La eucaristía y la "detonación metafísica"
Me ha llamado la atención una columna sobre la eucaristía publicada por un reconocido novelista en un periódico prestigioso, sobre todo en ciertos ambientes sociales y políticos. Se titulaba, dicho artículo, “Detonación metafísica”. La tesis que exponía, si he entendido bien, es que si en la eucaristía “cuando el sacerdote consagra la hostia y el vino, aquella se convierte literalmente en el cuerpo de Cristo y este en su sangre. No metafóricamente, no simbólicamente, no: de forma literal”, se produce entonces “una operación ontológica de primer orden, un cambio radical de sustancia”.
Si esto es lo real, lo metafísico, la apariencia, lo que se muestra es, a los ojos del escritor, algo diferente: “Pero entras en una iglesia y lo que ves es un hombre en casulla con gesto cansado, unos monaguillos distraídos y un puñado de fieles pensando en la lista compra”. Y, como solución ante la paradoja concluye: “Es posible que la Iglesia haya resuleto este asunto hace siglos con una pedagogía eficaz: creer sin sentir. La eucaristía como un rito vacío más que como detonación metafísica. Eso permite que el clérigo vuelva al desayuno sin convulsiones o que los comulgantes abandonen el templo intentando recordar dónde aparcaron. Una transubstanciación higiénica, sin efectos secundarios. Aunque quizá, por otra parte, el verdadero milagro sea ese: que la humanidad pueda asistir a un hecho extraordinario como el que ve Cifras y Letras”.

Se suele ensalzar, con toda justicia, la belleza de la lengua latina y su capacidad de decir mucho con pocas palabras. Veamos tres ejemplos, tomados respectivamente del mundo universitario, de un escudo cardenalicio y del “ex libris” de un filósofo.
Guillermo Juan-Morado, “La significatividad de la resurrección de Jesús: J. Ratzinger, O. González de Cardedal, Serafín Béjar. Una aproximación teológico-fundamental, Compostellanum 70 (2025) 109-143.
En la cercanía de la Navidad en muchos hogares, iglesias y plazas se instala el belén, el “admirable signo” del pesebre, en palabras del papa Francisco, que es como un Evangelio vivo que surge de las páginas de la Sagrada Escritura.
Un conocido escritor y académico comentaba recientemente: “A mi hija, que no es creyente, le hice estudiar religión, porque, si no, no puede entender el mundo en el que vive". Me parece una declaración interesante. El estudio de la religión cristiana, y en concreto del catolicismo, resulta esencial para comprender la historia y la cultura en la que estamos inmersos.






