Philip Trower, El trasfondo del ecumenismo -IV
El trasfondo del ecumenismo
por Philip Trower
Capítulos anteriores
I. Algunas palabras por adelantado
II. El movimiento para la unidad de los cristianos en los tiempos modernos
III. Lo que la Iglesia y el Concilio tienen para decir sobre la unidad de los cristianos
IV. El abuso del ecumenismo
Tras el Concilio, al lanzar a sus hijos al movimiento ecuménico, la Iglesia les pidió principalmente, como lo había hecho el Papa Juan, que enmendaran sus vidas y fueran amables y amistosos para que en este nuevo clima los cristianos separados pudieran ver mejor la belleza de la Iglesia y de sus enseñanzas y así, atraídos por ella, lograran la incorporación plena que el Concilio deseaba.
En cuanto a las medidas prácticas, ella puso en primer lugar la oración, luego el diálogo y, en la medida de lo posible, las actividades conjuntas.
[La Iglesia] instó a sus hijos a ser generosos. Ellos deberían “dar los primeros pasos". Pero ella también puso condiciones y dio advertencias. Los fieles debían abstenerse de “descuido o exceso de celo". Lo que dijeran “debe estar de acuerdo con la fe que la Iglesia Católica ha profesado siempre". Y “nada es tan ajeno al ecumenismo como la falsa actitud de apaciguamiento que tanto daña la pureza de la doctrina católica y oscurece su significado genuino y establecido” [UR 11a]; y mucho más en la misma línea.
El peligro previsto era el obvio; a saber, que los fieles, al ver que ahora podían orar y trabajar con los hermanos protestantes separados, adoptaran sus ideas y perspectivas. Los errores de fe perpetuados en las comunidades protestantes separadas, que la Iglesia había expulsado con tanta dificultad hace siglos, serían reintroducidos (inocentemente) por los miembros de esas comunidades en el cuerpo católico.
¿Por qué debería suceder esto? ¿Por qué la influencia no debería haber sido al revés?
A causa —la conclusión parece ineludible— de la condición espiritualmente debilitada del cuerpo católico en vísperas del Concilio.
El catolicismo, siendo la plenitud de la Revelación cristiana, requiere el grado de fe más alto; la Iglesia nos pide que creamos en el mayor número de misterios, que desafían la forma humana de ver las cosas. Cualquier otra “versión” del cristianismo requiere menos fe; se proponen menos misterios para ser creídos. Esto es verdad incluso para nuestros hermanos y hermanas ortodoxos. Tenemos todo lo demás en común con ellos, pero en lo que respecta a la fe, ellos tiran de las riendas antes del salto alto final; una Cabeza de la Iglesia dotada de poder supremo, que sin embargo puede ser débil o incluso gravemente malvada. Por lo tanto donde la fe, en el primero o el tercero de los tres sentidos de los que hablé —la virtud sobrenatural infusa y la respuesta de la voluntad— es débil, otras formas menos exigentes de cristianismo con un contenido de mensaje más pequeño (fe en el segundo sentido) se vuelven instantáneamente más atractivas. Son más “creíbles".
El ecumenismo descarrilado
Si el nivel general de vitalidad espiritual en la víspera del Concilio hubiera sido más alto, si todos los responsables del ecumenismo católico hubieran sido ortodoxos y, además de ortodoxos, fuertes en la fe, todo podría haber salido bien. Pero, como sabemos, esto no fue así. En todas partes, modernistas y semi-modernistas, o ecumenistas genuinos de perspectiva protestantizada o naturalista, se colocaron en las posiciones de liderazgo, y el ecumenismo se desvió ampliamente de su propósito correcto.
Para los primeros, como dije al principio, el ecumenismo es ante todo un dispositivo para alterar las creencias. Pero es algo más; a través de él, uniendo fuerzas con hombres de ideas afines del lado protestante, los revolucionarios teológicos pretenden establecer sobre los escombros de las parroquias católicas arruinadas y las protestantes debilitadas su nueva iglesia y religión modernista, esa cuarta denominación, de la que también he hablado en otro lugar. Estando convencidos de la nobleza de sus intenciones, ellos ven esto como una empresa muy loable. En este sentido —habiendo perdido la fe— son sinceros, aunque la sinceridad, lamentablemente, no excluye los métodos deshonestos.
