Consideraciones sobre el problema sinóptico (4)
Partes anteriores de esta serie: (1), (2) y (3).
Desde la época apostólica, la tradición eclesiástica sostuvo que los cuatro Evangelios fueron escritos poco después de la muerte y resurrección de Cristo, con base en el testimonio de testigos oculares de los hechos allí narrados. Éste es uno de los motivos principales de la multisecular confianza de la Iglesia Católica en el valor histórico de los Evangelios. Algo análogo puede decirse sobre los restantes escritos del Nuevo Testamento (NT). La más antigua tradición afirma que también ellos fueron redactados tempranamente por distintos apóstoles, algunos de los cuales (como Pedro y Juan) formaron parte del grupo de los Doce que acompañaron a Jesús durante su vida pública.
A partir del siglo XVIII el estudio crítico de la Biblia desafió estas convicciones tradicionales, negando en muchos casos que los autores de los libros del NT fueron los apóstoles a los que son atribuidos, y asignando a dichos libros fechas de redacción tardías, en general. De este modo, durante el siglo XIX muchos estudiosos de tendencia racionalista sostuvieron que los Evangelios y los demás libros del NT habían sido compuestos en el siglo II, e incluso en la segunda mitad de ese siglo. Así se puso en duda la historicidad de los Evangelios, para sostener diversas tesis sobre el origen de la fe cristiana a partir de mitos, de fraudes o de la creatividad de las comunidades cristianas primitivas.
En el siglo XX el estudio histórico-crítico del NT descartó las críticas más extremas y revirtió parcialmente la tendencia anterior, regresando a dataciones más tempranas, pero (en general) sin volver del todo a la visión tradicional. Desde 1950 hasta hoy la mayoría de los expertos sitúa la composición del Evangelio de Marcos en torno al año 70, la de los Evangelios de Mateo y Lucas en torno al período 80-90 y la del Evangelio de Juan en torno al año 95. Este consenso mayoritario actual debilita algo –sin destruirlos– los argumentos apologéticos a favor de la historicidad del NT.
No obstante, en las últimas décadas varios estudios exegéticos, filológicos y papirológicos, desarrollados independientemente unos de otros, han convergido en un resultado inesperado para muchos: un fuerte cuestionamiento del citado consenso, en el sentido de un regreso integral a las tesis de la antigua tradición cristiana.
Uno de los primeros hitos de ese proceso fue dado en 1976 con la publicación del libro Redating the New Testament (Nueva datación del Nuevo Testamento) del teólogo inglés John Arthur Thomas Robinson (1919-1983), ex obispo anglicano de Woolwich (Inglaterra). En ese libro Robinson defendió la tesis de que todo el NT fue escrito antes del 70 DC, año de la destrucción de Jerusalén por parte de los romanos. Lo que contribuyó a hacer aún más sorprendente esta tesis de Robinson fue que él era un teólogo ultra-liberal, que se había hecho famoso en 1963 mediante su libro Honest to God (Sincero para con Dios), donde expuso una teología afín al secularismo: el rechazo de la noción de un Dios trascendente, la propuesta de un cristianismo sin Iglesia, etc. Paradójicamente, después de la publicación de Redating the New Testament muchos pasaron a considerar a Robinson como un teólogo ultra-conservador. Robinson tuvo la honestidad y el coraje de superar sus prejuicios acerca del importante tema de la datación del NT y la lucidez de reutilizar observaciones hechas por estudiosos anteriores a él para formar un argumento nuevo y poderoso a favor de la datación temprana.
A continuación resumiré y comentaré el Capítulo IV de Redating the New Testament, titulado “Hechos y los Evangelios Sinópticos". Las citas de ese libro corresponden a mi traducción del inglés. Los números de página indicados corresponden a esta edición: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, Wipf and Stock Publishers, Eugene-Oregon, 2000.
Al comienzo del Capítulo IV Robinson trata brevemente el tema de la autoría del Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles, concluyendo que no ve razones decisivas contra la aceptación de la adscripción tradicional de ambas obras (o, mejor dicho, de Lucas-Hechos, una sola obra con dos partes) a San Lucas.
Enseguida el autor pasa a considerar el problema de la datación de Lucas-Hechos, sosteniendo que los tres principales factores a tener en cuenta son: a) las profecías sobre la caída de Jerusalén en Lucas; b) la dependencia de Lucas con respecto a Marcos (tema que se inscribe dentro del problema sinóptico); c) el final de Hechos. Robinson ya había tratado el factor a) en el Capítulo II, concluyendo que no hay razón suficiente para suponer que esas profecías fueron compuestas después del evento. Dejando para el final del capítulo el análisis del problema sinóptico, el autor pasa a considerar el problema del final de Hechos.
“Las palabras finales de Hechos son: ‘Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado, y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda libertad y sin ningún estorbo.’ (Hechos 28,30-31). La pregunta es: ¿por qué la narración termina en este punto? Como dijo Harnack: ‘A lo largo de ocho capítulos enteros [Hechos 21-28] San Lucas mantiene a sus lectores intensamente interesados en el progreso del juicio de San Pablo, hasta que, simplemente, al final él los desilusiona por completo: ¡ellos no se enteran de nada sobre el resultado final del juicio! Tal procedimiento es escasamente más defendible que el de uno que relatara la historia de nuestro Señor y terminara la narración con su entrega a Pilato, porque Jesús había sido traído ahora hasta Jerusalén y había hecho su aparición ante el principal magistrado de la ciudad capital’ (La fecha de Hechos, 95s).” (p. 89).
