la perfección del alma consiste en su separación del cuerpo en cuanto al obrar», pero podría haber: «corrupción en su separación en cuanto al ser». Habría que decir que, por su actividad, el alma tendría que ser inmortal, pero en su ser o realidad no queda probado que no sea mortal.

A la objeción, responde Santo Tomás que: « No se objeta debidamente, porque la operación demuestra la substancia y el ser de quien obra, pues cada cual obra según que es ente, y la operación propia de una cosa se sigue de su propia naturaleza». El obrar sigue al ente o la cosa y el modo de obrar es según el modo del ente o como es la cosa, expresado por su esencia o naturaleza. «Luego no se perfecciona la operación de una cosa sin perfeccionarse al mismo tiempo su substancia. Si el alma se perfecciona en cuanto al obrar, abandonando al cuerpo, su substancia incorpórea no dejará de ser porque se separe del cuerpo», incluso, puede decirse que, en este sentido, quedara perfeccionada,

Otro argumento parecido, pero que se centra en la perfección de la facultad intelectiva, lo expone a continuación: «Lo que perfecciona propiamente al hombre en cuando al alma, es algo incorruptible. La operación propia del hombre, en cuanto hombre, es el entender, y por ella se diferencia de los brutos, de las plantas y de los entes inanimados. El entender versa precisamente sobre lo universal y lo incorruptible, en cuanto tales, y las perfecciones deben estar proporcionadas a sus perfectibles. Luego el alma humana es incorruptible»[1]. En una terminología actual, podría decirse que la invariabilidad o inalterabilidad del objeto del entendimiento debe corresponderse con la de su sujeto.

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