Los últimos, los ecumenistas católicos protestantizados o naturalistas, vacilantes en sus creencias y menos seguros en sus propósitos, abordan el ecumenismo principalmente como una cuestión de arte de gobierno y diplomacia. El temor de perturbar las negociaciones por medio de una ofensa parece ser la consideración primordial para ellos. Un ejemplo perfecto del enfoque naturalista se ve en la reacción de Père Congar a la definición de la doctrina de la Asunción: “Un golpe cruel a la actividad ecuménica". Por supuesto. Así debe de haberles parecido a meros negociadores humanos. Pero, ¿cómo cualquier sacerdote con una comprensión correcta de la Fe y las realidades sobrenaturales podría creer que este homenaje a la Madre de Dios sería de hecho un revés para la reunificación cristiana, sin importar cuántos protestantes —siendo, inocentemente y de buena fe, incapaces de ver los beneficios sobrenaturales que fluirían de él— podrían ofenderse de inmediato.
Exactamente qué espera el ecumenista naturalista no es fácil de determinar. Hay muchos matices de opinión. Pero parecería ser alguna especie de federación eclesiástica, en la que las diversas iglesias “reconocen al Papa como cabeza de la Iglesia", pero en la práctica continúan más o menos su propio camino, mientras los teólogos explican cómo las creencias discordantes están realmente en armonía. De alguna manera los hermanos protestantes serán embaucados para entrar en la Iglesia sin que sepan lo que les ha sucedido o dónde están realmente.
Coexistencia cristiana
El objetivo de estos ecumenistas naturalistas, ya sea que ellos lo vean o no, es la coexistencia cristiana más que la unidad cristiana. Lo quieren con tanta urgencia porque tienen un orden invertido de prioridades. El “cristianismo” debe ante todo tener una buena apariencia a los ojos del mundo; no debe, en palabras del P. Dulles, “presentar un ejemplo de sectas en disputa". Éste es el factor principal, y a menudo el único, en el que se centra su atención; no en la verdad o en el misterio de la Iglesia. Por lo tanto, habiendo sido determinada de antemano la coexistencia como una necesidad absoluta, no debe permitirse que nada se interponga en su camino; si se descubre que los hechos de la historia o la doctrina católica bloquean el camino, se los debe doblar o torcer hasta que ya no lo hagan. Si ahora encontramos al P. Dulles queriendo torcer la historia y la doctrina católica sobre el sacerdocio y tratando de persuadir a los Obispos de los EEUU de que esto es posible (como lo hizo según las actas de su reunión en Washington en noviembre de 1978), es para eliminar el obstáculo a la coexistencia del no reconocimiento por parte de la Iglesia de las órdenes luteranas, anglicanas y de otros protestantes. Huelga decir que el tipo de federalismo previsto no sería de hecho una Iglesia Católica unida.
Por otra parte, el apoyo masivo a una fusión rápida con el protestantismo (de tipo liberal) tiene relativamente poco que ver con cálculos diplomáticos o con el modernismo per se. El hecho de que la mayoría de las formas modernas de protestantismo —además de plantear menos exigencias a la fe— permitan el control de la natalidad y el divorcio es lo que principalmente las hace atractivas. El deseo de que estas cosas sean sancionadas oficialmente explica una gran parte del impulso popular detrás del falso ecumenismo.
El diálogo correctamente entendido
Antes de seguir avanzando, quizás debería decir aquí algo breve sobre el “diálogo” debido a su importancia como uno de los métodos oficialmente aprobados para lograr el reencuentro.
En el contexto del ecumenismo, la mayoría de los católicos y la Iglesia misma entienden por diálogo una discusión entablada con el objeto de eliminar malentendidos y llegar a la verdad, religiosa o filosófica. En este sentido, la Iglesia siempre ha utilizado el diálogo en su apostolado, desde San Pablo hasta el párroco de hoy que acoge al investigador no católico en el estudio del presbiterio.
Sin embargo, el diálogo ha llegado a tener otro significado muy diferente. Este otro significado y la palabra misma deben su reciente popularidad a la influencia del filósofo Martin Buber. En el existencialismo de Buber, que también podría llamarse un noble humanitarismo teísta, el propósito del diálogo no es principalmente promover un acuerdo sobre la verdad, sino promover el respeto mutuo entre los hombres, seguido de un mayor sentimiento de compañerismo. Por lo tanto, es esencial para este concepto del diálogo que cada parte, mientras expresa sus opiniones, se abstenga de presionarlas de la manera que sea sobre el otro. El intento de hacerlo socavaría la confianza y destruiría la comunión de sentimientos de compañerismo, que es el objetivo del diálogo; idealmente, el diálogo debería establecer la tolerancia universal de todas las opiniones que no sean, físicamente o de alguna otra manera inmediatamente observable, perjudiciales para el hombre.
