12.07.08

La expectación de lo creado

La expectación es una espera tensa de un acontecimiento importante. En la Carta a los Romanos (8,18-23), San Pablo presenta a la creación entera sumida en ese estado de espera. Y, en la creación, también nosotros, los cristianos, los que “poseemos las primicias del Espíritu” compartimos esa situación. El gemido de la creación, un gemido de parto, de alumbramiento de algo nuevo, se une a nuestro gemido interior, mientras aguardamos la redención de nuestro cuerpo.

Las personas humanas no somos sustancias aisladas, sino que somos un nudo de relaciones. La relación fundante, que nos llama a la existencia y nos mantiene en el ser, es la relación con Dios. Hemos sido hechos a imagen de Dios y estamos llamados a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios.

Estamos llamados, también, a la fraternidad. Nuestra naturaleza es la de seres sociales. Necesitamos la relación con los otros; el intercambio; la reciprocidad; el diálogo. Separados de los demás no podemos vivir ni desarrollar nuestras capacidades.

Una tercera relación se establece con el mundo, con la globalidad de lo creado. En el Génesis se dice que el hombre fue situado por Dios en un jardín (Génesis 2,8), donde podía cultivar la tierra y guardarla, sin que el trabajo le resultase penoso.

Una mirada a la realidad que vivimos pone de relieve la ruptura de esta armonía querida por Dios. La expectación de la creación se vive desde el caos; desde una creación sometida a la frustración, a la esclavitud de la corrupción. Y por eso, la creación gime esperando la renovación.

El jardín preparado por Dios parece haberse convertido en una selva impracticable, amenazante o, incluso, en un desierto. En un lugar, tantas veces, poco amistoso y apacible. No sólo ha hecho su irrupción el cansancio del trabajo, sino también el sufrimiento y el mal, en toda su extensión y en todas sus formas.

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9.07.08

Luis Ladaria, un teólogo serio

El nombramiento de Luis F. Ladaria como Secretario de la Congregación de la Doctrina de la Fe no me ha sorprendido excesivamente. Suele recaer en teólogos, como era el caso también de Mons. Angelo Amato. El P. Ladaria colaboraba como consultor en varios organismos de la curia romana y desempeñó el destacado cargo de Secretario de la Comisión Teológica Internacional.

En la Pontificia Universidad Gregoriana era un profesor importante. Tuve la suerte de haber sido su alumno, creo que en el año académico 1995-1996, en el que impartió un curso sobre “Antropología y Cristología”. Sus clases eran, a la vez, claras y profundas. Su trato, sencillo y su dedicación a los alumnos muy encomiable – a muchos, de hecho, les ha dirigido las tesis de licenciatura o de doctorado - .

Podríamos, sintetizando, resumir tres grandes áreas que han sido objeto de estudio y de publicaciones por parte del P. Ladaria. En primer lugar, la teología patrística. De 1977 data su libro “El Espíritu Santo en San Hilario de Poitiers” y de 1980 su volumen sobre “El Espíritu en Clemente Alejandrino: estudio teológico-antropológico”. En segundo lugar, la antropología teológica. A este campo pertenecen sus obras “Antropología Teológica” (1987) – que recuerdo haber tenido como texto en mi época de estudiante en Vigo-; “Introducción a la Antropología Teológica” (1993) y “Teología del pecado original y de la gracia” (1993).

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8.07.08

No hay un aborto aceptable

Escuchando, a veces, debates sobre el aborto se percibe que, incluso para algunos teóricamente defensores de la vida, determinados tipos, o supuestos, de aborto, resultarían “aceptables”. ¿Qué hacer en caso de violación, en caso de enfermedad de la madre, de malformación del feto, etc.? Que a personas así el aborto les parezca una opción válida es la prueba más clara del poder invasor de las conciencias de la cultura de la muerte. A fuerza de tanto horror amparado por las leyes y por la praxis social, ya no distinguimos con nitidez entre el bien y el mal.

El aborto no admite excepciones: “La vida humana debe ser protegida y respetada de manera absoluta desde el momento de la concepción”, leemos en el “Catecismo”. Desde el primer momento, es necesario reconocer al ser humano su condición de persona - ¿qué podría ser si no es persona? – y, por consiguiente, sus derechos inalienables, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida.

El aborto provocado, directo, querido como un fin o como un medio, es siempre gravemente inmoral. Igualmente, es inmoral la cooperación formal al aborto.

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6.07.08

El Jesús histórico

En el árbol de las ciencias, cada una tiene su papel. No es lo mismo la historia que la Teología, como no es asimilable, sin más, la ciencia y la filosofía. Lo real es de una amplitud y de una hondura tales que no se deja aprehender completamente por ninguna aproximación disciplinar. A través de los diversos saberes, vamos haciendo calas en lo real, tratando de descrifrar, en lo posible, su enigma y su misterio.

La expresión “Jesús histórico” es ya una expresión técnica. No significa “Jesús real”, pues la realidad es mayor que la “historia”; es decir, que la ciencia que, conforme a su propio método, aspira a acotar una parcela de lo real. No significa tampoco “Cristo”, pues este término alude al Señor, reconocido en la fe como Mesías de Dios y Salvador del mundo. Pero eso no quiere decir que exista un hiato, un salto injustificado, una ruptura, entre el “Jesús histórico” y el “Cristo”. El único Jesús de Nazaret es objeto de la ciencia histórica, porque habitó entre nosotros, haciéndose semejante a los hombres, y de la ciencia de la fe, pues Él es el Cristo, el Revelador y la Revelación de Dios.

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5.07.08

La urgencia de rezar por la vida

Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.

Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.

Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.

Juan Pablo II