Philip Trower, El trasfondo del ecumenismo -y V
El trasfondo del ecumenismo
por Philip Trower
Capítulos anteriores
I. Algunas palabras por adelantado
II. El movimiento para la unidad de los cristianos en los tiempos modernos
III. Lo que la Iglesia y el Concilio tienen para decir sobre la unidad de los cristianos
V. Conclusión
El significado y el misterio del ecumenismo
He hablado sobre los abusos del ecumenismo. ¿Pero qué hay del trabajo de muchos hombres y mujeres honestos de todas las partes que tratan de producir la reunificación sin sacrificar lo que ellos creen que es la verdad?
El bien logrado aquí es muy difícil de evaluar en este momento. En las circunstancias actuales, no es de un tipo del que se pueda esperar que tenga resultados rápidos y de gran escala.
Indudablemente los católicos, o muchos de ellos, han sido liberados de unas cuantas actitudes mezquinas y de mente estrecha. Por otra parte, muchos protestantes de buena voluntad han sido llevados a considerar ideas que antes probablemente habrían rechazado sin pensarlo. (Por ejemplo, muchos anglicanos comunes, que no son de la iglesia alta, se están volviendo simpatizantes de la idea de venerar a nuestra Señora, de tener sacerdotes más que clérigos, de una “presencia real” en la Eucaristía, de la Santa Sede —cosas antes inauditas—). Con los cristianos orientales quizás ciertos temores han sido aquietados y, esperamos, se han eliminado heridas y antiguos malentendidos. Todo esto es una preparación para el futuro; y cualquier imagen que hagamos del futuro religioso cristiano debe ciertamente contener lo que debería ser su característica principal; por fin —a medida que las posibilidades de las que recién hablé comienzan a desplegarse y a ser entendidas— el comienzo de un movimiento extendido de los cristianos separados, corporativamente y en grupos, hacia la Iglesia. Para esto y sólo esto es que existe el ecumenismo católico.
La necesidad de ser de una sola mente
La reunificación corporativa con los cristianos orientales en principio ofrece pocas dificultades; las que existen siempre han sido principalmente psicológicas e históricas. La reunificación corporativa es más difícil de imaginar en el caso de las iglesias protestantes “liberales” debido a su desunión interna acerca de la fe; para unirse corporativamente con la Iglesia Católica, una iglesia o comunidad separada tiene que ser de una sola mente. No hablar de esto es, de ello estoy seguro, una falta de caridad. Sólo si hablamos de esto y lo discutimos los cristianos separados de este tipo verán la importancia, la belleza y el valor inapreciable de estar de acuerdo sobre lo que Dios ha revelado y llegarán a anhelar esto. Que Dios los inspire a ver la necesidad de este tipo de unidad es, creo, algo por lo que deberíamos orar especialmente.
¿Pero no son todas las posibles ventajas futuras compensadas, y más que compensadas, por los nuevos malentendidos que se han creado y la inmensa pérdida de fe entre los católicos que ha resultado de su participación en el movimiento ecuménico? Incluso si multitudes de cristianos separados finalmente afluyeran a la Iglesia como resultado del movimiento, otras multitudes se están yendo de ella. Entonces, ¿qué hemos de concluir de todo esto?
El misterio de los designios de Dios
Mientras consideremos el ecumenismo como una empresa práctica del tipo ordinario —con resultados claramente previsibles siempre que se den los pasos correctos—, la respuesta es, creo, que no podemos concluir nada al respecto. Un destello de luz aparece sólo cuando comenzamos a verlo como parte de un gran misterio de los designios de Dios.
Quizás pueda ilustrar mejor lo que tengo en mente y lo que creo que realmente está sucediendo por medio de una imagen.
Se dice a menudo que antes del Concilio los católicos vivían en un gueto. Pero el Papa Juan, al lanzar a la Iglesia al ecumenismo, nos representó, creo, de manera bastante diferente: como los habitantes de una casa hermosa y cómoda, dormitando egoístamente frente al fuego (o si quieren el televisor) sin preocuparse por la gente que vive afuera en apartamentos, hoteles y alojamientos que no son su verdadero hogar. (La imagen no dice todo sobre la Iglesia antes del Concilio. Pero dice lo suficiente para el presente propósito).
Debido a que, sugiero, los católicos no salían, o no salían en número suficiente y con entusiasmo suficiente, para hablar a los cristianos separados y al mundo entero acerca de su maravilloso hogar provisto por el Cielo, Dios ha permitido que [éste] se abriera súbitamente para que todo el mundo pueda pisotear e inspeccionar sus contenidos a su antojo. Por supuesto, la casa nunca estuvo realmente cerrada. Pero Dios “la ha abierto al público” y ha invitado a entrar a todo el mundo de una manera sin precedentes. Las puertas están derribadas y los vidrios de las ventanas rotos, y se han abierto agujeros en las paredes. Las multitudes deambulan por las habitaciones a voluntad, mirando en los armarios, hurgando en los cajones, examinando los muebles, los adornos y los libros. Aunque la mayoría se porta bien, algunos se ríen, bromean y hacen comentarios indecentes; la casa, como siempre habían sospechado, está llena de basura.
“Los hijos disidentes”
En la casa también hay muchos de sus propios hijos que odian a sus padres, sienten un desagrado profundo por su hogar y por la forma en que está dirigido, y están llenos de resentimientos de todo tipo acerca de su educación.
Estos hijos descontentos han persuadido a una parte de los visitantes de que la casa y la vida en ella serían mucho mejores si la mayor parte del contenido fuera desechado y se dedicara más tiempo al disfrute y menos a ocupaciones serias.