De aquí mis lectores reconocerán, estoy seguro, que en el campo ecuménico es el concepto de diálogo de Buber, más que el de la Iglesia, el que la mayoría de los ecumenistas católicos (¿?) más influyentes están usando, y el objetivo de Buber, no el de la Iglesia, el que están persiguiendo.
Las ideas de Buber también dominan el diálogo de la Iglesia con las religiones no cristianas. Ésta es la razón por la que ahora muchos Obispos de EEUU no están dispuestos a que se predique el Evangelio a nuestros hermanos y hermanas judíos (véase a John Mulloy sobre la teoría de las dos alianzas, la nueva y la antigua, corriendo lado a lado), y por la que el Cardenal Pignedoli, como se informó en L’Osservatore Romano (11 de mayo de 1978) pudo decir en una reunión de académicos católicos e islámicos que no había ningún deseo de convertir a los miembros de una fe a la otra sino de alcanzar “un ideal” y lograr la paz.
Aquí, en el campo interreligioso, vemos que el ecumenismo se usa para otro propósito más; promover la civilización mundial a través de la armonía social. Nadie dudará de que éste es un fin bueno en sí mismo. Pero no es lo mismo que predicar el Evangelio a todas las naciones, y los métodos utilizados se parecen mucho a una traición al Evangelio.
Los participantes católicos en la reunión antedicha también parecen haber aceptado a Mahoma como un auténtico profeta de Dios, aunque posiblemente esta impresión se deba a una frase desafortunada del autor del artículo.
Tal es, más o menos, el trasfondo del falso ecumenismo. Pasamos ahora a sus operaciones.
Una peligrosa disposición al compromiso
Una vez terminado el Concilio y puesto en marcha el ecumenismo católico, los encuentros entre católicos y otros cristianos se realizaron en dos niveles: arriba, discusión entre teólogos y expertos; abajo, reuniones e intercambios populares.
Bajo el Santo Padre, el Secretariado vaticano para la Promoción de la Unidad de los Cristianos fue puesto a cargo de la supervisión y dirección central del movimiento del lado católico. Tras la muerte del Cardenal Bea, su primer presidente, el Mons. (más tarde Cardenal) holandés Willebrands, anteriormente secretario del departamento y ahora también jefe de la Jerarquía holandesa, se hizo cargo. Mucho antes (en 1951), el Cardenal Willebrands había fundado la Conferencia [Católica] Internacional para las Cuestiones Ecuménicas, cuyo objetivo era estrechar las relaciones de los católicos con el Consejo Mundial de Iglesias.
En el nivel internacional, a través del Secretariado para la Unidad, se establecieron comisiones teológicas conjuntas especiales —católica-luterana, católica-metodista, católica-anglicana, católica-Consejo Mundial de Iglesias— para explorar las diferencias y ver dónde se encuentran los puntos de acuerdo y desacuerdo. (Como se mencionó anteriormente, las comisiones teológicas conjuntas similares con los cristianos orientales [separados] no se establecieron hasta mucho más tarde.)
De la comisión anglicana-católica romana finalmente surgieron los tres bien conocidos documentos de Windsor (1971), Canterbury (1973) y Venecia (1977), que afirmaron que se había llegado a un acuerdo más o menos sustancial sobre el significado de la Eucaristía, el sacerdocio y la autoridad en la Iglesia.
Dado que, en efecto, estas declaraciones representan una rendición ante el punto de vista de los principales miembros de la comisión de la Iglesia de Inglaterra, se puede ver fácilmente cómo ellos podían firmarlas. No se puede decir lo mismo de aquellos, encabezados por el Obispo Dark de East Anglia y el Obispo Butler, auxiliar de Westminster, que representaban el lado católico. Las declaraciones recuerdan uno de esos documentos ambiguos por medio de los cuales los emperadores romanos orientales trataron de forzar a sus súbditos reacios a un compromiso religioso: el Henotikon del emperador Zenón, o el Typos del emperador Constante II.
Esto es lo que dijo el Cardenal Newman sobre los compromisos de este tipo: “A veces, las ideas discordantes se ocultan bajo una profesión o un nombre común. Tal es el caso de las coaliciones en política y las comprensiones en religión, de las que comúnmente no se ha de esperar ningún bien"; siendo su propósito, agrega, “hacer que los contrarios parezcan iguales y asegurar un acuerdo externo donde no hay otra unidad".