Se han propuesto varias explicaciones de este final, pero ninguna de ellas parece satisfactoria, salvo la más simple (a la que los críticos, después de Harnack, no han prestado suficiente atención): el relato de Hechos termina en ese punto porque Lucas escribió Hechos poco después. Es importante notar que Hechos no menciona la persecución de los cristianos por parte del emperador Nerón a partir del año 64, ni la muerte en el año 62, a manos del Sanedrín (que aprovechó un interregno, después de la muerte del procurador Festo, para aplicar la pena capital, contra la autoridad de Roma) de Santiago, “el hermano del Señor”, cabeza de la comunidad cristiana de Jerusalén. Además, Hechos tampoco ofrece ningún indicio del violento enfrentamiento entre judíos y romanos que ocurrió poco después (años 66-70). Si Hechos fue escrito en la etapa en que termina su narración (es decir, a principios de los años 60), esto implica que el Evangelio de Lucas (obviamente anterior; cf. Lucas 1,1-4 y Hechos 1,1-5) fue escrito alrededor de unos 30 años antes que lo que generalmente se supone. Y si además, como la gran mayoría de los expertos del NT, supusiéramos la prioridad de Marcos (o de Mateo), esto implicaría que Marcos (o Mateo) fue escrito muy tempranamente, quizás alrededor del año 50.
Esto conduce al autor a replantear el problema sinóptico, es decir el problema de las relaciones, semejanzas y diferencias entre los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Como es sabido, la solución más comúnmente aceptada de este problema es la “hipótesis de los dos documentos”. Ésta sostiene que Mateo y Lucas dependen de dos documentos anteriores: Marcos y Q, siendo Q una fuente hipotética de dichos de Jesús. Robinson afirma que el consenso en torno a esta solución fundamental “ha comenzado a mostrar signos de resquebrajamiento. Aunque ésta es todavía la hipótesis dominante, encapsulada en los libros de texto, sus conclusiones ya no pueden ser dadas por sentadas entre los ‘resultados seguros’ de la crítica bíblica” (p. 93).
El autor defiende la tesis de que las interrelaciones entre los tres Evangelios sinópticos son mucho más complejas que las permitidas por la hipótesis de los dos documentos. Su posición sobre el problema sinóptico está representada por el siguiente esquema provisorio (cf. p. 107):
- Formación de colecciones de historias y dichos (P, Q, L, M): años 30 y 40+.
- Formación de “proto-evangelios”: años 40 y 50+.
- Formación de nuestros evangelios sinópticos: años 50 y 60+.
Robinson da mucha importancia a los testimonios de la antigua tradición cristiana sobre la redacción de los Evangelios. En particular él subraya que la Didaché habla en muchas oportunidades del Evangelio (en singular) como si fuera una única obra literaria. También destaca que son muy numerosos (Papías, Ireneo, Clemente de Alejandría, Jerónimo, Prólogo Antimarcionita) los testimonios antiguos que relacionan el Evangelio de Marcos con la predicación de Pedro, de quien Marcos fue asistente e intérprete. Varios de esos testimonios dicen que Marcos redactó su Evangelio en Roma. El autor concluye: “Por lo tanto, creo que uno debe estar preparado para tomar en serio la tradición de que Marcos, en cuya casa en Jerusalén Pedro buscó refugio antes de su apresurada huida (Hechos 12,12-17) y a quien más tarde en Roma él iba a referirse con afecto como su ‘hijo’ (1 Pedro 5,13), acompañó a Pedro a Roma en [el año] 42 como su intérprete y catequista, y después de la partida de Pedro de la capital accedió al reiterado pedido de un registro de la predicación del apóstol, quizás alrededor del 45” (p. 114).
Daniel Iglesias Grèzes
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3 comentarios
Pregunta: independientemente de si se escribieron antes del año 70 o después, en qué afecta además de #en la credibilidad#? No sigue habiendo diferencias que no casan? Lo cual tampoco me extraña y personalmente no afecta a mi Fe. Aunque ahora mismo me decidiera a escribir mi propia vida, no sería exacta en muchas cosas. Ni aunque pudiera acceder a ordenadores, registros y demás. La memoria nos falla. Ni contar si la escribieran mis padres o mi hermana que han estado cerquísima de mí. Y no tengo 70 años, sino 47. Mi padre no recuerda ni mi fecha de nacimiento, jeje. Los apóstoles y sus seguidores no sabían todavía la importancia de lo que se traían entre manos. Pensaban que Cristo-Dios volvería pronto. Hasta que vieron que no...que tardaría más de lo previsto.
La Fe de los sencillos es un gran regalo del Cielo. Pero usted siga estudiando y divulgando, por favor, que es muy interesante.
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DIG: Las dos posiciones típicas en este debate son: 1) Los Evangelios son narraciones con valor histórico basadas en el testimonio de testigos oculares de la vida pública de Jesús. 2) Los Evangelios son mitos o leyendas escritos dos, tres o más generaciones después de Cristo por comunidades creativas que inventaron un Cristo de la fe con poca o ninguna conexión con el Jesús de la historia. Obviamente las dataciones tempranas de los Evangelios tienden a favorecer la primera posición y las dataciones tardías la segunda.
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