Juntos empiezan a destrozar los adornos, quemar los cuadros y romper los muebles. La despensa y las bodegas son saqueadas. La gente se extiende cómodamente en las sillas, comiendo y bebiendo con sus botas sobre las colchas. Las alfombras están inundadas de vino y cerveza. El tocadiscos está a todo volumen. Los retratos familiares son usados como tableros de dardos; los libros como balones de fútbol y bolos; marcas de manos sucias y grafitis cubren las paredes y la pintura.
Otros visitantes deambulan con los ojos muy abiertos por el asombro; no saben qué pensar de todo esto. Otros más están impresionados (a pesar del caos y el estruendo temporales); no tenían idea de que la casa era tan misteriosa y maravillosa. En secreto, algunos de ellos están pensando: Aquí es donde me gustaría vivir algún día.
El resto de la familia está horrorizado. Una minoría se retira con mal humor a los áticos y se encierra; ellos se niegan a creer que el Amo haya podido ordenar esta invasión; algunos escapan por una ventana bajando por una cuerda de sábanas rotas.
Los demás, igualmente desconcertados, pero deseosos de obedecer las instrucciones del Amo, hacen los honores de la casa lo mejor que pueden, describen su historia, señalan sus atractivos, explican que no siempre hay tal alboroto e invitan a sus oyentes a pasar y vivir en ella. Al mismo tiempo, en los rincones más tranquilos, rápidamente tratan de quitar el polvo y limpiar, lo que habían descuidado antes de que comenzara la invasión.
Finalmente, cuando todos los visitantes hayan tenido la oportunidad de mirar y escuchar todo lo que deseen, sonará una campana, se repararán los agujeros en las paredes, se reemplazarán los vidrios rotos de las ventanas, se expulsará a los rebeldes y los maleducados, los de buen comportamiento que no quieran acatar las reglas de la casa serán acompañados cortésmente hasta la puerta, mientras que los que pidan quedarse serán abrazados y bienvenidos. De los que se vayan, muchos, después de pensarlo bien, tal vez se arrepientan y más tarde, regresando a la casa, pidan unirse a la familia después de todo. Hasta aquí llega mi imagen.
Una gran convocatoria
Creo que el movimiento ecuménico —que ha conducido a esta gran exhibición pública de la Iglesia— debería ser visto no tanto como un camino hacia una meta claramente marcada, sino más bien como una gran convocatoria de todos los bautizados para recibir una oportunidad y una prueba; para los católicos una prueba ante todo de su caridad y fidelidad; para los no católicos, de su buena voluntad y humildad. (La humildad católica tampoco ha evitado la prueba). Pero, ¿para qué? Para traer a la existencia, imagino, un pueblo católico, que acoja a los miembros nuevos y antiguos, mejor preparado para dar a Dios “su fruto a su debido tiempo". Para producir este pueblo, los bautizados están siendo sacudidos juntos y tamizados como en un colador.
También parece como si todas las naciones, así como todos los cristianos, estuvieran siendo expuestos de alguna manera oscura a la Iglesia.
Sin embargo, la pregunta que realmente deja perplejos a los católicos es por qué Dios habría elegido dar a Su casa esta exposición pública en el que les parece el peor momento posible.
Nadie puede decir por qué. Sólo sabemos que ésta es la forma en que Dios actúa.
A medida que pasan las generaciones, a veces Él deja a los hombres ver a la Iglesia en majestad y otras veces en debilidad, a veces enlodada externamente por corrupciones y otras veces lavada y limpia. La Iglesia también se muestra en diferentes estados de un lugar a otro. Hace apenas 20 años, se veía majestuosa e imponente en la mayor parte del mundo; hoy se la muestra ridiculizada, vilipendiada, abofeteada y despedazada por los que hasta hace poco eran sus propios hijos, sus propios sumos sacerdotes y hombres instruidos en la ley. Pero de cualquier manera que ella se muestre a las naciones, siempre lo que es divino en ella está parcialmente velado, aunque nunca tanto que los que reciben la gracia y desean ver, no puedan hacerlo. Éste es el gran misterio del ecumenismo.
Lo mismo ocurrió con Jesús.
En cuanto a nosotros, todo lo que tenemos que hacer es cumplir con paciencia las órdenes del Amo. Como los miembros obedientes de la familia en el cuento, debemos hacer con paciencia los honores de la casa, dar la bienvenida a los visitantes, explicar clara y verazmente lo que está pasando, y reparar el daño lo mejor que podamos, para que tantos como sea posible, reconociendo por fin a la Iglesia Católica por lo que ella verdaderamente es, clamen desde sus corazones, como lo hacemos nosotros: “Ésta es en verdad la Casa de Dios y la Puerta del Cielo", y entren regocijándose en su herencia. (FIN).
Copyright © The Estate of Philip Trower 1980, 2022.
Edición original: Philip Trower, Background to Ecumenism
Publicado en 1980 por The Wanderer Press, 201 Ohio Street, St. Paul, MN 55107, 612-224-5733.
Fuente: https://www.catholicculture.org/culture/library/view.cfm?recnum=3744
Este ítem 3744 es suministrado digitalmente por cortesía de CatholicCulture.org.
Traducida al español y editada en 2022 por Daniel Iglesias Grèzes.
Nota del Editor: Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.
Te invito a descargar gratis mi libro Columna y fundamento de la verdad: Reflexiones sobre la Iglesia y su situación actual.
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