Yo diría que esto es lo que la mayoría de la gente común de todas las creencias que han leído los documentos de Windsor, Canterbury y Venecia han sentido acerca de ellos. Incluso si por razones de política o buena voluntad la Santa Sede diera a las declaraciones una aceptación temporal o restringida (lo que hasta ahora no ha hecho, pero ha estado bajo presión para hacerlo), ellas seguirían siendo, desde el punto de vista católico, completamente ambiguas y engañosas.
La atmósfera de irrealidad que rodea el trabajo de la comisión anglicana-católica romana se suma al hecho, conocido por todos pero cuidadosamente mantenido fuera de la vista, de que, si bien hay muchos anglicanos con convicciones teológicas definidas, no existe una teología anglicana única, ni sobre las doctrinas discutidas ni, en verdad, sobre ninguna otra doctrina. Tampoco, lamentablemente, existe una autoridad en la Iglesia de Inglaterra —arzobispo, obispos, concilio o sínodo general— que pueda comprometer doctrinalmente a sus miembros a nada. En general, creo que esto es algo de lo que la mayoría de los anglicanos dirían que están orgullosos.
Atajo para los revolucionarios
Sin embargo, para los revolucionarios más decididos, el trabajo de estas comisiones mixtas internacionales —aunque útil— ha sido demasiado lento. Ellos vieron que, con la Santa Sede vigilando, una declaración pública de pleno acuerdo teológico podría tardar años en funcionar o no ser posible nunca.
Sin embargo, desde el Concilio, a los obispos se les han otorgado poderes y libertades mucho más amplios para ejecutar las directivas de la Santa Sede y muchos ya escuchaban con simpatía al modernismo o las teorías de independencia episcopaliana. Por lo tanto, los revolucionarios concentraron sus esperanzas sobre el ecumenismo en los niveles nacional, diocesano y parroquial. Aquí, donde las diferencias en la fe se podían eludir mediante la oración comunitaria, las iglesias compartidas, los discursos religiosos que evitaran una terminología precisa, etc., se podían esperar resultados más rápidos. Los dos cuerpos, “católico” y “protestante", podrían juntarse en una unión práctica y las autoridades de ambos lados se enfrentarían a un fait accompli [hecho consumado].
A través del Secretariado para la Unidad, la Santa Sede ha publicado un Directorio Ecuménico en dos partes que establece directrices para los obispos. La Parte 1, que apareció en 1967, dio instrucciones generales. La Parte 2 (1970) estableció reglas para los contactos ecuménicos en la educación superior.
Bajo ciertas condiciones y sobre ciertos temas, se dispuso que cristianos no católicos dieran conferencias en seminarios católicos y que seminaristas católicos asistieran a conferencias y cursos en seminarios protestantes. Lo mismo se aplicaba a las universidades, facultades de teología e instituciones similares.
Las instrucciones se convirtieron en la excusa para una mezcla casi indiscriminada de seminaristas y profesores de seminario católicos y protestantes.
Descatolización del clero
Dado que muchos profesores de seminario supuestamente católicos ya estaban instruyendo a sus alumnos en algún tipo de cristianismo casi protestante o modernista, es difícil juzgar cuánto daño adicional causó esta mezcla. Si se hubieran observado las normas de la Santa Sede y los estudiantes hubieran estado bien cimentados en su fe, podría haberse hecho mucho bien y muchos protestantes habrían sido atraídos por la Iglesia. Dadas las circunstancias, sólo se ha apresurado la descatolización del clero. Entre 1965 y el presente, toda una generación de sacerdotes jóvenes ha sido formada y soltada entre los fieles que no conoce ni cree plenamente en la fe católica. (Los contactos comparables con los cristianos orientales, sin embargo, no han tenido estos efectos y mayormente parecen haber actuado como un correctivo.)
En las parroquias, las cosas se simplificaron para los revolucionarios por el gran fondo inicial de buena voluntad existente en todas las partes. La idea de que todos los cristianos olvidaran sus diferencias y simplemente se amaran unos a otros era irresistiblemente atractiva. También fueron capaces de explotar la posición humanamente más difícil de los católicos, sometiéndolos a diversas presiones morales y psicológicas. La posición católica es más difícil simplemente porque, como recordé antes, los católicos tienen más que defender.
En una atmósfera general en la que (con razón) nadie quiere ser hostil o descortés, aquellos que defienden sus creencias son fácilmente representados como orgullosos, obstinados, poco caritativos o (quizás de modo más revelador) conservadores anticuados; mientras que al modernista dispuesto a transigir, o al protestante bien intencionado con pocas creencias y dispuesto a adaptarlas, se los puede hacer parecer “más verdaderamente cristianos".
