Ponerse tetas
Para doña Bibiana da todo igual: las tetas, los seres vivos, el aborto, los humanos, o una operación de próstata. Ella, tan sensata, dice que, hoy, no abortaría, pero quizá a los dieciséis años sí lo hubiera hecho. Puede ser que esté encantada con sus tetas. Se mirará al espejo, desnuda, y dirá: ¿Para qué someterme a una operación, si con estos órganos glandulosos y salientes, que como mamífera tengo en número par, he llegado a ministra? ¿Para qué abortar si puedo tener a un ser vivo que a la semana catorce y media puede incluso llegar a convertirse en humano, y en futuro votante de mi glanduloso partido?
A la ministra Aído le sucede lo que a algunas adolescentes medio neuróticas. No le preocupa la función, le preocupa la apariencia del órgano. Lo de menos es que la teta secrete leche – la función - . Lo importante es que la chica se sienta guay, muy buena, estupenda, deseable, capaz de avergonzar a otras compañeras de gimnasio menos dotadas de glándulas salientes – la apariencia - .
En esto, las chicas descerebradas son como los chicos descerebrados. La función no crea el órgano. El órgano – el tamaño del órgano – crea la autoestima, la presunción absurda de creerse el rey del mambo sólo por unos centímetros de más, aun a costa de muchas neuronas de menos.