La tentación de la cobardía
Dadas las circunstancias, el encuentro ecuménico, para el cual la mayoría de los católicos no estaban en absoluto preparados ni doctrinal ni psicológicamente, se convirtió, para la mayoría, en algo como tener que ir a una fiesta sabiendo que antes del final de la noche uno tendrá que cometer la ofensa socialmente imperdonable de decirle a su anfitrión que ha cometido graves errores en la forma en que ha arreglado su casa o criado a sus hijos. Ante una situación desagradable de este tipo, los católicos son persuadidos fácilmente de diluir sus creencias. De repente se sienten horrorizados y avergonzados por las implicaciones de su vocación divina como católicos: el hecho de que, aunque sea algo totalmente inmerecido y seamos totalmente indignos, Dios, por razones más allá de nuestra comprensión, nos ha hecho portadores de la plenitud de Su Revelación y espera que seamos fieles al encargo. En el encuentro ecuménico, como Jonás, queremos huir de él con la excusa de los buenos modales como cortina de humo para cubrir nuestra huida.
Las virtudes no católicas (y no cristianas) también son reclutadas como un medio para sacudir las convicciones de los fieles de que las creencias son importantes. En este caso los revolucionarios no necesitan presentar argumentos. Simplemente tienen que poner énfasis en esas virtudes (siempre presentes para avergonzarnos y mantenernos humildes). Luego los argumentos se presentan automáticamente en la mente. Si dos sierras de diferente forma y longitud cortan igual de bien, ¿por qué no usar cualquiera de ellas? Ralph Robinson, metodista, y Joseph Bonelli, católico, son hombres igualmente buenos; ¿por qué las creencias de uno deberían ser consideradas superiores a las creencias del otro? Y supongamos que Ralph Robinson es un mejor hombre que Joseph Bonelli. ¿Qué hemos de concluir a partir de eso?
(Se podría escribir un libro entero sobre este tema, pero la respuesta rápida la proporciona nuestro Señor. Los homenajes que Él hizo a las virtudes samaritanas son famosos, pero Él nunca equiparó a la religión samaritana con la religión judía. Y cuando Dios dijo a los judíos: “Habéis hecho de mi nombre un oprobio entre los gentiles", quiso decir “Cambiad vuestra conducta"; Él no añadió “Cambiad vuestras creencias".)
También se enfatiza el “escándalo de la desunión". Se da a entender que cualquiera que se oponga a la presión a favor de una fusión instantánea de todas las denominaciones, independientemente de sus creencias, está desobedeciendo a nuestro Señor o resistiendo al Espíritu Santo.
Esta arma muy eficaz funciona tan bien al poner el énfasis en el hecho del escándalo, que nadie puede negar, y al pasar por alto la naturaleza del escándalo y el grado de responsabilidad por él atribuible a individuos del pasado y del presente. En el sentido técnico de piedra de tropiezo (parcial) para los no cristianos, la desunión es un escándalo. Pero no es un escándalo en el sentido en que la mala conducta personal, que puede corregirse instantáneamente y a voluntad, es un escándalo. La desunión es el resultado de una larga y complicada serie de eventos; una situación histórica de este tipo no puede, sin empeorar las cosas, enderezarse instantáneamente y a voluntad, sino sólo por medio de esfuerzos pacientes y perseverantes; y una generación que ha heredado tal situación histórica no merece el tipo de culpa que se atribuye a las malas acciones individuales. Sólo somos culpables si no hacemos nuestro mejor esfuerzo mediante la oración y el trabajo paciente para sanar las divisiones dentro de los límites de lo que es correcto o posible para nosotros.
En aras de varios tipos erróneos de ecumenismo, se está estimulando en los corazones cristianos sentimientos irracionales e infundados de culpa y ansiedad de modo que, cuando se les proporcione una forma falsa, pero aparentemente rápida y fácil, de deshacerse de esos sentimientos de culpa —es decir, la unión instantánea— los cristianos puedan ser llevados más fácilmente en estampida en la dirección deseada.
El verdadero escándalo
En la actualidad se está produciendo un escándalo mucho mayor que la desunión cristiana (un escándalo en el sentido real y técnico): la creciente ausencia de convicción y certeza sobre lo que creen de la gran mayoría de las personas que se autodenominan cristianas. En esto contrastan sorprendentemente con el resto de la sociedad contemporánea; son el único grupo de personas en ella que parece avergonzarse de sus creencias.
La veneración de Lutero
Para acabar finalmente con el miedo de los fieles al error doctrinal y a las falsas enseñanzas, se les enseñó a venerar toda una gama de nuevos “santos” seculares o no católicos, teniendo a la cabeza del calendario a Lutero, quien, como un símbolo de rebelión contra el colegio apostólico y su cabeza, ya era un héroe natural para el modernismo. (A Calvino no se le ha dado un lugar en el calendario, puesto que su frialdad inhumana lo convierte en un candidato inadecuado para la devoción popular).
¿No eran reales los abusos denunciados por Lutero? ¿No había sido su voz la más fuerte en la denuncia de ellos? ¿No fue, por lo tanto, un verdadero profeta y un líder espiritual genuino? Y si es así, ante los abusos, ¿no está justificada la rebelión y, por lo tanto, no debería aceptarse apresuradamente la teología del monje [Lutero]?
Una parte de la gente es persuadida fácilmente de que la crítica certera de males reales, y hablar de ellos en voz alta, es en sí mismo un signo de virtud, y por lo tanto puede ser inducida, sin mucha dificultad, a pensar que el ejemplo y las medidas positivas propuestas por tales críticos también son dignas de aprobación. (Vide [véase a] Karl Marx.) Lo mismo vale cuando se trata de hombres sinceros pero confundidos como Bonhoeffer. Los que parecen ser actos heroicamente abnegados sugieren que las ideas del hombre que los realiza deben ser necesariamente del mismo orden que sus buenas intenciones. Por supuesto, los fieles no se dejarán engañar en estos asuntos donde la fe y el amor a la Iglesia son fuertes; sólo donde ellos están en reflujo.
Se necesita un amor desinteresado
Todas las estratagemas antes mencionadas crean dificultades para los católicos que participan en el movimiento ecuménico, que ellos deben enfrentar lo mejor que pueden, principalmente permaneciendo imperturbables, mientras que las experiencias dolorosas siempre pueden ofrecerse como penitencia. El ecumenismo genuino entre los católicos de hoy requiere un amor realmente puro y desinteresado por los hermanos separados; lo mismo se requiere de ellos por nosotros. Cualquier otro tipo de amor no es amor verdadero sino un gusto por las relaciones sociales cómodas; mucho de lo que pasa como amor por los protestantes dentro del cuerpo católico es sólo amor por el protestantismo. Sin embargo, los católicos pueden tomar fuerza y consuelo del ejemplo de muchos protestantes, así como de cristianos orientales, que no tienen miedo de decir claramente lo que creen, incluso cuando esto no será bien recibido. Estos hombres de convicciones más verdaderamente cristianas tienen una mejor idea de lo que exigen la caridad y la honestidad. Creo que una de las mejores maneras de promover ahora la verdadera unidad cristiana es explicarles lo que realmente está sucediendo en la Iglesia y ayudarlos a ver cuántos “católicos” no están presentando el argumento católico, y no son, excepto de nombre, católicos en absoluto. ¿Cuál es la alternativa? ¿Dejar que ellos sigan creyendo que la Iglesia ha cambiado su enseñanza y ahora permite un entrevero de interpretaciones doctrinales distintas?
La Iglesia modernista
En el pasaje anterior describí métodos prácticos para presionar a los fieles.
Para darles algún tipo de respaldo teórico, los revolucionarios han producido una nueva teología de la Iglesia de mezcla rápida, tomada del modernismo alemán y suizo. Es por medio de ésta que la nueva iglesia modernista de la cuarta denominación se está gestando plenamente.
Gradualmente, a los fieles se les ha presentado la idea de que la Iglesia [católica] no es la única verdadera Iglesia de Cristo porque existe algo superior, la “Iglesia cristiana", en la que todas las denominaciones o “tradiciones", incluida la Iglesia católica, están en el mismo nivel. Esto no se predica tan directamente; es una suposición subyacente en numerosos discursos, sermones y declaraciones episcopales.
La noción de la “Iglesia cristiana” es en realidad una versión de la antigua teoría de las ramas, sólo que se ha llevado a ésta un paso más allá. En la teoría de las ramas, los miembros se consideraban todavía separados. En la nueva teoría se encuentra que las ramas no están separadas después de todo. El bautismo es el factor más importante, y debido a él la unidad ya existe.
Pero, ¿qué pasa con las diferencias de fe? Es verdad que la teoría del común denominador —las creencias que importan son las que todas las denominaciones comparten— es ampliamente aceptada ahora por los “católicos". También es cierto que donde las creencias son comunes entre católicos y protestantes —a las que generalmente se hace referencia como “las verdades centrales del cristianismo” ([lo que es] inaceptable desde el punto de vista católico porque muchas otras “verdades centrales” no se tienen en cuenta)— estas creencias son en su mayoría de importancia fundamental; entre los protestantes tienden a sobrevivir menos empañadas en las iglesias evangélicas y el episcopalianismo inglés de la iglesia alta. Pero al mismo tiempo, como hemos visto, quedan muy pocas creencias de cualquier tipo que todos los que se llaman a sí mismos cristianos todavía compartan. Para superar esta dificultad, por lo tanto, la palabra fe ha sido procesada.
En la nueva “Iglesia cristiana” hay sólo un artículo de fe. Todos “proclaman a Jesús como Señor y Salvador". Siempre que hagan esto, los cristianos comparten la misma fe. Todo lo demás, todas las otras creencias que alguna vez se pensó que formaban parte de la Revelación, es una cuestión de opinión e interpretación teológica. Los individuos y las “tradiciones” pueden seguir teniendo ideas divergentes sobre ello; la pluralidad en la unidad.
(Según las conjeturas de varios historiadores del Credo, se sostiene que la primera confesión de fe fue: “Creo en Jesús como Señor y Cristo.")
Pero, ¿quién es este Señor Jesús? ¿Es el Hijo de Dios Encarnado? ¿O es simplemente un “maestro de justicia” humano como Buda o como la figura de los rollos del Mar Muerto? ¿Y de qué manera Él nos “salva"?
Los miembros de la “Iglesia cristiana” pueden responder como quieran también a estas preguntas sin dejar de estar unidos en la fe.
Sin embargo, en realidad no se pretende que la nueva “fe cristiana” permanezca siempre tan insustancial. Su reducción a un solo anuncio es una medida temporal diseñada para derribar las certezas existentes y lograr que los cristianos rindan culto juntos como una sola congregación. Cuando eso haya sucedido, la “fe cristiana” se expandirá nuevamente como un acordeón. Entonces a los bautizados se les habrá predicado abiertamente y se los habrá instruido plenamente en lo que ahora obtienen poco a poco y disfrazado: el nuevo pseudo-cristianismo sin sacerdotes de la cuarta denominación, que también he descrito en otra parte, con todos sus rígidos dogmas y principios morales existencialistas, teilhardianos, humanistas o cuasi-marxistas. Gran parte de esa nueva religión ya se puede encontrar expuesta sistemáticamente en el Common Catechism: A Christian Book of Faith [Catecismo común: un libro de fe cristiano], una obra conjunta católica-protestante, ampliamente usada con aprobación episcopal como una base para la unidad cristiana.
Tales son los propósitos y ambiciones de los revolucionarios de línea dura. Sin embargo, creo que no podrán arrastrar a su iglesia modernista de cuarta denominación a todos aquellos que ahora se están perdiendo tan trágicamente para la Iglesia Católica, como tampoco podrán capturar a todos los protestantes que permanezcan fuera del redil católico, asumiendo que algunos lo hagan.
¿Una Iglesia alternativa federalizada?
Para muchos, tanto excatólicos como protestantes, este modelo de Iglesia es demasiado radical, demasiado secular y demasiado abrasivo; la gente tiene miedo de su inclinación hacia el marxismo, y es repelida por su ethos dominado por expertos y obsesionado por los animadores de comunidades. También tira por la borda demasiadas cosas a las que muchos excatólicos y otros cristianos están acostumbrados y que aún les gustan. Cuando los católicos pierden su fe en la Iglesia, no necesariamente pierden el gusto por todas sus doctrinas y prácticas.
Por lo tanto, parece que el futuro depara la probabilidad de un organismo religioso alternativo de gran escala —más flexible y más amable— hacia el cual gravitarán las que alguna vez fueron parroquias y diócesis católicas. Para esto, la Iglesia de Inglaterra en su estado actual ya proporciona un modelo, y creo que eso explica por qué hay tanta urgencia en ciertos sectores “católicos” para una rápida fusión con ella.
Imagino que este organismo religioso alternativo será un arreglo no demasiado alejado del tipo de cosa que mencioné anteriormente como objetivo de los ecumenistas católicos naturalistas: una federación de iglesias nacionales neo-episcopalianas, en la que las principales iglesias no episcopalianas han sido absorbidas (no bajo el Papa, ciertamente, pero posiblemente bajo un pretendiente impotente), que permite a las iglesias miembros seguir viviendo a su manera, y donde muchas de ellas conservan un lugar para el culto y el ceremonial dignos, e incluso, donde se desee, una gama bastante amplia de doctrinas cristianas históricas. Pienso que una iglesia federal así, donde se atiendan todos los gustos y matices de creencias, será una atracción tremenda, especialmente porque tiene cabida para obispos, y hay muchas diócesis católicas que ya exhiben todas las características de pertenecer a ella.
¿Qué hay del CMI?
Lo que es difícil de determinar es dónde encajaría el Consejo Mundial de Iglesias en este panorama. ¿Será la sede y el gobierno de esta federación de todas las denominaciones, en lo que parece a punto de convertirse? ¿O será simplemente el cuerpo gobernante de la cuarta iglesia confesional del modernismo estricto, que a su vez será meramente un miembro del organismo más grande? Cualquiera que sea el caso, vemos que el falso ecumenismo se está moviendo hacia dos objetivos bastante diferentes.
Por supuesto, estoy considerando lo que para los católicos deben ser las posibilidades más oscuras y tristes. Pero si ellas son enfrentadas y los cristianos en gran número ven hacia dónde se dirigen ahora, quizás muchos retrocedan y vuelvan al camino correcto.
Impulso para la intercomunión
Volviendo al presente inmediato, los revolucionarios y sus masas de seguidores han intensificado en los últimos tres años la agitación a favor de la intercomunión, u “hospitalidad eucarística", como se la llama; católicos y no católicos comulgando en las iglesias de los otros; esencialmente esto significa la intercomunión con los protestantes, con los católicos involucrados aparentemente indiferentes en cuanto a si reciben en comunión el Cuerpo de Cristo o un pedazo de pan. Algunos católicos, incluso sacerdotes y seminaristas, ya practican esta intercomunión desde hace años. Pero ahora los revolucionarios quieren que la cosa se haga corporativamente y con permiso oficial para acelerar la desintegración de la fe y la identidad católica.
Hacia el final de la vida del Papa Pablo [VI], la presión sobre él para que legalizara la intercomunión aumentó rápidamente, con Inglaterra bajo la jerarquía católica inglesa, respaldada por el Arzobispo de Canterbury, a la cabeza.
También fue grande la presión para que él hiciera de la Santa Sede un miembro del Consejo Mundial de Iglesias. Habiendo fracasado esto, las energías se aplicaron para lograr que las jerarquías católicas nacionales se unieran a sus Consejos de Iglesias inter-confesionales locales nacionales. En cada caso, el objetivo ha sido que la Iglesia [católica] aparezca como una entre iguales. La Santa Sede también ha vetado esto hasta ahora, y mayormente ha sido obedecida. Por lo tanto el intento se ha desplazado al nivel diocesano (al menos en Inglaterra). Se está instando a las comisiones ecuménicas diocesanas a hacer “pactos locales” con comunidades separadas en la misma área a fin de hacer que la “Iglesia cristiana” multi-confesional parezca un hecho ya establecido.
Después de 15 años de la campaña de propaganda que he descrito, emprendida bajo la bandera del ecumenismo, no sorprende que cientos de miles, si no millones, de católicos, jóvenes, de mediana edad y ancianos, digan ahora: “No creo que ser católico sea tan importante; creo que lo que importa es ser cristiano.”
Es comprensible que los líderes de las iglesias más “liberales” o de tendencia modernista no puedan evitar mirar estas novedades con satisfacción. ¿Cómo se podría esperar que no lo hicieran? Ellos ven un gran número de personas, que ellos imaginan que son católicos, aceptando sus opiniones, con pocas señales de que miembros de sus propios rebaños se estén moviendo en la dirección opuesta. También se les ha hecho creer que la Iglesia misma se está moviendo hacia ellos.
La mayoría de los demás protestantes y cristianos orientales deben de estar bajo los mismos errores de apreciación. (CONTINUARÁ).
Copyright © The Estate of Philip Trower 1980, 2022.
Edición original: Philip Trower, Background to Ecumenism
Publicado en 1980 por The Wanderer Press, 201 Ohio Street, St. Paul, MN 55107, 612-224-5733.
Fuente: https://www.catholicculture.org/culture/library/view.cfm?recnum=3744
Este ítem 3744 es suministrado digitalmente por cortesía de CatholicCulture.org.
Traducida al español y editada en 2022 por Daniel Iglesias Grèzes.
Nota del Editor: Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.
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